domingo, 3 de enero de 2010
Aquella noche de corrupción
"No fue algo que hubiese buscado que sucediese, no conscientemente al menos", pensó. Tampoco había hecho nada por evitarlo, por salir de ahí cuando supo donde estaba, a qué habían ido allí. Al contrario, esa parte inconsciente pareció tomar el control de la situación. Como si hubiese estado en segundo plano siempre cómoda en su interior, un inconsciente en toda regla, pero en cuanto había visto esa oportunidad, rompió cadenas y salio a la superficie arrasando con todos los mecanismos inhibitorios, haciéndose con el mando. "Quizá hayan tenido algo que ver las drogas", pensó.
Ella había estado viendo a ese hombre hacía unos meses. Era mayor, unos 15 años. Ella contaba 19 y el con 34. Físicamente él no era nada del otro mundo, era normal. Pero tenía algo que no se encontraba fácilmente. Algo en su interior. Al poco tiempo de conocerlo, supo empezar a ver el aura, la atmósfera de sensualidad masculina, animal, que lo rodeaba, que lo acompañaba allí donde fuese. Y como a ella, fue testigo de cómo a otras mujeres esto perturbaba. Sobre todo a mujeres nocturnas, como las camareras de los bares a donde habían ido. No tardó mucho desde que empezó a salir con él en descubrir los placeres del sexo de a 3.
Pero aún así, habiéndola iniciado en los "menage a trois", como él lo llamaba, no fue algo de lo que él hiciera abuso. Se mantenía en su justa medida de forma que le siguiera resultando interesante.
Ninguna de sus amigas había experimentado el sexo de a 3, ni con otra mujer, ni con otro hombre. Ella sí. Y por ello se creía gran liberal, una persona que había alcanzado la apertura mental en relación a su sexualidad que ninguna de sus amigas alcanzaría nunca. Pero eso no era nada comparado con aquella noche de corrupción. Las drogas habían colaborado, sin dudas.
Con sólo dos pequeños sorbos de su trago, sintió los efectos. Dulces, suaves. Dedujo mucho después que como todo, él había puesto la medida justa, sin abusar tampoco del uso de los alucinógenos.
La fiesta privada estaba en el apogeo cuando llegaron. La casa donde se llevaba a cabo era más una pequeña mansión. Enormes jardines la rodeaban, adecuados para que en cualquier rincón se pudiera estar cómodo. Blancos gazebos salpicaban los jardines, iluminados tenuemente con grandes sofás a tono. La gente se movía de aquí hacia allá, todos vestidos de blanco o negro, descalzos, a juego con la noche y con la agradable temperatura. Con esos sorbos a su frío trago, ya todo tenía una textura onírica, los bordes suavizados, los movimientos parecían mas lentos de lo normal, todo y todos resultaban sensuales.
El la rodeaba suavemente con su fuerte brazo por la cintura. Ella no se sentía mareada ni necesitaba que la sostuviesen. Solo sentía cómo en aquel momento su inconsciente estaba tomando consciencia. Pronto estaría al mando.
Ellos eran otros más de los que iban de aquí hacia allí, recorriendo el lugar. El la guiaba lentamente, pero no para mostrarle la casa ni los jardines. El quería que viese a la gente, la gente ya no iba de aquí hacia allí, sino la que ya había encontrado un lugar donde quedarse, al menos de momento.
Vio una pareja de bellos jóvenes besándose de pié, ella se apoyaba contra una de las finas columnas de una de los gazebos. Su cuerpo esbelto y semidesnudo, cubierto solo con un fino vestido blanco acompañaba a la columna a la que sus manos se aferraban muy por encima de su cabeza con sus brazos estirados. La posición arqueaba su espalda entregándole sus pequeñísimos pechos a su compañero, quién la besaba lentamente aunque de forma apasionada, mientras en una mano sostenía un vaso y con la otra cubría uno de esos pequeños y deliciosos pechos. Verlos la puso de humor, la hizo sentir bien, cómoda. Empezó a sintonizarse en el estado de ánimo en el que él la quería.
Sin detenerse demasiado, solo lo necesario para apreciar detalles como aquellos, continuaron su recorrido por aquel lugar. Llevada suavemente por la cintura, y dejándose llevar.
Luego se detuvieron frente a un sofá en el que dos mujeres, una negra, vestida de blanco y una blanca vestida de negro, conversaban. Notó que se miraban como se mirarían dos amigas en una conversación casual, pero que las miradas escondían algo más. Detrás de esa postura correcta, se escondía el deseo que una sentía por la otra. Desde la prudencial distancia en la que las observaba, notó que así como si tal cosa, una mano se apoyaba en un antebrazo para retirarse rápidamente, que otra mano acariciaba un muslo de piernas cruzadas para también retirarse. No tardarían mucho en darse un beso corto, tocando sus labios carnosos y húmedos que levantaban reflejos de la tenue iluminación. Cuando esperaba ansiosa ver ese beso y lo que viniese a continuación, él se la llevó de ahí para seguir su viaje, no sin que ella intentase alargar esa partida al máximo, mirándolas por encima del hombro mientras se alejaban, pero aún así no llego a presenciar ese suceso. Una lástima.
En su camino se cruzó con más gente realizando esos juegos iniciáticos, llamando a puertas a las que apuntaba el deseo, esperando encontrarlas abiertas. Parejas como la primera, que habían pasado de la etapa de besos y caricias y estaban ya saboreándose la piel y no solo aquella que estaba a la vista, había botones desprendidos, breteles caídos, escotes excedidos.
Dejando atrás los jardines entraron en la casa. El ambiente era distinto. La iluminación era un tanto más alta, menos tenue, la música más fuerte, mas rápida, el espacio más reducido, lo que hacía parecer que hubiese más gente, más cerca.
Avanzaron por el pasillo de entrada y ahí ya tuvo que avanzar detrás de él, caminando de lado al avance. En ese avance él pareció desentenderse de ella. Lo que había sido un camino guiado amablemente hasta allí, una vez alcanzada la entrada, cambió, como había cambiado el ambiente dentro. Atravesando el atestado pasillo de entrada, debía casi frotarse con los hombres y mujeres que allí estaban, por delante y por detrás para poder avanzar. Con sus brazos a los lados de su cuerpo, con las manos elevadas a la altura de sus hombros, con una pequeña sonrisa en sus labios sin mirar a los ojos a aquellas personas con las que se frotaba en su avance. Pero sintió a medida que avanzaba, como los hombres, sin importar si estaban delante o detrás, apoyaban sus erecciones poco contenidas por aquellos finos pantalones, y como mujeres apoyaban sus pechos contra los suyos o contra su espalda. Tampoco fueron pocas las manos que impunes acariciaron sus nalgas, sus piernas, incluso algunas muy hábiles aprovecharon los momentos en los que daba un paso abriendo sus piernas para meterse entre ellas y acariciarla. Salió de ese campo de contacto muy divertida, tanto que sus pezones eran dos pequeños bultos bajo la fina tela de su vestido. El la esperaba a la salida, con una sonrisa.
Pasaban por un gran salón abarrotado, en el que un amplio sofá quedó desocupado cuando sus demasiados ocupantes se levantaron casi al unísono para dirigirse todos juntos a otro sitio. El la dirigió al sofá y tomaron asiento. Un momento después una sexy camarera se acercó con una bandeja y dos tragos, los que él tomó pasándole uno a ella y acariciando luego el muslo interior de la camarera de pié junto a ellos, con la mano húmeda y fría de haber sostenido el vaso. Estiró las piernas y las separó levemente, sonriendo y dejándose. Ella se recostó contra el respaldo del cómodo sofá, bebiendo un poco de su trago y disfrutando con lo que veía. La camarera tomó la mano de él, que era del doble de tamaño y la llevo a su entrepierna desnuda bajo la fina falda, dónde él acarició pliegues tibios. Luego la camarera llevo esos dedos invasores a su boca y los lamió para irse a seguir sirviendo tragos.
Una mujer se acercó al sofá y se sentó en medio de ellos, estaba algo alcoholizada y se reía sola. Estiró su cabeza hacia atrás, separó sus piernas y dejó sus brazos a los lados de su cuerpo, apoyándolos en las piernas de ellos. Se miraron por encima de la mujer y se acercaron a su cuello uno de cada lado. Lamieron el cuello de la mujer, mordisquearon sus delicadas orejas, besaron sus hombros, él subió a su boca, y ella bajó a sus enormes pechos. El metió su lengua en la boca de la mujer saboreando la última bebida que había tomado. Ella acarició con su lengua el pezón extremadamente erecto de la mujer, y al contacto ambos sintieron las manos de la mujer sobre sus muslos apretándolos. Un momento después cambiaron roles, ella besando a la mujer, y él mordisqueándole un pezón por encima de la fina tela de su vestido. La mujer llevó sus manos a las entrepiernas de ellos, que se entregaron a su contacto. Una mano buscaba las profundidades, otra las alturas. Ellos llevaron sus manos a la entrepierna de la mujer y demostraron la coordinación que da la experiencia en tríos sexuales, cuando él separó los labios inflamados de la mujer y ella la penetró con dos delicados dedos. Un momento después la mujer alcanzó el orgasmo y pareció olvidarse de ellos por completo, levantándose y desapareciendo entre la multitud que allí se movía.
Divertidos procedieron a acomodarse un poco la ropa, ella a estirar su falda y cubrirse los pechos, y él a volver a meter su erección bajo los pantalones, pero no tuvieron tiempo de hacerlo. Un hombre de rasgos femeninos, sin ser amanerado y muy seguro de sus movimientos ocupó el lugar de la mujer. La miró a ella intensamente y sin apartar la vista de sus ojos, llevo una mano bajo la tela para tomar uno de sus pechos, y comenzó a manosearlo. Era un movimiento sucio, primitivo, despojado de las pocas normas sociales que allí quedaban. Y esto la excitó. El pezón volvió a endurecerse bajo los ásperos movimientos que no llegaban a ser bruscos pero que la movían hacia atrás y adelante al ritmo del manoseo de su pecho. El hombre con su otra mano hizo aparecer su erección con maestría y se la ofreció sin palabras. Ella descendió y comenzó a besársela. Una vez con ella allí, el hombre giró su rostro hacia él. Mirándolo ahora con expresión anhelante, había cambiado rotundamente su actitud. Ahora se entregaba. El lo aceptó comenzando a besarlo en la boca profundamente. Ya con sus manos libres, porque ella se ocupaba muy bien de esa erección que parecía no dejar de crecer, el hombre la imitó, descendiendo sobre él. Esta vez, después de un rato de que ambos hombres recibiesen placer, el invitado se incorporó y abandonó el sofá. No llegó al orgasmo como lo había hecho la mujer. Sin duda quería atesorarlos al máximo para prolongar la fiesta.
Ellos de pronto, una vez ido el hombre, se encontraron en postura de felación, como si lo estuviesen haciendo solos, pero separados por el espacio que había ocupado el ahora desaparecido invitado. Ella se acercó recorriendo esa distancia y continuó su tarea interrumpida, ahora en una erección distinta a la anterior.
La excitación ya la había invadido, su inconsciente había tomado el control, sus inhibiciones habían desaparecido, estaba en caída libre sin poder detenerse, sin querer detenerse. Mientras lo felaba a él, la personas que pasaban a su alrededor, se detenían un momento apreciando sus dotes, como lo había hecho ella en el jardín, mirando a los demás. Y si aquello la había puesto de humor, esto, la excitaba enormemente. Ser observaba en ese acto de sumisión, en el que da placer sin obtenerlo directamente, por personas extrañas, muchas personas, que van y vienen, la dejaba próxima a un estado de embriaguez sexual.
Estando así, él recostado un poco sobre el respaldo y otro poco sobre un lateral del sofá, y ella en postura de perrito volcada sobre la prominente erección que asomaba de sus pantalones abiertos, sintió una mano que se apoyó delicadamente sobre su nalga. Aferró la erección de él al sacarla de su boca, como para que no se escapase y giró su rostro hacia el dueño de esa mano. Resulto una dueña. Una mujer mayor que ella, mucho mayor, de unos muy bien conservados 50. La miró a los ojos, con indiferencia y volvió a introducir la erección de él en su boca. La mujer mayor, mientras en una mano sostenía un vaso, con la otra, sin prisa fue recogiendo la falda de ella, levantándosela hasta que no fue más que tela arrugada sobre su espalda. Había dejado expuesto su suave piel, allí donde también se arrugaba, en deliciosos pliegues rosados. La mujer llevó esa mano libre a esos pliegues y los acarició con la delicadeza propia de una mujer acariciando a otra. Ella se arqueó exponiendo aun más sus pliegues. Y comenzó a ronronear con la boca llena. La mujer se puso en cuclillas por fuera del lado del sofá, utilizando dos dedos para abrir los labios de ella e introducirle la lengua hasta el fondo. Una lengua suave, larga, tibia. El acarició su pelo, y sostuvo la cabeza de ella en posición mientras comenzó a mover su cadera. Ella se dejó sostener en todo el proceso, recibiendo el orgasmo de él en su boca, saboreándolo y al final tragándolo. La mujer mayor había dejado el vaso en el suelo, se había arrodillado, y se empleaba en su cunilingus a fondo. Ella gozaba tanto que casi ni se dio cuenta cuando él abandonó el sofá.
Cuando notó su ausencia en las proximidades, ya había gente incorporándose al sofá. La mujer mayor había invitado a un grupo de hombres que pasaban por ahí y se habían quedado a mirarla como daba placer a esa niña de 19. Ellos se ubicaron en el sofá, en principio a seguir mirando. Luego la excitación fue tanta que pasaron a la acción tomando el control de esas dos mujeres. Uno de ellos se sentó en el sofá y tomándola a ella de un brazo, la guió a que se montase sobre su erección. Ella se dejó guiar un tanto torpe por la mezcla sensaciones y estimulantes. El hombre un poco impaciente la fue acomodando hasta que ella comprendió que quería que se sentase sobre él dándole la espalda, pero para ser penetrada por el ano. La penetración fue dolorosa, sus quejas así lo reflejaron, pero el placer de la humillación, de la sensación de ser una mujer fácil, poseída por quien lo quisiera, la excitaban más de lo que le dolía. Otro hombre del grupo llevó a la mujer mayor a arrodillarse a los pies de ella y a continuar con su actividad previa ahora en esa nueva postura, para luego penetrarla por detrás. Ella se excitó mas al sentir los jadeos de la mujer sobre sus labios, alternándose con su lengua. El tercer hombre se puso de pié en el sofá y tomándole la cabeza a ella, le introdujo la erección en su boca y comenzó a moverse rápidamente. Los cinco jadearon un buen rato hasta que los hombres alcanzaron sus orgasmos allí donde estaban. Se fueron sin decir palabra. Lo mismo hizo la mujer.
Ella quedó sola en el sofá. Había perdido la cuenta de sus orgasmos ya. Propios o provocados. Debían ser 5 o 6. Un tanto extenuada, aun excitada, un tanto confusa, sin estar desorientada, se relajó en el sofá, preguntándose donde estaría él. Se levantó para ir a buscarlo.
Recorriendo la casa se encontró con escenas similares a todas las que ella misma había protagonizado antes, por gente a la que veía por primera vez. Dejó atrás miradas, palabras, y manos que la invitaban ya que deseaba reencontrarse con él.
Subió las escaleras hacia la tranquilidad de las habitaciones, debajo se veía el caos sexual del que ella había sido parte. En el apenas iluminado pasillo se adivinaban formas aquí y allí. Avanzando se asomaba a en las habitaciones que tenían su puerta abierta, pero no siempre era capaz de ver quienes eran sus ocupantes, ya sea porque la luz estaba apagada, o porque la acción transcurría bajo las negras sabanas o porque los ocupantes en sus posturas le daban la espalda. En esos casos no se atrevió a entrar y constatar que él no estuviese allí ya que temía caer en la tentación y abandonar la búsqueda. Tenía claro que fuese quienes fuesen los ocupantes, y fuese lo que fuese que estuvieran haciendo, la invitarían a participar. Las puertas cerradas permanecieron así, no se atrevió a llamar, por la misma razón.
Una forma de mujer, una mujer muy alta, le habló en voz muy baja, preguntándole que buscaba. Al decirle ella a quién buscaba, la mujer la guió a una habitación de puertas cerradas. Entraron y la puerta se cerró tras ellas. La oscuridad la envolvió y a continuación 3 pares de manos la desnudaron. Una mano la guió y depositó en una cama. Ella había intentado no caer en la tentación pero ahora cedería a mas placer.
Caricias en la oscuridad, besos, lenguas, formas duras, formas blandas, suaves, ásperas, calientes, frías la recorrieron por completo. Parecía haber hombres y mujeres. No hablaban pero los escuchaba respirar, lamer, besar, succionar, gemir, jadear.
La confusión que experimentaba aumentó, producto seguramente de los alucinógenos, el alcohol, el placer, la excitación y la oscuridad. Estaba con otras 3 personas pero cuando sus manos las tocaban devolviendo parte de lo que recibía, parecía que fuesen más. No era capaz de contar, envuelta en su confusión y ahora desorientación pero había erecciones, y pezones de mujer como para sumar mas de 3 personas. Se estarían turnando para participar en la cama.
Repitió las actividades anteriores, erecciones en su boca, en sus manos, en su sexo, en su ano, lenguas sobre ella, manos sobre ella, bocas sobre ella. Directrices para que adopte diferentes posturas mediante indicaciones mudas.
La puerta se abrió dejando entrar algo de claridad. Era él que la había encontrado a ella. Encendió la luz de la habitación desde la entrada. Ella entonces vio a sus amantes. Se encontró montada sobre uno de ellos, que estaba acostado en la cama. Lo que vio fue a una bella mujer, pero a la vez estaba siendo penetrada. No era un juguete lesbio. La penetración era cálida, palpitante, viva. Miro a otro de sus amantes, el que tenía su erección en su boca. Vio que tenía unos pechos hermosos, ademas de una erección enorme. Y al ver al tercero con su propia erección en la boca de la mujer que estaba debajo de ella, a la vez que se acariciaba sus propios pechos prominentes supo que estaba teniendo sexo grupal con 3 transexuales. Hermosos transexuales. Ella entonces tuvo el último orgasmo de la noche al tiempo que lo tenían también sus 3 acompañantes. La intensidad del suyo hizo que gritase, que se aferrase a las negras sábanas arrugándolas bajo la presión que hacía que sus nudillos se pusieran blancos, su cuerpo se tensó como la cuerda de un violín, y tuvo violentos espasmos que se sucedieron como un terremoto que nacía desde su entrepierna. Su rostro, con sus ojos fuertemente cerrados, su boca muy abierta. Los espasmos cesaron y se dejó caer sobre los pechos de su amante, mientras sentía su erección remitir en un interior tras el orgasmo grupal. Cuando pudo recuperarse, en la puerta ya no había nadie.
-Esa fue la última vez que lo vi. De eso hace ya 7 meses. Su número está desconectado. Es como si nunca hubiese existido. -dijo ella, recostada en la cálida consulta de su sicóloga, mientras se medio incorporó para observar su impresión.
Al hacerlo notó el rápido movimiento de la mano de la bella mujer abandonando su posición anterior, debajo del bloc de notas, al parecer también debajo del tajo de su falda ejecutiva.
La mujer se ruborizó al instante. Había sido descubierta mientras se aplicaba dulces masajes entre las piernas, sobre sus húmedos labios mientras escuchaba el relato de su paciente.
Ella no se ofendió, mucho menos se escandalizó. Era habitual ese efecto. El mismo aura que ella descubrió que él tenía cuando lo conoció, ahora estaba en ella. Aquella última noche que pasaron juntos, su alma recibió la corrupción que el tenía para seguir sola, deslumbrando a aquellas personas susceptibles a sus efectos.
Acercándose a su sicologa, a puertas cerradas, en la privacidad de su consulta, percibió la entrega de la mujer que hacía ya rato sucumbió bajo los efectos de su atmósfera.
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