viernes, 10 de mayo de 2013

Jerarquía Rota

El hilo musical del ascensor pasaba casualmente una de sus canciones predilectas. Generalmente debía ignorar la música de fondo. Esto la hizo sonreír levemente, cambiando el habitual gesto serio y seco que mantenía durante el día en su trabajo. Por ello cuando subió su empleado se le quedó mirando un momento, sorprendido por esa sonrisa que nunca le había visto. Sonrisa que se desvaneció al momento en el que ella notó que la observaba.


-B... buenos días señora -dijo él avergonzado.

-Buenos días - respondió volviendo a su postura seria habitual.

Su jefa no encajaba en lo que por definición se asocia a la definición de "señora". Si bien era una mujer de 48 años, su cuerpo parecía no estar al tanto de ese hecho. Su figura era juvenil. Alta, delgada, atlética, largas piernas. Labios finos, nariz recta, grandes ojos negros en armonía  y enmarcado con un suave cabello castaño claro. Vestía  un formal atuendo de ejecutiva extremadamente correcto para el ámbito empresarial.

Guardaron silencio durante el trayecto. El se ubicó unos centímetros detrás de la línea del hombro de ella, respetando las jerarquías, para dejar claro que sería ella quién pasaría antes por la puerta abandonando la caja, a veces demasiado estrecha aunque no esté llena de gente. Desde su posición, algo retrasada  y por ser varios centímetros más alto, tenía una bella vista del sobrio escote que la chaqueta formal y la camisa dejaba ver, hasta el punto de hundirse en las sombras bajo la ropa.

Ella con su ser femenino, sintió aún sin verlos, esos ojos que la observaban. Se removió en su lugar, mirando un momento de reojo a su empleado, dejando ver su malestar, haciendo que su empleado mirase la puerta lisa delante de él como buscando microorganismos a simple vista.

Salieron del ascensor y él la siguió unos pasos por detrás a lo largo del pasillo hasta su despacho. Ella entró a su oficina y él ubicó su puesto en el despacho, el del secretario de su jefa.

Las llamadas no tardaron en empezar a entrar y él a recibir los recados y a transferir llamadas importantes. Durante el día prácticamente no se veían con su jefa. La interacción se daba por comunicaciones telefónicas y correos electrónicos. Sólo cuando entregaban algún paquete en el despacho, lo recibía y entraba en la oficina de su jefa, dejándolo en su mesa.

Sin embargo ambos utilizaban la mensajería instantánea, pero no entre ellos. Cada uno, se comunicaba con sus propios contactos personales. En momentos cercanos al mediodía donde la actividad del despacho iba en disminución, era cuando más la utilizaban.

Llegando al mediodía ella se asomó antes de cerrar la puerta de su oficina, indicando que no se le moleste, salvo para notificarle novedades sobre los temas pendientes importantes.

Últimamente su jefa cerraba su puerta llegando esta hora. Quizá estuviese llevando adelante negociaciones importantes que requerían total concentración, aunque él no tenía noticias sobre negociaciones importantes. No le pasaba llamadas que justificaran cerrar la puerta, y no le pedía que le comunicase con nadie una vez encerrada.

Aprovechando que no recibiría ya llamadas entrantes ni solicitudes de su jefa, se dedicó a indicar aquello que le gustaba en su perfil de la red social.

Cuando pensaba que lo que le quedaba ya era que llegase la hora del almuerzo, entró un mensajero. Recibió  el sobre y lo despidió. Abrió el sobre y vio que era el contrato, de la petrolera, que estaban esperando. Al momento entró una llamada. Era el secretario del gerente de la petrolera indicando que había enviado el contrato firmado y sellado. Él confirmó la recepción correcta. Al parecer la empresa de mensajería era muy eficiente o el secretario del gerente era un hombre muy ocupado y había demorado en llamar avisando del envío.

En definitiva, ese contrato era trascendental, un gran logro para su jefa, por la que se alegró. Entró en su oficina con el contrato en la mano y una sonrisa para darle la gran noticia. Al parecer la vería sonreír dos veces en un día, algo menos que poco común.

La sorpresa se la llevó él.

Su jefa estaba recostada en su sillón ejecutivo ante su mesa. Frente a su ordenador. Concentrada. No llevaba puesta su chaqueta, que estaba colgaba del respaldo. Su camisa de diseño lucía desabotonada, pudiéndose apreciar su delicada lencería blanca que aún contenía sus pequeños pero sensuales pechos aunque sus copas recogidas exponían unos pezones erectos. Sus elegantes zapatos fueron notados por su secretario por primera vez en el día, porque tenía sus pies apoyados contra su mesa. Sus piernas elevadas y flexionadas provocaban que su falda se recogiese sobre su cintura, dejando ver que no llevaba bragas. Su ojos entrecerrados, su boca entreabierta, su mano derecha tocando su pezón izquierdo, su mano derecha había perdido dos dedos dentro de su coñito de labios visiblemente engrosados y mojados.

Todos estos detalles los captó en un segundo. En cuanto comenzó a captarlos por su abrupta entrada en la oficina de su jefa, esta reaccionó. Bajó las piernas de la mesa. Estiró su falda sobre sus piernas con la mano que había recuperado esos dos dedos rescatados de las profundidades de su sexo. Se incorporó de su recostada postura. Cubrió sus pechos cerrándose la camisa torpemente sin acomodarse las copas del sostén. La camisa tensa sobre sus pechos semidesnudos, reveló los relieves de sus pezones aun erectos.

-¿Pero qué haces entrando así? Joder... -dijo visiblemente afectada, profundamente avergonzada.

Cubrió su cara con su mano y el pelo colaboró en ocultar su rostro mientras con la otra sostenía su camisa cerrada sobre sus pechos.

-Señora yo... es que... -dijo antes de comprender la situación.

Al quedarse callado sin seguir con su disculpa, ella levantó la vista. El cabello le caía aún sobre la cara, su expresión era casi dolida, pero al ver la expresión de él, cambió a terror.

-No... por favor... no digas nada a nadie... si esto se sabe me arruinaría.

El había comprendido la situación y ella lo había visto en su rostro. Un momento de pavor la dominó cuando él se giró y se dirigió hacia la puerta de la oficina. El poder había cambiado de bando. La jerarquía entre ellos se había alterado.

-¡NO! -exclamó.

El se detuvo en seco frente a la puerta, aun dentro de la oficina. Y la miró de espaldas, por encima del hombro. Y mientras la miraba estiró un brazo y cerró nuevamente la puerta del despacho.

-Si, vale... vale -dijo ella componiéndose-, hablemos un momento sobre este...

Y el puso el pestillo a la puerta cerrada.

-...¿Qué haces? -terminó la oración de nuevo confusa, deteniendo el abotonamiento de su camisa, mirándolo extrañada y con la sus manos congeladas en el botón. Sus pechos continuaban descubiertos.

-No sigas -dijo él. Le resultó extraño escucharse tratarla de tu, por lo que adivinaba que a ella le estaría resultando aun más chocante.

-¿Cómo? ¿Que no siga? ¿Que no siga con qué?

-Deja de abotonarte.

-¿Pero de qué hablas?

El se acercó al frondoso escritorio y se detuvo frente al mismo.

-Ven aquí, Jana -le dijo.

Ella salió de su parálisis, se puso en pie dejando caer su falda sobre sus piernas y sosteniendo el botón de la camisa. Rodeó la mesa.

-¿Qué quieres? -preguntó mientras llegaba.

-¿Qué estabas haciendo?

-¿No es evidente? Joder... -respondió en tono avergonzado.

-¿Qué estabas haciendo?

-Sufro mucho estrés últimamente, mucha presión... la situación... el cumplimiento de los objetivos... las negociaciones...

-¿Qué estabas haciendo Jana?

-Me estaba masturbando, joder, ¿eso quieres oír? Me estaba masturbando, mientras miraba a un amigo masturbarse conmigo, y le dejaba verme hacerlo.

El estiró una mano hacia su camisa y ella reacción cubriéndose y retrocediendo, alarmada. El mantuvo su mano flotando delante de ella, mientras la miraba fijamente, inexpresivo. Ella miró su mano y su mirada, alternando. Viéndose atrapada en una situación extremadamente comprometida. Finalmente dio paso adelante, poniéndose al alcance de esa mano, no muy extendida.

Le tomó las muñecas suavemente y apartó con delicadeza los brazos hasta dejarlos junto a sus redondeadas caderas. Luego dirigió sus propias manos de nuevo sus pechos, y ella amagó en volver a cubrirse. El se detuvo y volvió a mirarla en silencio. Tras un momento ella bajó sus brazos de nuevo.

Desabotonó la camisa, los pocos botones que ella había llegado a abotonarse. Dejó la camisa desabotonada  con su caída natural, viéndose la unión de las copas de su sostén. Ella se mantenía rígida  sin ofrecer resistencia, pero tensa. Él tomó los lados de la camisa y los separó, y los llevó detrás de sus hombros. Los desnudó, unos hombros sensuales, suaves, rectos, finos, combinados con su fino cuello, en el que se percibía la tensión.

Allí estaban sus pezones, pequeños, rosados, claros. Rodeó su espalda y la liberó de su sostén, que retuvo en su mano y dejó correctamente sobre mesa. La hizo girar sobre sí misma quedando de espaldas.

-...para... -susurró ella.

Ignorándola, usó la camisa aun calzada en sus brazos para inmovilizárselos por detrás. Ella quedó levemente inclinada hacia adelante mientras él manipulaba la camisa. Lo miró por encima del hombro.

-...pero ¿qué me estás haciendo?... -susurró.

Volviendo a ignorarla, la hizo girar de nuevo, ya con los brazos inmovilizados a la espalda. Esto hacia que su espalda se arquease levemente, elevando aun más sus pechos desnudos. Se detuvo a mirarlos. Llevo una mano lenta hasta el izquierdo. Lo enmarcó desde abajo en su mano abierta. Hizo una leve fuerza hacia arriba abultando la parte superior hasta que su mano topó con el pezón erecto.

-... por favor... para... -susurró.

Dejando su mano en el pecho izquierdo, repitió las caricias con su otra mano en el otro pecho. Pasó a centrarse en esos pezones deliciosos. Los estimuló con caricias, con presión, con suaves torsiones, hasta verlos tan inflamados que parecía que fuesen a explotar.

-...no...

Se acercó a ella, hasta sentir el suave aroma de su perfume, de su delicado aliento. Sus manos dejando sus pechos, abrieron su falda y la dejaron caer a sus pies, desnudándola por completo. Se arrodilló ante ella y la asistió ofreciéndole apoyo para que levantando un pie cada vez, pudiese recoger la falda del suelo y dejarla junto al sostén.

La movió desde su posición de rodillas frente a ella, hasta ponerla de espaldas al escritorio, apoyando su culo contra la madera, separó sus piernas y tuvo ese coñito depilado, pequeño, rosado, que hacía un momento era penetrado por dos dedos femeninos y tenia sus labios de un grosor delicioso.

-... basta...

Se acercó a esos pliegues y percibió que aun olían a sexo. El flujo que los había humedecido había sido mucho. Inspiró profundamente, llenando sus pulmones de ese aroma embriagador. Poniéndose en pie delante de ella se quitó su corbata. Se miraron a los ojos. El desbordante de calma. Ella alterada. Le cubrió sus ojos con la corbata, y la anudó cuidadosamente sobre su nuca deslizando una mano a lo largo de su sensual cuello acariciándole el largo cabello. Ella pareció reaccionar a la caricia, moviendo su cabeza hacia arriba sutilmente y sutilmente abriendo su boca, dejando ver brevemente sus perlados dientes.

Susurró otra vez, no una palabra, no un pedido, sino un suave y breve jadeo.

Su mundo desapareció en la oscuridad que cubría sus ojos. Sus otros sentidos se intensificaron. Sobre todo el oído y el tacto. Escuchó el roce de la ropa contra el suelo cuando él volvió a arrodillarse frente a ella. Dio un respingo cuando sintió unas manos ahora sobre sus muslos. Sintió la calidez de esas manos que le recorrían las piernas, por fuera, por dentro. Sintió una mano que le tomó la pierna derecha por detrás de la rodilla y la llevó un poco mas hacia la derecha. Lo mismo con la izquierda. Así, de pie con las piernas abiertas, apoyada contra la maesa, dejó de sentir esas manos, que abandonaron su cuerpo. Al perder también el tacto, se centró en el oído. Se esforzaba por oírlo  muy concentrada en cualquier matiz que pudiese captar en la oscuridad, cuando el tacto regresó de pronto, con una incontrolable explosión de placer.

De rodillas entre sus piernas la había penetrado con su lengua. Su suave, cálida y flexible lengua, se introdujo sin resistencia en ese coñito húmedo, caliente, abierto. Sus manos rodearon las firmes nalgas acariciándolas mientras besaba con lengua esos labios verticales.

Ella sorprendida y penetrada, fue victima de las sensaciones. Adelantó su cadera para facilitar la penetración  abrió las manos prisioneras de su camisa, miró con ojos vendados el techo, y dejó escapar un profundo jadeo.

-... ¿qué me ahh... ces? pahh... ra... bastahh...

Se sintió nuevamente manipulada, como una muñeca, sin voluntad propia. Hacía no mucho, intimidaba a este hombre con su poder, su autoridad, y ahora era su objeto, la dominaba, y había perdido la capacidad de resistirse a ser sometida de esta forma. La dejó de frente a la mesa, ya la invitó a inclinarse sobre esta. Quedó con su mejilla sobre la cálida y suave madera de su escritorio. Sus pezones sensibles sintieron la dureza que los recibió. Antes de lo que imaginaba, estaba siendo nuevamente penetrada por esa lengua, ahora desde detrás. Ahora miró sin ver la pared de su oficina, con su boca abierta, respirando agitada.

Cuando la lengua lamió su ano, lo hizo latir, palpitar con húmedas caricias. Creyó enloquecer por el aumento de las sensaciones táctiles, incluso sobre sus zonas erógenas por estar privada de la vista.

Lamiendo ese suave ano veía esa cabeza elevada en el horizonte de esa espalda sensual, bañada de ese cabello derramado, a través del valle de esas nalgas abiertas. Se retiro abruptamente quedando a unos centímetros de ese culo palpitante. Se quedó quieto, silencioso.

Cuando ella notó que no volvía a tocarla, dejó de mirar sin ver la pared delante y giró su cabeza apuntando hacia él con su oído derecho, concentrada, con expresión anhelante. El la observaba. Disfrutando de esa confusión. Por haberla arrastrado de su posición de control y seguridad, a otra de desconcierto por sus propias reacciones e incertidumbre por las acciones de otro.

Sin dejar de observarla, rozó su ano con la punta de su lengua y notó como ella fruncía el ceño y abría la boca, bajando su rostro hacia la mesa.

Se puso en pié detrás de ella y la hizo incorporarse cuidadosamente. Sin soltarla la guió alrededor de la mesa y la hizo sentar en su propio sillón ejecutivo. Se apartó unos pasos y volvió a observarla. Las manos a la espalda la obligaba a sentarse con la cadera adelantada. Sus piernas ampliamente separadas. Recostada contra el respaldo del sillón, levemente inclinada hacia la izquierda. Su cabeza inclinada hacia adelante y más a la izquierda. Su lenguaje corporal decía lo entregada que estaba a su dominador, aunque no era una entrega con la que estuviese de acuerdo. Era una entrega a la que no podía negarse.

Mientras la observaba con placer, sintió un sonido fácilmente reconocible. Fue el sonido de aviso de la mensajería instantánea. El hombre con el que ella había estado intimando cuando la descubrió, seguía ahí. Y también seguían encendidas las cámaras. No tenían audio en la comunicación, para mantener la privacidad, sobre todo de ella. El hombre parecía estar en su hogar. Cuando los vio volver en la imagen, envió un mensaje.

-Ola q pasa?? -preguntó-. esa es jana!!!!?

-Sí -respondió él invadiendo la convesación-. Es Jana. La ves bien? -haciéndose a un lado.

-uy si... nunca la vi asi toda desnuda!!!!!

-¿Qué haces? ¿Que escribes? -preguntó ella, sin autoridad en la pregunta.

-Mira. -le escribió al hombre.

La invitó a ponerse de pie. Y la ubicó de frente al escritorio  inclinándola hacia adelante como lo hizo antes del otro lado de la mesa. La dejó así mientras se bajaba los pantalones detrás de ella, luego el boxer. La dejó así mientras tomaba su gruesa erección y la acomodaba entre los labios de ese coño pequeño, mientras empujaba y la penetraba.

-...ahh!...

Y luego la aferraba por las caderas y empujaba mas adentro.

-... ahh!...

Y se retiraba para volver a empujar.

-...ahh!...

Una de las manos que aferraban su cadera, desató el nudo de la corbata y le devolvió la vista.

-... quehh...?

Tenía delante de ella la pantalla de su ordenador. En ella, vio activa la videollamada que tenía cuando él la descubrió. En ella se vio a sí misma en primer plano, con las manos atadas a la espalda, el cabello sobre su rostro, sus ojos entrecerrados, su boca entreabierta, sus pechos presos contra la mesa, su culo elevado al fondo, y a el penetrándola rítmica y profundamente con su gruesa erección. Y vio a su amigo, masturbándose mientras observaba como la sometían de esa forma, una masturbación violenta, áspera, convulsa, y vio lo que había escrito antes de llegar al punto de no poder detenerse a escribir.

-si asi asi si dale por l culo a esa puta follatela duro a esa puta que grite correte en su cara d puta si si asi asi puta dasela toda como l gust puta puaa

Cuando terminó de leer apartó la vista de la pantalla, pero la mano que había desanudado la corbata, le señaló la pantalla nuevamente. Vio como su amigo tenia su orgasmo viéndola sometida.

Se sintió más humillada.

Él cerro la videollamada. La incorporó un poco más apresurado que lo que había estado antes. La sentó en su sillón nuevamente. Ahora pasó sus brazos por debajo de las piernas desnudas, y se aferró a los brazos del sillón ejecutivo. Ella estaba abierta de piernas, con su coñito apuntando hacia arriba, con la espalda doblada con su cabeza a media altura contra el respaldo. Vio por primera ves la erección que la había penetrado. Gruesa, grande, con una enorme cabeza rosada y suave y unos testículos muy cargados colgando detrás. Vio como descendía a su coño. Como se alineaba para penetrarla. Como abría sus labios, como desaparecía en su interior. En esa postura un tanto forzada, quedó presa entre el sillón y su dominador. Así el estímulo sobre su clítoris por la penetración, era enorme. Así no tardó mucho en sentir que ahora también era dominada por un enorme orgasmo que la hacía convulsionarse bajo esa penetración profunda. Tuvo que  ahogar sus gritos en jadeos sordos. Los mismos jadeos sordos, mas profundos que emitía él mientras se derramaba en su interior llenándola de su liquido denso y caliente.

Luego de un momento de relajación en el que ella sintió su peso sobre su cuerpo, la ayudó a ponerse de pie, mientras sentía aun ecos de su orgasmo entre las piernas. La hizo girar y desató su camisa liberando sus brazos y fue en busca de su falda mientras ella se acomodaba la camisa y se la abotonaba.

De rodillas de nuevo ante ella, sostuvo la falda mientras ella pasaba sus pies, y se la entregó para que terminase de ponérsela, mientras que ella lo miraba a los ojos, inexpresiva.

Un poco tarde, pero a tiempo para bajar a almorzar.

El ascensor abrió sus puertas en la planta baja del edificio donde el personal de la empresa fluía hacia la calle lentamente. Ella a su lado, demoró su salida por lo que la miró de soslayo.

-Usted primero -susurró, indicándole que proceda normalmente ante todo el personal.

Ella reaccionó, avanzando y adquiriendo su expresión habitual, recuperando su posición en la jerarquía que los ordenaba, parcialmente.

-Sí, señor -le dijo adelantándose.




viernes, 12 de octubre de 2012

Perfección

Caminaba visiblemente alterada. Pasos rápidos, enérgicos, secos. Los brazos cruzados casi como abrazándose a sí misma. Inclinada levemente hacia adelante en su avance. Ensimismada en sus tribulaciones, absorta y ajena al entorno en el que se adentraba. Pensaba.

-Pero quien se habrá creído. Tratarme así. A pesar de haberle sido sincera al punto de quedar expuesto el error. No me dio oportunidad de disculparme. Iba a hacerlo, quería hacerlo, casi necesitaba hacerlo. Se enfureció. Traicionado. Si lo hice fue porque me sentía como para hacerlo. No es algo que haga por gusto, por deseo. Nunca he engañado a mis parejas. No soy así, te lo juro. Es muy dependiente, muy entregado, me adora como se adora a una imagen en el altar. Yo también quiero depender, entregarme. Ponerme en ese pedestal de perfección y autoridad, estar allí me cansa. Estoy agotada. La relación no iba bien. Me quiere, lo quiero, pero no estábamos en un buen momento  cuando apareció él, con sus palabras precisas, sus miradas justas, sus caricias exactas. Coincidencias. Antes y después, no hubieran tenido el efecto que tuvieron. Lo siento tanto. Tenemos que hablar mas tranquilos, dejarme darte mis disculpas, permitirme...

-¡Eh! Para.

Esa voz enérgica y baja, rasposa la trajo de sus pensamiento, de su discusión consigo misma. Se detuvo en seco. Miró alrededor. Notó entonces que la calle por la que caminaba estaba muy oscura, vacía. Los departamentos tenían las persianas bajas, sin luz detrás de ellas que se adivinase por las rendijas.

Se giró y vio a un hombre que se le acercaba nervioso. La habría estado siguiendo quizá hacía un rato, quizá le había dicho que se detuviese un par de veces antes de que lo escuchase. Parecía que fuese a robarla. Se asustó. Tenía su cartera llena de sus cosas, la mayoría sin valor, salvo el móvil, unos pocos billetes, tarjetas.

-¡Ven aquí!

La tomó del brazo y la llevó consigo, mirando alrededor en todas direcciones. La llevaría a recorrer los cajeros automáticos y a sacar dinero de la cuenta, en la que tampoco había demasiado. Sería un paseo corto.

La llevó a un callejón más oscuro. La empujó contra la pared, tiró de su bolso, manipulándolo para abrirlo y ver su contenido. Vio entonces el cuchillo en la mano que había permanecido a un lado de su cuerpo mientras la arrastraba sujetándola con la otra. Se asustó más.

El atracador miró el móvil y se lo guardó en el bolsillo con violencia. Sacó el billetero comprobando que no quedaba nada de valor en el bolso, tirándolo al suelo, cayendo sobre una pequeña charca de agua negra, le molestó. Su bolso de cuero. Le había salido bastante caro. Era relativamente nuevo. Sin robárselo  también la había desposeído del bolso. Iba a arruinarse allí sobre el agua. Mientras el hombre abría el billetero y comprobaba el escaso contenido cabreándose  por su mala suerte, ella inconscientemente se adelantó a recoger su bolso de la charca de agua negra en la que se estaba arruinando.

El hombre se asustó por el inesperado movimiento de su víctima y sobresaltado quiso detenerla, pensando que intentaba huir. Su torpeza e inexperiencia como atracador hizo que se encontrase con ella doblada ante él, el brazo de ella estirándose hacia el bolso, congelada en su incómoda posición, atravesada en su abdomen por el cuchillo. Asustado se retiró unos pasos, quitándote el cuchillo de su interior y privándola del apoyo que tenia, viendo como ella se desplomaba entre quejas, moviéndose en el suelo, parcialmente sobre la charca de agua, encima de su bolso. Huyó del lugar solo con el móvil, corriendo como un loco, mirando hacia todos lados.

La calle quedó vacía, oscura, silenciosa, salvo por los sonidos que ella hacia en el suelo.

...

-Eh... despierta.

Abrió los ojos traída desde la oscuridad. Allí estaba él, su amor traicionado. Sentado en la cama junto a ella sosteniéndole la mano.

-Hola.

La saludó. Su voz sonaba tan suave, amigable, agradable y calma en contraste con la aspereza, sequedad y urgencia de la voz de su atacante.

Se miraron a los ojos una eternidad. Comprendiéndose y perdonándose.

-Ya ha pasado. Ya estas segura, en casa.

Incorporándose sobre su cama, se sintió así, segura a su lado. Ahora junto a él se sentía por primera vez dependiente, segura, adorándolo por cuidar de ella. Sentía una bendición por el amor rescatado.

-Ámame. -Le pidió.

El sonrió con una sonrisa luminosa, amplia, cómplice. Su mano se posó en su hombro y la condujo nuevamente a recostarse en la cama, apoyando su cabeza sobre esa tan blanca y mullida almohada. Luego esa mano se llevó con ella las livianas cobijas blancas que la cubrían, dejándola desnuda. Se puso en pié y ella desde la cama, recostada, desnuda, lo observaba con lentos y ondulantes movimientos de su cuerpo. El rodeo la cama hasta quedar a los delicados pies femeninos que danzaban con una sensualidad perfecta. Dejó caer la blanca bata que ocultaba su cuerpo y se detuvo un momento desnudo frente a ella, para que lo mirase. Su cuerpo bien formado, sin bello corporal, con su miembro semierecto de forma que se mantenía en su posición de flaccidez pero iba creciendo, ensanchándose, descubriéndose al retirarse la piel que ocultaba glande.

Ella sentía crecer su excitación de forma gradual, y ese aumento se traducía en la separación de sus piernas ante él. Se abrían despacio, manteniendo ese sensual movimiento ondulante. Ella ronroneaba, parpadeaba lentamente, sonreía, recorría las blancas y suaves sabanas bajo ella, acariciaba la almohada bajo su cabeza, y volvía a mirarlo.

Sin subirse aun a la cama, él tomó uno de sus pies, y lo acarició entre sus manos. Su tacto era cálido y suave, muy estimulante, transmitiendo su amor en cada roce, en todas las caricias. Lo besó, y aun sosteniéndolo  tomó el otro al que también acarició y besó con ternura.

Con sus piernas elevadas y juntas, sentía la deliciosa inflamación de sus labios atrapados entre sus muslos interiores, sentía el calor que irradiaban y la humedad que se contagiaba a la piel de su entrepierna.

Las caricias descendieron desde sus pies, a sus piernas, relajando de placer cada músculo por el que pasaban esas manos. Sus piernas se separaron levemente para permitir que esas caricias se internaran entre ellas y alcanzaran la fuente.

Sus manos recorrieron sus piernas por fuera y las recorrieron por dentro. El recorrido pasó muy cerca de sus delicados pliegues, y aun sin acariciarlos obtuvo sensaciones intensas, profundas y agradables.

El ya estaba sobre la cama arrodillado entre sus piernas abiertas. Sus caricias cruzaron el ecuador de su cuerpo, recorriendo su torso, alcanzando la base de sus pechos suaves, provocando la erección instantánea de sus pezones rosados a los que sus caricias ignoraron como antes a sus labios húmedos.

Al posar sus caricias en el nacimiento de sus pechos, allí donde empezaban a separarse de su torso, sus movimientos ondulantes se combinaron con el arqueo de su espalda. Sus brazos se separaron del cuerpo y sus manos abiertas sintieron la suavidad de las sabanas. Así se mantuvo mientras él se retiraba de nuevo a sus piernas abiertas y descendía en la unión de la sensual Y que formaban. Sus besos sorprendieron a esos labios hasta entonces ignorados.

Ella se arqueó más, y su rostro al girar su cabeza, se ocultó entre su pelo azabache revuelto y la mullida almohada, apagando sus jadeos sensuales.

Labio contra labio, la besó entre las piernas como si la besara en la boca. Jugando con su clítoris como si fuese la punta de su lengua esquiva en un beso travieso. Ella se movía al ritmo del beso.

El se detuvo en el momento justo, cuando había llegado al punto en el que el placer es el preciso, sin sentir que ha empezado a caer en los brazos del orgasmo y quedándose inconclusa para empezar a construir el orgasmo de nuevo, desde sus cimientos. El orgasmo estaba en construcción.

Se estiró por encima de ella y besó sus pezones rosados que estaban más erectos que nunca. Los tenía inflados, con una erección que incluía su areola, que se elevaba desde la curva de sus pechos, resaltando esos pezones grandes y duros. Vio que se los rodeaba con sus suaves labios mojados, formando una pequeña "o" que calzaba perfectamente y los sostenía así mientras sentía como la punta de su lengua, dentro de su boca los estimulaba con suaves y aleatorios roces.

Sus jadeos y gemidos suaves eran una música de fondo angelical que acompañaba cada acción que el realizaba sobre su cuerpo aún ondulante.

Se detuvo encima de ella, sin peso sosteniéndose en sus brazos, mirándose a los ojos por una eternidad, sintiéndose unidos como nunca. Mirándose así, ella se sintió penetrada con dulzura, con cuidado, con delicadeza. Casi sin percibir el movimiento de su cuerpo sobre suyo, la estaba penetrando. Sintió el calor de ese miembro erecto, de tamaño justo, que separaba sus labios húmedos y que estimulaba su clítoris en su avance. Aún mirándose a los ojos, jadeo despacio, gimió en susurros  aferró las nalgas que se movían hacia adelante mientras la seguía penetrando. El gemido se convirtió en expresión.

-Mi amor...

El sonrió cómplice, con los ojos iluminados. Al terminar de introducirse, comenzó a retirarse despacio, para introducirse de nuevo. Lentamente, haciéndole sentir intensamente cada penetración, por estimular de forma exacta y precisa su clítoris en el avance y en el retroceso.

Ella lo acariciaba, en las nalgas tensas, en la cintura fina, en la espalda ancha, en los brazos firmes, en el cuello suave sin indicios de barba, enredándose en su pelo. Y gemía en susurros mientras la penetraba y lo acariciaba.

Sentía que la construcción de su orgasmo estaba casi lista. Lo sentía nacer desde su interior. Desde un lugar en el que nunca había sentido nacer un orgasmo antes.

Así lo tuvo, intenso, profundo, eterno. Y él la acompañó con el suyo. También intenso, profundo, denso, cálido. Lo sintió derramarse con fuerza, como nunca lo había sentido antes.

Tras ese acto intimo tan perfecto sentía placer en cada rincón de su alma.

Abrazados, con su cuerpo relajado sobre el suyo, sintió ese agradable peso estando aun penetrada, sintiendo como él se relajaba por completo incluso en su interior.

Quedaron acostados en la cama uno junto al otro, sintiendo, sintiéndose, pensando, sin hablar.

Una realidad se presentó ante ella como explicación a tanto placer, a tanta sensibilidad, a tanta perfección. Y una pregunta se formó en su mente. Una pregunta que quería y temía formular. Una pregunta que crecía en su interior, que se hacía imposible retener allí.

Se incorporó lentamente, con suavidad, inclinándose sobre él. Su cabello azabache caía como una cascada sensual contrastando contra su piel desnuda. Ocultando en su caída su pecho izquierdo sin mucho éxito. Se miraron una eternidad sin hablar, necesitando formular la pregunta y temerosa de hacerlo.

-Dilo.

-Temo conocer la respuesta.

-No hay nada que temer, estás segura, estás en casa.

Posó suavemente su mano delicada, femenina sobre el pecho de él y lo acarició con amor.

-Quiero quedarme aquí contigo. Quiero que te quedes aquí conmigo. Quiero sentirme así y nunca volver a sentir miedo ni odio. Quiero ser tuya de esta forma equilibrada y armoniosa. Quiero que este momento perfecto sea para siempre.

-Así lo será mientras tu quieras que así lo sea... pero aun no lo has dicho todo.

Temía hacerlo, casi lo había hecho, pero lo que se escuchó diciendo fue aquella expresión de su deseo, en lugar de la pregunta que temía preguntar. Toda esta experiencia luminosa, casi onírica, que resultaba tan intensa, tan intima, para perfecta la empujaba a considerar una realidad que antes, hacía un momento, la había asustado al presentarse de improviso, pero que ahora, volviendo a considerarla, la tranquilizaba y le traía calma.

-¿Así es morir?

El la miró sonriendo con esa sonrisa luminosa, cálida, cómplice. Sonreía con sus ojos. Se incorporó alcanzándola allí arriba y la beso en los labios llenándola de amor. La abrazó hundiendo sus rostros en sus cuellos y le susurró la respuesta al oído.

-Así lo es para ti.


lunes, 13 de agosto de 2012

Sacrificio


Esto era serio. Tras tantos años de casos y sin importancia, había llegado a sus manos uno de verdad. Hasta entonces había realizado casi únicamente seguimientos sobre cónyuges infieles, empleados estafadores y casos por el estilo tomando fotografías a la distancia.

Ahora, tenía en sus manos un caso de secuestro. La familia de la joven desaparecida lo había contactado además de haber dado parte a la policía.

Trabajando por su cuenta llevaba un par de meses tras una pista firme. Había podido relacionar esta desaparición con otras similares, de otras jóvenes que reunían características muy parecidas a la joven que buscaba. Estas desapariciones geográficamente se habían ido acercando a la zona en la que se habían llevado a Verónica.

Además dio con un caso similar en el que la joven había aparecido muerta, en la zona en la que había desaparecido. De los casos que había estado revisando, fue la única en aparecer tras haber desaparecido. En todos los casos se había tratado de jóvenes vírgenes, y a la joven aparecida, tras la autopsia, se le constató que no había sido agredida sexualmente, aún conservaba la virginidad.

Esto lo había empujado a formular su hipótesis. Todos estos casos están relacionados con su caso. Se trata de crímenes cometidos por los mismos responsables. Una secta satánica.

Su teoría se vio reforzada cuando comprobó que las desapariciones se producían en todos los casos alrededor de la misma época del año, época que no pudo asociar a ningún hecho relevante. Al parecer la fecha sería tan arbitraria como las creencias de la secta. Y cuando al buscar secuestros en esas fechas, aparecieron más, de jóvenes muy probablemente vírgenes, completando el patrón geográfico.

Aún estando seguro de su teoría no la compartió con los padres en su última reunión. Simplemente los puso al tanto de lo que había hecho y cuánto había gastado ese mes. Al terminar, la madre le había pedido "Haga todo lo que sea necesario para encontrarla y traerla de vuelta" entre lagrimas y con un fuerte apretón en el brazo. Conmovido accedió.

Para ubicar el lugar donde Verónica pudiese estar retenida, aplicó su extensa experiencia en seguimientos a personas, intentando identificar movimientos de grupo, que sugieran una alta actividad, como preparación del ritual satánico. El ciclo al parecer era de 3 años, por lo que los integrantes de la secta deberían tener un nivel de ansiedad por encima de lo normal que iría en aumento a medida que la fecha de acercase.

Consultó a diferentes santerías de la zona, y dio con una en la que un grupo de cinco personas habían realizado una compra importante de velas, aceites, inciensos, manteles, túnicas, cruces y demás parafernalia. Tenía sentido, ya que tras el crimen se desharían del cuerpo de la virgen y de todo el material utilizado. El encargado de la tienda, por lo poco habitual de una venta así, se había fijado en sus clientes, y en su vehículo dándole la descripción y parte de la matrícula.

No fue difícil ubicarlos. Si hubiesen realizado varias compras pequeñas en diferentes santerías, en lugar de una única gran compra en una única santería, no habría dado con la casa en la que probablemente Verónica estuviese retenida. Y con sus años de experiencia y trabajo junto a la policía, sabía de sobra que todo lo que tenía como evidencias resultaría circunstancial para un juez, que no emitiría una orden de registro. Debía ir solo, con su cámara fotográfica y conseguir evidencias incontestables de que Verónica estaba allí.

Esa misma noche, de madrugada, entrando subrepticiamente a la casa por una ventana del piso de arriba, comprobó que todo indicaba que esa sería la noche en la que se realizaría el rito. La casa estaba desierta, tenuemente iluminada por lámparas de aceite, las paredes pintadas por símbolos en sangre, esperaba que fuese de animales, y el suelo con infinidad de velas. Tomando una lámpara de aceite bajó silenciosamente al piso inferior, para comprobar que estaba igualmente desierto. Debería haber un sótano. Los monótonos cánticos lo guiaron.

Allí estaba la secta. En el sótano. La decoración se mantenía como en el resto de la casa, pero aún más cargada. Más símbolos, más velas, más lamparas, cruces invertidas, un altar, una calavera de carnero, los más de 20 integrantes de la secta y Verónica.

Allí estaba, desnuda sobre el altar amarrada de pies y manos, pero no luchaba por liberarse, ni gritaba pidiendo ayuda. Consideró que estaría desvanecida, o bajo los efectos de algún tranquilizante. Tampoco se veía un sacerdote que estuviese liderando esa ceremonia, ese ritual. Todos parecían estar rezándole al altar, a Verónica, a la calavera de carnero.

Nadie reaccionó al golpear una columna con su lámpara salvo él mismo, que sintió atenazada su garganta, contuvo su respiración y se quedó inmovilizado por el miedo. El ruido del vidrio contra la piedra no los alteró. Supuso que estarían en trance, o bajo los efectos de alguna droga. Cuando recuperó la compostura se acercó silencioso, deslizándose contra la pared, hasta donde estaba el altar.

Los sectarios cubiertos con sus túnicas gruesas, de rodillas, con las cabezas gachas, y sus ojos cerrados murmuraban ese cántico monótono que él no comprendía por ser, lo que creía, latín.

Estando en la última posición que lo mantendría a cubierto, tomó su móvil y marcó 112. Susurrando dio la dirección, dijo que iban a matar a una joven y sin esperar cortó. Estaba a escasos metros de Verónica, pero también a escasos metros de los sectarios... y a demasiados metros de la salida. Tenía que retrasar el sacrificio hasta que llegase la policía, de alguna forma. Aterrorizado notó que el cántico empezaba a apagarse. Estaban terminando de rezar. No sabía que vendría a continuación pero no podía esperar más.

¿Qué hacer? Si estos hombres solían matar jóvenes vírgenes, no les resultaría moralmente inapropiado matarlo a él, un intruso, un infiel, un perpetrador, o como sea que lo considerasen por estar allí con la intensión de detener e impedir el ritual. Estaba en peligro como lo estaba Verónica. Su única arma era su cámara de fotos. Tan poco habituado estaba a este tipo de situaciones a vida o muerte, que ni siquiera pasó por la cocina a buscar la cuchilla más grande que hubiese.

La adrenalina corría ya por su cuerpo desde que golpeó la lámpara. Aumentó su estado de alerta, su capacidad de reacción, sus reflejos, su instinto de supervivencia.

Vio al que sería el líder, rezando entre los demás, diferenciándose únicamente porque tenía el cuchillo ritual en su mano. Vio que la carga de parafernalia mística en el sótano hacía que hubiesen muchas lámparas de aceite. Vio que el resto de sectarios no estaban armados. Consideró sus opciones. Tomó varias lámparas de aceite, encendidas, y sin mediar palabra se las arrojó al líder, que se vio de pronto envuelto en llamas al actuar las lámparas como cócteles molotov sobre su combustible túnica. El desconcierto y la alarma invadió a los sectarios que no supieron lo que estaba pasando arrancados de su trance por los gritos de su líder incendiado.

Hacía todo lo que fuese necesario.

Mientras todos socorrían al líder sin, de momento, preguntarse cómo es que estaba en llamas, aprovechó la confusión creada para acercarse al altar. Nadie se había percatado aún. Junto a altar pensó en tomar a Verónica y salir de allí cuando su presencia fue notada.

-¡Allí!, ¡en el altar!, ¡¿quién es ese?! - Gritó alguien. Algunos miraron y los pocos que no asistían al líder, se dirigieron hacia él.

Tomó las lámparas de aceite que aun tenia en las manos y las arrojo al suelo delante del altar. Tomó las que rodeaban el altar y también las arrojó, arrinconándose tras una gruesa pared de fuego. Retuvo algunas lamparas, arrojando una al primero que intentó pasar por el fuego, envolviéndolo en llamas, haciéndolo retroceder y quitándole al resto la seguridad en sí mismos.

Los gritos se duplicaron y la confusión también. Algunos sectarios abandonaron el sótano. Huían. Otros permanecían allí, con odio en sus miradas. Esos no dejarían que saliera de ahí vivo. Para hacer huir al resto gritó.

-¡He llamado a la policía, no tardarán en estar aquí!

Sólo hizo huir a uno pocos, aún quedaron suficientes como para no poder hacerles frente el solo a todos. Uno de los que se quedó le devolvió el grito.

-¡La virgen es nuestra!, ¡Es del carnero!, ¡Requiere su sacrificio hoy, esta noche! Danos la virgen y podrás salir.

Querían a su virgen a toda costa. La necesitaban.

La pared de fuego se consumiría. Y sus bombas incendiarias no serían efectivas. Arrojó otra para mantener la distancia de los sectarios que se envalentonaban y para alimentar la pared de fuego. Los hizo retroceder unos pasos.

De pronto comprendió. No tenía opción. Debía hacer todo lo necesario.

Arrojó tres de las cuatro lámparas que aún le quedaban. Las llamas aumentaron considerablemente e hicieron retroceder más a los sectarios que gritaron maldiciones. Apagó la última. Volcó aceite en sus manos, como si se las lavase bajo el grifo. Arrojó la ultima lámpara a las llamas ya descontroladas. Pensó brevemente que debió haber llamado también a los bomberos. Algunos de los sectarios que habían huido volvían con cubos de agua. No tenia mucho tiempo.

Se giró hacia Verónica. Seguía allí desnuda, inconsciente, ajena a todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor, a todo lo que ocurría por ella. Su joven cuerpo era perfecto, su piel bajo la intensa luz amarillenta y viva de las llamas resultaba hipnótica lo mismo que las sombras inquietas que realzaban el volumen de su sexualidad. Sus pechos grandes e ingrávidos resaltaban en contraste con su sensual delgadez adolescente. Su cuello vulnerable, sus labios gruesos y húmedos, sus dientes perlados, su pelo negro azabache ondulado.

Todo había sucedido demasiado rápido, desde que había entrado en la casa hasta encontrarse detrás de la pared de fuego. Pero al fijarse en Verónica el tiempo pareció detenerse.

Absorto en la inocente sensualidad de Verónica, ante su instacta sexualidad allí ante sus ojos, bajó sus pantalones como en trance hipnótico, con sus manos aceitosas manoseó su pene fláccido lubricándolo por completo. Abrió las piernas de Verónica y manoseó su vagina seca, virgen, lubricándola por fuera, entre los pliegues de sus labios, alrededor de su clítoris.

Ella no reaccionaba a los estímulos y él tampoco. Necesitaba una erección urgentemente. Sacudió a Verónica y la trajo de vuelta, o casi. Sostuvo sus pechos, se los acaricio, apretó y mordió sus pezones indefensos, lamió su boca, le dio a beber su saliva. Verónica volvía y no le gustaba lo que le estaba haciendo. Gemía, pero de asco, de repulsión. Era una virgen.

El primer cubo de agua hizo vibrar las llamas pero el combustible las recuperó.

Tomó su pene y se lo pasó por la boca, por sus labios. Ella se resistía gimiendo adormecida. No podía perder mas tiempo y no conseguía su erección.

Comprendió entonces que debía violarla. Ella no consentiría que la penetrase. No entregaría su condición de virgen y por ende resultar inservible a los objetivos de la secta.  Así los sectarios enfurecidos no tendrían motivos para quedarse, para conseguir su sacrificio. El carnero quería vírgenes, puras, una impura no valdría. Y la venganza hacia él no sería motivo suficiente para quedarse allí arriesgándose a ser detenidos por la policía. Pero claro, todo esto no podía explicárselo a ella, estaba aún bajo los efectos de las drogas, muy confusa. Por lo que a ella respecta, esto que él quería hacerle era lo que le estaban haciendo los secuestradores. No distinguía entre ellos.

Puso su pene y sus testículos en la cara de Verónica, manoseó su vagina aceitosa, aferró sus pechos turgentes. Su resistencia y sus gemidos empezaron a excitarlo. Su pene alcanzó la semierección. Metió un dedo lubricado en el ano de Verónica, que gritó de rechazo, no de dolor. Su pene se ensanchaba sobre los labios de Verónica, que bufaba y luchaba por librarse de sus ataduras para poder defenderse de su violador, que quería salvarla de la muerte. Frotó mas rápido su cabeza contra sus labios, intensificando el estímulo. Alcanzando su erección casi completa.

Otro cubo de agua hizo disminuir considerablemente las llamas que los separaban de los sectarios. Otro más y sería el final. Lejos creyó escuchar el sonido de las sirenas policiales. Muy lejos, no llegarían a tiempo.

Se subió al altar ya desprovisto de ropas. Se acomodó entre las piernas de la joven virgen, su erección retrocedía. Volvió a frotarla contra esa vagina tan aceitosa como su pene, deslizándose sin resistencia. Aferro los pechos turgentes, los pezones rozados y erectos contra la voluntad de Verónica, lamió su cuello, su boca. Estaba muy excitado, ella se resistía, luchaba, movía su cuerpo atado debajo del suyo, enérgica, jadeante. Retorcía sus muñecas amarradas, sus piernas abiertas que lo abrazaban. Sus pechos danzaban incontrolados. El movió su cuerpo para contenerla debajo, apoyándo sus manos sobre los brazo de Verónica, que ahora se arqueaba debajo, haciendo que sus pechos enormes se elevasen aun más, siempre fuera del alcance de la gravedad, siempre manteniendo esa perfecta curva, forma y volumen. Su erección acariciaba sus labios aceitosos, y los abría, recorriendo por los movimientos de ambos en esa lucha, la longitud de su entrepierna, desde el clítoris inflamado hasta la dulce aspereza de ese ano aún mas virgen que había penetrado ya con un dedo lubricado. Estaba listo. Verónica nunca lo estaría, aunque su cuerpo reaccionase a toda esa cascada de estímulos.

Un nuevo cubo de agua apagó las llamas. Su pene grueso penetró de una vez la totalidad de la vagina de Verónica, cambiándola para siempre, quitándole su condición de virgen. Ella gritó de dolor. Los sectarios al presenciar la violación gritaron de odio. Las sirenas policiales gritaban avisando de su llegada. Él gritó al eyacular en varios bombeos intensos, densos y calientes acompañados de movimientos espasmódicos de cadera, empujando su pene bien adentro de Verónica ante cada eyaculación.

Ya sin resistencia se dejaba penetrar y eyacular, mirando la pared a un lado inservible para el sacrificio de la secta.

Cuando entró la policía el sótano estaba vacío. Todos habían huido llevándose a los heridos. Quedaban los cubos en el suelo, restos de las túnicas quemadas, pedazos de vidrio ennegrecido. Al fondo, los agentes vieron un altar, con una joven desnuda, inmovilizada de pies y manos, y sobre ella un hombre también desnudo.

El hombre siguió penetrándola duramente, eyaculándola por segunda vez a pesar de los gritos de aviso de los policías.


miércoles, 10 de agosto de 2011

Homo Interruptus

Maldijo una vez mas su dejadez y el exceso de optimismo de ella. Ambas cualidades en cada uno, al final, los había empujado a ese viaje de 16 horas en bus, por no ocuparse a tiempo y por creer que los vuelos baratos serían baratos hasta el último momento.

En realidad el tiempo podría pasar pronto, si, como todo el poco pasaje que iba en el bus, pudiese dormir en esos asientos generosos, del coche cama. Pero no podía. Aunque el viaje estuviese programado para producirse durante la noche, y así pasar desapercibido a los pasajeros. A los pasajeros que dormían, como su novia, a su lado.

Y lo peor, es que para él, este era el segundo viaje, el de vuelta. Ya había ido hacía una semana. Había viajado sólo, a encontrarse con su novia, en la ciudad natal de ella, pasar unos días y volver juntos a la ciudad en la que ambos residían.

El mismo viaje, el mismo trayecto, la misma duración, algunos mismos pasajeros... y la misma azafata. Sí, azafata. En un bus una azafata. Extraño, pero allí estaba. Y en el viaje de ida, habían conversado bastante, ella no podía dormir, ni él tampoco, aunque por diferentes razones cada uno. Al subir a este bus, volviendo, se habían saludado y conversado un poco cuando la azafata había terminado de hacer las cosas y quedaba a la espera de que alguien necesitase algo. Habían hablado los 3 animadamente. Ahora, su novia dormía y él maldecía la dejadez y el optimismo.

Con el bus en penumbras y en silencio en sus dos pisos casi despoblados, se aburría. La azafata al parecer, también. Pasó caminando por el angosto pasillo hasta donde estaba el chófer que descansaba para darle un botellín de agua. Le gustaba su figura y como la ropa de trabajo la enaltecía. Camisa blanca ceñida, falda ajustada, cabello recogido, tenso, en una gruesa y sedosa cola de caballo rubia.

Cuando regresaba a su último asiento lo vio despierto, le sonrió, y le hizo una seña para que fuese con ella, si lo deseaba. Podrían conversar, hacerse compañía. Y sí, se levantó con cuidado para no despertar a su novia y la siguió.

Sabía bastante de la azafata. En aquel viaje de ida habían conversado mas de 10 horas. Ella también sabía cosas de él. Él sabia que era 3 años mayor que ella, que ella no tenia novio, que vivía con sus padres, que viajaba mucho, que era de pensamiento liberal en cuanto a la sexualidad... y que se le había insinuado. Ella sabía que él viajaba para estar con su novia, que vivían cada uno en su casa, que hacía menos de un año que estaban juntos... y que él había sido infiel en una relación anterior cuando era incipiente.

Se sentaron uno junto al otro en el mismo asiento, y ella apagó las luces de lectura. El final del piso bajo del bus quedo oscuro. Si alguien llamaba a la azafata, se le encendería un led rojo indicando el asiento en el panel de enfrente con el sonido de una campanilla.

-¿No temes quedarte dormida así? -Preguntó él.

-No, estás aquí, no voy a dormirme. ¿Qué tal ha estado el viaje?

-Regular, la verdad.

-¿Por qué?

-Bueno, conocí a su familia, me alojé en su casa. La madre, resultó una adicta a los tranquilizantes, al parecer. Se pasaba el día como flotando entre algodones, hablando tooodooo aaasiii, me ponía nervioso. El padre, un controlador de cuidado, le cuestionaba a ella la ropa que se ponía, llegó a decirle una noche que íbamos a la disco, que parecía una puta, literal ¿eh?

-Joder, ¡qué fuerte!

-Sí, no supe qué hacer, si defenderla o dejarlo pasar, como algo entre padre e hija. Y al final no hice nada. Sólo me sentí mal. Y luego el hermanito de los cojones, un enfermo de los celos con la hermana, que es verdad que hacía mucho que no veía, pero tan enfermo resultó que no se nos separó un momento, a dónde íbamos se nos adhería. Parecía estar compitiendo conmigo por seducir a su hermana... todo muy raro en esa casa.

-¿Es pequeño el cabroncete?

-No tanto, 15 o 16. Un pajero de cuidado.

Ella rió ante esa afirmación.

-Que lástima -acotó-. Lo habrás tenido difícil en ese entorno para poder tener sexo con ella durante tu estadía, ¿verdad?

-Bueno, ese también fue un tema. Casi no teníamos intimidad, yo dormía en una habitación para mi sólo. Ella dormía con el enfermito. Hubieron pocas ocasiones en las que poder tocarla de esa manera.

-Oh, ¿sólo has podido tocarla? ¿No la has penetrado en todo este tiempo?

-Íbamos a una playa cercana, pero que había que ir en bus. Iba siempre a reventar de lleno, pues había poca frecuencia. Pasaba uno cada hora o así. De forma que viajábamos como sardinas en lata. El tercer día, cuando volvíamos, empezó a oscurecer ya que el bus anterior lo habíamos perdido. Estábamos de pie ella delante de mi, yo detrás, el hermanito por ahí cerca, pero distraído hablando con otros amigos del grupo.

-¿Y qué pasó? -Preguntó interesada y entretenida.

-Sentí como apoyó su culo contra mi paquete y comenzó a moverse despacio. Me masajeaba el tema con las nalgas, mirando hacia adelante con cara de no estar pasando nada. Y yo intentando poner esa cara mientras sentía como se me iba poniendo dura.

-¡Uy! ¿Y no los vio nadie?

-No, estaba oscuro ya, la gente estaba cansada dormitando o conversando entre ellos metidos en sus temas. Pero tampoco se podía follar, no pasó nada aparte de esos masajes y de un par de caricias asustadizas a la erección que me había provocado.

-¿Y te quedaste así? Que putada.

-Sí. Otras veces pasó mas o menos lo mismo. Antes de ayer, ya estaba hasta los huevos de todo. Volvíamos sentados esta vez, de noche también, cubiertos por una toalla porque estaba fresco, así que por debajo de la toalla, le acaricié el coño por encima del bañador, abrió las piernas, le metí dos dedos debajo de la tela y le acaricié el clítoris hasta que se corrió muy disimuladamente. Pero así y todo creo que el enfermito, nos miraba. Pero como te digo ya me daba igual.

-Mmm que linda imagen, pero al final ella se pudo correr y tu seguías a dos velas. ¿En la casa no pudiste hacerle nada?

-Sí, pero fue frustrante como el bus. Una mañana llevaron al enfermito a anotarse en el colegio, y nos quedamos solos. Yo estaba durmiendo. Habían salido muy temprano. Ella me despertó con una mamada, cuando abrí los ojos alterado y excitado, la tenía ahí comiéndomela. Mira como estaría yo de mentalizado que lo primero que dije fue preguntar por su familia en lugar de arrancarle el camison bajo el que estaba desnuda y follarmela entera.

-Y ahí entonces sí te corriste.

-No, me la puso como una moto, y me la hizo chupársela a ella, ya que en teoría teníamos tiempo, pero cuando se la comía escuchamos llegar el auto, y la muy puta, en lugar de cortarlo, me agarró de pronto de la nuca, y empezó a moverse contra mi boca, follándomela un momento hasta correrse ahí, con movimientos bruscos. Recuerdo como se le sacudían las tetas mientras se corría con la boca abierta los ojos muy cerrados, como gritando, pero muda.

-¡Que cabrona! Ya tuvo 2 corridas y tu ninguna.

-Ya te digo.

-¿Y nada más?

-Hubo otra vez en la que le pidió prestada una habitación a una amiga que vive junto a la casa de sus padres. La habitación estaba sobre el garage de su casa, por lo que tenía mucha intimidad. En su casa hicimos todo el paripé de irnos a la disco, pasábamos a buscar a esta amiga y seguíamos. Pero en realidad nos íbamos a quedar ahí. Mientras esperábamos detrás de la casa, estuvimos besándonos, metiéndonos mano hasta que me desabotonó el vaquero y me empezó a dar una mamada.

-Así que cuando subieron a la habitación estabas muy entonado.

-Estaba muy entonado, pero no pudimos subir, porque la madre pastillera nos vio en el jardín de la vecina.

-¡¿Vio como la hija te daba una mamada?!

-No, no. La había hecho deternerse porque iba sino a correrme ahí mismo, y prefería hacerlo más cómodamente, por la promesa de esa habitación, pero al vernos la madre ahí tuvimos que ir a la disco.

-¡Que putada!

-Sí. Luego en los reservados de la disco, nos metimos mano de nuevo, y ella tuvo otro orgasmo cuando la penetraba...

-¡Bien!

-... con 3 dedos.

-¡Joder!

-Sí -confirmó él-.

-Al menos habrás tenido orgasmos tu sólo, ¿no?

-No.

-¿Cómo que no? ¿Por qué no?

-Por que la esperanza es lo ultimo que se pierde. La tenía ahí como tu dices, y quería descargar todo mi deseo acumulado dentro de ella, no en mi mano. Pero al final no pude hacerlo.

-Pero con lo fácil que es tener sexo y que te hayas pasado todos esos días con tu novia de esa manera, sin poder hacerlo. Ahora mismo podríamos tener sexo tu y yo aquí sin mayores inconvenientes.

-Calla, calla.

-Sería muy fácil -dijo apoyando la mano sobre la pierna de él que tenia junto a la suya -. Podría besarte, los labios, la lengua, el cuello. Esta mano -dijo y aplicó una suave y cálida presión en la pierna-, buscaría tu paquete, sin problemas en encontrarlo, porque imagino que ya esta despierto, como lo esta mi tema... después de esta conversación -se acercó y suspiró sobre los labios separados de él, que respiró ese dulce y sensual aliento-.

-Sí, esta despierto...

-Lo sé. Luego te dejaría desabotonarme la camisa, y mover mi sujetador a un lado, para exponer mis pechos parcialmente, para desnudar mis pezones, ya muy duros.

-Eso estaría bien... -dijo como ausente-.

-Me los besarías, con suavidad. Me los lamerías despacio. Me acarciarías mis pechos con cuidado, presionando en la justa medida para ponerme muy excitada, incluso más que ahora -y cumplió con la primer parte del plan, besándolo como había prometido.

El no pudo más que devolverle el beso. Embriagado de hormonas que lo recorrían interiormente causando revueltas allí donde llegaban, provocando destrozos y saqueos, instaurando el cáos y la anarquía en su sistema, derribando las barreras sociales, culturales, sus valores y principios. Días y días de una promesa que su novia no se había preocupado en cumplir, mas allá que para sí misma, habían causado la rebelión. Bueno, tuvo que haber una incitadora.

Ella ya no hablaba, solo ronroneaba entre susurros mientras lo acariciaba, recorriendo el cuello de él con sus labios, con su lengua. Y él jadeando por el masaje de esa mano pequeña pero experta sobre su erección bajo el vaquero.

-Sólo procura -dijo ella-, no hacer ruido...

-No... silencio... sí -balbuceó incoherente y ebrio de placer acumulado-.

Su lengua recorrió el cuello de él por completo, lamiendo orejas, yugulares, nuez... mientras continuaba ronroneando. Su mano empezó a desabotonar su vaquero, y luego se introdujo dentro del boxer de tela, tocando por primera vez la piel de su erección, tan tensa, tan vibrante, tan caliente.

Ambos susurraron un gemido.

Su otra mano, tomó una de las de él, grande y potente, y la llevo a los botones de su camiseta. Y como él conocía el guión, se la desabotonó, movió el sujetador y desnudó sus pechos, pero mucho más que parcialmente. Así con sus pechos desnudos ella se retiró de su cuello y le dejó espacio para que sea él ahora quien bese, quien lama, quien chupe.

Ella tenía la mano en su erección, y ya había echado para atrás la piel de su cabeza, y se la acariciaba sabiendo que allí las sensaciones para él serían muy intensas, y con la otra jugaba con el pelo de él mientras tenia su cabeza apoyada en sus tetas mientras él se las devoraba como un caníbal dócil.

Sintió como una mano de él ya libre, buscaba la intensa humedad entre sus piernas, por lo que adelantó la cadera y abrió las piernas entregándose a sus manos.

-Déjame ocuparme de ti -dijo ella luego de que ya tuviese sus pezones como rocas volcánicas, y sus labios como los de un boxeador apaleado.

El se recostó hacia atrás en el amplio asiento cama, y ella se inclinó sobre su cabeza enorme y roja. Con la punta de su lengua arrastró una gran gota transparente y densa de líquido preseminal, que continuó adherida a ambos extremos como una cristalina telaraña en una mañana de rocío. Y luego se ocupó de recogerla y beberla.

El estaba en el cielo, gozando de una forma cómo hacía mucho que no gozaba. En ese momento de embriaguez era incapaz de analizar por qué. Si por la acumulación de toda aquella tensión sexual y orgasmos inconclusos, o por la situación de hacerlo en ese bus, con gente, poca eso sí, pero gente al fin tan cerca, por estar su novia unos asientos mas adelante... o todo eso junto.

Pero ese paraíso se vio alterado con el led rojo y la campanita que de pronto empezó a sonar.

-¡¿Qué?! ¡No! -se quejó él.

-Mierda -se resignó ella en voz baja mientras se acomodaba el sujetador y se abotonaba la camisa-. Ya vengo bebé... lo siento.

El quedó sentado como si ella continuase sobre él, con su erección expuesta. La sentía latir, la veía palpitar al ritmo de esos latidos. Sentía la humedad de la saliva de ella que se la cubría toda y aumentaba la sensación del aire acondicionado sobre su piel mojada.

Un momento, quizá demasiado extenso, después ella volvió apresurada de cumplir con su tarea.

-Bebé sigues igual de duro que cuando me fui... venga -Pasó por encima de él, sentandose contra la ventana, apoyó la espalda contra el agradablemente frio cristal, subió una pierna al asiento, la otra la llevó contra el respaldo del asiento delantero y así su falda se replegó a su cintura. Con una mano desnudó sus pechos, y con la otra expuso sus labios moviendo su braga a un costado.

El se zambulló de cabeza entre las piernas de ella. Y comenzó a saborear su flujo, cálido y eléctrico mientras sus manos se clavaban en sus tetas desnudas.

-Ay bebé... sí... así, cómeme toda... es tuya bebé... yo te compenso... méteme la lengua... bébeme, ah sí... así... ¿te gusta? ¿te gusta?

-msí... -respondió con la boca llena de pliegues rosados-.

-Ahora -dijo ella-. Dámela -y le entregó un preservativo.

El se retiró apresurado a colocárselo mientras ella se mantuvo en su posición, respirando entre jadeos y ronroneos.

Pero el infierno regresó en forma de luz de led roja y sonido de una campanilla.

-¡No! -dijo ella cabreada-. Mierda, mierda... ¡Mierda! -mientras se volvía a acomodar las prendas y pasaba encima de él y de su erección cubierta en látex naranja. -Joder... joder -seguía quejándose mientras se alejaba por el pasillo.

El sentiá ya que todos esos días de promesas sexuales incumplidas y estas cada vez más frustrantes interrupciones estaban haciendo mella. Sentía su profunda excitación, esa que lo había llevado a estar ahi, y que se transformaba en dolor físico. Sus huevos latían dolorosamente. Se retorcían dentro de él, necesitaba tener un orgasmo ya no por principios, era una necesidad fisiológica impostergable.

Notó la creciente iluminación en el horizonte... en poco tiempo sería un amanecer, y el interior del bus se llenaría de claridad, y la gente empezaría a despertar, su novia podría despertar.

Luego de mucho tiempo ella regresó, y él seguía como cuando ella se había ido. Volvía a disculparse en susurros mientras de nuevo pasaba por encima de él, dándole la espalda. Cuando la tuvo encima, la detuvo, y la invitó a descender sobre tu erección, y ella aceptó.

Se sostuvo en los respaldos del asiento delantero con una mano, las piernas abiertas y él debajo entre ellas. La otra mano movió su braga a un lado, permitiendo la entrada intensa de esa cabeza inflamada.

El echó la cabeza hacia atrás, y libero un suspiro profundo, casi gutural. Tomándola de la cintura la hizo sentarse sobre él de un tirón y la penetró de lleno. Ella ahogó un grito en su brazo. El empezó a moverse, a sacudirse debajo, dentro. Y ella sentía como las venas de ese miembro se hinchaban, como se engrosaba, como crecía aun más, cuando el proceso del orgasmo se iniciaba en él.

Pero el destino no se apiadaba, y sonaron 2 luces en el panel. Y vio movimiento, el chófer que descansaba se había despertado e iba hacia el servicio, y podría verlos. No tuvo mas opción que liberarse de la penetración justo en ese momento. Salió deprisa de encima de él, porque si él se hubiese percatado de que se retiraba, sin duda la hubiese querido retener hasta tener su orgasmo.

-Lo siento, lo siento, lo siento... -repetía una y otra vez, mientras se acomodaba la ropa a toda prisa-. Lo siento... lo siento... lo siento -repetía con su voz, con su mirada, con su lenguaje corporal mientras se alejaba. Era sincera-.

El no podía creer lo que estaba pasando. Sus huevos le dolían como si les hubiesen dado un puntapié, como si estuviesen inflamados por el golpe y les hubiesen dado otro puntapié mas. Latían sordamente. Se movían dentro, sus entrañas estaban en llamas, el dolor y las molestias se iniciaban en sus huevos y se introducían en su vientre por conductos desconocidos. Su instinto le decía que necesitaba un orgasmo, necesitaba eyacular. Todo su ser era una suma de células que en su ADN tenían escrito que éste era un momento para el orgasmo. Para eso se habían preparado, y estaban listas, pero todo parecía confabularse para interrumpírselo. Y estas interrupciones también afectaron a las células cerebrales. Su estado mental estaba alterado. En este momento era mas un animal que una persona. Respondía a los mandatos almacenados en sus genes, no ya a los mandatos artificiales de la sociedad. Dentro de él crecía el cavernícola que había sido su ancestro más lejano y que le había dejado su memoria genética.

Ese abuelo lejano, no habría permitido que lo dejasen llegar a esto. Ese homínido cubierto de pelo, que no conocía la ropa, hubiese penetrado a su hembra en cada una de las ocasiones que él tuvo pero en las que no pudo hacerlo. Para el hombre de las cavernas, de forma reconocible, pero de instintos desconocidos, no hubiesen habido impedimentos para montarla. No le hubieran preocupado los familiares, no hubiese necesitado momentos oportunos, no se hubiese ocultado de la vista de nadie. Y él sin saberlo, estaba cediendo a la llamada de ese instinto, mediante el dolor físico que sentía y mediante las hormonas que lo alteraban. Las restricciones sociales y culturales perdían fuerza frente a este empuje animal.

Ya sería de día muy pronto. La azafata no volvería antes del amanecer, ya no podría penetrarla y derramarse en ella, y si bien el instinto crecía, no era suficiente como para tomarla de pie en el pasillo a la vista de los pasajeros. Tanto no, pero quizá casi tanto.

Confuso, pero seguro a la vez de lo que deseaba y necesitaba se dirigió a su asiento. Ahí en la oscuridad su novia seguía durmiendo. Vestía un pantalón chandal gris, zapatillas y una camiseta de algodón ajustada que marcaba el contorno de sus enormes pechos. Esos pechos extremadamente blancos de pezones ni grandes ni pequeños, tan rosados.

Se ubicó junto a ella, de pié, y procedió a acomodarla, aun dormida, con cuidado pero con decisión y firmeza. Así, tomó una pierna por debajo de la rodilla, se la levantó un poco como para pasar y quedar de pie entre ellas. Se bajó los pantalones y el boxer, quedando con su enorme erección palpitante preparada. Se inclinó aún de pie y tomó la cintura elastizada del pantalón cuidando tomar también la de la braga. Con ambas manos, tiró deslizando la ropa y la dejó desnuda de la cintura para abajo, en un movimiento continuo que además levantó y separó esas piernas blancas dejando el chandal arrugado sobre las pantorrillas, y las rodillas a la altura de sus tetas.

Y abajo, en el medio, ese coñito suave que conocía pero que no había podido tener aun en este viaje. Ese coñito cerrado y seco. Y ella que se despertaba de pronto sin comprender muy bien que pasaba.

Se encontró en su asiento, semidesnuda, en una posición en la cual no podía moverse, con las piernas elevadas y separadas y viendo como el lamia sus dedos antes de llevarlos a acariciarle los labios vaginales para prepararlos. El preservativo ayudaría con su lubricación.

-¡¿Pero que estás haciendo?! -preguntó en un susurro que era un grito contenido para no alertar a los demás pasajeros-. ¡¿Estás loco?!

Lo estaba, claro. Enloquecido. Poseído por su imposible parte animal. No respondió, sino que siguió preparándola para penetrarla. Sus dedos fueron un par de veces mas a su boca y de ahí a los pliegues mas húmedos.

Se inclinó sobre ella, y con el cuerpo arrastró el chandal que estaba entre las rodillas, lo que hizo que las piernas de ella se elevaran más y se abrieran. Con una mano se apoyó en el respaldo del asiento y con la otra aferró su erección y la ubicó entre las piernas de su novia. Empujó y la penetró con firmeza.

-¡No! ¡No! ¡Ah... así no! Ah... cabrón... ah... ah...

El sólo gruñía inclinado sobre ella, moviéndose dentro, penetrándola con fuerza. No la miraba a los ojos, su mirada se posaba sobre las tetas grandes que con la mano libre desnudaba a tirones. Ella lo miraba a los ojos fijamente. Con la boca entreabierta, sacudida en el lugar por las embestidas con las que él la penetraba.

-Ah... Ah... Ah... Ah... cabrón... Ah... Ah... no quería... Ah... Ah... cabrón... -le decía entre sacudidas y susurros jadeantes, en esa posición incómoda, prisionera entre el asiento y el cuerpo de él que la violaba, con su consentimiento parcial.

Y el no demoró mucho más en llegar. Su orgasmo nació de un lugar muy profundo, de donde nunca antes lo había sentido salir. Bien dentro de sus entrañas. Y ese orgasmo fue acompañado por la necesidad de eyacular bien dentro de ella. Empujó su erección provocando una penetración muy profunda, a lo que ella tuyo que ahogar un grito contra su brazo, como la azafata antes. Y ahí, bien dentro de ella, liberó su orgasmo, caliente, denso, intenso, cargado y contenido dentro del preservativo.

Luego se relajó, retiró su pene semierecto y se dejo caer en el asiento de al lado, procediendo a vestirse. Ella aún con la posición en la que él la había penetrado, se pasaba un pañuelo de papel, limpiándose su humedad antes de ponerse la ropa.

El no habló, se dedicó a sentir el alivio. Todo su organismo, se acomodaba. Sus huevos descendían, relajados. Sus entrañas antes en llamas, ahora no sentían nada. Su ancestro lo liberaba de sus mandatos animales, volviendo a recuperar sus prejuicios sociales y culturales, mirando alrededor, por si alguien hubiese notado algo. Aun no había amanecido nadie parecía alertado por ningún sonido extraño.

Su novia pasó por encima de él, sin hablar y se dirigió al servicio. El relajado ya del todo, maldijo las 8 horas que aun quedaban de recorrido y no poder dormir en los medios de transporte...

-... Despierta, hemos llegado.


viernes, 15 de julio de 2011

Hielo y Fuego

Vacaciones de verano ya iniciadas, pero aún así tenía que asistir a una última clase del cuatrimestre de su primer año de universidad. Revisión de examen final, para los que no lo habían superado.

En general podía decir que le había ido bien, excepto, claro está, en este curso. Es que aquí no podía evitar distraerse. Su docente, era una mujer joven, aun sin ser madura, de unos juveniles 30 años. Hermosa, sensual, morena y atlética. Podría bien haber sido profesora de aerobic o spinning. Imaginaba verla en unos shorts de lycra ceñidos y un top que revelase el volumen de sus pechos, sosteniéndolos firmemente a pesar del ejercicio.

Pero no. Era docente de esta cátedra universitaria, por lo que no llevaba ese short ni ese top. Llevaba en cambio una fina falda de verano, con tablas, un poco mas abajo de sus rodillas y una camisa, eso sí, ceñida a su figura.

Esa figura se había ido revelando de a poco, a medida que el invierno quedaba atrás y la primavera iba llegando y elevando las marcas en los termómetros.

Recordaba claramente la tarde en la que estando al frente de la clase, en medio de una explicación teórica, se había quitado la rebeca y quedado con una camiseta clara. Recordaba como el movimiento de llevar los brazos hacia atrás para quitársela, había proyectado sus pechos hacia adelante y hacia arriba.

Cómo prestar atención a la teoría, con esas prácticas. Cómo no distraerse. Llevaba distrayéndose así cuatro meses. Cuatro meses que llevaba fantaseando con ella siendo su fantasía mas recurrente.

Y allí estaba ahora, en la revisión de exámenes finales, por no haber prestado atención a lo que debía habérsela prestado. Y ahí estaban sus compañeros que tampoco habían atendido. Y la docente que los estaba llamando por orden alfabético, uno por uno al frente para revisar el examen en voz baja. Y él seguiría esperando... se llamaba Zamora.

Mientras esperaba, recordaba su última fantasía intima. Una fantasía de la que ella era la protagonista. La imaginaba desnuda, claro. Y la acariciaba suavemente, recorriendo su piel con las puntas de sus dedos, tocándola apenas, viendo la protuberancia creciente de sus pezones rosados, perfectos... y de su clítoris... rosado... perfecto. Y como siempre, sus ensoñaciones eróticas, le provocaban reacciones físicas.

Aburrido, siguió pensando en como la tocaba, como la acariciaba, como ella respondía a sus caricias. Y tanto debía esperar su turno, que perdió la noción del tiempo, abstraído en sus pensamientos. Llegó incluso a garabatear sus cuerpos desnudos representando esas imágenes.

Así, ella tuvo que llamarlo dos veces para que reaccionase, apartando esas imágenes de forma inmediata de su mente... pero las consecuencias físicas de haberlas tenido en mente tanto tiempo, no iban a desvanecerse tan fácilmente.

Viendo que era el último, se puso en pié y utilizando los recursos a su alcance, se aproximó a ella recorriendo ese largo pasillo entre los bancos vacíos. Dejó su mochila colgar delante de él, ocultando la erección, haciendo como que acomodaba sus libros y apuntes, encorvado hacia adelante y demorando su llegada.

Una vez allí intentó sentarse junto a ella sin que se notase el abultamiento en su entrepierna. Pero no lo consiguió, y ella observó de reojo su erección, como una venganza a como él había mirado sus pechos y su culo durante todo el cuatrimestre. Pero lo que consideró que era suficiente como retribución, notó que llamaba su atención y volvía a mirar cuando lo consideraba seguro.

Así comenzó la revisión del examen, y él requería dos explicaciones del mismo tema, preguntaba cosas que debería saber de sobra y reflexionaba sobre lo que ella le explicaba para dejar pasar el tiempo y lograr que su erección se relajase. Pero ella interpretó que él estaba haciendo lo posible para estirar esa entrevista a solas en aquella aula vacía.

Pero su erección no cedía. Y ya no sabía como prolongar su estadía en aquella silla, salvo con más preguntas sobre el examen, incluso acompañándolas con imprecisos gráficos, por lo que sacó su libreta y en una hoja en blanco hizo unos trazos, un corte de la tierra, el manto, magma, un volcán, con algún error conceptual introducido a propósito.

Como buena docente, procedió a corregir sus errores, lo que le daría tiempo y lo haría pensar en otra cosa. Pero en medio de la explicación, ella se detuvo de pronto, él la miró intrigado y vio como ella lo miraba entre sorprendida y divertida. Pensó en bajar la vista a verificar si su erección resultaba muy evidente, pero lo que vio en el camino fue que ella había dado con los garabatos sexuales al pasar las páginas.

Ella estaba sorprendida por la desfachatez de su alumno. Sabía que se sentía atraído, como otros a los que había visto la misma mirada, desnudándola en clase, pero ninguno había llegado tan lejos insinuándose así.

-Los gráficos de la corteza estaban mal, pero estos... están bastante conseguidos- dijo divertida.

Sintió vértigo al verse descubierto así ante ella. Revelada su sucia perversión. Pero esto, como muchas otras cosas, es solo cuestión de perspectiva. Lo que para el resultaba vergonzoso, insultante y completamente fuera de lugar, para ella resultaba... sexualmente divertido.

-Pero -continuó-, mis pezones son mas pequeños... -hizo un nuevo dibujo- Así, ves?

Incrédulo, no tuvo reacción.

-Y la parte del dibujo que te toca -dijo yendo aun mas lejos-, por lo que veo, no la has exagerado.

La adrenalina recorría su organismo, mientras ella se levantó de su silla y fue hacia la puerta del aula. Inmóvil en su silla, recuperando la erección que hacía un momento había empezado a ceder, quedó con la vista perdida en el escritorio delante suyo, en el vaso de agua helada, y en el cubito de hielo que flotaba solitario.

-Qué pensativo -le comentó mientras volvía-.

-Eh? Sí... No... No sé.

-¿Qué pasa chiquitín? ¿Te arrepientes de insinuarte? Me ha gustado tu arrojo, me has sorprendido, y... y eso -concluyó.

Antes de volver a su silla, se apoyó en la mesa y su camisa estrecha, reveló el relieve de sus pezones erectos... y sí, eran mas pequeños de lo que el imaginaba y dibujaba.

-Bueno... no queda nadie por aquí -dijo-. Este es mi ultima clase. Entregaré las revisiones y ya no vuelvo a esta universidad. Tengo una beca de investigación, me voy al sur. Tuve que trabajar mucho para conseguirla -se sentó a su lado-. Llevo 2 años con eso, y al final han premiado mi tesis. Pero todo tiene un precio -se inclinó hacia adelante, apoyando un codo en el borde del escritorio y la mano que colgaba de ese apoyo, reposó en el muslo, muy cerca de la erección-. Tanta dedicación al proyecto, hizo que haya descuidado otros aspectos de mi vida, sobretodo el sexual -y la mano ejerció una suave y dulce presión en ese muslo tenso.

El la miraba entre sorprendido y excitado. Aún inmóvil.

-¿Y a ti? -continuó-¿tampoco te ha ido bien con las chicas este año? No hay muchas en la clase, la verdad. Y esta carrera absorbe mucho ¿no? No deja tiempo a las relaciones sociales, y si vienes de otra ciudad, no tienes muchos colegas con los que salir, y conocer chicas con las que intimar... llevarlas a tu piso... besarlas, tocarlas, desnudarlas... ¿no? -su mano ya masajeaba el muslo interior y la erección se movía bajo el pantalón.

-No... no tuve casi sexo este año... -dijo él-. Bueno salvo del sexo en soledad -confesó.

-Sí, el tipo de sexo que tengo hace 2 años -confesó ella-. Me has pensado mucho este año, ¿verdad? -su mano subió acariciándole el interior del muslo, hasta apoyar el canto contra su entrepierna erecta-. ¿Dije ya que no queda nadie aquí? ¿Dije ya que no me gusta tomar la iniciativa tanto tiempo? ¿Y que me gusta que se preocupen por mi placer?

-En mis fantasías masturbatorias, toda la iniciativa es mía. Estoy atento a tus expresiones, para saber qué cosas te gustan, y sientes como si te conociera, como si hubiésemos estado juntos mucho tiempo y conociera todas tus preferencias.

-Interesante... ¿cual es la que más te excita, y en la que más me excitas?

-Bueno, hay una en la que en medio de la fantasía, se nos une una chica...

-No -lo interrumpió-, prueba otra cosa.

Ya era hora de hacer algo, o de decidir no hacer nada. Pero la verdad es que prefería hacer algo. Así que se puso en pié, y ella lo miró desde abajo un tanto sorprendida, sin saber exactamente lo que fuese a hacer a continuación.

-Ven -dijo él.

Esto ya era mejor, cedería la iniciativa, que no le gustaba tener. Se puso en pie y quedó frente a él. Le llevaba casi 10 años. Pero físicamente él era mas grande. Y de tan cerca, tenía que mirar un poco hacia arriba para el contacto visual.

La rodeó por la cintura con un brazo y llevo su otra mano a la nuca redondeada y poblada de aquellos sensuales bucles morenos. Acercó su rostro y ella respondió igual. Aproximaron sus labios y se besaron acariciando sus lenguas de inmediato. Se recorrían una a la otra, de arriba a bajo, dentro de una boca, y al instante siguiente, de la otra. Durante un prolongado momento, mientras su mano revolvía los bucles con suavidad, con lentitud, acariciando su nuca, su fino y estilizado cuello, y ella echando la cabeza hacia atrás, recibiendo su lengua en su boca. Y a medida que ese beso ganaba intensidad, parecían que se comiesen las bocas, literalmente.

La erección que tanto había querido relajar, ya no lo abandonaría hasta el final. Los pezones erectos de ella, tampoco se relajarían ya.

El beso concluyó de momento, ya que mas adelante volverían a besarse, con la misma intensidad, en diferente postura.

Apartándose unos centímetros de ella, le empezó a desabotonar la camisa ceñida, viendo lo bien que le marcaba la figura y la erección de sus pezones. Y aunque ella había declarado que no gustaba de tomar la iniciativa, no se quedó atrás, respondiendo a los estímulos.

Mientras él desabotonaba el último botón de esa camisa, revelando un sujetador blanco inmaculado con encajes y transparencias, ella por su parte, había llevado sus manos a masajear la erección por encima del pantalón. Y esa posición de los brazos, estirados, hacia abajo y con sus manos unidas sobre ese pene grueso y oculto, hizo que sus pechos se elevasen, marcando su canalillo y aumentando la apariencia de su volumen.

Su masaje se interrumpió cuando tuvo que llevas sus brazos hacia atrás para quitarse la camisa, lo que a él le recordó aquella vez, quitándose la rebeca. Pero esto era mejor. Sus pechos se proyectaron hacia él y el sujetador transparente dejaba apreciar esos pezones rosados. Sin tener control de sus movimientos, vio de pronto sus manos cubriendo suavemente esos pechos grandes y armoniosos y a ella congelándose en esa posición, permitiendole tocárselos.

-Te gustan, ¿no? -le preguntó.

-Sí, mucho -respondió masajeándolos.

-Mmm, que lindo que los tocas.

-Siento tus pezones duros contra mis palmas.

-Siento tu palma contra mis pezones duros.

Terminó de quitarse la camisa, y con los brazos aun a la espalda, los flexionó y se soltó el sujetador, que al no tener tirantes quedo en su lugar sostenido por las manos sobre sus pechos. Pero no por mucho, ya que él lo tomó y dejó sobre la mesa, casi derramando el vaso con agua y el cubito de hielo que siguió flotando ausente.

La hizo girar sobre sí misma y la rodeó con sus brazos. Ella torció la cabeza y movió sus bucles morenos despejando ese cuello estilizado, y el descendió como un vampiro a lamérselo. Mientras, sus manos desabotonaban la falda y esta caía sobre esos zapatos de taco.

Sus manos entonces, subieron y tomaron sus pechos desde abajo, elevándolos sin necesidad. Acariciándolos. Recorriéndolos. Sintiendo su turgencia, su esponjosidad, su suavidad, encontrando de pronto el contraste de sus pezones dulcemente ásperos y duros como si fuesen islas de incoherencia en ese mar calmo de piel blanca.

Ella arqueó su espalda por primera vez, entregando sus pechos a esos masajes y caricias tan certeras. Giró su rostro hacia él y se besaron de nuevo, con intensidad cuando las caricias se habían centrado en sus pezones y los retorcían suavemente entre sus dedos. En el beso profundo ella le jadeo dentro de la boca y él respiró su jadeo.

Liberándose de sus caricias, giró de nuevo quedando frente a él, y procedió a desnudarlo. Su camiseta juvenil, sus vaqueros gastados artificialmente, su boxer demasiado amplio, pero al parecer muy cómodo. Y al final, allí estaba. La erección en plenitud. Latente. Palpitante. Viva.

Se quitó la falda de los pies, y de paso la braguita igualmente inmaculada. Antes de que se arrodille, él pudo ver que iba depilada por completo. Esto quedó opacado cuando sintió la suavidad, calidez y humedad del interior de su boca cubriendo parte de su erección.

Volvió a acariciar sus bucles morenos mientras ella movía su cabeza sutilmente adelante y atrás, y ronroneaba con la boca llena. Las pequeñas y femeninas manos sostuvieron sus testículos, sintiendo tu sensual peso. Luego lo rodearon y aferraron sus nalgas. Y al final subieron y estimularon sus pezones de hombre, pequeños y también tan duros. Pero el luego de un momento interrumpió la felación porque sabía que de continuar, terminaría así.

Ella se puso en pié, expectante. Sin ninguna iniciativa. Cediéndola. Así se dejó guiar a su silla, y sentarse como se lo indicaba, con la silla del revés. Una silla del estilo de oficina, con el asiento y el respaldo acolchados, forrados con tela oscura y un tanto áspera, sin reposa brazos, giratoria y con ruedas en la base.

Así desnuda, apoyó sus manos sobre el respaldo, una pierna junto al asiento y la otra pasándola por encima, montándose sobre el asiento. El, detrás de ella, se arrodilló quedando junto al escritorio. Ella lo miró desde arriba, por encima de su hombro, con sus manos aun sobre el respaldo, la espalda un poco arqueada, las piernas abiertas. Su postura, separaba sus nalgas, dejando ver su ano rosado, y sus labios hinchados y húmedos.

-¿Te gusta el paisaje? -le preguntó mirando hacia adelante para abrir mas sus nalgas profundizando su postura.

-Me encanta el paisaje -respondió, y a continuación miro el vaso de agua sobre el escritorio.

-¡Ay! -exclamó sorprendida, el se había puesto en pie detrás de ella luego de haber tomado el cubito de hielo dejando caer una solitaria gota helada entre sus sensuales omóplatos marcados por la posición de su espalda sobre la silla.

-Huy... -dijo mientras dejaba caer otra gota.

-Ay... sí.

La gota bajo por la curva de su espalda. Helada. Llegó a la cintura bajando la velocidad, hasta detenerse en la cintura, encayando en uno de los hoyuelos perfectos que tenia sobre sus nalgas, donde la esperaba la anterior.

-Más... -pidió ella.

Otra gota inició su recorrido, arrastrada por la gravedad, siguiendo el tobogán que formaban los músculos que recorrían su espalda. Pero esta gota, escapó al embalse de los hoyuelos, y huyó ocultándose entre sus nalgas... acariciando en su huida su ano rosado, y los labios inflamados que sintieron su paso, deteniéndose y quedando suspendida de la punta de su clítoris, vibrando nerviosa.

-Ay... -le gustó.

Más gotas siguieron a la ultima, burlando los hoyuelos, acariciando su ano y sus labios, congregándose en la punta de su clítoris, hasta que caían por su propio peso.

Hasta que el solitario hielo desapareció entre sus dedos, dejándolos helados y mojados. Acercó su rostro al de ella, que lo giró para encontrarse, y volvieron a besarse acarciándose las lenguas... y volvió a respirar los jadeos de ella, cuando esa mano de dedos heladas se posó por detrás sobre los labios en llamas. La mano helada cubrió su sexo, como ocultándolo a la vista de otros. Y ahí posada, aplicó masajes quietos, ondulantes, variando la presión que aplicaba a lo largo de aquellos labios tan calientes.

Volvió a arrodillarse detrás de ella, y acercó su boca a su valle entre las nalgas, recorriendo el camino de las gotas, con su lengua. Encontrando los mismos obstáculos. El primero, su ano rosado. Lo lamió, lentamente. Mientra ella en respuesta volvía a arquear la espalda para exponer más su valle, apretando el respaldo acolchado y jadeando allá arriba mirando al suelo con los ojos cerrados. Y mirando el techo cuando la punta endurecida de su lengua punteó la entrada de su culo.

El segundo obstáculo lo esperaba ansioso. Latía. Ardía.

Su lengua se detuvo en la comisura de aquellos labios transversales. Acarició su unión. Descendió recorriéndolos. Separando sus pliegues húmedos. Topando con el clítoris, empujándolo.

-Ahhh... sí.

Su lengua volvió sobre sus pasos, encontrando la entrada a su interior. La penetró.

-AHHH!

Su boca besó aquellos labios transversales como antes había besado los otros. Literalmente comiéndole el sexo. Y ella movía su cadera, frotando sus labios contra los de él. Sintiendo aquella lengua inquieta dentro suyo. Sintiendo como bajaba un caudal de excitación liquida y como él lo bebía.

Las manos de él aferraron esas nalgas, y las abrieron, tensando la piel del valle. Abriendo sus entradas. Profundizando la penetración. Ella empujó contra su boca y movió su cadera. Una de sus manos abandonó el respaldo acolchado y lo tomó por la nuca clavándoselo contra su entrepierna, moviéndose, jadeando, gritando cuando la invadió su orgasmo, tan profundo, tan intenso.

-Ay... ay... sí. Mmm... ahora tu.

El se incorporó aun con el sabor del orgasmo en la boca, subiendo por su espalda, hasta tener la boca junto a su oído.

-Te la voy a meter por el culo -susurró.

Ella giró su rostro y lo miró con ojos y boca muy abiertos. Pero no se movió. En cambio se aferro mejor al respaldo, volvió a la posición que abría su valle, y ahí estaba su ano rosado.

-Sé amable... -dijo apoyando su mejilla sobre el respaldo y mirándolo desde allí.

Encima de ella, el tomó tu gruesa erección y la guió penetrándola de una vez, por completo.

-¡Ah! -exclamó una vez más sorprendida, ahora al sentir cómo ese pene grueso y duro entraba en ella habiéndole separado los labios, habiendo acariciado su clítoris en su impetuoso avance.

Con su pene bien adentro de su sexo, quedo quieto, haciéndoselo latir dentro, muy dentro.

-Eso no es mi culito... -susurró sin mirarlo, entregándose a esa penetración distinta a la esperada.

-Lo sé. Quiero lubricarme bien antes.

-Ahhh... lubrícate todo lo que quieras.

Así lo hizo. Se lubricó, todo lo que quiso. Mucho. Sintiendo como su grosor estiraba esa cavidad un tanto estrecha. Y como, si la penetraba bien, la punta de su pene hacia tope en su interior. Esto la ponía muy caliente... mucho, tanto que le dio su segundo orgasmo, mas suave, mas prolongado... mas suspirado.

Así, retiro su pene de su interior húmedo, comprobando que había cubierto de su delicioso y cristalino lubricante. Y lo llevó a apoyarse contra su ano... empujando, viendo como cedía a su empuje, dispuesto, relajado, dejándose penetrar.

Mientras ella lo miraba con la boca muy abierta por encima del hombro, desde abajo, él seguía enviando su erección dentro de su culo, despacio, con cuidado, pero decidido a llegar hasta el final.

Y lo consiguió. Sus testículos quedaron apresados entre ellos. Y allí comenzó a moverse en recorridos cortos, no hacía falta mas, la estrechez y aspereza que sentía y lo estimulaba era más que suficiente.

Se acercó a ese oído

-Estoy por terminar... -susurró.

-Yo quiero.

Cumpliendo su deseo, la rodeó con un brazo, le aplicó masajes alrededor de su extenuado pero erecto clítoris. Mientras acrecentaba la intensidad de su penetración.

-¡Ay!... ¡ay!... ¡ah!... ¡ay!... -mezclaban sus gemidos y jadeos.

No estuvo claro quien empujó a quien al abismo del orgasmo desde el acantilado de la estimulación profunda... pero quien haya sido, fue arrastrado en la caída.

Ella gritando sin contenerse... el jadeando sobre ella, empujando bien adentro su penetración y eyaculando en su interior. Lo hizo en seis intensos bombeos densos y cálidos.

Cansados, se relajaron un momento... mientras ahora sí la erección cedía.

Mientras se incorporaban, y se vestían no hablaron. Solo sonreían cuando sus miradas se cruzaban buscando sus ropas.

Desalineados pasaron a recoger sus materiales, alcanzándoselas el uno al otro cuando una pertenencia equivocada era tomada por error, por las prisas.

Ella finalizó antes, se acercó a él torpemente y le dio un beso rápido en la mejilla.

-Has aprobado -dijo, aunque el examen no se había revisado en realidad.

Y mientras se abotonaba el vaquero la vio salir del aula a paso presuroso y mirando a ambos lados del pasillo, desapareciendo, siendo esta la ultima vez que la vio.


Tres meses después.

Tras unas relajantes vacaciones de verano, estaba en la universidad nuevamente. Se apuntaba al segundo curso de la carrera. Delante de él, en la ventanilla, un gordo de gafas consultaba la pantalla de un ordenador.

-Zamora... Zamora... ah! Zamora.

-Eso -dijo él-, Zamora -mientras preparaba los formularios que había rellenado y tu tarjeta universitaria.

-Zamora... no te puedes apuntar. No tienes aprobado el examen final del curso. No has pasado por revisión con el docente? Y no te has presentado a los exámenes recuperatorios de verano!