domingo, 3 de enero de 2010

La semental


La consulta del veterinario no era un lugar al que hubiese ido muchas veces, sus tierras las tenía dedicadas a la agricultura, no a la ganadería.

-Claro -dijo el viejo vestido con delantal de médico, mirándola tras sus gafas y tras los papeles que estudiaba hace un momento-, estos papeles certifican que es un animal de estirpe. Tiene abuelos y padres campeones. Puedes tenerlo para reproducción, ya tiene edad, vamos, que tiene la edad justa.

-¿Se pagan bien los servicios? Es que esta cosecha no ha ido del todo bien este año, poca lluvia.

-Si, se pagan muy bien, pero debes encontrar al que esté dispuesto a pagarlo. Si quieres puedo hacer unas llamadas, tengo colegas en la capital, ellos puede que conozcan a alguien, aquí en la región te adelanto que no encontrarás a nadie que necesite servicios de semejante calidad para sus yeguas.

-Sí, por favor, hazlo.

-Bien, haré copia de los papeles y hablaré con esos contactos. Ya hablaremos nosotros luego de mi comisión.

Vaya, pensó ella, después de todo no ha sido un buen año para nadie.

La región estaba mayormente poblada por granjas, más grandes o más chicas. La suya era de las que quedaban en medio. Heredada de su abuelo, la había recibido y empezado a trabajar junto a los empleados que había heredado con la granja. Estos habían temido que ella quisiera venderla, ya que no se imaginaban a una mujer de ciudad moviéndose a una granja. Ella tampoco, pero tras estar un tiempo allí, con la idea de organizar los papeles, se había enamorado de ese estilo de vida. Y los empleados habían respondido con lealtad, como lo habían hecho con su abuelo, pero además con agradecimiento por ver continuado su medio de vida.

El potrillo que por entonces era Hidalgo, nombrado así por una película de aquella época, no se imaginó que se convertiría en una posible salvación. Pero al parecer iba a ser así, y de casualidad, ya que esos papeles del caballo no los había visto en un principio, ya que no los había entendido. Luego ya mas inmersa en aquel mundo, se volvió a cruzar con ellos buscando papeles para el banco donde pediría su ampliación del crédito. Entonces sí comprendió, un poco más lo que vio, lo comprendió lo justo como para traerlo al veterinario para que los verifique.

No pasó mucho tiempo hasta que recibió una llamada del veterinario, que había dado con un interesado en un servicio para su yegua, un criador afamado de la capital. Al parecer vendía caballos al extranjero y estaba buscando siempre mejorar su estirpe. Las tarifas, condiciones y comisiones ya habían sido arregladas, y a ella le pareció bien, por ser el primero, y por no tener idea de ese mercado, lo importante era empezar. Una de las condiciones era que vendría alguien del criadero para conocer a Hidalgo.

Una semana después el representante del criadero estaba allí. Se presentó y desde el primer momento se mostró envuelto en un aire de superioridad, tanto de conocimientos como económica. Su ropa y su coche lo dejaban claro. Su aspecto físico sin embargo y sus modos lo volvían para ella una persona desagradable.

Cerró su visita con un apretón de manos, y una mueca que parecía una sonrisa, pero con una mirada que la desnudaba, la tiraba sobre el suelo sucio del establo, le abría las piernas y la follaba sin prestar atención a sus necesidades, solo la follaba para su propia y despreciable corrida. Ella soltó incómoda el apretón de aquella mano húmeda de sudor, cuando ya no pudo aguantarlo más, retirando su mirada y alejándose un poco, con la excusa de ir a palmear a Hidalgo.

-Bien María, ya tendrá noticias mías para organizar el encuentro. Encantado de hacer... negocios... con Ud.

-Claro Sr. Garrido, tiene mi número.

Esa noche, sola en la cama recordó la mirada del Sr. Garrido, y como se había sentido en ese momento ante su presencia, pero ahora, bajo las pesadas mantas, en la oscuridad, se permitió fantasear con esa situación. Se imagino en ese establo con un hombre como aquel, a solas, con ese halo de superioridad y desprecio y a la vez aquel deseo de poseerla para su propio placer. Ella quieta y temerosa del poder de aquel hombre que en su fantasía podía someterla, dejándose manosear por sobre la ropa, sintiendo las fofas manos de ese gordo desagradable que ahora era el Sr. Garrido en su imaginación. La tocaba y le decía palabras obscenas, sucias, mientras sentía su aliento, mientras veía su lengua fofa también, lamiendo esos labios fofos, sobre su fofa papada. Se dejó arrancar la ropa violentamente, casi desestabilizándola, dejándola desnuda y aun más indefensa.

En su cama estaba boca abajo con una mano entre su pelvis y el colchón y otra entre su pecho izquierdo y el colchón. Ambas estimulaban sus zonas más erogenas, el clítoris, inflamado y palpitante, y su pezon izquierdo, suave en su aspereza y duro como una roca pequeña. La pelvis se movía mientras se follaba su mano.

El gordo se había bajado a medias los pantalones, y asomado su polla corta y gorda por entre la apertura de su calzón de tela demasiado grande. Los faldondes de su camisa aportaban al efecto, su corbata a un lado, aun con el saco puesto. La tenia contra la cerca del corral que le llegaba a la cintura, doblada por encima, con las piernas abiertas, forzando la penetración, sin esperar a que se humedezca del todo. Así ella veía las piernas fofas y blancas del gordo Sr. Garrido, peludas y con las medias hasta un poco más abajo de las rodillas, y sus caros zapatos. Se imaginó la penetración y como se la follaba solo para él mismo. Su coño prieto y no muy húmedo no era mas que una paja para el gordo fofo que la poseía. La hacía su objeto, la follaba sin esperarla y se le corría un poco dentro un poco fuera, en la nalga derecha.

Bajo las ropas de cama boca abajo la erotizó sentirse sucia, poseída y utilizada así por alguien tan desagradable que se corrió. No mucho, pero tampoco como para no disfrutarlo.

Cuándo unas semanas después la llamó el Sr. Garrido para concretar el traslado de la yegua, agradeció haberlo cambiado por aquel otro Sr. Garrido, el gordo fofo ya que verlo de nuevo no hubiese sido agradable de haberlo utilizado para su masturbación tal como era.

El día acordado vio llegar la lujosa camioneta con el transporte de caballos, pero se sorprendió al no ver al Sr. Garrido, sino a un hombre distinto, muy distinto.

-Hola, ¿Sra María? -preguntó.

-María. ¿Ud. es?

-Christian, Chris. Soy el encargado de las yeguas.

-Hola Chris, pensé que vendrías con el Sr. Garrido.

El hombre rió ante la idea de Garrido haciendo el trabajo sucio.

-No, no. Garrido no. Ya verás de que va lo que hago... y verás porqué no ha venido Garrido.

Mientras se explicaba, procedía a bajar a la yegua del transporte.

-Esta es Cleo.

Era una yegua hermosa, negra azabache, brillante con unas crines mas cuidadas que su propio cabello.

-¡Es hermosa! -dijo-. Hola Cleopatra.

-Solo Cleo, aunque todos creen que va de diminutivo de Cleopatra.

La llevaron al establo y la acomodaron en un corral en frente de Hidalgo.

-Bueno -dijo ella-, podemos ir al hostal del pueblo, o puedes acomodarte entre los empleados, hay alguna habitación libre en la casa más allá del casco.

-No hace falta, me quedo aquí en el establo, con Cleo.

-¿Cómo? ¿Cómo en el establo?

-Sí, aquí hay lo que necesito. No te preocupes.

Dejó de hacerlo tras insistir y recibir siempre la misma respuesta. Si quería quedarse allí, entonces bien. Tenía la habitación en la parte de arriba, con luz,, servicio y ducha. Pero no era nada comparado con una habitación.

Aquella noche, bajo sus ropas de cama, en su imaginación Chris había elegido esa habitación en lugar del establo. Y ella jugaba a ser Cleo... y el a ser su Hidalgo. Volvía a dejarse, pero esta vez el erotismo no se lo provocó sentirse sucia y utilizada, sino aquel cuerpo fornido y fibroso y fuerte que la trataba con tal delicadeza.

No llegó al orgasmo, prefirió levantarse e ir a ver si Chris estaba bien en el establo.

Al entrar vio a Chris con Cleo. Y vio que tenia puesto en su mano derecha un guante que le llegaba hasta el hombro. Y vio cuando metió su mano en el coño de Cleo, casi hasta el hombro. Y como la yegua levantaba su sedosa cola dejándose penetrar por Chris.

El la vio y le sonrió.

-Conozco a una que está lista para la movida -dijo quitandose el guante pringoso.

Ella se acercó mientras el los juntaba en el mismo corral. Acarreaba la excitación.

-¿Estás bien en el establo?

-Si claro, ahora que están juntos ya los dejo para que se conozcan esta noche y mañana ya los emparejamos.

El se encaminó a la escalera y ella lo seguía.

-Hidalgo es un hermoso ejemplar, sus papeles me impresionaron. Aunque no tanto como su dueña, la verdad.

-Bésame

El se quedó paralizado por la sorpresa. Siempre había trabajado con animales, desde muy joven, en el campo. Su jefe criaba esos caballos y los vendía desde sus oficinas de la capital, pero él era un hombre de campo. Y como tal no había tenido mucho roce con mujeres, y menos con aquellas que tomen iniciativa, a eso sí que no estaba acostumbrado. Y ella lo notó en cuanto se dirigió hacia ella titubeante a besarla y lo hizo torpemente.

-Dame lengua -le dijo.

El volvió a acercarse y lo hizo. Ella la recibió en su boca, la succionó, se la acarició con la suya, se la chupo saboreando su saliva.

-Tócame las tetas.

Sus manos grandes y fuertes, se posaron delicadas sobre sus pechos, desnudos bajo la camisa. Y los apretaron inseguras.

-Arráncame la camisa.

Desabotonó el primer botón que era uno de los del medio.

-Arráncamela coño.

El la miró con dudas y con dudas aplicó más fuerza de la necesaria arrancándole los botones y sacudiéndola en el proceso. Sus tetas se bambolearon grandes y pulposas, con sus pezones hacía rato endurecidos.

-Chupamelas.

El bajó hacia ellas y las lamió. Succionó sus pezones, como si esperase beber de ellos. A ella le dolió un poco, pero la excitó su inexperiencia.

-Quítate la camisa.

El se alejó un poco y se desabotonó la suya. Al quitársela dejo ver un torso torneado por los años de trabajo físico en el campo y una genética que lo había beneficiado.

-Dame tus pezones.

El se acercó a ella y le acercó su pecho a la boca, mientras ella se los lamía y acariciaba.

-Dejame ver tu polla y tus huevos.

El se mostró dubitativo, algo incomodo. Ella había notado que no tenía una erección, no al menos completa.

-Bájate los pantalones.

Así lo hizo. Y ella vio esa polla, no erecta, pero ya con signos de inflamación. Estaba en ese estado previo a la erección cuando tiene un tamaño interesante, lejano al que tendrá erecta, pero se mantiene flexible, maleable.

Se arrodilló frente a esa polla semierecta.

-Apoya un pie en mi hombro.

El no comprendió, pero lo hizo. Obedeció. Al hacerlo sus huevos y su polla quedaron colgando y ella acomodó su boca bajo ellos, la abrió y lo comenzó a lamer mientras el conjunto se bamboleaba. Luego se metió los grandes huevos en la boca y los ensalivó. Y por último tomó ese miembro antes de que se erecte, para meterselo en la boca y sentirlo crecer ahí dentro por las caricias de su lengua.

Ella se puso en pie.

-Bájame los pantalones.

El se arrodillo ahora frente a ella, y le quitó lo que le quedaba de ropa. Solo llevaban medias y tenis.

-Chúpame el coño.

Ella separó las piernas y adelantó la cadera, juntando las nalgas y ofreciendole sus labios mojados, inflamados, abiertos. El sacó la lengua y se los acarició, pero ella quería más y el no sabía como. Ella adelantó sus manos y lo tomó por la nuca y lo apretó contra su coño anhelante, mientras movía su cadera frotándoselo en la boca.

-Así -decía ella-, así... ah... te follo la boca... mmm así.

El le apoyaba las manos en los fuertes muslos tensos y se dejaba follar la boca. Ella antes de correrse, lo apartó y se giró, inclinándose y abriendo sus nalgas revelando un delicado ano de un suave color rosado. También veía sus labios separados.

-Chúpame el culo.

El se acercó demasiado dubitativo para el estado que ella tenía, por lo que volvió a estirarse y tomarlo de los pelos, y a clavárselo en el ano. Movía su culo sobre su cara. Y jadeaba sintiendo la lengua frotándole el ano. El la volvió a tomar por sus muslos suaves y fuertes, y ella mantuvo la mano en su pelo, y la otra apoyada en la áspera columna de madera delante de ella.

-Méteme dos dedos en el coño, fóllamelo.

El dejo uno de los muslos y le introdujo 2 gruesos dedos hasta el fondo. Y ella se movía con la lengua lamiéndole el culo y los dedos penetrándola y follandola. Su mano en la columna fue a su pezón izquierdo y comenzó a correrse sin control. El cuando la escuchó gemir de esa forma amagó a detenerse.

-¡NO! ¡NO TE DETENGAS!

El retomó las lamidas y la penetración hasta que ella dejo de gritarle que él era su puta. Hasta que sintió su denso y ardiente flujo derramarse entre sus dedos. Hasta que dejó de sentir los espasmos orgásmicos en ese delicioso ano.

El se puso en pié y se alejo un paso, muy erecto, sin saber qué hacer a continuación.

-Puta -le dijo ella.

El no dijo nada.

-Date la vuelta puta.

El se dio la vuelta. Ella se le acercó por detrás. Le puso una mano en la pelvis y otra en un omóplato. La mano en la pelvis la llevo hacia ella y la del hombro hacia el, haciéndolo inclinarse. El se dejó inclinar.

-Ábreme tu culo puta.

El la miraba por encima del hombro, inclinado, mientras se abría el culo. Así, ella vio su ano de hombre, y como sus huevos colgaban en su saco de piel que nacía en su ano. Y esa polla gruesa y dura apuntando hacia abajo. Se acercó y le lamió el ano mientras con una mano le masajeaba los huevos y con la otra la polla. Chupándole el culo, y manoseandole los grandes huevos, le ordeñaba la polla con esos movimientos ascendentes y descendentes.

El flexionó sus poderosas piernas y arqueo la potente espalda para entregarle mas de su ano, sus huevos y su polla allí donde ella lo poseía de esa forma.

-Gime puta.

Obedeciendo, él empezó a hacerlo, a respirar de forma pesada al principio para luego ya responder con gemidos a los estímulos que ella le aplicaba. La polla enorme, empezaba a tener sus venas resaltadas.

-Ábreme más tu culo puta.

El aferro sus nalgas y las separó con fuerza, hundiendo sus fuertes dedos en esas nalgas carnosas y firmes. Ella subió la mano de los huevos y lo penetró con el dedo indice. El gimió más y la miró con sus ojos entreabiertos por encima del hombro. Ahora su boca fue a comerle los huevos. Mas gemidos de su puta.

-Quiero tu leche. Dámela puta, venga.

Ella aceleró la paja, la velocidad con que lo penetraba y la succión de los huevos. Y el no tardó en correrse. Levantó la cabeza con su boca abierta dejando escapar un gran jadeo animal, su espalda se puso rígida, los músculos de todo su cuerpo se tensaron, todo su mundo, todo este mundo en el que se había convertido en la puta de María, en el que María lo poseía y lo utilizaba, se detuvo un momento. El momento que demoró en que toda esa tensión de las fibras musculares de concentrase en el músculo de su verga inmensa. Tras lo cual, liberó esa presión acumulada de golpe, en 8 bombeos de leche caliente y densa, 8 bombeos de mayor a menor, 8 bombeos gruesos, 8 que ella sintió en su mano, que aferraba esa polla, 8 intensos bombeos tras los cuales, ese cuerpo musculoso, se relajo, pasando te roca, a gelatina.

Ella lo soltó delicadamente, se puso en pie juntando su ropa, y se alejó sin decirle nada más por esa noche.

Al día siguiente, se despertó de muy buen humor, satisfecha por la experiencia de la noche anterior completamente nueva para ella, y claro, también para él. Su inexperiencia lo había excitado y ella se había dejado llevar. Someterlo la había excitado y se había dejado llevar. Que el se dejase llevar, la había excitado y ella se había dejado llevar.

Preparó el desayuno, para dos, y bajó a buscarlo.

Vió que para él aquello había sido demasiado. Hidalgo había servido a Cleo durante la noche.

Lo supo por la nota clavada en la columna.

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