martes, 21 de septiembre de 2010

Valentía

1.

-¿Cómo hago? -Preguntó preocupado, no tanto por el cómo hacerlo, sino por la reacción posterior al cómo haberlo hecho.

-Normal, cielo -Respondió Romina -. Es mi prima, ya la conoces, que se haya hecho las tetas, no hace que deje de ser ella.

-Sí, pero ¿se las miro? ¿se las ignoro? Es la novedad, y no me queda claro como hacer. Si se las miro, ¿me quedo callado? ¿digo algún cumplido? Si me quedo callado o se las ignoro, creerá que sus tetas nuevas no son lindas, o que no le quedan bien. Y si digo algún cumplido, pasaré por un desubicado, o me lo recriminarás luego.

-Tranquilo. Tu como prefieras. Pero claro, ella viene con tetas nuevas desde la última vez que la vimos y estará ilusionada.

-Vale, pero luego no me hagas una escena por como le he mirado las tetas a tu prima, ni por lo que pueda haberle dicho como un cumplido.

Ella rió.

2.

Calor. Tórrido día de verano. Una ventaja en días como aquel, que tuviese piscina. Y en ella estaban metidos cuando llegó la prima.

Romina salió al escuchar el telefonillo, se envolvió en la toalla y se calzó las chanclas saliendo al trote para no hacerla esperar mucho en la puerta bajo ese sol abrasador.

El salió de la piscina al ver llegar a las mujeres después de un rato, durante el cual Alejandra se había cambiado y puesto su bikini. Al parecer la operación de aumento de pechos, no le había dejado dinero suficiente como para comprarse un bikini nuevo, que estuviese a la altura del par de pechos que ahora debía contener, porque traía uno de los que tenía antes de operarse, uno que debía cubrir unos pechos casi lisos.

La vista era impactante. Los triángulos de tela amarilla no llegaban a cubrir toda la redondez de esos pechos de escándalo. Pechos que no encajaban del todo en la talla general de Alejandra, pero que no importaba en absoluto. Aun tenía dudas de cómo proceder ante ella y sus enormes tetas nuevas.

Alejandra se lo facilitó.

-Hola Primo -dijo alegremente- ¡mira lo que tengo! -exclamó a continuación agarrándose las tetas, arqueando la espalda y poniéndose en puntas de pié un momento.

Todos rieron.

3.

Tras la forma en la que Alejandra había roto el hielo de presentarlo a sus tetas, él creyó que luego sería todo mas fácil. Pero se equivocó. Sus ojos se iban a esas tetas. Estaban imantadas y su mirada era de metal. No podía evitarlo.

Le resultaba difícil. Estaban los tres en el agua fresca de la piscina, pero en la parte baja. Los pechos quedaban fuera del agua y tanto Romina como Alejandra, lo miraban alternativamente mientras conversaban de como había sido la operación, el pos operatorio y la vida con tetas.

Aun así en cuanto ellas se miraban entre sí, sus ojos volaban a posarse en los pechos de Alejandra. Y volaban hacia sus ojos, o los de Romina, si era ella la que lo miraba a él.

De pronto, una llamada al móvil de Romina, quien se acercó al borde de la piscina y atendió. Mientras continuaba hablando salió de la piscina y comenzó a secarse, con el móvil entre su hombro y su oreja. Tras finalizar la conversación anunció:

-Debo acercarme a la inmobiliaria, ya que necesitan unas llaves para mostrar un piso de los míos. Voy a tardar un rato, porque ya que estoy, lo voy a mostrar yo, así no comparto las comisiones si se vende.

Alejandra se ofreció a acompañarla.

-No Ale, yo vuelvo en nada. Y ya te he dicho que no quiero compartir la comisión.

-Ah, si no me toca comisión me quedo en el agua mas fresca -dijo entre risas.

-Me voy corriendo que están los clientes en el local, ya vuelvo -y se dirigió presurosa a la casa mientras se iba quitando la bikini dejando ver sus pechos normales, de piel blanca en contraste de la piel morena por el sol, y unos pezones grandes y rosados.

Una vez que se había ido, Alejandra y el se miraron, y él tuvo que esforzarse por no mirarle las tetas. En lugar de mirárselas, sacó conversación trivial.

-Bueno... ¿y los tíos? ¿Que tal han respondido al cambio?

-Los que no me conocen de antes, entusiasmados por las dimensiones. Los que me conocían de antes, y son gays, como Romina, curiosos de los detalles y con ganas de verlas para apreciar como han quedado. Los que me conocen de antes y no son gays, como tú, un tanto incómodos.

-¿Incómodo? ¿yo?... ¿Tanto se nota? -dijo claudicando en su postura ficticia.

-Un poco. Pero es normal. Eres el marido de mi prima, y que de pronto se hable abiertamente de mis tetas puede ser un poco violento. Si me hubiera operado del apéndice podríamos hablarlo tranquilamente. Sin esta tensión.

-Sí, es verdad. Es una mezcla de curiosidad y de lo que es políticamente correcto. Por un lado me intriga y llaman mi atención y por el otro no es un tema del que pueda debatir contigo.

-He notado el primer lado. No dejas de mirarlas. Y me gusta. Lo que me he gastado en ellas y las molestias de la operación y la recuperación cobran sentido cuando un chico me mira las tetas.

-Bueno, conmigo ya debes haber recuperado el dinero... no puedo apartar la mirada de tus pechos. Lo siento.

-No pasa nada primo, hay confianza.

-Ya que lo dices... eso que haces cada cierto tiempo, eso de agarrártelas, levantarlas y apretarlas, ¿lo haces por algo en particular? ¿es un tipo de masaje que te han dicho que debes hacerte? ¿te resultan pesadas y así alivias un poco ese peso? ¿o simplemente lo haces porque puedes hacerlo?

-¿A qué te refieres? ¿a esto? -dijo mientras sus pequeñas manos intentaban sin éxito abarcar el volumen de esas tetas por debajo, las elevaban un poco, como sopesandolas y luego hundía un poco sus dedos dejando apreciar esa turgencia.

-Eso sí.

-Bueno, porque sienta bien.

-Ah ya. Yo tenía la impresión de que te resultan pesadas.

-Hombre, más que antes pesan.

-Y que eran un poco duras, como muy firmes. Quizá demasiado.

-Has visto como eres valiente y puedes debatir el tema, no es para menos, despues de todo eres un bombero -dijo sonriendo.

-¿Qué quieres decir?

-Que cómo ibas a tener miedo de hablar de mis tetas, si tienes el valor de meterte en edificios en llamas. Alguien valiente como tú, no puede temer a mis tetas.

-Bueno, la verdad que no soy valiente por meterme en un edificio en llamas. Tengo la formación, la experiencia, el equipamiento y el apoyo de mis compañeros tan capaces como yo. La verdad que no tengo temo a un edificio en llamas. Y la valentía no es hacer algo que al resto asusta. La valentía es hacer algo que asusta a uno mismo.

-¿Temes a mis tetas?

-Sí, un poco.

Ella se sumergió, y nadando lentamente bajo el agua, dejando burbujas de cristal tras de sí, se acercó a él.

Salió del agua, y al hacerlo, su cabello quedó peinado hacia atrás, dejando despejados su rostro y su frente. Unos ojos celestes y profundos lo miraban a medida que se elevaba desde el agua.

-No temas -le dijo.

-Nunca tuve tetas operadas.

-¿No? Déjame enseñarte.

El estaba inmóvil desde que comprendió lo que ocurría. No solia quedarse así falto de reacción ni en las situaciones más imprevistas de su trabajo, explosiones, quemados, accidentes de tráfico... pero ahora, estaba cagado de miedo.

Se mantenía con su espalda recta contra el lateral de la piscina. Sus brazos apoyados a los lados, sobre el borde, con las manos colgando. Para tener la mitad de su torso bajo el agua al ser la parte baja, tenia sus piernas estiradas hacia adelante y juntas.

Alejandra se aproximó y tomó una de sus grandes manos inmóviles, y sin que esta opusiera resistencia la guió hasta su enorme pecho, posándola sobre este, que ahora si, era abarcado casi por completo por la mano que lo cubría.

La mano quedó tan inmóvil como antes.

-¿No quieres probarlo? -preguntó Alejandra.

-Quiero... pero no me atrevo.

-Vamos, atrévete.

Mirando su mano sobre ese pecho enorme, pareció concentrarse, como si estuviese esforzándose en enviar una orden a esa mano, para que se moviese. Demoró un momento en conseguirlo.

-¿Lo ves primo? No pasa nada. Hay confianza -dijo mientras tomaba la otra mano, guiándola como había hecho antes, a su pecho libre.

El pareció dejar la primer mano en piloto automático, y concentrarse en la otra, intentando nuevamente ponerla en marcha.

Alejandra apoyó sus manos esos fuertes y formados hombros. Y mirándolo desde arriba se dejó tocar.

-¿Cómo las sientes primo? ¿Muy duras? ¿Muy pesadas?

-Pesadas -dijo casi ausente -. Agradablemente pesadas.

Ella sonrió a la vez que miró al cielo concentrándose en la sensación provocada por esas potentes manos que la acariciaban tan suavemente.

-¿Y duras? ¿Parecen de plástico?

-No, para nada. Están firmes, turgentes. La piel que deja ver tu bikini no parece tan tensa. Imaginé que estaría a reventar de tensa la piel.

-No, se ha estirado, está firme, pero no tensa.

-¿Toda?

-Sí, toda. Mira -y dicho esto llevo una de sus pequeñas manos y con maestría movió la tela de la bikini revelando su pecho izquierdo por completo.

Ahí estaba lo que temía, un delicioso pecho, redondo, turgente, pesado, firme y coronándolo, un pequeño y rosado pezón, sorprendentemente erecto.

-Prima, que duro lo tienes.

-Yo sí... ¿y tu? ¿la tienes dura? -dijo.

Alejandra apoyó sus manos de nuevo en esos anchos hombros, ayudándose con el equilibrio y pasó una pierna por encima de las de él. Bajó su cuerpo y quedó sentada sobre su pelvis. Montada sobre su pelvis.

-¿Estas duro, primo? -preguntó otra vez.

Y comenzó despacio a mover su cadera, recorriendo su montura en busca de señales de su dureza bajo el bañador. No tardó mucho en dar con un gran abultamiento ahí.

-Ay primo, estas duro.

Y mientras él parecía sostenerle las tetas, no hacía mucho mas, ella, sosteniéndose en sus hombros tensos, se movía encima de su erección, separados por sus bañadores. Lo recorría desde la cabeza hasta los huevos y volvía a subir. La fricción de las telas dificultaba sus movimientos.

Y le molestaba que él no la avanzara.

-Venga joder, ¡sé un hombre! -le dijo mostrando su frustración.

Era un hombre, de esto no tenía dudas. Que Alejandra le exigiese que lo fuera, no lo hacía dudar al respecto. En cambio, sí dudaba de su valor. Tirarse de cabeza dentro de una habitación en llamas no le daba miedo, por lo que hacerlo no era señal de valor.

Eso no contaba. Contaban esas tetas.

No avanzar, haberse quedado inmóvil, no hacer nada, contaba. Y contaba el porqué de no hacer nada. Y no era porque no quisiera hacerlo por estar comprometido con Romina y ser fiel a ese compromiso. Queria tener esas tetas desde que las había visto. Quería tener a Alejandra desde que la había visto. Aun siendo como había sido, plana, sin tetas.

El la quería tener en su cama.

Imaginaba situaciones como esa, cuando se había quedado un fin de semana en varias oportunidades. Se imaginaba que se dirigía por la noche sin despertar a Romina a la habitación de Alejandra, a veces sorprendiéndola mientras se masturbaba en silencio acercándose a su cama sin permiso y sin objeciones, otras encontrándola dormida y procediendo a comerle el coño despertándola con un orgasmo. Imaginaba estar en la cama con su mujer haciendo el amor intensamente, y descubrir ambos a Alejandra desnuda observándolos desde la puerta. Y que era Romina la que la invitaba a pasar y a tener un trió durante toda la noche.

Resultaba que en todas esas ensoñaciones, Alejandra desnuda, tenia apenas dos mesetas con pezones. Esas tetas no habían sido necesarias para lograr tener un orgasmo masturbándose con ella en mente. Ni para correrse dentro de Romina, imaginando que lo hacia en Alejandra.

Era un cobarde.

Quería tenerla, pero no se atrevía.

-Está bien, como quieras -dijo ella, sin muestras de enfado.

Se dirigió a la escalera y salió del agua. Se quitó el bikini y la tanga, desnudándose entera. Así desnuda se acercó a una de las tumbonas, y se montó sobre esta, como había estado montada sobre él.

Sentada con las piernas abiertas, dándole la espalda, se inclinó hacia adelante apoyando sus codos sobre la tela elástica. Su espalda arqueada, su culo en pompa, sus nalgas separadas por la posición de sus piernas, dejaban a la vista su pequeño ano rosado, y sus labios tremendamente hinchados.

Sin decir nada, dejó caer su cabeza y lo miró de costado sonriendo. Desde la piscina, donde aún estaba, la veía un tanto de lado, apreciando todo aquello, y ademas como su enorme teta derecha se apoyaba sobre la tela de la tumbona y se aplanaba, como derramándose por sus lados.

-Primo... ¿en serio? -dijo curiosa.

Bajo el agua su erección no había hecho mas que aumentar. Palpitaba desbocada bajo la tela del bañador. Escuchaba sus latidos en los oídos y la respiración agitada.

Salió del agua de un brinco apoyado sobre el borde, y se irguió rápido, haciendo que el agua que arrastró en su salida, lo recorriese de la cabeza a los pies, arrojando reflejos de la luz del sol, mientras recorrían las curvas de esos músculos torneados.

-Mi valiente... -dijo ella mirando hacia adelante, y acomodando su posición para recibirlo.

El se acercó ya desnudo, ella lo espió para apreciar ese cuerpo que alguna vez había sido objeto de sus orgasmos en soledad. El se dejó mirar.

Aferró esas nalgas suaves, y las separó aun más. La piel alrededor de ese ano rosado y pequeño se tensó. Pero el año se mantuvo sellado. Bajo su boca y lo comió. Su lengua frenética lo estimuló mientras Alejandra estaba tan excitada que temía sufrir un orgasmo con el primer roce que sintiera en su clítoris.

-Ay primo...

Endureció su lengua y comenzó a penetrarle el ano despacio pero sin parecer aceptar una negativa. Alejandra jadeó profundamente al sentirse penetrada por su lengua. Y se vio envuelta en la misma sensación de embriaguez. Esa que a él lo había empujado a salir de la piscina.

Alejandra sintió esa lengua salir y lamerla hacia abajo.

-¡No! No primo, no me lo comas, me harás correr enseguida. Fóllame.

El obedeció. Se puso a horcajadas de la tumbona, con una pierna a cada lado. Las flexionó haciendo descender su cuerpo sobre ese coño enrojecido, abierto, empapado, que latía, y que Alejandra movía exquisitamente controlando esos músculos vaginales.

-Ah... primo... ¿qué tienes ahí? Oh... ¡Que gorda la tienes! Dios... Qué grande...

Habiéndola penetrado, se inclinó hacia adelante sosteniéndose sobre los reposa brazos de la tumbona, quedando sobre ella. Comenzó entonces a mover su cadera rítmicamente, con habilidad, haciéndola sentir el recorrido de su verga de dentro a afuera y nuevamente a dentro. Alejandra era estrecha y eso la hacia sentirlo todavía mas.

-Ay primo me encanta. Me gusta.

-A mi también. Tu coñito estrecho. Me gusta estirarlo, sentir como me aprieta la verga. Tan caliente, tan mojado.

-Sí... soy estrecha primo... ah... y tu tan grueso.

Bajó sus manos, dejando el apoyo de los reposa brazos, apoyando sus codos junto a los de ella, quedando montado literalmente. Ella giró su cabeza a un lado y hacia arriba con los ojos cerrados y la boca abierta.

-Ah... así primo... dámela así... móntame como a una yegua...

-Sí...te monto... ah... ah... te monto...

Ella le lamía la cara, la boca, el cuello desde abajo.

Sus manos se introdujeron bajo su delgado cuerpo, ella elevó la espalda permitiéndole agarrar sus hermosas tetas.

Eso la terminó de excitar.

-AH... SÍ... SÍ... AGÁRRAME LAS TETAS... AH AH AH SÍ!

Se movía debajo de él, enloquecida, su cintura de goma hacía que su culo danzara en todas direcciones, pasando ella a follarle la verga a él dentro de su coño estrecho que bailaba alrededor de ese enorme cilindro que la penetraba.

-Ay prima así... me estás follando desde abajo...

Ella pasó de un movimiento caótico, a un único movimiento de cintura, arriba y abajo que hacía que su coño se retirase y volviese al lugar de antes, cosa que intensifico la sensación de ambos.

-SÍ PRIMO SÍ AH AH TE FOLLO ESA POLLA GRUESA AH ME GUSTA AH PRIMO TOMA TOMA AH AH AH AH AAAAH AAH...

El se derramó dentro de ella acompañando esos gemidos con un bombeo cálido y denso que la inundaba.

Mientras Alejandra arrugaba la tela que forraba la tumbona entre sus dedos, que la aferraban y parecía que no la volverían a soltar, por lo largo que fue su orgasmo.

El sintió a lo largo de toda su verga hinchada, los movimientos de esos músculos vaginales entrenados que Alejandra controlaba con maestría.

Cuando quiso salir de ella, Alejandra le pidió que se la deje morir adentro. Por lo que él se relajo mientras Alejandra continuaba con su demostración de control muscular alrededor de toda su verga.

-Así no se me va a morir nunca...

Alejandra lo miró desde abajo, por encima del hombro sonriendo inocentemente, con parte del pelo sobre sus ojos, mientras arqueaba la espalda, proyectaba así su coño contra él, aumentando la penetración a la vez que movía sus músculos y lo estimulaba.

Pero al final, luego de ese intenso orgasmo, claro que se le quedó dormida, relajada.

Saliendo de ella, mientras ella se giraba quedando de frente a él, le dijo:

-No me las ha chupado. Me hacia ilusión que me las chupases.

-Tienes razón... esas tetas fueron las que nos trajeron a esta tumbona, pero luego pasaron a un segundo plano... Te las puedo comer ahora, pero no tenemos tiempo de otro polvo, Romina puede volver el cualquier momento -dijo mientras se ponía su bañador y le alcanzaba bikini y braga a Alejandra.

-No te preocupes, yo también me he olvidado un poco de mis tetas. Tío, menudo pollón calzas. Si siempre follas así, mi prima tiene suerte la cabrona. Me parece que se lo voy a contar y así te tendré solo para mí.

De la mano de esta simple broma, sintió un escalofrío que recorrió su espalda. Volvieron los temores que lo habían mantenido inmóvil, y supo que haberse follado a Alejandra no fue para nada valentía.

Estaba acojonado, después de todo, las mujeres son mas imprevisibles que el fuego de un incendio.

miércoles, 25 de agosto de 2010

El juego del Escondite

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jueves, 19 de agosto de 2010

Aquella noche de corrupción II

El turno de noche estaba siendo tranquilo. Los pacientes en la planta descansaban, los monitores reflejaban normalidad y el silencio la rodeaba.

Se estaba acostumbrando. Al principio odió trabajar en la guardia nocturna. Sola la mayor parte del tiempo, luego aburrida, pero antes, a veces, asustada. El hospital era enorme, largos pasillos, infinidad de puertas, ahorro energético y poca iluminación.

Se estaba acostumbrando. Realizaba la rutina y luego quedaba a la espera de algún imprevisto. Pero en su experiencia, la muerte por la noche se llevaba a pocos y se los llevaba en calma.

Su soledad era interrumpida únicamente por el médico que estuviera también de guardia, que pasaba en sus 3 rondas y luego ya descansaba esperando a que se lo necesitase. Esta noche compartía esa guardia con el Dr. Torres, quien no era especialmente una buena compañía. Dejaba claro la diferencia entre sus posiciones. No había acercamientos, ni calidez, simplemente el trato necesario requerido entre ambos para hacer el trabajo. Otros médicos eran mas llanos, mas cercanos. Eran personas antes que puestos de trabajo.

Así como siempre, el Dr. Torres se acercaba con paso decidido por el silencioso, vacío y oscuro pasillo, leyendo los informes de los pacientes. Ella desde su mesa veía los 4 pasillos en cruz que confluían en ese ambiente central donde se sentaba.

-Buenas noches, Dr. saludó.

-Buenas noches. -respondió apoyando el codo en el elevado mostrador sin quitar la vista de los informes- ¿Qué tal va la guardia?

-Bien, sin contratiempos. Ya se han realizado todas las rutinas. El paciente de la 408 solicitó algo para poder dormir...

-Sí lo veo en el informe -interrumpió-, lo demás normal.

-Así es.

-Bien, estaré en la sala de descanso, por si me necesita.

Notó como el Dr. Torres había dejado de mirar sus papeles por un breve momento y desde su posición de pié frente a ella, le miró el gran escote que esta noche llevaba. Luego volvió a los papeles. Esto no vino más que a confirmar una vez más que sus nuevos hábitos estaban dando resultados. Había perdido peso, cambiado su estilo de vestir, su peinado. Se estaba cuidando, y se notaba.

Ella iba a responder que gracias, cuando al móvil del Dr. Torres se lo sintió vibrar en su bolsillo. Lo tomo se alejo del mostrador, respondiendo en apagados susurros. Y así se alejó de nuevo por el pasillo. Sin dar las buenas noches, sin despedirse.

Se quedó recordando la mirada del Dr. Torres, directamente clavada en su escote. Se lo imagino en la sala de descanso, solo como ella, recordando esos pechos suaves que no había notado antes que esta enfermera tenía. Lo imaginó recostado en penumbras en el gran sofá, sin zapatos, ni bata. Con un brazo cruzado sobre sus ojos, con la manga de su costosa camisa recogida, el nudo de la corbata flojo, el primer botón del cuello suelto, y su otra mano sobre su plano vientre trabajado. Bajo su brazo, sus ojos cerrados veían esos pechos enormes. Y la imaginación trabajaba abriendo la bata de esa enfermera. Unas veces despacio, dejándola morderse los labios mientras exponía esos pechos a la desnudez, otras de un brutal tirón haciendo volar los botones por todo el ambiente. Y mientras le desnudaba los pechos en diferentes versiones, su fino pantalón se abultaba en la entrepierna...

...Imaginaba ella.

La mano sobre el vientre bajaba despacio hasta ese abultamiento, para examinarlo como buen médico. Lo palpaba, lo presionaba, diagnosticaba su erección. La mano entonces se metió bajo su ropa a la guarida de ese visitante inesperado, conjurado por unos pechos nunca antes tenidos en cuenta, hasta esa noche. Sintió una dureza incontestable, palpitante. Aplicó suaves masajes terapéuticos a la inflamación, lo que solo la empeoró.

Sus ojos aun cerrados en las penumbras, quedaron descubiertos cuando ambas manos se pusieron a desabotonar el pantalón, soltar el cinturón y bajarlo junto con su bóxer de tela, dejando al descubierto una enorme y limpia erección adherida a un par inflados y redondeados
testículos lampiños.

Una mano masajeaba esos testículos mientras la otra masturbaba su erección. Y el Dr. Torres movía su cadera lentamente acompañando imágenes lascivas de la enfermera dulcemente entregada al placer interprofesional.

En su mente el Dr. Torres se derramaba en ella, y en la sala de descanso lo hacía sobre él...

...Imaginaba ella.

Pero eran todas fantasías inesperadas producidas por un evento fortuito. Por una mirada depositada en el lugar preciso y a la vez descubierta con las manos en la masa.

Sintiéndose un poco excitada, pensó que lo mejor sería volver a trabajar. Y fue entonces que notó que el Dr. Torres había olvidado firmar el informe de su paso por la planta. Le hubiera divertido pensar que su inusual descuido se debía al espectáculo de sus pechos enormes compartidos por su generoso escote, pero sin duda se debía al llamado telefónico que había recibido.

Luego de considerarlo, decidió que lo mejor sería ir a buscarlo ahora, ya que luego estaría dormido, y si esperaba más quizá no pudiese encontrarlo antes de que se retirase. Tomó el buscapersonas al que los monitores avisaban sobre emergencias, el informe y se dirigió a la sala de descanso.

Al llegar golpeó despacio, como para advertir de su presencia, para despertarlo si estaba ya descansando, o por si su imaginación no había estado tan equivocada y lo sorprendía en pleno acto masturbatorio.

Pero no estaba allí. Se molestó, ya que allí debería estar por si ella lo necesitase en planta. No tenía al Dr. Torres por irresponsable. Aunque había rumores de un médico que se había vuelto adicto y estaba robando medicamentos, no se sabía quién era el médico y nadie sospechaba del Dr. Torres.

Pero ¿y si se tratase del Dr.? Mal visto, su comportamiento encajaría. No la miró a los ojos porque estaría colocado, con su mente nublada por las drogas olvidó firmar el informe, el llamado a estas horas no sería nada bueno, quizá un camello. Y la mirada a sus tetas, debida a la pérdida de inhibiciones.

Sin darse mucho crédito como detective, siguió buscándolo para que le firme el maldito informe.

Recorrió salas, pasillos, consultas, depósitos, y cuando estaba por salir de su veloz paso por la morgue, escucho voces, muy apagadas para ser de personal de la morgue, que suelen hablar sin preocuparse por molestar a nadie.

Se acercó despacio para ver al Dr. Torres y a otro enfermero, en el momento en el que el Dr. guardaba un frasco pequeño en su bolsillo y se aplicaba una inyección entre los dedos de sus pies descalzos. El boli resbaló de su mano y cayó sin hacer demasiado ruido, pero que en el silencio de la madrugada en la morgue fue como un cañonazo.

Ambos hombres miraron hacia la fuente del ruido y la vieron asomada por la puerta vaivén de doble hoja. Ella estaba estática a causa de lo que vio, dando la oportunidad al enfermero a levantarse rápidamente y meterla hacia adentro.

El enfermero la sacudió del brazo por el que la aferraba a la vez que le preguntaba que mierda hacía allí espiándolos. Ella asustada no decía palabra. Se dejaba sacudir. Sus ojos estaban muy abiertos y su boca cerrada.

Las sacudidas causaron que el botón que sostenía el escote de esos enormes pechos se soltase. Dejó ver el encaje blanco del sostén. Y más piel de esos pechos, a los que los ojos desencajados del enfermero se clavaron.

Ella los miró uno en uno y los vio ya bajo los efectos de las drogas. El enfermero la arrimó a una camilla vacía, que topó contra sus nalgas, y la hizo reclinarse hacia atrás mientras el empuje siguió un poco mas debido a la inercia de las drogas.

El Dr. pareció reaccionar al notar en ella un atisbo de morbo en su mirada, muy muy debajo del miedo que era evidente... y separó al enfermero de ella, que accedió a soltarla y alejarse unos pasos aunque un poco molesto.

-Ana... ¿qué hace aquí? -preguntó drogado pero aun así correcto.

-Lo estaba buscando para que me firmase el informe, no lo hizo.

El Dr. tomó la cartilla de las manos de la enfermera y la llevo a la camilla. Y por un momento parecía que fuese a firmar el informe. Pero dejó olvidada la cartilla y se le acercó de forma intempestiva recorriendo decidido esa corta distancia, mientras proyectaba una mano que se introdujo entre su piel y su sostén y comenzó a manosearle el pecho izquierdo.

Sorprendida no reaccionó, mientras la fuerza con la que el Dr. la manoseaba la movía hacia adelante y atrás.

-No Dr. -llegó a decir.

Pero esa mano había dado con su pezón y se centraba en estimularlo brutalmente. El enfermero testigo de la licencia que se tomaba el Dr. con la enfermera, tomo parte y se arrodilló frente a ella, tomando su bata desde abajo y tirando para abrírsela hacia arriba.

Ahí tenía botones volando por todo el ambiente.

Le destrozó su fina braga y rodeando sus piernas por las rodillas se las abrió de un tiron, que casi la hace caer por lo que apoyo sus manos en la camilla. Un segundo después tenía la cara del enfermero entre sus piernas, y a lengua dentro.

No podía creer lo que le estaba pasando, el Dr. no era tan suave como había imaginado que él imaginaba ser con ella. Era un drogadicto, que las robaba y consumía en el hospital. Y que ahora le arrancaba la ropa que le quedaba.

La lengua del enfermero la penetraba incesante, sentía la saliva en su entrada y como reciclada con sus propios jugos el enfermero luego bebía.

El Dr. le comía el cuello mientras sus manos daban cuenta de sus enormes pechos, de enormes pezones, y de la erección que tenían y no podía evitar que se produjera. Sentía miedo, la estaban violando dos compañeros de trabajo bajo los efectos de las drogas... y sentía morbo, latente, pero ahí estaba... era el que hacía que sus pezones se endurezcan.

De pronto ella y el Dr. se sorprendieron cuando el enfermero cansado ya de penetrarla con su lengua, se incorporó y la hizo girar, dejándola de cara a la camilla, para luego empujarla por la espalda inclinándola sobre la superficie acolchada. La fuerza de la manipulación le hizo vibrar las tetas y las nalgas.

El Dr. dio la vuelta y se detuvo frente a ella. El cinturón que imaginó que el Dr. aflojaba quedó frente a su cara. Vio como al final sí lo aflojaba, bajándose los pantalones revelando una semiereccion que acomodo en la boca sensual que ofrecía cada vez menos resistencia a esas dos voluntades drogadas.

Comió Dr. por delante y comió enfermero por detrás.

Se sentía sucia, puta, baja, y eso alimentaba el morbo que la drogaba. No necesitaba química externa, embotellada en pequeños frascos, toda la química que necesitaba para drogarse, la tenia dentro desde siempre, solo necesitaba que la inyectasen. Y la estaban inyectando.

Aferrándose con sus frágiles manos al borde de la camilla, era aferrada por la cintura por el enfermero que la penetraba despiadado y por la nuca por el Dr. que le daba su grueso miembro por la boca.

Sintió como a esos hombres se les engrosaban los miembros dentro de ella aun más. Estaban por alcanzar el éxtasis en su interior. Los escuchaba acercarse en sus jadeos animales, perdida toda urbanidad, todo civismo, habían vuelto a las cavernas.

Ella sin poder creerlo los iba a acompañar. Sus músculos empezaron a convulsionarse, sus ojos se cerraron muy fuerte, sus dedos se hundieron en la camilla acolchada, su postura cambio, elevando su cadera y arqueando su espalda para recibir al enfermero aun mas profundo, para sentirlo derramarse mas adentro, su lengua enloqueció alrededor del Dr. y así tuvo su orgasmo empujando a esos dos hombres a tenerlo con ella. Recibiéndolos a la vez.

Un momento después salían de ella despreocupados, sin preguntar como estaba ni si le había gustado. Aunque era evidente que sí, si no lo preguntaron no fue por esto, si no porque realmente no les interesaba.

A una puta no se le pregunta si le gustó.

Porque eso era lo que siempre había sido. Muy adentro, y muy adentro tuvieron que derramarse en ella para sacar esa puta a la luz. El Dr. y el enfermero eran unos drogadictos, sí.

Pero aquella noche cada uno tuvo su causa por la cual se corrompió.

viernes, 13 de agosto de 2010

Tu Precio - Sensuales Eufemismos


Siempre algo nuevo, siempre desafíos diferentes que hacen aún más interesante alcanzar ese premio que ya es mío por derecho, pero que voluntariamente cedo para intentar recuperar, una y otra vez.

Tu imaginación no tiene límites, mujer de amplios recursos, de vacíos tabúes. Soy una víctima gustosa de tu creativa tiranía. Nuestra relación jamás fue calma. Desde el principio dejaste tus condiciones claras, no hubo letra pequeña. Arriesgué y me entregué, y confirmé que quien no arriesga no gana.

Has puesto a prueba mi resistencia, mi tenacidad, mi voluntad de conquistar una y otra vez ese objeto que eres tú. Y el placer que generosa me proporcionas cuando lo consigo, entregándome tu cuerpo a mis mas oscuros deseos.

Tienes siempre un precio y siempre estoy dispuesto a pagarlo.

Aquella noche en la que me hiciste salir vestido de mujer y pasearnos por el centro de la ciudad y al volver en la cama tu tuviste actitud de hombre.

Cuando usaste cera caliente sobre mi cuerpo sin que tuviese yo que emitir sonido mientras lo hacías y luego la quitaste toda, derritiendola con el calor que brotaba de entre tus piernas.

La vez que para tenerte una semana sin desafíos tuve que hacerte el amor 15 veces la misma noche y luego no tuvimos energías ni para tomar una ducha.

Cuando me obligaste a mirar como le hacías el amor a aquella hermosa joven del exclusivo servicio de acompañantes, sin tener una erección para poder participar y luego filmarnos mientras tuvimos aquel trío mezcla de kamasutra y clase de yoga.

Aquel trío con el hombre bisexual, por quien tuve que dejarme dar una felación mientras te penetraba, para luego terminar en vuestras bocas y que luego tuve que hacerte el amor tan duro, tan fuerte, dándote placer y dolor a la vez, para reafirmarme que seguía siendo tu macho.

Cuando tuve que retratar tu cuerpo desnudo y que el retrato fuera de tu agrado y luego pintamos nuestros cuerpos al óleo mientras uno tenía debajo al otro.

La noche en la que me hiciste tener cibersexo con una desconocida mientras nos observabas y luego le regalamos una sesión de sexo en vivo mientras ella se masturbaba y nos ordenaba qué hacernos hasta que no pudo evitar terminar gritando con sus manos reemplazándonos.

Todas estas experiencias merecen un espacio, pero esto que me has impuesto, lo necesita.

Relatarte lo que haré cuando consiga cumplir este mandato, mediante sensuales eufemismos. Y eso haré.

Porque esta nueva condena, dará paso a la libertad de mi lascivia, una vez cumplida. Seré el amo de quién poco antes fue mi jueza y carcelera. Dominaré tu voluntad con hilos de perversión. Serás mi marioneta bailando el ritmo que mis manos te impongan.

Recorreré la cascada de tu pelo, susurrando en mi camino sucios conjuros que te llegan y cautivan, provocando reacciones sísmicas en la geografía de tu cuerpo.

La luz de tus ojos se nublará en cuanto la embriaguez del placer que proporciono haga que me miren entreabiertos.

Tu voluntad, antes férrea, indeclinable para hacerme cumplir condena, ahora es masilla que moldeo a mi antojo.

Tu rostro mira el cielo de tu cuarto, como dedicando una plegaria que escucho y atiendo con mis labios recorriendo el pilar suave de tu cuello.

Nuestras bocas se encuentran y unen en una conversación muda de palabras, moviéndose en una mímica de tenues gemidos ahogados mientras nuestras lenguas se visitan e invitan a recorrer sus aposentos, pero torpemente, topándose una y otra vez consigo mismas.

Mis manos buscan regiones cercanas y estratégicas en esta batalla que libramos y que he ganado desde el principio. Encuentran firmeza de los montes en tu pecho. Coronados por rosados y duros altares de piedra a los que llevo la ofrenda de mis dientes. La tensión superficial provocada por las ofrendas arquean los muelles de tu espalda que proyecta implacables tus montes a mi boca.

El coro de ángeles que escapa de tu boca, dedica armoniosos gemidos celebrando mis ofrendas.

Continúo el recorrido rodeándote entera, guiado por una brújula lasciva que me indica el camino, pero no el mas corto ni el mas rápido. Me lleva despacio, por lugares que no están en linea recta con mi destino y me obligan a tomar desvíos y a volver sobre mis pasos.

La hondonada de tus nalgas esconden en sus profundidades la entrada a otro tipo de placer, más animal, más perverso, más visceral. Desciendo las laderas deslizándome en mi lengua, hasta el valle donde encuentro esa entrada, y la recorro áspera al principio, pero laxa y húmeda tras pocas vueltas. La dejo atrás sabiendo que hoy será donde culmine mi viaje, con promesas de atenciones y placeres.

Alcanzo la infinidad de tus piernas, esculpidas columnas de sensual belleza. Las acaricio como un admirador ensimismado ante la obra de arte de su artista fetiche. Rindiendo pleitesía a esos objetos de culto, que si no fuese una herejía, ya tendrían su propia religión pagana. Las beso considerándome indigno, postrándome ante ellas, rogando a ese dios pagano que obre el milagro de su apertura, de su separación. El milagro de dividir las aguas, de liberar ese caudal de deseo que se contiene dentro tuyo.

Y el milagro se produce, se abren, se separan. Me siento alcanzado por el poder que se escondía tras ellas. Ese calor sobrenatural que me abrasa despiadado. Y que tiene origen en ese deliciosos irresistible capullo arrugado. Lo despierto entre caricias delicadas , susurros cercanos y pequeños besos. No pasa mucho tiempo hasta que lo veo desplegar sus rosados y húmedos pétalos.

No pasa mucho tiempo hasta que envío mi lengua a tus profundidades.

Tu cuerpo cobra vida, como poseído por mi lengua, que te maneja desde tu interior. Eres esa marioneta controlada por hilos de perversión.

Como enamorada de estas palabras, le haces el amor a mis labios. Pero no te permito terminar porque decidido me retiro. Pero un momento, como el cambio de turnos de los obreros. Sale uno y entra otro. El amo.

Entra. Sin pre aviso, sin cuidado, como dueño por su casa. Clavo mi bandera, reclamo tu territorio para mi Corona. Lo reclamo muchas veces. Y muchas veces capitulas.

Conquistador.

Señor de tu cuerpo, recorro mis dominios, a lomos de mi purasangre. Te cabalgo salvaje. Te dejas cabalgar.

Y retorno vencedor al valle de tus nalgas a dejar en esa cueva enterrado mi tesoro. Cavo en ti, con mi taladro percutor, profundizando el hoyo donde depositarlo. Te percuto y percuto. Hasta que la percusión da paso a el espasmódico procedimiento de depositarte mi tesoro. Son siete las partes que lo componen. Siete animales bombeos de lava ardiente.

Más allá de las montañas, escuche el eco de tu orgasmo.

domingo, 3 de enero de 2010

La semental


La consulta del veterinario no era un lugar al que hubiese ido muchas veces, sus tierras las tenía dedicadas a la agricultura, no a la ganadería.

-Claro -dijo el viejo vestido con delantal de médico, mirándola tras sus gafas y tras los papeles que estudiaba hace un momento-, estos papeles certifican que es un animal de estirpe. Tiene abuelos y padres campeones. Puedes tenerlo para reproducción, ya tiene edad, vamos, que tiene la edad justa.

-¿Se pagan bien los servicios? Es que esta cosecha no ha ido del todo bien este año, poca lluvia.

-Si, se pagan muy bien, pero debes encontrar al que esté dispuesto a pagarlo. Si quieres puedo hacer unas llamadas, tengo colegas en la capital, ellos puede que conozcan a alguien, aquí en la región te adelanto que no encontrarás a nadie que necesite servicios de semejante calidad para sus yeguas.

-Sí, por favor, hazlo.

-Bien, haré copia de los papeles y hablaré con esos contactos. Ya hablaremos nosotros luego de mi comisión.

Vaya, pensó ella, después de todo no ha sido un buen año para nadie.

La región estaba mayormente poblada por granjas, más grandes o más chicas. La suya era de las que quedaban en medio. Heredada de su abuelo, la había recibido y empezado a trabajar junto a los empleados que había heredado con la granja. Estos habían temido que ella quisiera venderla, ya que no se imaginaban a una mujer de ciudad moviéndose a una granja. Ella tampoco, pero tras estar un tiempo allí, con la idea de organizar los papeles, se había enamorado de ese estilo de vida. Y los empleados habían respondido con lealtad, como lo habían hecho con su abuelo, pero además con agradecimiento por ver continuado su medio de vida.

El potrillo que por entonces era Hidalgo, nombrado así por una película de aquella época, no se imaginó que se convertiría en una posible salvación. Pero al parecer iba a ser así, y de casualidad, ya que esos papeles del caballo no los había visto en un principio, ya que no los había entendido. Luego ya mas inmersa en aquel mundo, se volvió a cruzar con ellos buscando papeles para el banco donde pediría su ampliación del crédito. Entonces sí comprendió, un poco más lo que vio, lo comprendió lo justo como para traerlo al veterinario para que los verifique.

No pasó mucho tiempo hasta que recibió una llamada del veterinario, que había dado con un interesado en un servicio para su yegua, un criador afamado de la capital. Al parecer vendía caballos al extranjero y estaba buscando siempre mejorar su estirpe. Las tarifas, condiciones y comisiones ya habían sido arregladas, y a ella le pareció bien, por ser el primero, y por no tener idea de ese mercado, lo importante era empezar. Una de las condiciones era que vendría alguien del criadero para conocer a Hidalgo.

Una semana después el representante del criadero estaba allí. Se presentó y desde el primer momento se mostró envuelto en un aire de superioridad, tanto de conocimientos como económica. Su ropa y su coche lo dejaban claro. Su aspecto físico sin embargo y sus modos lo volvían para ella una persona desagradable.

Cerró su visita con un apretón de manos, y una mueca que parecía una sonrisa, pero con una mirada que la desnudaba, la tiraba sobre el suelo sucio del establo, le abría las piernas y la follaba sin prestar atención a sus necesidades, solo la follaba para su propia y despreciable corrida. Ella soltó incómoda el apretón de aquella mano húmeda de sudor, cuando ya no pudo aguantarlo más, retirando su mirada y alejándose un poco, con la excusa de ir a palmear a Hidalgo.

-Bien María, ya tendrá noticias mías para organizar el encuentro. Encantado de hacer... negocios... con Ud.

-Claro Sr. Garrido, tiene mi número.

Esa noche, sola en la cama recordó la mirada del Sr. Garrido, y como se había sentido en ese momento ante su presencia, pero ahora, bajo las pesadas mantas, en la oscuridad, se permitió fantasear con esa situación. Se imagino en ese establo con un hombre como aquel, a solas, con ese halo de superioridad y desprecio y a la vez aquel deseo de poseerla para su propio placer. Ella quieta y temerosa del poder de aquel hombre que en su fantasía podía someterla, dejándose manosear por sobre la ropa, sintiendo las fofas manos de ese gordo desagradable que ahora era el Sr. Garrido en su imaginación. La tocaba y le decía palabras obscenas, sucias, mientras sentía su aliento, mientras veía su lengua fofa también, lamiendo esos labios fofos, sobre su fofa papada. Se dejó arrancar la ropa violentamente, casi desestabilizándola, dejándola desnuda y aun más indefensa.

En su cama estaba boca abajo con una mano entre su pelvis y el colchón y otra entre su pecho izquierdo y el colchón. Ambas estimulaban sus zonas más erogenas, el clítoris, inflamado y palpitante, y su pezon izquierdo, suave en su aspereza y duro como una roca pequeña. La pelvis se movía mientras se follaba su mano.

El gordo se había bajado a medias los pantalones, y asomado su polla corta y gorda por entre la apertura de su calzón de tela demasiado grande. Los faldondes de su camisa aportaban al efecto, su corbata a un lado, aun con el saco puesto. La tenia contra la cerca del corral que le llegaba a la cintura, doblada por encima, con las piernas abiertas, forzando la penetración, sin esperar a que se humedezca del todo. Así ella veía las piernas fofas y blancas del gordo Sr. Garrido, peludas y con las medias hasta un poco más abajo de las rodillas, y sus caros zapatos. Se imaginó la penetración y como se la follaba solo para él mismo. Su coño prieto y no muy húmedo no era mas que una paja para el gordo fofo que la poseía. La hacía su objeto, la follaba sin esperarla y se le corría un poco dentro un poco fuera, en la nalga derecha.

Bajo las ropas de cama boca abajo la erotizó sentirse sucia, poseída y utilizada así por alguien tan desagradable que se corrió. No mucho, pero tampoco como para no disfrutarlo.

Cuándo unas semanas después la llamó el Sr. Garrido para concretar el traslado de la yegua, agradeció haberlo cambiado por aquel otro Sr. Garrido, el gordo fofo ya que verlo de nuevo no hubiese sido agradable de haberlo utilizado para su masturbación tal como era.

El día acordado vio llegar la lujosa camioneta con el transporte de caballos, pero se sorprendió al no ver al Sr. Garrido, sino a un hombre distinto, muy distinto.

-Hola, ¿Sra María? -preguntó.

-María. ¿Ud. es?

-Christian, Chris. Soy el encargado de las yeguas.

-Hola Chris, pensé que vendrías con el Sr. Garrido.

El hombre rió ante la idea de Garrido haciendo el trabajo sucio.

-No, no. Garrido no. Ya verás de que va lo que hago... y verás porqué no ha venido Garrido.

Mientras se explicaba, procedía a bajar a la yegua del transporte.

-Esta es Cleo.

Era una yegua hermosa, negra azabache, brillante con unas crines mas cuidadas que su propio cabello.

-¡Es hermosa! -dijo-. Hola Cleopatra.

-Solo Cleo, aunque todos creen que va de diminutivo de Cleopatra.

La llevaron al establo y la acomodaron en un corral en frente de Hidalgo.

-Bueno -dijo ella-, podemos ir al hostal del pueblo, o puedes acomodarte entre los empleados, hay alguna habitación libre en la casa más allá del casco.

-No hace falta, me quedo aquí en el establo, con Cleo.

-¿Cómo? ¿Cómo en el establo?

-Sí, aquí hay lo que necesito. No te preocupes.

Dejó de hacerlo tras insistir y recibir siempre la misma respuesta. Si quería quedarse allí, entonces bien. Tenía la habitación en la parte de arriba, con luz,, servicio y ducha. Pero no era nada comparado con una habitación.

Aquella noche, bajo sus ropas de cama, en su imaginación Chris había elegido esa habitación en lugar del establo. Y ella jugaba a ser Cleo... y el a ser su Hidalgo. Volvía a dejarse, pero esta vez el erotismo no se lo provocó sentirse sucia y utilizada, sino aquel cuerpo fornido y fibroso y fuerte que la trataba con tal delicadeza.

No llegó al orgasmo, prefirió levantarse e ir a ver si Chris estaba bien en el establo.

Al entrar vio a Chris con Cleo. Y vio que tenia puesto en su mano derecha un guante que le llegaba hasta el hombro. Y vio cuando metió su mano en el coño de Cleo, casi hasta el hombro. Y como la yegua levantaba su sedosa cola dejándose penetrar por Chris.

El la vio y le sonrió.

-Conozco a una que está lista para la movida -dijo quitandose el guante pringoso.

Ella se acercó mientras el los juntaba en el mismo corral. Acarreaba la excitación.

-¿Estás bien en el establo?

-Si claro, ahora que están juntos ya los dejo para que se conozcan esta noche y mañana ya los emparejamos.

El se encaminó a la escalera y ella lo seguía.

-Hidalgo es un hermoso ejemplar, sus papeles me impresionaron. Aunque no tanto como su dueña, la verdad.

-Bésame

El se quedó paralizado por la sorpresa. Siempre había trabajado con animales, desde muy joven, en el campo. Su jefe criaba esos caballos y los vendía desde sus oficinas de la capital, pero él era un hombre de campo. Y como tal no había tenido mucho roce con mujeres, y menos con aquellas que tomen iniciativa, a eso sí que no estaba acostumbrado. Y ella lo notó en cuanto se dirigió hacia ella titubeante a besarla y lo hizo torpemente.

-Dame lengua -le dijo.

El volvió a acercarse y lo hizo. Ella la recibió en su boca, la succionó, se la acarició con la suya, se la chupo saboreando su saliva.

-Tócame las tetas.

Sus manos grandes y fuertes, se posaron delicadas sobre sus pechos, desnudos bajo la camisa. Y los apretaron inseguras.

-Arráncame la camisa.

Desabotonó el primer botón que era uno de los del medio.

-Arráncamela coño.

El la miró con dudas y con dudas aplicó más fuerza de la necesaria arrancándole los botones y sacudiéndola en el proceso. Sus tetas se bambolearon grandes y pulposas, con sus pezones hacía rato endurecidos.

-Chupamelas.

El bajó hacia ellas y las lamió. Succionó sus pezones, como si esperase beber de ellos. A ella le dolió un poco, pero la excitó su inexperiencia.

-Quítate la camisa.

El se alejó un poco y se desabotonó la suya. Al quitársela dejo ver un torso torneado por los años de trabajo físico en el campo y una genética que lo había beneficiado.

-Dame tus pezones.

El se acercó a ella y le acercó su pecho a la boca, mientras ella se los lamía y acariciaba.

-Dejame ver tu polla y tus huevos.

El se mostró dubitativo, algo incomodo. Ella había notado que no tenía una erección, no al menos completa.

-Bájate los pantalones.

Así lo hizo. Y ella vio esa polla, no erecta, pero ya con signos de inflamación. Estaba en ese estado previo a la erección cuando tiene un tamaño interesante, lejano al que tendrá erecta, pero se mantiene flexible, maleable.

Se arrodilló frente a esa polla semierecta.

-Apoya un pie en mi hombro.

El no comprendió, pero lo hizo. Obedeció. Al hacerlo sus huevos y su polla quedaron colgando y ella acomodó su boca bajo ellos, la abrió y lo comenzó a lamer mientras el conjunto se bamboleaba. Luego se metió los grandes huevos en la boca y los ensalivó. Y por último tomó ese miembro antes de que se erecte, para meterselo en la boca y sentirlo crecer ahí dentro por las caricias de su lengua.

Ella se puso en pie.

-Bájame los pantalones.

El se arrodillo ahora frente a ella, y le quitó lo que le quedaba de ropa. Solo llevaban medias y tenis.

-Chúpame el coño.

Ella separó las piernas y adelantó la cadera, juntando las nalgas y ofreciendole sus labios mojados, inflamados, abiertos. El sacó la lengua y se los acarició, pero ella quería más y el no sabía como. Ella adelantó sus manos y lo tomó por la nuca y lo apretó contra su coño anhelante, mientras movía su cadera frotándoselo en la boca.

-Así -decía ella-, así... ah... te follo la boca... mmm así.

El le apoyaba las manos en los fuertes muslos tensos y se dejaba follar la boca. Ella antes de correrse, lo apartó y se giró, inclinándose y abriendo sus nalgas revelando un delicado ano de un suave color rosado. También veía sus labios separados.

-Chúpame el culo.

El se acercó demasiado dubitativo para el estado que ella tenía, por lo que volvió a estirarse y tomarlo de los pelos, y a clavárselo en el ano. Movía su culo sobre su cara. Y jadeaba sintiendo la lengua frotándole el ano. El la volvió a tomar por sus muslos suaves y fuertes, y ella mantuvo la mano en su pelo, y la otra apoyada en la áspera columna de madera delante de ella.

-Méteme dos dedos en el coño, fóllamelo.

El dejo uno de los muslos y le introdujo 2 gruesos dedos hasta el fondo. Y ella se movía con la lengua lamiéndole el culo y los dedos penetrándola y follandola. Su mano en la columna fue a su pezón izquierdo y comenzó a correrse sin control. El cuando la escuchó gemir de esa forma amagó a detenerse.

-¡NO! ¡NO TE DETENGAS!

El retomó las lamidas y la penetración hasta que ella dejo de gritarle que él era su puta. Hasta que sintió su denso y ardiente flujo derramarse entre sus dedos. Hasta que dejó de sentir los espasmos orgásmicos en ese delicioso ano.

El se puso en pié y se alejo un paso, muy erecto, sin saber qué hacer a continuación.

-Puta -le dijo ella.

El no dijo nada.

-Date la vuelta puta.

El se dio la vuelta. Ella se le acercó por detrás. Le puso una mano en la pelvis y otra en un omóplato. La mano en la pelvis la llevo hacia ella y la del hombro hacia el, haciéndolo inclinarse. El se dejó inclinar.

-Ábreme tu culo puta.

El la miraba por encima del hombro, inclinado, mientras se abría el culo. Así, ella vio su ano de hombre, y como sus huevos colgaban en su saco de piel que nacía en su ano. Y esa polla gruesa y dura apuntando hacia abajo. Se acercó y le lamió el ano mientras con una mano le masajeaba los huevos y con la otra la polla. Chupándole el culo, y manoseandole los grandes huevos, le ordeñaba la polla con esos movimientos ascendentes y descendentes.

El flexionó sus poderosas piernas y arqueo la potente espalda para entregarle mas de su ano, sus huevos y su polla allí donde ella lo poseía de esa forma.

-Gime puta.

Obedeciendo, él empezó a hacerlo, a respirar de forma pesada al principio para luego ya responder con gemidos a los estímulos que ella le aplicaba. La polla enorme, empezaba a tener sus venas resaltadas.

-Ábreme más tu culo puta.

El aferro sus nalgas y las separó con fuerza, hundiendo sus fuertes dedos en esas nalgas carnosas y firmes. Ella subió la mano de los huevos y lo penetró con el dedo indice. El gimió más y la miró con sus ojos entreabiertos por encima del hombro. Ahora su boca fue a comerle los huevos. Mas gemidos de su puta.

-Quiero tu leche. Dámela puta, venga.

Ella aceleró la paja, la velocidad con que lo penetraba y la succión de los huevos. Y el no tardó en correrse. Levantó la cabeza con su boca abierta dejando escapar un gran jadeo animal, su espalda se puso rígida, los músculos de todo su cuerpo se tensaron, todo su mundo, todo este mundo en el que se había convertido en la puta de María, en el que María lo poseía y lo utilizaba, se detuvo un momento. El momento que demoró en que toda esa tensión de las fibras musculares de concentrase en el músculo de su verga inmensa. Tras lo cual, liberó esa presión acumulada de golpe, en 8 bombeos de leche caliente y densa, 8 bombeos de mayor a menor, 8 bombeos gruesos, 8 que ella sintió en su mano, que aferraba esa polla, 8 intensos bombeos tras los cuales, ese cuerpo musculoso, se relajo, pasando te roca, a gelatina.

Ella lo soltó delicadamente, se puso en pie juntando su ropa, y se alejó sin decirle nada más por esa noche.

Al día siguiente, se despertó de muy buen humor, satisfecha por la experiencia de la noche anterior completamente nueva para ella, y claro, también para él. Su inexperiencia lo había excitado y ella se había dejado llevar. Someterlo la había excitado y se había dejado llevar. Que el se dejase llevar, la había excitado y ella se había dejado llevar.

Preparó el desayuno, para dos, y bajó a buscarlo.

Vió que para él aquello había sido demasiado. Hidalgo había servido a Cleo durante la noche.

Lo supo por la nota clavada en la columna.

Ocultos a la vista


La reunión en la oficina se había demorado demasiado. Las videoconferencias con Tokio son por sí mismas tardías por la diferencia horaria, pero además esta vez se había alargado por la discusión de los términos uso sobre los cuales no había consenso con el cliente.

Los hombres con sus camisas arrugadas y corbatas flojas dejaban ver lo dura de la jornada. Las mujeres en cambio se las veía mas enteras. Y a ella en particular, se la veía deliciosa. Al menos eso pensaba él. La deseaba, pero nunca sería capaz de decírselo. Miriam estaba a punto de casarse, él conocía a su prometido y era un buen tío. Aún así no podía evitar enviar constantemente muy sutiles señales no verbales de ese deseo.

Si algo bueno había salido de la extensa y agotadora reunión es que ellos habían sido los últimos en salir. Y ahora salían del edificio de oficinas, a una calle desierta y bien iluminada.

-Vaya movida con los japoneses -Comentó él.

-Terrible, en un momento pensé que íbamos a terminar pidiendo el desayuno.

-Jaja sí... -Miró a ambos lados de desierta calle -Parece que se han llevado todos los taxis.

-Eso parece -Dijo ella.

-Voy a llamar a un radio taxi -Él sacó su móvil y se apartó unos pasos, luego de un momento se acercó. -Dicen que ahora mismo están todos ocupados. Podemos esperar 20 a 30 minutos o ir hasta la avenida, 10 calles desde aquí, que hay una parada, y puede que alguno pase por ahí antes.

-Uhmm... dame un momento que hago un llamado. -Dijo ella y se alejó unos pasos.

El siguió mirando hacia la esquina más próxima.

-Vale, vayamos a la parada de taxis.

-Venga.

Se dirigieron hacia allí. Unas calles más abajo, notaron como la iluminación perdía calidad a medida que se habían alejado de la zona de oficinas. Hasta que llegasen a la avenida, deberían ir por calles secundarias que no tenían evidentemente el mismo presupuesto del ayuntamiento para adecuarlas al transito nocturno de peatones.

El percibió como ella se sentía algo incómoda, atemorizada quizá, cuando se aproximó a él de una forma imperceptible para cualquiera que no la deseara como la deseaba él. Pero él sí se dio cuenta.

Unas calles más abajo, torcieron a la derecha y recorrieron unos pasos cuando los sobresaltó una voz que venía desde atrás. Giraron sobresaltados y a unos 20 metros vieron a 4 hombres caminando en su dirección.

-Ey! Hola! -Dijo uno de ellos, aunque no pudieron determinar cual.

Ellos no respondieron, él la aferró del brazo y la obligó a ponerse en marcha. A lo poco de reanudar la marcha, apretaron el paso. Mientras caminaban apresurados, iban echando miradas hacia atrás por encima de sus hombros. Aquellas personas seguían caminando detrás de ellos, a unos 30 metros. Pero ahí estaban. Él hizo una serie de giros en esquinas de forma aleatoria y comprobaron que sin duda los estaban siguiendo.

-Nos están siguiendo -Dijo ella y a él le pareció calmada. Manejo de crisis quizá... los ejecutivos suelen tener esa habilidad para mantener el tipo en momentos de cáos.

-Sí. ¿Qué calzado llevas?

-¿Cómo?

-¿Llevas tacones?

-No, unos zapatos sin tacos.

-¿Podrías correr con ellos?

-¿Correr? ¿Cómo que correr?

-No quiero averiguar porqué nos están siguiendo. Y dado que de momento mantenemos la ventaja de casi medio bloque de distancia, mejor intentarlo ahora, que cuando ellos decidan hacerlo y nos quiten mas de la mitad de esa ventaja. ¿Qué opinas?

-Bien pensado... y sí, puedo correr.

-La avenida está a nuestra izquierda, a unas 8 calles aproximadamente, pero no se si podremos mantener la distancia en una carrera de mas de 500 metros con gente que va en zapatillas.

-¿Y qué propones, escondernos? -Preguntó ella.

-Propongo que corramos como locos y me parece bien sí, escondernos si vemos la oportunidad.

Ella inspiró hondo un par de veces, mientras se cruzaba la cinta de la cartera que antes colgaba de su hombro.

-Cuando tú digas -Dijo ella.

-Ahora.

Arrancaron de pronto a correr como dos desquiciados, en un esprint frenético. Detrás, el grupo tardó en reaccionar y empezar a correr tras ellos. Puede que el alcohol y la marihuana tuviesen algo que ver.

Así con la sorpresa y la reacción tardía, obtuvieron aun más ventaja. Al girar en la siguiente calle, se encontraron con una calle aún más oscura. A mitad de calle, dieron con un pasillo que se metía hacia adentro en una callejuela sin salida. Entraron en contra de lo que sugiere el sentido común y fueron envueltos por mayor oscuridad. Unos contenedores y cajas de cartón se amontonaban a un lado, y en un intento por volverse invisibles se ocultaron entre los contenedores y bajo cartones, sentados uno junto al otro.

Entre acallados jadeos el pudo finalmente hablar.

-Vale... vale... no... hagamos... ruido.

Ella no contestó aun intentando recuperar el aliento. Al rato lo recuperó. Siempre hablando entre susurros mínimos.

-Tengo miedo.

-No temas, aquí no pueden encontrarnos. -Pero no estaba tan seguro como sonaba -Aunque el olor puede que nos haga salir de aquí sin importar que estén por aquí.

-Ufff! Sí, pero déjame intentar solucionarlo -Usó sus manos entre la total oscuridad del escondite tanteando su cartera rebuscando entre las demasiadas cosas que allí guardaba-. Aquí está -Y atomizó dos veces su perfume en el espacio que los rodeaba -. ¿Mejor?

-Mmm sí, mucho. Siempre me gustó mucho este perfume. Tu perfume. Como se combina con tu piel -Y a tientas busco hasta dar con su mano y subió hasta el hombro. Acercó su rostro e inspiró. Delicioso.

-Lucas...

-Shh... no hagas ruido, que pueden encontrarnos... -Dijo y ahora acercó su rostro a su cuello y volvió a inspirar. En la oscuridad total sus otros sentidos se profundizaban, se concentraban.

El creyó percibir que ella giraba su cabeza ampliando la zona del cuello de la que él inspiraba. Sin ceder a sus inhibiciones, llevo una mano al hombro que nacía al final de ese cuello, y deslizó el bretel de su vestido hacia abajo.

-No hagas ruido -susurró a su oído -, bajé tu bretel porque no quiero que la tela se interponga entre tu piel y mis besos...

Ella no contestó, haciendo caso de su sugerencia. El acercó su boca a donde intuía que estaba ese hombro sensual, de piel suave, cálida... y lo encontró. Confirmó que la piel de ese hombro era como la había imaginado. Luego de besar la base de su cuello, y haber bajado por su hombro... Siguió su brazo, acariciándolo con su mano hasta dar con la tela fláccida del bretel, caído sobre su antebrazo. Suavemente libró ese brazo del indiferente abrazo del vestido.

-No hagas ruido, quito el bretel porque quiero besarte hasta tus manos, sin interrupciones en las sensaciones que me da besarte la piel...

Ella volvió a atender su pedido y no hizo ruido alguno.

Sus labios recorrían ese brazo, privado por completo del sentido de la vista. Mientras la otra mano encontraba el otro hombro y lo despojaba del vestido como había pasado con el anterior.

Manos que seguían los contornos de su escultural cuerpo la fueron desnudando en la total oscuridad, despacio, sin prisas, en silencio, como en un mundo apartado del mundo. Como en un sueño en el que solo existían sensaciones, y no había nada mas. Ella se dejó desnudar, se dejó besar, se dejó acariciar, se dejó lamer, se dejó guiar su mano hacia la caliente forma erecta que palpitaba en su mano como si estuviese viva.

Ambos experimentaron sensaciones diferentes a lo largo de aquel encuentro oculto a la vista de sus perseguidores y oculto también a su propia vista.

El estaba siendo activo, y ella era pasiva. El la acariciaba, la besaba, la lamía. Ella sentía sus caricias, sus besos, su lengua.

En sus mentes un sentido de la vista funcionaba a partir de lo que aportaban sus otros sentidos.

El había estado dibujando en su mente el cuerpo desnudo de Miriam, pintándolo con sus labios, con sus manos. Lo cual le provocaba placer, placer al pintarlo, placer al ver como se dibujaba.

Ella, en cambio, veía esas relampagueantes imágenes oscuras. De pronto veía uno de sus pezones acariciado por una húmeda lengua, de pronto veía su entrepierna tomada por una mano firme que la masajeaba. El placer era mucho más intenso. La privación de la vista, el riesgo de la situación, lo prohibido de entregase a otro hombre a punto de casarse.

El la recostó sobre una cama de cartones, siguió las líneas de sus nalgas, sintiendo su firmeza y las separó.

Ella tuvo una explosión de placer cuando vio su ano lamido fervientemente por una lengua ávida de penetrarselo. La explosión se repitió y vio a esa lengua entrando, venciendo la poca resistencia que su caliente ano le ofrecía.

El subió sus manos a lo largo de la línea de sus muslos, elevando unas piernas invisibles pero con peso, y tacto, tomándolas por debajo de las rodillas y llevandolas hacia donde ella tenia sus pechos, esos firmes y grandes pechos, a los que imaginaba inocentemente blancos, con unos preciosos pezones rosados, de los que solo sabía que tan duros estaban y que suavemente ásperos resultan al tacto de su lengua.

Ella vio sus labios exteriores tomados por dedos expertos, separados sutilmente. Vió sus labios interiores cuando el fresco aire los alcanzó al quedar expuestos con su humedad. La explosion acompaño la imagen que se formaba en su cabeza cuando esa lengua deliciosa acarició de forma circular el agujero de su coño, sin penetrarselo. Esa lengua le recorrió ese borde dando infinitas vueltas generando más y más placer en cada circulo descrito.

El recibía el olor y el sabor de ese sexo invisible. Recibía el calor y la suavidad de ese sexo que no estaba ahí. Pero aunque no estuviese ahí no dejaría de penetrarlo con su lengua. Poniéndola dura la introdujo y su mente fue invadida por el sabor eléctrico del sabor de la excitación de una mujer.

Ella  vio los contornos de su agujero y el interior de su coño, al sentir la explosión de esa penetración lingual, y como esa lengua, aunque corta en su penetración, le alcanzaba todas sus paredes y aportaba deliciosas sensaciones de estar siendo penetrada.

El bebió esos jugos cálidos que manaban de una vertiente que no veía, pero que su lengua recibía. Retiró la lengua y bajó una mano e introdujo el dedo indice allí donde había estado su lengua.

Ella vio sus muslos interiores a medida que sentía como sus fluidos y su saliva se derramaban de su interior sobre ellos, descendiendo lentamente. Y vio de pronto el interior de su coño, cuando un dedo se introdujo en ella y comenzó a frotar su interior.

El dobló ese dedo hacia arriba buscando esa zona rugosa del interior de ese coño que lo retenía, ese punto G, a la vez que acercó el dedo pulgar y comenzó a estimular ese clítoris hinchado y caliente que palpitaba bajo su tacto.

Ella vio los ásperos cartones en su espalda cuando se arqueo por la explosión de placer que la tomó por sorpresa, al ver su punto G y su clítoris flotando en su mente en medio de una nada oscura, flotando ahí como habían estado flotando todas las imágenes que se habían presentado a partir de las sensaciones que le provocaban. Su boca se abrió anónima, y dejó escapar un jadeo sordo, sus ojos se abrieron mucho sin que captaran nada en esa completa y excitante oscuridad.

El recorrió con la lengua el camino desde el clítoris hasta sus pezones, atravesando un espasmódico vientre víctima de las sensaciones. Su lengua alcanzó esas piedrecillas calientes y las sorbió como si pudieran darle de beber. Las mordió y lamió.

Ella volvió a ver sus pezones en su mente... pero esta vez en segundo plano, bastante más atrás, ya que en primer plano de su nuevo sentido de la vista, veía su punto G y su clítoris, que seguían allí pero no por ninguna perspectiva, sino por como él se los estaba masajeando.

El recorrió con su cuerpo, el cuerpo de ella, montándose encima, frotándose, desde los pies hasta los labios como un soldado avanzando cuerpo a tierra en una zona de peligro, solo que este soldado, besaba, lamia, mordía, y acariciaba el terreno por el que avanzaba que era el cuerpo entregado de Miriam.

Ella vio el cuerpo que la acariciaba por completo. Y vio el suyo siendo acariciado. Su cuerpo se veía un tanto desvirtuado, por esa perspectiva nueva que daba la intensidad de información que le enviaba a su mente sus zonas erógenas mas sensibles. Así ese cuerpo tenía un gran coño, un clítoris enorme, unos labios muy hinchados, unos muslos interiores gruesos, unos enormes pechos, con unos pezones casi tan enormes y el resto se representaba más o menos de forma correcta.

El empezó a visualizar de una forma parecida a la que ella veía todo su cuerpo a partir de los estímulos que recibía. El en cambio solo veía una gran polla. Era lo único que veía en su visión. No había otra parte de su cuerpo, ademas de esa única y gran polla flotando en ese universo interior.

Sus visiones se modificaron una vez más. Para ella más que para él. Estando encima, el sintió en la cabeza gruesa, inflada de su polla, la humedad de sus labios abiertos, dispuestos a ser penetrados. Y lo que vio al penetrarla violenta pero cuidadosamente, fue esa misma polla, pero ahora, gigantesca. Una polla a escala planetaria. Ella, dejó de ver ese cuerpo desvirtuado que veía y la explosión de placer al ser penetrada así, fuerte, de un empujón, hizo que por un segundo que duró esa explosión, viese todo su interior siendo recorrido por esa potente polla dura y gruesa. Luego, cuando la explosión se disipó, solo quedó ahí su clítoris. Tan grande como la polla planetaria. Fue el único momento en el que compartieron una visión similar.

Su polla no dejaba de crecer en esa visión, no dejaba de acelerarse en su viaje cósmico. Más y más rápido, más y más lejos, más y más profundo.

Su clítoris en cambio ganaba luminosidad. Brillaba cada vez más. Irradiaba placer en forma de luz, y estaba tan brillante en esa oscuridad que podía compararselo al Sol, solo que no lastimaba verlo directamente.

La polla universal alcanzó la velocidad de la luz en ese cosmos interior y explotó en un big bang derramándose en todas direcciones.

El clítoris brillo hasta hacer retroceder la oscuridad por completo y se incendió bajo el combustible que se derramaba sobre ella como un diluvio universal.

Los dos gritaron mudos sus orgasmos en un cálido boca a boca, respirando el aliento del otro.

Sus nuevos ojos se cerraron y volvió la oscuridad.

Sus viejos ojos, cuando salieron ya de su escondite, luego de haber estado casi 2 horas allí dentro recibieron la luz del amanecer recibiendo el testigo y retomando sus funciones habituales.