domingo, 3 de enero de 2010

Perdido por perdido


Supe que había tocado fondo, cuando después de haberlo perdido todo, seguí adelante y lo siguiente que perdí era lo único que me quedaba, a mí mismo.

Años de juego clandestino. Años de visitar infinidad de salas oscuras en lugares sórdidos. Años de cruzar miradas con hombres de las más diversas calañas. Años de perder y perder y perder...

El destino parecía quererme ahí. Cada vez que he estado a punto de tocar fondo, recibía una mano de cartas ganadoras que me mantenía en esta rutina, en este espiral descendente.

Había perdido mucho, familia, amigos, parejas y dinero. Pero siempre llegaba la mano ganadora y nunca fui capáz de ver que esas manos eran las que continuaban hundiéndome. No lo ví y seguí adelante. Hasta esa noche.

El lugar era uno de los mejores en los que había jugado clandestinamente al póker. La casa de una pareja adinerada que solía organizar mesas de juego, póker, dados, bakarat, blackjack... hoy jugábamos póker. Por eso estaba yo ahí, y porque un contacto de juego me comentó acerca de esta mesa y si quería participar.

Tras llamar a la puerta fui recibido por la pareja. Eran maduros y con estilo. Se veía que tenían dinero. La mujer me pareció muy atractiva y muy descarada en la forma de saludarme, mirarme y hablarme. Al principio me incomodó su actitud sensual estando su marido ahí mismo. Luego vi que a él parecía no importarle, al contrario, le divertía. Si a él no le molestaba, entonces a mi tampoco por lo que comencé a responder sutilmente a sus abiertas insinuaciones con sonrisas, comentarios y conversación.

Durante la partida, se paseaba por el inmenso y lujoso salón, en su ajustado vestido, lanzandome miradas mientras yo repartía mi atención entre ella y mi pésimas cartas.

Esta noche todo lo he perdido. Ella sobre el hombro de su marido me mira con malicia. El me ha desvalijado, me queda únicamente la ropa que llevo puesta, pero sólo porque la suya es mucho mejor.

Ella pide por mí. Una última oportunidad. Una única más mano para poder recomponerme. La mano ganadora. Si su marido acepta, no podré negarme. Pero ¿qué más podría aportar yo a la apuesta?, pregunto.

Te apuestas tú mismo, dice ella. Si pierdes, eres mío hasta mañana, suelta.

Parecía una apuesta ganadora, más allá de mis cartas... si gano, recupero el dinero, el reloj, el auto, el sueldo futuro de este año... si pierdo, tendré una noche con ella, y podría desquitarme con su cuerpo, poseyéndola una y otra vez, sometiendola sexualmente en una venganza intima. Sexo desenfrenado con la mujer de este maldito millonario que se regodea desplumando a pobres muertos de hambre como yo.

Vale, dije, acepto.

Dió cartas. La mano no era ganadora.

Con una sonrisa socarrona y sin mirarnos, el marido se concentró en juntar las cartas, las fichas, los billetes, mis llaves y los pagaré que había firmado. Ella rodeó la mesa recorriendo el esmaltado borde con su mano. Me invitó a seguirla con la mirada y me guió por la casa tomándome de la mano. Su cuerpo se movia delante de mi, como el de un sensual felino, con absoluta armonía, como flotando en el aire.

Entramos en una habitación de sexo. No era su habitación. Ni siquiera una habitacion de huéspedes. Era una habitación de sexo. En el centro una enorme cama, bien echa. De la pared colgaban dos juegos de esposas cromadas que levantaban reflejos de la intensa iluminación. Todo muy pulcro, muy ordenado, muy limpio. Una cámara de video con su trípode tenía a la cama en su cuadro. Sogas de terciopelo, vendas para los ojos, pañuelos, lencería para ambos sexos, juguetes a simple vista de una complejidad asombrosa, velas, aceites... todo mantenía un orden y una pulcritud sobre sus estanterías ya vista en la cama, y estaban estratégicamente ubicados para alcanzarlos desde allí.

Giró sobre si misma y se encaró conmigo, besándome profundamente con su lengua. Su marido no estaba ahí, por lo que ni siquiera parecía ser de los fetichistas que les pone observar a su mujer con otro hombre. Supuse que eran una pareja liberal.

Se arrodilló frente a mí soltando mi cinturón, desabotonando mi pantalón y tirando hacia abajo llevándose mi ropa interior. No estaba particularmente excitado. Me había arruinado hacia un momento y estaba en una habitación de sexo, por primera vez, con una mujer casada bajo consentimiento de su marido, que estaría, no sé, mirando TV en el salón. Muy extraño todo.

Su boca experta no tardó en corregir todo eso. Me excitó, consiguió una enorme erección y me hizo olvidar todos esos extraños y terribles detalles que me habrían hundido la moral. Todo desapareció culpa de sus labios, sus dientes, su paladar, el interior de sus mejillas y su lengua, que se dedicaban a satisfacerme a través de las sensaciones de mi sexo en su boca.

Eché mi cabeza hacia atras dejando escapar un jadeo profundo y tomé su cabeza entre mis manos, jugando con mis dedos en su suave pelo moreno cuando intensificó la velocidad de sus movimientos y caricias. Pensé que quería recibir mi orgasmo en su boca. Lo pensé hasta que se detuvó un momento antes de que se lo diese. Aturdido volví a la realidad.

Se puso en pié y me llevó a la cama, se acomodó y me pidió que la atase. Excitado aún por el mejor sexo oral que me hubiesen dado nunca y por su sumisión le coloqué las esposas. La desnudé estando atada desabotonando la infinidad de botoncitos que recorrian todo el frente de su vestido. Como había sospechado antes, no llevaba ropa interior.

Su cuerpo era perfecto. Sus curvas, sus formas, su piel. Le coloqué las esposas de los tobillos y adquirió una postura de X sobre la cama. Recorrí con la mirada todo lo que me rodeaba y tomé una venda negra para sus ojos, y se la coloqué. El solo hecho de habérsela acomodado sobre su rostro, la excitó provocándole un movimiento ondulante que la recorrio desde sus manos a sus pies. Tomé un envase de aceite perfumado, y lo abrí. El sonido de la tapa la hizo girar su rostro vendado hacia la fuente del sonido.

Dejé caer el aceite sobre sus pechos enormes de pezones rosados y erectos. La fina linea de aceite dibujo caóticas formas sobre las elevaciones, para convertirse en gotitas descendentes. Mi mano bajó y esparció el aceite. Sus pechos y sus pezones parecían cristalinos bajo la luz de los focos. Ella gozó durante todo el proceso.

Eché un poco más de aceite en mis manos. Luego apoyé toda la palma de mi mano sobre la suavidad de su sexo deliplado. Lo presioné, lo tomé, masajeé y acaricicié. Lo recorrí, lo abrí y lo penetré. Las puntas de mis dos dedos rozaron la asperesa oculta de su punto G. Ella gozó durante el proceso.

Me sentí tentado a acercarle la punta de mi pene a su boca inadvertida, pero yo ya había recibido. Por lo que me acomode entre la V de sus piernas abiertas y acerqué mi rostro a su sexo candente. La mezcla de olores del aceite y de su excitación era deliciosa. La recorrí de abajo a arriba con la lengua. La recorrí por los lados, por encima y por debajo, por dento y por fuera. Bebí la mezcla de su humedad y el aceite. Aunque no la hice llegar al orgasmo ella gozó durante el proceso.

La liberé de las esposas y una vez libre me encadenó a mi. Deseoso de sentir sus manos aceitosas sobre mi cuerpo, me desilusionó que cerrase el envase, limpiase y lo colocase sobre su estante. Tomó las vendas para los ojos y ahora me los cubrió a mí.

Lo siguiente que hizo, me pareció demorar en producirse. Hubo un momento de silencio, y luego sentí una gota muy caliente que cayó en mi muslo, para enfriarse enseguida y endurecerse casi en el acto. Estaba jugando con las velas sobre mi piel. Debía tener una de las que había visto sobre la estantería, encendida, acumulando la parafina líquida y haciéndola gotear sobre mí. Otra gota incandescente sobre mi pecho, otra sobre mi abdómen, sobre mi hombro, en mi cuello, en un pezón y justo cuando esperaba la gota sobre mi pene, se detuvo.

Otro momento de tensa calma. Escuche unos mecanismos y sin poder creermelo todo giró y quedé boca abajo en la cama. Sentí sus manos sobre mis sorprendidas nalgas. Sentí como las separaba y como su lengua me recorría desde la parte baja de la espalda hasta los testículos. Se centró en mi culo y me lo acarició con la punta de su lengua y lo recorrió dándome mi primer beso negro. Unas gotas cayeron sobre mis nalgas, y sobre mis testículos... eso me gustaba y no tenía idea de cuánto.

Tras otro momento de calma, sentí sus manos que me recorrían la cintura pasándome una banda de tela entre mi cuerpo y la cama, la que luego se tenso y me levantó por el medio. Su mano aceitada me llegó desde atras y me masajeó el pene erecto y los testiculos que me colgaban en el aire. Su otra mano aceitada, me acarició el culo y me metió un dedo sutilmente. ¡¿Como podía ser que esto me excitase así?!

Sentí como su cuerpo se acomodaba debajo del mío aun sostenido por la cintura y me empezaba a comer el pene desde abajo continuando con el masaje testicular. Cuando lo tenía lo más erecto posible, sentí el movimiento de su cuerpo girando, su mano tomando mi miembro para guiarlo y como su culo prieto iba cediendo a su empuje contra mi. Yo me dejé caer sin sostenerme por los piés para intensificar el empuje. Casi al momento la resistencia inicial cedía y dejaba que penetrase su ano suavemente. Me empecé a mover ritmicamente. Colgando sobre su cuerpo y moviendome como una marioneta torpe.

No requirió mucho que llegase a mi orgasmo dentro de su culo. Fue intenso e inmenso. Sentí su respiración agitada debajo mió. Era evidente que había tenido un orgasmo también, sin duda por haberse masturbado mientras manteníamos sexo anal.

Lentamente se movió y liberó mi sexo de su cuerpo. Sentí como resoplaba y se ponía en pié, alejandose de la cama. Poco después la cinta que me sostenía elevada la cintura, se aflojo haciéndome descender lentamente hasta depositarme sobre la cama. Esperaba que el mecanismo me hiciera girar nuevamente dejándome boca arriba, pero no sucedió. Senti sus manos abriendo las esposas y luego quitándome la venda.

La intensa y repentina iluminación fue dolorosa para mis ojos, que soltaron unas lágrimas en respuesta a la agresión. Me los froté y me fuí acomodando a la luz. Me pareció que había alguien más en la habitación con nosotros, pero cuando pude ver con claridad, vi que estabamos solos.

Estuviste muy bien, me dijo. Tu estuviste mejor, le dije. Me alegro que te haya gustado, contestó y agregó, tengo algo más para tí. Y señalando a uno de los estantes, vi todo mi dinero, los pagaré, las llaves del auto... todo lo que había perdido horas antes. No podía creerlo.

¿Para mí?, pregunté. Sí, claro contestó.

El tremendo alivio que me invadió tras tantas emociones fuertes, fue suficiente para que algo en mí cambiase dándome la certeza que era la última vez me relacionaría con el juego. Se había acabado.

Con una sonrisa relajada en mis labios me pasé la tohalla que me ofreció sobre el cuerpo, quitándome lo mejor que pude los restos de aceite y parafina. Me vestí y mientras recogía mis cosas, ella se metió en la ducha despidiendose. ¿Encontrarás la salida? preguntó. Sí, adiós y gracias respondí.

Saliendo de la habitación llegué al salón. Allí estaba el marido, que sin duda había estado en la habitación de sexo al menos para dejar todo lo que creí perdido sobre aquella estantería. Y sin duda observar lo que me hacía a su mujer mientras colgaba sobre la cama con los ojos vendados.

Miraba la TV enfundado en una fina bata de seda, seguro muy costosa. Sostenía un cigarro en la mano que caía a un lado del brazo de su costoso sillón. Parecía no importarle que la ceniza pudiese caer sobre su costoso suelo de madera lustrada.

Mientras me dirijía a la puerta, debió escucharme porque se incorporó en su sillón y se volteó dirigiendome una miráda cómplice por encima del hombro.

Pensé en darle las gracias por haberme devuelto lo perdido. Al fin de cuentas había recibido mi mano de cartas ganadoras, después de todo. Pero me cohibía haber estado con su mujer, era una situación un tanto incómoda para mí.

Tuvimos un momento de nada confortable silencio, manteniendonos la mirada. Luego se giró y acomodó en su sillón para continuar viendo TV.

Pero no hizo sólo eso. Antes, me lanzó un beso haciendo morrito con su boca y mirándome con la expresión más lasciva que había visto.

Me pareció lo más extraño de toda la noche... hasta que en mi mente una pieza de rompecabeza terrible cayó en su lugar con un sonido sordo revelando una imagen alarmante. Una ola de frío me recorrío desde la nuca hasta los huevos seguida por una ola de calor. Sentí que me mareaba, que me entraban nauseas. No, dije sin aliento.

Ya dándome la espalda, sólo obtuve una risa apagada como respuesta.

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