viernes, 12 de octubre de 2012

Perfección

Caminaba visiblemente alterada. Pasos rápidos, enérgicos, secos. Los brazos cruzados casi como abrazándose a sí misma. Inclinada levemente hacia adelante en su avance. Ensimismada en sus tribulaciones, absorta y ajena al entorno en el que se adentraba. Pensaba.

-Pero quien se habrá creído. Tratarme así. A pesar de haberle sido sincera al punto de quedar expuesto el error. No me dio oportunidad de disculparme. Iba a hacerlo, quería hacerlo, casi necesitaba hacerlo. Se enfureció. Traicionado. Si lo hice fue porque me sentía como para hacerlo. No es algo que haga por gusto, por deseo. Nunca he engañado a mis parejas. No soy así, te lo juro. Es muy dependiente, muy entregado, me adora como se adora a una imagen en el altar. Yo también quiero depender, entregarme. Ponerme en ese pedestal de perfección y autoridad, estar allí me cansa. Estoy agotada. La relación no iba bien. Me quiere, lo quiero, pero no estábamos en un buen momento  cuando apareció él, con sus palabras precisas, sus miradas justas, sus caricias exactas. Coincidencias. Antes y después, no hubieran tenido el efecto que tuvieron. Lo siento tanto. Tenemos que hablar mas tranquilos, dejarme darte mis disculpas, permitirme...

-¡Eh! Para.

Esa voz enérgica y baja, rasposa la trajo de sus pensamiento, de su discusión consigo misma. Se detuvo en seco. Miró alrededor. Notó entonces que la calle por la que caminaba estaba muy oscura, vacía. Los departamentos tenían las persianas bajas, sin luz detrás de ellas que se adivinase por las rendijas.

Se giró y vio a un hombre que se le acercaba nervioso. La habría estado siguiendo quizá hacía un rato, quizá le había dicho que se detuviese un par de veces antes de que lo escuchase. Parecía que fuese a robarla. Se asustó. Tenía su cartera llena de sus cosas, la mayoría sin valor, salvo el móvil, unos pocos billetes, tarjetas.

-¡Ven aquí!

La tomó del brazo y la llevó consigo, mirando alrededor en todas direcciones. La llevaría a recorrer los cajeros automáticos y a sacar dinero de la cuenta, en la que tampoco había demasiado. Sería un paseo corto.

La llevó a un callejón más oscuro. La empujó contra la pared, tiró de su bolso, manipulándolo para abrirlo y ver su contenido. Vio entonces el cuchillo en la mano que había permanecido a un lado de su cuerpo mientras la arrastraba sujetándola con la otra. Se asustó más.

El atracador miró el móvil y se lo guardó en el bolsillo con violencia. Sacó el billetero comprobando que no quedaba nada de valor en el bolso, tirándolo al suelo, cayendo sobre una pequeña charca de agua negra, le molestó. Su bolso de cuero. Le había salido bastante caro. Era relativamente nuevo. Sin robárselo  también la había desposeído del bolso. Iba a arruinarse allí sobre el agua. Mientras el hombre abría el billetero y comprobaba el escaso contenido cabreándose  por su mala suerte, ella inconscientemente se adelantó a recoger su bolso de la charca de agua negra en la que se estaba arruinando.

El hombre se asustó por el inesperado movimiento de su víctima y sobresaltado quiso detenerla, pensando que intentaba huir. Su torpeza e inexperiencia como atracador hizo que se encontrase con ella doblada ante él, el brazo de ella estirándose hacia el bolso, congelada en su incómoda posición, atravesada en su abdomen por el cuchillo. Asustado se retiró unos pasos, quitándote el cuchillo de su interior y privándola del apoyo que tenia, viendo como ella se desplomaba entre quejas, moviéndose en el suelo, parcialmente sobre la charca de agua, encima de su bolso. Huyó del lugar solo con el móvil, corriendo como un loco, mirando hacia todos lados.

La calle quedó vacía, oscura, silenciosa, salvo por los sonidos que ella hacia en el suelo.

...

-Eh... despierta.

Abrió los ojos traída desde la oscuridad. Allí estaba él, su amor traicionado. Sentado en la cama junto a ella sosteniéndole la mano.

-Hola.

La saludó. Su voz sonaba tan suave, amigable, agradable y calma en contraste con la aspereza, sequedad y urgencia de la voz de su atacante.

Se miraron a los ojos una eternidad. Comprendiéndose y perdonándose.

-Ya ha pasado. Ya estas segura, en casa.

Incorporándose sobre su cama, se sintió así, segura a su lado. Ahora junto a él se sentía por primera vez dependiente, segura, adorándolo por cuidar de ella. Sentía una bendición por el amor rescatado.

-Ámame. -Le pidió.

El sonrió con una sonrisa luminosa, amplia, cómplice. Su mano se posó en su hombro y la condujo nuevamente a recostarse en la cama, apoyando su cabeza sobre esa tan blanca y mullida almohada. Luego esa mano se llevó con ella las livianas cobijas blancas que la cubrían, dejándola desnuda. Se puso en pié y ella desde la cama, recostada, desnuda, lo observaba con lentos y ondulantes movimientos de su cuerpo. El rodeo la cama hasta quedar a los delicados pies femeninos que danzaban con una sensualidad perfecta. Dejó caer la blanca bata que ocultaba su cuerpo y se detuvo un momento desnudo frente a ella, para que lo mirase. Su cuerpo bien formado, sin bello corporal, con su miembro semierecto de forma que se mantenía en su posición de flaccidez pero iba creciendo, ensanchándose, descubriéndose al retirarse la piel que ocultaba glande.

Ella sentía crecer su excitación de forma gradual, y ese aumento se traducía en la separación de sus piernas ante él. Se abrían despacio, manteniendo ese sensual movimiento ondulante. Ella ronroneaba, parpadeaba lentamente, sonreía, recorría las blancas y suaves sabanas bajo ella, acariciaba la almohada bajo su cabeza, y volvía a mirarlo.

Sin subirse aun a la cama, él tomó uno de sus pies, y lo acarició entre sus manos. Su tacto era cálido y suave, muy estimulante, transmitiendo su amor en cada roce, en todas las caricias. Lo besó, y aun sosteniéndolo  tomó el otro al que también acarició y besó con ternura.

Con sus piernas elevadas y juntas, sentía la deliciosa inflamación de sus labios atrapados entre sus muslos interiores, sentía el calor que irradiaban y la humedad que se contagiaba a la piel de su entrepierna.

Las caricias descendieron desde sus pies, a sus piernas, relajando de placer cada músculo por el que pasaban esas manos. Sus piernas se separaron levemente para permitir que esas caricias se internaran entre ellas y alcanzaran la fuente.

Sus manos recorrieron sus piernas por fuera y las recorrieron por dentro. El recorrido pasó muy cerca de sus delicados pliegues, y aun sin acariciarlos obtuvo sensaciones intensas, profundas y agradables.

El ya estaba sobre la cama arrodillado entre sus piernas abiertas. Sus caricias cruzaron el ecuador de su cuerpo, recorriendo su torso, alcanzando la base de sus pechos suaves, provocando la erección instantánea de sus pezones rosados a los que sus caricias ignoraron como antes a sus labios húmedos.

Al posar sus caricias en el nacimiento de sus pechos, allí donde empezaban a separarse de su torso, sus movimientos ondulantes se combinaron con el arqueo de su espalda. Sus brazos se separaron del cuerpo y sus manos abiertas sintieron la suavidad de las sabanas. Así se mantuvo mientras él se retiraba de nuevo a sus piernas abiertas y descendía en la unión de la sensual Y que formaban. Sus besos sorprendieron a esos labios hasta entonces ignorados.

Ella se arqueó más, y su rostro al girar su cabeza, se ocultó entre su pelo azabache revuelto y la mullida almohada, apagando sus jadeos sensuales.

Labio contra labio, la besó entre las piernas como si la besara en la boca. Jugando con su clítoris como si fuese la punta de su lengua esquiva en un beso travieso. Ella se movía al ritmo del beso.

El se detuvo en el momento justo, cuando había llegado al punto en el que el placer es el preciso, sin sentir que ha empezado a caer en los brazos del orgasmo y quedándose inconclusa para empezar a construir el orgasmo de nuevo, desde sus cimientos. El orgasmo estaba en construcción.

Se estiró por encima de ella y besó sus pezones rosados que estaban más erectos que nunca. Los tenía inflados, con una erección que incluía su areola, que se elevaba desde la curva de sus pechos, resaltando esos pezones grandes y duros. Vio que se los rodeaba con sus suaves labios mojados, formando una pequeña "o" que calzaba perfectamente y los sostenía así mientras sentía como la punta de su lengua, dentro de su boca los estimulaba con suaves y aleatorios roces.

Sus jadeos y gemidos suaves eran una música de fondo angelical que acompañaba cada acción que el realizaba sobre su cuerpo aún ondulante.

Se detuvo encima de ella, sin peso sosteniéndose en sus brazos, mirándose a los ojos por una eternidad, sintiéndose unidos como nunca. Mirándose así, ella se sintió penetrada con dulzura, con cuidado, con delicadeza. Casi sin percibir el movimiento de su cuerpo sobre suyo, la estaba penetrando. Sintió el calor de ese miembro erecto, de tamaño justo, que separaba sus labios húmedos y que estimulaba su clítoris en su avance. Aún mirándose a los ojos, jadeo despacio, gimió en susurros  aferró las nalgas que se movían hacia adelante mientras la seguía penetrando. El gemido se convirtió en expresión.

-Mi amor...

El sonrió cómplice, con los ojos iluminados. Al terminar de introducirse, comenzó a retirarse despacio, para introducirse de nuevo. Lentamente, haciéndole sentir intensamente cada penetración, por estimular de forma exacta y precisa su clítoris en el avance y en el retroceso.

Ella lo acariciaba, en las nalgas tensas, en la cintura fina, en la espalda ancha, en los brazos firmes, en el cuello suave sin indicios de barba, enredándose en su pelo. Y gemía en susurros mientras la penetraba y lo acariciaba.

Sentía que la construcción de su orgasmo estaba casi lista. Lo sentía nacer desde su interior. Desde un lugar en el que nunca había sentido nacer un orgasmo antes.

Así lo tuvo, intenso, profundo, eterno. Y él la acompañó con el suyo. También intenso, profundo, denso, cálido. Lo sintió derramarse con fuerza, como nunca lo había sentido antes.

Tras ese acto intimo tan perfecto sentía placer en cada rincón de su alma.

Abrazados, con su cuerpo relajado sobre el suyo, sintió ese agradable peso estando aun penetrada, sintiendo como él se relajaba por completo incluso en su interior.

Quedaron acostados en la cama uno junto al otro, sintiendo, sintiéndose, pensando, sin hablar.

Una realidad se presentó ante ella como explicación a tanto placer, a tanta sensibilidad, a tanta perfección. Y una pregunta se formó en su mente. Una pregunta que quería y temía formular. Una pregunta que crecía en su interior, que se hacía imposible retener allí.

Se incorporó lentamente, con suavidad, inclinándose sobre él. Su cabello azabache caía como una cascada sensual contrastando contra su piel desnuda. Ocultando en su caída su pecho izquierdo sin mucho éxito. Se miraron una eternidad sin hablar, necesitando formular la pregunta y temerosa de hacerlo.

-Dilo.

-Temo conocer la respuesta.

-No hay nada que temer, estás segura, estás en casa.

Posó suavemente su mano delicada, femenina sobre el pecho de él y lo acarició con amor.

-Quiero quedarme aquí contigo. Quiero que te quedes aquí conmigo. Quiero sentirme así y nunca volver a sentir miedo ni odio. Quiero ser tuya de esta forma equilibrada y armoniosa. Quiero que este momento perfecto sea para siempre.

-Así lo será mientras tu quieras que así lo sea... pero aun no lo has dicho todo.

Temía hacerlo, casi lo había hecho, pero lo que se escuchó diciendo fue aquella expresión de su deseo, en lugar de la pregunta que temía preguntar. Toda esta experiencia luminosa, casi onírica, que resultaba tan intensa, tan intima, para perfecta la empujaba a considerar una realidad que antes, hacía un momento, la había asustado al presentarse de improviso, pero que ahora, volviendo a considerarla, la tranquilizaba y le traía calma.

-¿Así es morir?

El la miró sonriendo con esa sonrisa luminosa, cálida, cómplice. Sonreía con sus ojos. Se incorporó alcanzándola allí arriba y la beso en los labios llenándola de amor. La abrazó hundiendo sus rostros en sus cuellos y le susurró la respuesta al oído.

-Así lo es para ti.