domingo, 3 de enero de 2010

Gotas fugitivas


Estaba en su casa, ella me había invitado amablemente una noche a cenar. Veníamos hablando varias semanas y con ganas de conocernos. Siempre pensé que sería en un bar, tomando una copa, un café. Pero cuando me invitó a su casa a cenar, la verdad que me sorprendí. Aunque no rechacé la invitación.

Llevé el postre. Helado. Sabía que el sabor de Vainilla le gustaba. Así que entre otros, elegí ese.

El encuentro la verdad que fue muy natural, sin ese nerviosismo de primera cita. Sin dudas, sin titubeos. La conversación fluyó sin obstáculos, sin silencios incómodos.

Había preparado un entrante de jamón de bellota, queso manchego, cerveza fría, aceitunas. El plato principal era una carne de ternera al horno. Todo delicioso.

Ayudé a levantar la mesa, y la acompañé a la cocina con la vajilla utilizada. Se dispuso a servir el helado pero le dije que yo podía hacerlo. Ella se dedicó a terminar de acomodar.

Le comenté que tenía vainilla, y quiso probarla ahí mismo, así que tomé una de las cucharita y le ofrecí darle el helado en la boca, cosa que me gustó que aceptara sin dudar. Abrióla boca, y pude ver su lengua rosada y humeda la que deseé saborear. Ella cerró los labios en torno de la cuchara y yo la retiré lentamente. En el movimiento, un poco de helado quedó en la comisura de sus labios. De forma instintiva, sin previo aviso, como si una fuerza exterior me controlase, adelanté mi cara y con mi lengua recogí la gota de helado que se desplazaba lentamente hacia abajo, lamiéndole el labio inferior y la comisura.

Ella se sorprendió, pero casi al instante reaccionó a mi lengua en su boca, abriéndola y dejando escapar un suspiro. Sus ojos se entrecerraron por un instante. Luego volvimos a la normalidad.

Le pregunté con inocencia si quería un poco más de helado. Claro que sí, me contestó. Tomé un poco más de helado en la cucharita y la adelanté. Pero no fui a su boca, por más que ella la tuviese abierta y expectante. Por el contrario, con la cucharita, le acaricié el cuello.

Volvió a sorprenderse, pero a reaccionar bien. Le dije que debía apresurarme a atrapar a esta gotita, como lo había hecho antes, para evitar que se le manche tan linda blusa. Me acerqué y ella estiró el cuello, como entregada a un ritual de vampiros. Abrí la boca y le recorrí el cuello recogiendo la gota y los restos de helado de vainilla que la alimentaban. Otro suspiro.

¿Más? pregunté. Sí, contestó. Esta vez no abrió la boca, ya que sabía que el helado no iría por allí. La cuchara acarició la base de su cuello dónde se une con su torso. Y la gota empezó a huir, llamada por la inevitable gravedad. Tuve que desabotonar su blusa para alcanzarla. Lo hice, paro no antes que pasara debajo de la unión de su sostén. Lamí la gota cuando entraba en dominios de su abdómen. Y subí recorriéndola con mi lengua, hasta que topé con su sostén. Tengo excusa para quitártelo, le dije. Sí, dijo, aunque no la necesites. Se lo quité.

Sin tocarle sus pechos blancos que daban sensación de tersura y firmeza, recorrí el seno entre ellos hacia arriba con mi lengua recogiendo los restos de la gota capturada. Más, dijo. Así que la cuchara acarició la parte superior de sus pechos, liberando sendas gotas que comenzaron a recorrerlos hacia abajo, sobre la curva turgente y perfecta que éstos describían. Las observé y les di un poco de ventaja. Pero las muy condenadas respetando las formas, recorren el camino evitando sus pezones. Cuando llegan abajo, quedan detenidas y pendiendo de la curva inferior de sus pechos, sostenidas por la tensión superficial del líquido. Me agaché y las recogí, subiendo por el recorrido definido, muy a mi pesar, sin pasar por sus pezones, que parecían desearlo tanto como yo.

No iba a irme de esa porción de su cuerpo sin probarlos, así que deposité en ellos una pequeña montañita de helado de vainilla sobre ellos. La excitación y el frío helado hicieron maravillas. La erección fue suficiente como para sostener el helado el tiempo suficiente para que no derramasen gotitas fugitivas. Me acerqué a ellos, escuchando sus suspiros, anticipándose a las sensaciones. Tomé sus pechos con ambas manos, desde abajo como lo hacen las tazas de los sostenes, elevándoselos aún más, y lamiendo sus pezones sabor vainilla. Ella arqueba su espalda, entregándolos incondicionalmente.

No hizo falta que me pidiese más, ni que le preguntase si lo deseaba. La cuchara rozó su abdómen provocando un espásmo breve. Me arrodillé frente a ella, y ella apoyó sus manos en mis hombros. Nos miramos, y en ese momento de desatención la gota casi llega a su falda. Pero con un movimiento preciso, se la quito, bajándosela y dejándola a sus pies. Pero aún quedaba su braga blanca inmaculada. La gota, parecía hacerse líquida mas rápido aquí. El calor corporal se intensificaba en esta zona.

Mis manos tomaron el elástico de sus bragas y la bajaron suavemente, provocándo a esa gota que la perseguía, apartándola justo lo necesario para que la gota no la alcanzara. Llegado un momento, la gota y la braga siguieron trayectorias divergentes... la braga a lo largo de sus hermosas piernas... la gota, trepando su monte de venus.

Miré en éxtasis como lo recorría, y como lo superaba impulsada por la gravedad... y como al final se escondía entre los pliegues rosados y humedos de su sexo encendido. Ella la recibió con un suave gemido. Sentí como sus manos hacían una leve presión en mis hombros.

Era el momento de la verdad. Allí estábamos. La gota y yo. En un enfrentamiento que llegaba a su fin. Me acerqué muy despacio a su escondite. Paladeando los segundos previos. Percibiendo el olor del deseo que allí se generaba. Ella colaborando adelantó su cadera, y separó sus piernas. No iba a ser la cómplice de una fugitiva.

Apoyé mi cara en esa zona. Inspiré profundamente. Me llené de su esencia. Lancé mi lengua a la caza de la gota que se escondía entre sus pliegues. Los recorrí, los separé, los froté. Ni rastro de la gota. Ella festejaba la intensa búsqueda con suspiros y jadeos. Busqué en los alrededores, y repetí la busqueda entre los suaves y flexibles pliegues cada vez mas mojados. Nada. Me pregunté si la gota podría haber sido tan astuta. Ella ya me animaba a seguir mi búsqueda con suaves juegos con mi pelo, y con dulces movimientos de cadera. Pero era mi deber, y no necesitaba que me animen, aunque adorase que lo hiciera. Quedaba un solo lugar por buscar. Mis manos separaron los lados ya revisados, abríendo sus pliegues rosados, y ensanchando la entrada al escondite. Envié mi lengua y lo recorrí. Entré y volví a salir para volver a entrar en una búsqueda frenética.

Y aunque nunca pude encontrar esa maldita gota que burló mi búsqueda, a ella no pareció importarle, es más, se mostró muy satisfecha con mi tenacidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario