lunes, 13 de agosto de 2012

Sacrificio


Esto era serio. Tras tantos años de casos y sin importancia, había llegado a sus manos uno de verdad. Hasta entonces había realizado casi únicamente seguimientos sobre cónyuges infieles, empleados estafadores y casos por el estilo tomando fotografías a la distancia.

Ahora, tenía en sus manos un caso de secuestro. La familia de la joven desaparecida lo había contactado además de haber dado parte a la policía.

Trabajando por su cuenta llevaba un par de meses tras una pista firme. Había podido relacionar esta desaparición con otras similares, de otras jóvenes que reunían características muy parecidas a la joven que buscaba. Estas desapariciones geográficamente se habían ido acercando a la zona en la que se habían llevado a Verónica.

Además dio con un caso similar en el que la joven había aparecido muerta, en la zona en la que había desaparecido. De los casos que había estado revisando, fue la única en aparecer tras haber desaparecido. En todos los casos se había tratado de jóvenes vírgenes, y a la joven aparecida, tras la autopsia, se le constató que no había sido agredida sexualmente, aún conservaba la virginidad.

Esto lo había empujado a formular su hipótesis. Todos estos casos están relacionados con su caso. Se trata de crímenes cometidos por los mismos responsables. Una secta satánica.

Su teoría se vio reforzada cuando comprobó que las desapariciones se producían en todos los casos alrededor de la misma época del año, época que no pudo asociar a ningún hecho relevante. Al parecer la fecha sería tan arbitraria como las creencias de la secta. Y cuando al buscar secuestros en esas fechas, aparecieron más, de jóvenes muy probablemente vírgenes, completando el patrón geográfico.

Aún estando seguro de su teoría no la compartió con los padres en su última reunión. Simplemente los puso al tanto de lo que había hecho y cuánto había gastado ese mes. Al terminar, la madre le había pedido "Haga todo lo que sea necesario para encontrarla y traerla de vuelta" entre lagrimas y con un fuerte apretón en el brazo. Conmovido accedió.

Para ubicar el lugar donde Verónica pudiese estar retenida, aplicó su extensa experiencia en seguimientos a personas, intentando identificar movimientos de grupo, que sugieran una alta actividad, como preparación del ritual satánico. El ciclo al parecer era de 3 años, por lo que los integrantes de la secta deberían tener un nivel de ansiedad por encima de lo normal que iría en aumento a medida que la fecha de acercase.

Consultó a diferentes santerías de la zona, y dio con una en la que un grupo de cinco personas habían realizado una compra importante de velas, aceites, inciensos, manteles, túnicas, cruces y demás parafernalia. Tenía sentido, ya que tras el crimen se desharían del cuerpo de la virgen y de todo el material utilizado. El encargado de la tienda, por lo poco habitual de una venta así, se había fijado en sus clientes, y en su vehículo dándole la descripción y parte de la matrícula.

No fue difícil ubicarlos. Si hubiesen realizado varias compras pequeñas en diferentes santerías, en lugar de una única gran compra en una única santería, no habría dado con la casa en la que probablemente Verónica estuviese retenida. Y con sus años de experiencia y trabajo junto a la policía, sabía de sobra que todo lo que tenía como evidencias resultaría circunstancial para un juez, que no emitiría una orden de registro. Debía ir solo, con su cámara fotográfica y conseguir evidencias incontestables de que Verónica estaba allí.

Esa misma noche, de madrugada, entrando subrepticiamente a la casa por una ventana del piso de arriba, comprobó que todo indicaba que esa sería la noche en la que se realizaría el rito. La casa estaba desierta, tenuemente iluminada por lámparas de aceite, las paredes pintadas por símbolos en sangre, esperaba que fuese de animales, y el suelo con infinidad de velas. Tomando una lámpara de aceite bajó silenciosamente al piso inferior, para comprobar que estaba igualmente desierto. Debería haber un sótano. Los monótonos cánticos lo guiaron.

Allí estaba la secta. En el sótano. La decoración se mantenía como en el resto de la casa, pero aún más cargada. Más símbolos, más velas, más lamparas, cruces invertidas, un altar, una calavera de carnero, los más de 20 integrantes de la secta y Verónica.

Allí estaba, desnuda sobre el altar amarrada de pies y manos, pero no luchaba por liberarse, ni gritaba pidiendo ayuda. Consideró que estaría desvanecida, o bajo los efectos de algún tranquilizante. Tampoco se veía un sacerdote que estuviese liderando esa ceremonia, ese ritual. Todos parecían estar rezándole al altar, a Verónica, a la calavera de carnero.

Nadie reaccionó al golpear una columna con su lámpara salvo él mismo, que sintió atenazada su garganta, contuvo su respiración y se quedó inmovilizado por el miedo. El ruido del vidrio contra la piedra no los alteró. Supuso que estarían en trance, o bajo los efectos de alguna droga. Cuando recuperó la compostura se acercó silencioso, deslizándose contra la pared, hasta donde estaba el altar.

Los sectarios cubiertos con sus túnicas gruesas, de rodillas, con las cabezas gachas, y sus ojos cerrados murmuraban ese cántico monótono que él no comprendía por ser, lo que creía, latín.

Estando en la última posición que lo mantendría a cubierto, tomó su móvil y marcó 112. Susurrando dio la dirección, dijo que iban a matar a una joven y sin esperar cortó. Estaba a escasos metros de Verónica, pero también a escasos metros de los sectarios... y a demasiados metros de la salida. Tenía que retrasar el sacrificio hasta que llegase la policía, de alguna forma. Aterrorizado notó que el cántico empezaba a apagarse. Estaban terminando de rezar. No sabía que vendría a continuación pero no podía esperar más.

¿Qué hacer? Si estos hombres solían matar jóvenes vírgenes, no les resultaría moralmente inapropiado matarlo a él, un intruso, un infiel, un perpetrador, o como sea que lo considerasen por estar allí con la intensión de detener e impedir el ritual. Estaba en peligro como lo estaba Verónica. Su única arma era su cámara de fotos. Tan poco habituado estaba a este tipo de situaciones a vida o muerte, que ni siquiera pasó por la cocina a buscar la cuchilla más grande que hubiese.

La adrenalina corría ya por su cuerpo desde que golpeó la lámpara. Aumentó su estado de alerta, su capacidad de reacción, sus reflejos, su instinto de supervivencia.

Vio al que sería el líder, rezando entre los demás, diferenciándose únicamente porque tenía el cuchillo ritual en su mano. Vio que la carga de parafernalia mística en el sótano hacía que hubiesen muchas lámparas de aceite. Vio que el resto de sectarios no estaban armados. Consideró sus opciones. Tomó varias lámparas de aceite, encendidas, y sin mediar palabra se las arrojó al líder, que se vio de pronto envuelto en llamas al actuar las lámparas como cócteles molotov sobre su combustible túnica. El desconcierto y la alarma invadió a los sectarios que no supieron lo que estaba pasando arrancados de su trance por los gritos de su líder incendiado.

Hacía todo lo que fuese necesario.

Mientras todos socorrían al líder sin, de momento, preguntarse cómo es que estaba en llamas, aprovechó la confusión creada para acercarse al altar. Nadie se había percatado aún. Junto a altar pensó en tomar a Verónica y salir de allí cuando su presencia fue notada.

-¡Allí!, ¡en el altar!, ¡¿quién es ese?! - Gritó alguien. Algunos miraron y los pocos que no asistían al líder, se dirigieron hacia él.

Tomó las lámparas de aceite que aun tenia en las manos y las arrojo al suelo delante del altar. Tomó las que rodeaban el altar y también las arrojó, arrinconándose tras una gruesa pared de fuego. Retuvo algunas lamparas, arrojando una al primero que intentó pasar por el fuego, envolviéndolo en llamas, haciéndolo retroceder y quitándole al resto la seguridad en sí mismos.

Los gritos se duplicaron y la confusión también. Algunos sectarios abandonaron el sótano. Huían. Otros permanecían allí, con odio en sus miradas. Esos no dejarían que saliera de ahí vivo. Para hacer huir al resto gritó.

-¡He llamado a la policía, no tardarán en estar aquí!

Sólo hizo huir a uno pocos, aún quedaron suficientes como para no poder hacerles frente el solo a todos. Uno de los que se quedó le devolvió el grito.

-¡La virgen es nuestra!, ¡Es del carnero!, ¡Requiere su sacrificio hoy, esta noche! Danos la virgen y podrás salir.

Querían a su virgen a toda costa. La necesitaban.

La pared de fuego se consumiría. Y sus bombas incendiarias no serían efectivas. Arrojó otra para mantener la distancia de los sectarios que se envalentonaban y para alimentar la pared de fuego. Los hizo retroceder unos pasos.

De pronto comprendió. No tenía opción. Debía hacer todo lo necesario.

Arrojó tres de las cuatro lámparas que aún le quedaban. Las llamas aumentaron considerablemente e hicieron retroceder más a los sectarios que gritaron maldiciones. Apagó la última. Volcó aceite en sus manos, como si se las lavase bajo el grifo. Arrojó la ultima lámpara a las llamas ya descontroladas. Pensó brevemente que debió haber llamado también a los bomberos. Algunos de los sectarios que habían huido volvían con cubos de agua. No tenia mucho tiempo.

Se giró hacia Verónica. Seguía allí desnuda, inconsciente, ajena a todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor, a todo lo que ocurría por ella. Su joven cuerpo era perfecto, su piel bajo la intensa luz amarillenta y viva de las llamas resultaba hipnótica lo mismo que las sombras inquietas que realzaban el volumen de su sexualidad. Sus pechos grandes e ingrávidos resaltaban en contraste con su sensual delgadez adolescente. Su cuello vulnerable, sus labios gruesos y húmedos, sus dientes perlados, su pelo negro azabache ondulado.

Todo había sucedido demasiado rápido, desde que había entrado en la casa hasta encontrarse detrás de la pared de fuego. Pero al fijarse en Verónica el tiempo pareció detenerse.

Absorto en la inocente sensualidad de Verónica, ante su instacta sexualidad allí ante sus ojos, bajó sus pantalones como en trance hipnótico, con sus manos aceitosas manoseó su pene fláccido lubricándolo por completo. Abrió las piernas de Verónica y manoseó su vagina seca, virgen, lubricándola por fuera, entre los pliegues de sus labios, alrededor de su clítoris.

Ella no reaccionaba a los estímulos y él tampoco. Necesitaba una erección urgentemente. Sacudió a Verónica y la trajo de vuelta, o casi. Sostuvo sus pechos, se los acaricio, apretó y mordió sus pezones indefensos, lamió su boca, le dio a beber su saliva. Verónica volvía y no le gustaba lo que le estaba haciendo. Gemía, pero de asco, de repulsión. Era una virgen.

El primer cubo de agua hizo vibrar las llamas pero el combustible las recuperó.

Tomó su pene y se lo pasó por la boca, por sus labios. Ella se resistía gimiendo adormecida. No podía perder mas tiempo y no conseguía su erección.

Comprendió entonces que debía violarla. Ella no consentiría que la penetrase. No entregaría su condición de virgen y por ende resultar inservible a los objetivos de la secta.  Así los sectarios enfurecidos no tendrían motivos para quedarse, para conseguir su sacrificio. El carnero quería vírgenes, puras, una impura no valdría. Y la venganza hacia él no sería motivo suficiente para quedarse allí arriesgándose a ser detenidos por la policía. Pero claro, todo esto no podía explicárselo a ella, estaba aún bajo los efectos de las drogas, muy confusa. Por lo que a ella respecta, esto que él quería hacerle era lo que le estaban haciendo los secuestradores. No distinguía entre ellos.

Puso su pene y sus testículos en la cara de Verónica, manoseó su vagina aceitosa, aferró sus pechos turgentes. Su resistencia y sus gemidos empezaron a excitarlo. Su pene alcanzó la semierección. Metió un dedo lubricado en el ano de Verónica, que gritó de rechazo, no de dolor. Su pene se ensanchaba sobre los labios de Verónica, que bufaba y luchaba por librarse de sus ataduras para poder defenderse de su violador, que quería salvarla de la muerte. Frotó mas rápido su cabeza contra sus labios, intensificando el estímulo. Alcanzando su erección casi completa.

Otro cubo de agua hizo disminuir considerablemente las llamas que los separaban de los sectarios. Otro más y sería el final. Lejos creyó escuchar el sonido de las sirenas policiales. Muy lejos, no llegarían a tiempo.

Se subió al altar ya desprovisto de ropas. Se acomodó entre las piernas de la joven virgen, su erección retrocedía. Volvió a frotarla contra esa vagina tan aceitosa como su pene, deslizándose sin resistencia. Aferro los pechos turgentes, los pezones rozados y erectos contra la voluntad de Verónica, lamió su cuello, su boca. Estaba muy excitado, ella se resistía, luchaba, movía su cuerpo atado debajo del suyo, enérgica, jadeante. Retorcía sus muñecas amarradas, sus piernas abiertas que lo abrazaban. Sus pechos danzaban incontrolados. El movió su cuerpo para contenerla debajo, apoyándo sus manos sobre los brazo de Verónica, que ahora se arqueaba debajo, haciendo que sus pechos enormes se elevasen aun más, siempre fuera del alcance de la gravedad, siempre manteniendo esa perfecta curva, forma y volumen. Su erección acariciaba sus labios aceitosos, y los abría, recorriendo por los movimientos de ambos en esa lucha, la longitud de su entrepierna, desde el clítoris inflamado hasta la dulce aspereza de ese ano aún mas virgen que había penetrado ya con un dedo lubricado. Estaba listo. Verónica nunca lo estaría, aunque su cuerpo reaccionase a toda esa cascada de estímulos.

Un nuevo cubo de agua apagó las llamas. Su pene grueso penetró de una vez la totalidad de la vagina de Verónica, cambiándola para siempre, quitándole su condición de virgen. Ella gritó de dolor. Los sectarios al presenciar la violación gritaron de odio. Las sirenas policiales gritaban avisando de su llegada. Él gritó al eyacular en varios bombeos intensos, densos y calientes acompañados de movimientos espasmódicos de cadera, empujando su pene bien adentro de Verónica ante cada eyaculación.

Ya sin resistencia se dejaba penetrar y eyacular, mirando la pared a un lado inservible para el sacrificio de la secta.

Cuando entró la policía el sótano estaba vacío. Todos habían huido llevándose a los heridos. Quedaban los cubos en el suelo, restos de las túnicas quemadas, pedazos de vidrio ennegrecido. Al fondo, los agentes vieron un altar, con una joven desnuda, inmovilizada de pies y manos, y sobre ella un hombre también desnudo.

El hombre siguió penetrándola duramente, eyaculándola por segunda vez a pesar de los gritos de aviso de los policías.