domingo, 3 de enero de 2010

La semental


La consulta del veterinario no era un lugar al que hubiese ido muchas veces, sus tierras las tenía dedicadas a la agricultura, no a la ganadería.

-Claro -dijo el viejo vestido con delantal de médico, mirándola tras sus gafas y tras los papeles que estudiaba hace un momento-, estos papeles certifican que es un animal de estirpe. Tiene abuelos y padres campeones. Puedes tenerlo para reproducción, ya tiene edad, vamos, que tiene la edad justa.

-¿Se pagan bien los servicios? Es que esta cosecha no ha ido del todo bien este año, poca lluvia.

-Si, se pagan muy bien, pero debes encontrar al que esté dispuesto a pagarlo. Si quieres puedo hacer unas llamadas, tengo colegas en la capital, ellos puede que conozcan a alguien, aquí en la región te adelanto que no encontrarás a nadie que necesite servicios de semejante calidad para sus yeguas.

-Sí, por favor, hazlo.

-Bien, haré copia de los papeles y hablaré con esos contactos. Ya hablaremos nosotros luego de mi comisión.

Vaya, pensó ella, después de todo no ha sido un buen año para nadie.

La región estaba mayormente poblada por granjas, más grandes o más chicas. La suya era de las que quedaban en medio. Heredada de su abuelo, la había recibido y empezado a trabajar junto a los empleados que había heredado con la granja. Estos habían temido que ella quisiera venderla, ya que no se imaginaban a una mujer de ciudad moviéndose a una granja. Ella tampoco, pero tras estar un tiempo allí, con la idea de organizar los papeles, se había enamorado de ese estilo de vida. Y los empleados habían respondido con lealtad, como lo habían hecho con su abuelo, pero además con agradecimiento por ver continuado su medio de vida.

El potrillo que por entonces era Hidalgo, nombrado así por una película de aquella época, no se imaginó que se convertiría en una posible salvación. Pero al parecer iba a ser así, y de casualidad, ya que esos papeles del caballo no los había visto en un principio, ya que no los había entendido. Luego ya mas inmersa en aquel mundo, se volvió a cruzar con ellos buscando papeles para el banco donde pediría su ampliación del crédito. Entonces sí comprendió, un poco más lo que vio, lo comprendió lo justo como para traerlo al veterinario para que los verifique.

No pasó mucho tiempo hasta que recibió una llamada del veterinario, que había dado con un interesado en un servicio para su yegua, un criador afamado de la capital. Al parecer vendía caballos al extranjero y estaba buscando siempre mejorar su estirpe. Las tarifas, condiciones y comisiones ya habían sido arregladas, y a ella le pareció bien, por ser el primero, y por no tener idea de ese mercado, lo importante era empezar. Una de las condiciones era que vendría alguien del criadero para conocer a Hidalgo.

Una semana después el representante del criadero estaba allí. Se presentó y desde el primer momento se mostró envuelto en un aire de superioridad, tanto de conocimientos como económica. Su ropa y su coche lo dejaban claro. Su aspecto físico sin embargo y sus modos lo volvían para ella una persona desagradable.

Cerró su visita con un apretón de manos, y una mueca que parecía una sonrisa, pero con una mirada que la desnudaba, la tiraba sobre el suelo sucio del establo, le abría las piernas y la follaba sin prestar atención a sus necesidades, solo la follaba para su propia y despreciable corrida. Ella soltó incómoda el apretón de aquella mano húmeda de sudor, cuando ya no pudo aguantarlo más, retirando su mirada y alejándose un poco, con la excusa de ir a palmear a Hidalgo.

-Bien María, ya tendrá noticias mías para organizar el encuentro. Encantado de hacer... negocios... con Ud.

-Claro Sr. Garrido, tiene mi número.

Esa noche, sola en la cama recordó la mirada del Sr. Garrido, y como se había sentido en ese momento ante su presencia, pero ahora, bajo las pesadas mantas, en la oscuridad, se permitió fantasear con esa situación. Se imagino en ese establo con un hombre como aquel, a solas, con ese halo de superioridad y desprecio y a la vez aquel deseo de poseerla para su propio placer. Ella quieta y temerosa del poder de aquel hombre que en su fantasía podía someterla, dejándose manosear por sobre la ropa, sintiendo las fofas manos de ese gordo desagradable que ahora era el Sr. Garrido en su imaginación. La tocaba y le decía palabras obscenas, sucias, mientras sentía su aliento, mientras veía su lengua fofa también, lamiendo esos labios fofos, sobre su fofa papada. Se dejó arrancar la ropa violentamente, casi desestabilizándola, dejándola desnuda y aun más indefensa.

En su cama estaba boca abajo con una mano entre su pelvis y el colchón y otra entre su pecho izquierdo y el colchón. Ambas estimulaban sus zonas más erogenas, el clítoris, inflamado y palpitante, y su pezon izquierdo, suave en su aspereza y duro como una roca pequeña. La pelvis se movía mientras se follaba su mano.

El gordo se había bajado a medias los pantalones, y asomado su polla corta y gorda por entre la apertura de su calzón de tela demasiado grande. Los faldondes de su camisa aportaban al efecto, su corbata a un lado, aun con el saco puesto. La tenia contra la cerca del corral que le llegaba a la cintura, doblada por encima, con las piernas abiertas, forzando la penetración, sin esperar a que se humedezca del todo. Así ella veía las piernas fofas y blancas del gordo Sr. Garrido, peludas y con las medias hasta un poco más abajo de las rodillas, y sus caros zapatos. Se imaginó la penetración y como se la follaba solo para él mismo. Su coño prieto y no muy húmedo no era mas que una paja para el gordo fofo que la poseía. La hacía su objeto, la follaba sin esperarla y se le corría un poco dentro un poco fuera, en la nalga derecha.

Bajo las ropas de cama boca abajo la erotizó sentirse sucia, poseída y utilizada así por alguien tan desagradable que se corrió. No mucho, pero tampoco como para no disfrutarlo.

Cuándo unas semanas después la llamó el Sr. Garrido para concretar el traslado de la yegua, agradeció haberlo cambiado por aquel otro Sr. Garrido, el gordo fofo ya que verlo de nuevo no hubiese sido agradable de haberlo utilizado para su masturbación tal como era.

El día acordado vio llegar la lujosa camioneta con el transporte de caballos, pero se sorprendió al no ver al Sr. Garrido, sino a un hombre distinto, muy distinto.

-Hola, ¿Sra María? -preguntó.

-María. ¿Ud. es?

-Christian, Chris. Soy el encargado de las yeguas.

-Hola Chris, pensé que vendrías con el Sr. Garrido.

El hombre rió ante la idea de Garrido haciendo el trabajo sucio.

-No, no. Garrido no. Ya verás de que va lo que hago... y verás porqué no ha venido Garrido.

Mientras se explicaba, procedía a bajar a la yegua del transporte.

-Esta es Cleo.

Era una yegua hermosa, negra azabache, brillante con unas crines mas cuidadas que su propio cabello.

-¡Es hermosa! -dijo-. Hola Cleopatra.

-Solo Cleo, aunque todos creen que va de diminutivo de Cleopatra.

La llevaron al establo y la acomodaron en un corral en frente de Hidalgo.

-Bueno -dijo ella-, podemos ir al hostal del pueblo, o puedes acomodarte entre los empleados, hay alguna habitación libre en la casa más allá del casco.

-No hace falta, me quedo aquí en el establo, con Cleo.

-¿Cómo? ¿Cómo en el establo?

-Sí, aquí hay lo que necesito. No te preocupes.

Dejó de hacerlo tras insistir y recibir siempre la misma respuesta. Si quería quedarse allí, entonces bien. Tenía la habitación en la parte de arriba, con luz,, servicio y ducha. Pero no era nada comparado con una habitación.

Aquella noche, bajo sus ropas de cama, en su imaginación Chris había elegido esa habitación en lugar del establo. Y ella jugaba a ser Cleo... y el a ser su Hidalgo. Volvía a dejarse, pero esta vez el erotismo no se lo provocó sentirse sucia y utilizada, sino aquel cuerpo fornido y fibroso y fuerte que la trataba con tal delicadeza.

No llegó al orgasmo, prefirió levantarse e ir a ver si Chris estaba bien en el establo.

Al entrar vio a Chris con Cleo. Y vio que tenia puesto en su mano derecha un guante que le llegaba hasta el hombro. Y vio cuando metió su mano en el coño de Cleo, casi hasta el hombro. Y como la yegua levantaba su sedosa cola dejándose penetrar por Chris.

El la vio y le sonrió.

-Conozco a una que está lista para la movida -dijo quitandose el guante pringoso.

Ella se acercó mientras el los juntaba en el mismo corral. Acarreaba la excitación.

-¿Estás bien en el establo?

-Si claro, ahora que están juntos ya los dejo para que se conozcan esta noche y mañana ya los emparejamos.

El se encaminó a la escalera y ella lo seguía.

-Hidalgo es un hermoso ejemplar, sus papeles me impresionaron. Aunque no tanto como su dueña, la verdad.

-Bésame

El se quedó paralizado por la sorpresa. Siempre había trabajado con animales, desde muy joven, en el campo. Su jefe criaba esos caballos y los vendía desde sus oficinas de la capital, pero él era un hombre de campo. Y como tal no había tenido mucho roce con mujeres, y menos con aquellas que tomen iniciativa, a eso sí que no estaba acostumbrado. Y ella lo notó en cuanto se dirigió hacia ella titubeante a besarla y lo hizo torpemente.

-Dame lengua -le dijo.

El volvió a acercarse y lo hizo. Ella la recibió en su boca, la succionó, se la acarició con la suya, se la chupo saboreando su saliva.

-Tócame las tetas.

Sus manos grandes y fuertes, se posaron delicadas sobre sus pechos, desnudos bajo la camisa. Y los apretaron inseguras.

-Arráncame la camisa.

Desabotonó el primer botón que era uno de los del medio.

-Arráncamela coño.

El la miró con dudas y con dudas aplicó más fuerza de la necesaria arrancándole los botones y sacudiéndola en el proceso. Sus tetas se bambolearon grandes y pulposas, con sus pezones hacía rato endurecidos.

-Chupamelas.

El bajó hacia ellas y las lamió. Succionó sus pezones, como si esperase beber de ellos. A ella le dolió un poco, pero la excitó su inexperiencia.

-Quítate la camisa.

El se alejó un poco y se desabotonó la suya. Al quitársela dejo ver un torso torneado por los años de trabajo físico en el campo y una genética que lo había beneficiado.

-Dame tus pezones.

El se acercó a ella y le acercó su pecho a la boca, mientras ella se los lamía y acariciaba.

-Dejame ver tu polla y tus huevos.

El se mostró dubitativo, algo incomodo. Ella había notado que no tenía una erección, no al menos completa.

-Bájate los pantalones.

Así lo hizo. Y ella vio esa polla, no erecta, pero ya con signos de inflamación. Estaba en ese estado previo a la erección cuando tiene un tamaño interesante, lejano al que tendrá erecta, pero se mantiene flexible, maleable.

Se arrodilló frente a esa polla semierecta.

-Apoya un pie en mi hombro.

El no comprendió, pero lo hizo. Obedeció. Al hacerlo sus huevos y su polla quedaron colgando y ella acomodó su boca bajo ellos, la abrió y lo comenzó a lamer mientras el conjunto se bamboleaba. Luego se metió los grandes huevos en la boca y los ensalivó. Y por último tomó ese miembro antes de que se erecte, para meterselo en la boca y sentirlo crecer ahí dentro por las caricias de su lengua.

Ella se puso en pie.

-Bájame los pantalones.

El se arrodillo ahora frente a ella, y le quitó lo que le quedaba de ropa. Solo llevaban medias y tenis.

-Chúpame el coño.

Ella separó las piernas y adelantó la cadera, juntando las nalgas y ofreciendole sus labios mojados, inflamados, abiertos. El sacó la lengua y se los acarició, pero ella quería más y el no sabía como. Ella adelantó sus manos y lo tomó por la nuca y lo apretó contra su coño anhelante, mientras movía su cadera frotándoselo en la boca.

-Así -decía ella-, así... ah... te follo la boca... mmm así.

El le apoyaba las manos en los fuertes muslos tensos y se dejaba follar la boca. Ella antes de correrse, lo apartó y se giró, inclinándose y abriendo sus nalgas revelando un delicado ano de un suave color rosado. También veía sus labios separados.

-Chúpame el culo.

El se acercó demasiado dubitativo para el estado que ella tenía, por lo que volvió a estirarse y tomarlo de los pelos, y a clavárselo en el ano. Movía su culo sobre su cara. Y jadeaba sintiendo la lengua frotándole el ano. El la volvió a tomar por sus muslos suaves y fuertes, y ella mantuvo la mano en su pelo, y la otra apoyada en la áspera columna de madera delante de ella.

-Méteme dos dedos en el coño, fóllamelo.

El dejo uno de los muslos y le introdujo 2 gruesos dedos hasta el fondo. Y ella se movía con la lengua lamiéndole el culo y los dedos penetrándola y follandola. Su mano en la columna fue a su pezón izquierdo y comenzó a correrse sin control. El cuando la escuchó gemir de esa forma amagó a detenerse.

-¡NO! ¡NO TE DETENGAS!

El retomó las lamidas y la penetración hasta que ella dejo de gritarle que él era su puta. Hasta que sintió su denso y ardiente flujo derramarse entre sus dedos. Hasta que dejó de sentir los espasmos orgásmicos en ese delicioso ano.

El se puso en pié y se alejo un paso, muy erecto, sin saber qué hacer a continuación.

-Puta -le dijo ella.

El no dijo nada.

-Date la vuelta puta.

El se dio la vuelta. Ella se le acercó por detrás. Le puso una mano en la pelvis y otra en un omóplato. La mano en la pelvis la llevo hacia ella y la del hombro hacia el, haciéndolo inclinarse. El se dejó inclinar.

-Ábreme tu culo puta.

El la miraba por encima del hombro, inclinado, mientras se abría el culo. Así, ella vio su ano de hombre, y como sus huevos colgaban en su saco de piel que nacía en su ano. Y esa polla gruesa y dura apuntando hacia abajo. Se acercó y le lamió el ano mientras con una mano le masajeaba los huevos y con la otra la polla. Chupándole el culo, y manoseandole los grandes huevos, le ordeñaba la polla con esos movimientos ascendentes y descendentes.

El flexionó sus poderosas piernas y arqueo la potente espalda para entregarle mas de su ano, sus huevos y su polla allí donde ella lo poseía de esa forma.

-Gime puta.

Obedeciendo, él empezó a hacerlo, a respirar de forma pesada al principio para luego ya responder con gemidos a los estímulos que ella le aplicaba. La polla enorme, empezaba a tener sus venas resaltadas.

-Ábreme más tu culo puta.

El aferro sus nalgas y las separó con fuerza, hundiendo sus fuertes dedos en esas nalgas carnosas y firmes. Ella subió la mano de los huevos y lo penetró con el dedo indice. El gimió más y la miró con sus ojos entreabiertos por encima del hombro. Ahora su boca fue a comerle los huevos. Mas gemidos de su puta.

-Quiero tu leche. Dámela puta, venga.

Ella aceleró la paja, la velocidad con que lo penetraba y la succión de los huevos. Y el no tardó en correrse. Levantó la cabeza con su boca abierta dejando escapar un gran jadeo animal, su espalda se puso rígida, los músculos de todo su cuerpo se tensaron, todo su mundo, todo este mundo en el que se había convertido en la puta de María, en el que María lo poseía y lo utilizaba, se detuvo un momento. El momento que demoró en que toda esa tensión de las fibras musculares de concentrase en el músculo de su verga inmensa. Tras lo cual, liberó esa presión acumulada de golpe, en 8 bombeos de leche caliente y densa, 8 bombeos de mayor a menor, 8 bombeos gruesos, 8 que ella sintió en su mano, que aferraba esa polla, 8 intensos bombeos tras los cuales, ese cuerpo musculoso, se relajo, pasando te roca, a gelatina.

Ella lo soltó delicadamente, se puso en pie juntando su ropa, y se alejó sin decirle nada más por esa noche.

Al día siguiente, se despertó de muy buen humor, satisfecha por la experiencia de la noche anterior completamente nueva para ella, y claro, también para él. Su inexperiencia lo había excitado y ella se había dejado llevar. Someterlo la había excitado y se había dejado llevar. Que el se dejase llevar, la había excitado y ella se había dejado llevar.

Preparó el desayuno, para dos, y bajó a buscarlo.

Vió que para él aquello había sido demasiado. Hidalgo había servido a Cleo durante la noche.

Lo supo por la nota clavada en la columna.

Ocultos a la vista


La reunión en la oficina se había demorado demasiado. Las videoconferencias con Tokio son por sí mismas tardías por la diferencia horaria, pero además esta vez se había alargado por la discusión de los términos uso sobre los cuales no había consenso con el cliente.

Los hombres con sus camisas arrugadas y corbatas flojas dejaban ver lo dura de la jornada. Las mujeres en cambio se las veía mas enteras. Y a ella en particular, se la veía deliciosa. Al menos eso pensaba él. La deseaba, pero nunca sería capaz de decírselo. Miriam estaba a punto de casarse, él conocía a su prometido y era un buen tío. Aún así no podía evitar enviar constantemente muy sutiles señales no verbales de ese deseo.

Si algo bueno había salido de la extensa y agotadora reunión es que ellos habían sido los últimos en salir. Y ahora salían del edificio de oficinas, a una calle desierta y bien iluminada.

-Vaya movida con los japoneses -Comentó él.

-Terrible, en un momento pensé que íbamos a terminar pidiendo el desayuno.

-Jaja sí... -Miró a ambos lados de desierta calle -Parece que se han llevado todos los taxis.

-Eso parece -Dijo ella.

-Voy a llamar a un radio taxi -Él sacó su móvil y se apartó unos pasos, luego de un momento se acercó. -Dicen que ahora mismo están todos ocupados. Podemos esperar 20 a 30 minutos o ir hasta la avenida, 10 calles desde aquí, que hay una parada, y puede que alguno pase por ahí antes.

-Uhmm... dame un momento que hago un llamado. -Dijo ella y se alejó unos pasos.

El siguió mirando hacia la esquina más próxima.

-Vale, vayamos a la parada de taxis.

-Venga.

Se dirigieron hacia allí. Unas calles más abajo, notaron como la iluminación perdía calidad a medida que se habían alejado de la zona de oficinas. Hasta que llegasen a la avenida, deberían ir por calles secundarias que no tenían evidentemente el mismo presupuesto del ayuntamiento para adecuarlas al transito nocturno de peatones.

El percibió como ella se sentía algo incómoda, atemorizada quizá, cuando se aproximó a él de una forma imperceptible para cualquiera que no la deseara como la deseaba él. Pero él sí se dio cuenta.

Unas calles más abajo, torcieron a la derecha y recorrieron unos pasos cuando los sobresaltó una voz que venía desde atrás. Giraron sobresaltados y a unos 20 metros vieron a 4 hombres caminando en su dirección.

-Ey! Hola! -Dijo uno de ellos, aunque no pudieron determinar cual.

Ellos no respondieron, él la aferró del brazo y la obligó a ponerse en marcha. A lo poco de reanudar la marcha, apretaron el paso. Mientras caminaban apresurados, iban echando miradas hacia atrás por encima de sus hombros. Aquellas personas seguían caminando detrás de ellos, a unos 30 metros. Pero ahí estaban. Él hizo una serie de giros en esquinas de forma aleatoria y comprobaron que sin duda los estaban siguiendo.

-Nos están siguiendo -Dijo ella y a él le pareció calmada. Manejo de crisis quizá... los ejecutivos suelen tener esa habilidad para mantener el tipo en momentos de cáos.

-Sí. ¿Qué calzado llevas?

-¿Cómo?

-¿Llevas tacones?

-No, unos zapatos sin tacos.

-¿Podrías correr con ellos?

-¿Correr? ¿Cómo que correr?

-No quiero averiguar porqué nos están siguiendo. Y dado que de momento mantenemos la ventaja de casi medio bloque de distancia, mejor intentarlo ahora, que cuando ellos decidan hacerlo y nos quiten mas de la mitad de esa ventaja. ¿Qué opinas?

-Bien pensado... y sí, puedo correr.

-La avenida está a nuestra izquierda, a unas 8 calles aproximadamente, pero no se si podremos mantener la distancia en una carrera de mas de 500 metros con gente que va en zapatillas.

-¿Y qué propones, escondernos? -Preguntó ella.

-Propongo que corramos como locos y me parece bien sí, escondernos si vemos la oportunidad.

Ella inspiró hondo un par de veces, mientras se cruzaba la cinta de la cartera que antes colgaba de su hombro.

-Cuando tú digas -Dijo ella.

-Ahora.

Arrancaron de pronto a correr como dos desquiciados, en un esprint frenético. Detrás, el grupo tardó en reaccionar y empezar a correr tras ellos. Puede que el alcohol y la marihuana tuviesen algo que ver.

Así con la sorpresa y la reacción tardía, obtuvieron aun más ventaja. Al girar en la siguiente calle, se encontraron con una calle aún más oscura. A mitad de calle, dieron con un pasillo que se metía hacia adentro en una callejuela sin salida. Entraron en contra de lo que sugiere el sentido común y fueron envueltos por mayor oscuridad. Unos contenedores y cajas de cartón se amontonaban a un lado, y en un intento por volverse invisibles se ocultaron entre los contenedores y bajo cartones, sentados uno junto al otro.

Entre acallados jadeos el pudo finalmente hablar.

-Vale... vale... no... hagamos... ruido.

Ella no contestó aun intentando recuperar el aliento. Al rato lo recuperó. Siempre hablando entre susurros mínimos.

-Tengo miedo.

-No temas, aquí no pueden encontrarnos. -Pero no estaba tan seguro como sonaba -Aunque el olor puede que nos haga salir de aquí sin importar que estén por aquí.

-Ufff! Sí, pero déjame intentar solucionarlo -Usó sus manos entre la total oscuridad del escondite tanteando su cartera rebuscando entre las demasiadas cosas que allí guardaba-. Aquí está -Y atomizó dos veces su perfume en el espacio que los rodeaba -. ¿Mejor?

-Mmm sí, mucho. Siempre me gustó mucho este perfume. Tu perfume. Como se combina con tu piel -Y a tientas busco hasta dar con su mano y subió hasta el hombro. Acercó su rostro e inspiró. Delicioso.

-Lucas...

-Shh... no hagas ruido, que pueden encontrarnos... -Dijo y ahora acercó su rostro a su cuello y volvió a inspirar. En la oscuridad total sus otros sentidos se profundizaban, se concentraban.

El creyó percibir que ella giraba su cabeza ampliando la zona del cuello de la que él inspiraba. Sin ceder a sus inhibiciones, llevo una mano al hombro que nacía al final de ese cuello, y deslizó el bretel de su vestido hacia abajo.

-No hagas ruido -susurró a su oído -, bajé tu bretel porque no quiero que la tela se interponga entre tu piel y mis besos...

Ella no contestó, haciendo caso de su sugerencia. El acercó su boca a donde intuía que estaba ese hombro sensual, de piel suave, cálida... y lo encontró. Confirmó que la piel de ese hombro era como la había imaginado. Luego de besar la base de su cuello, y haber bajado por su hombro... Siguió su brazo, acariciándolo con su mano hasta dar con la tela fláccida del bretel, caído sobre su antebrazo. Suavemente libró ese brazo del indiferente abrazo del vestido.

-No hagas ruido, quito el bretel porque quiero besarte hasta tus manos, sin interrupciones en las sensaciones que me da besarte la piel...

Ella volvió a atender su pedido y no hizo ruido alguno.

Sus labios recorrían ese brazo, privado por completo del sentido de la vista. Mientras la otra mano encontraba el otro hombro y lo despojaba del vestido como había pasado con el anterior.

Manos que seguían los contornos de su escultural cuerpo la fueron desnudando en la total oscuridad, despacio, sin prisas, en silencio, como en un mundo apartado del mundo. Como en un sueño en el que solo existían sensaciones, y no había nada mas. Ella se dejó desnudar, se dejó besar, se dejó acariciar, se dejó lamer, se dejó guiar su mano hacia la caliente forma erecta que palpitaba en su mano como si estuviese viva.

Ambos experimentaron sensaciones diferentes a lo largo de aquel encuentro oculto a la vista de sus perseguidores y oculto también a su propia vista.

El estaba siendo activo, y ella era pasiva. El la acariciaba, la besaba, la lamía. Ella sentía sus caricias, sus besos, su lengua.

En sus mentes un sentido de la vista funcionaba a partir de lo que aportaban sus otros sentidos.

El había estado dibujando en su mente el cuerpo desnudo de Miriam, pintándolo con sus labios, con sus manos. Lo cual le provocaba placer, placer al pintarlo, placer al ver como se dibujaba.

Ella, en cambio, veía esas relampagueantes imágenes oscuras. De pronto veía uno de sus pezones acariciado por una húmeda lengua, de pronto veía su entrepierna tomada por una mano firme que la masajeaba. El placer era mucho más intenso. La privación de la vista, el riesgo de la situación, lo prohibido de entregase a otro hombre a punto de casarse.

El la recostó sobre una cama de cartones, siguió las líneas de sus nalgas, sintiendo su firmeza y las separó.

Ella tuvo una explosión de placer cuando vio su ano lamido fervientemente por una lengua ávida de penetrarselo. La explosión se repitió y vio a esa lengua entrando, venciendo la poca resistencia que su caliente ano le ofrecía.

El subió sus manos a lo largo de la línea de sus muslos, elevando unas piernas invisibles pero con peso, y tacto, tomándolas por debajo de las rodillas y llevandolas hacia donde ella tenia sus pechos, esos firmes y grandes pechos, a los que imaginaba inocentemente blancos, con unos preciosos pezones rosados, de los que solo sabía que tan duros estaban y que suavemente ásperos resultan al tacto de su lengua.

Ella vio sus labios exteriores tomados por dedos expertos, separados sutilmente. Vió sus labios interiores cuando el fresco aire los alcanzó al quedar expuestos con su humedad. La explosion acompaño la imagen que se formaba en su cabeza cuando esa lengua deliciosa acarició de forma circular el agujero de su coño, sin penetrarselo. Esa lengua le recorrió ese borde dando infinitas vueltas generando más y más placer en cada circulo descrito.

El recibía el olor y el sabor de ese sexo invisible. Recibía el calor y la suavidad de ese sexo que no estaba ahí. Pero aunque no estuviese ahí no dejaría de penetrarlo con su lengua. Poniéndola dura la introdujo y su mente fue invadida por el sabor eléctrico del sabor de la excitación de una mujer.

Ella  vio los contornos de su agujero y el interior de su coño, al sentir la explosión de esa penetración lingual, y como esa lengua, aunque corta en su penetración, le alcanzaba todas sus paredes y aportaba deliciosas sensaciones de estar siendo penetrada.

El bebió esos jugos cálidos que manaban de una vertiente que no veía, pero que su lengua recibía. Retiró la lengua y bajó una mano e introdujo el dedo indice allí donde había estado su lengua.

Ella vio sus muslos interiores a medida que sentía como sus fluidos y su saliva se derramaban de su interior sobre ellos, descendiendo lentamente. Y vio de pronto el interior de su coño, cuando un dedo se introdujo en ella y comenzó a frotar su interior.

El dobló ese dedo hacia arriba buscando esa zona rugosa del interior de ese coño que lo retenía, ese punto G, a la vez que acercó el dedo pulgar y comenzó a estimular ese clítoris hinchado y caliente que palpitaba bajo su tacto.

Ella vio los ásperos cartones en su espalda cuando se arqueo por la explosión de placer que la tomó por sorpresa, al ver su punto G y su clítoris flotando en su mente en medio de una nada oscura, flotando ahí como habían estado flotando todas las imágenes que se habían presentado a partir de las sensaciones que le provocaban. Su boca se abrió anónima, y dejó escapar un jadeo sordo, sus ojos se abrieron mucho sin que captaran nada en esa completa y excitante oscuridad.

El recorrió con la lengua el camino desde el clítoris hasta sus pezones, atravesando un espasmódico vientre víctima de las sensaciones. Su lengua alcanzó esas piedrecillas calientes y las sorbió como si pudieran darle de beber. Las mordió y lamió.

Ella volvió a ver sus pezones en su mente... pero esta vez en segundo plano, bastante más atrás, ya que en primer plano de su nuevo sentido de la vista, veía su punto G y su clítoris, que seguían allí pero no por ninguna perspectiva, sino por como él se los estaba masajeando.

El recorrió con su cuerpo, el cuerpo de ella, montándose encima, frotándose, desde los pies hasta los labios como un soldado avanzando cuerpo a tierra en una zona de peligro, solo que este soldado, besaba, lamia, mordía, y acariciaba el terreno por el que avanzaba que era el cuerpo entregado de Miriam.

Ella vio el cuerpo que la acariciaba por completo. Y vio el suyo siendo acariciado. Su cuerpo se veía un tanto desvirtuado, por esa perspectiva nueva que daba la intensidad de información que le enviaba a su mente sus zonas erógenas mas sensibles. Así ese cuerpo tenía un gran coño, un clítoris enorme, unos labios muy hinchados, unos muslos interiores gruesos, unos enormes pechos, con unos pezones casi tan enormes y el resto se representaba más o menos de forma correcta.

El empezó a visualizar de una forma parecida a la que ella veía todo su cuerpo a partir de los estímulos que recibía. El en cambio solo veía una gran polla. Era lo único que veía en su visión. No había otra parte de su cuerpo, ademas de esa única y gran polla flotando en ese universo interior.

Sus visiones se modificaron una vez más. Para ella más que para él. Estando encima, el sintió en la cabeza gruesa, inflada de su polla, la humedad de sus labios abiertos, dispuestos a ser penetrados. Y lo que vio al penetrarla violenta pero cuidadosamente, fue esa misma polla, pero ahora, gigantesca. Una polla a escala planetaria. Ella, dejó de ver ese cuerpo desvirtuado que veía y la explosión de placer al ser penetrada así, fuerte, de un empujón, hizo que por un segundo que duró esa explosión, viese todo su interior siendo recorrido por esa potente polla dura y gruesa. Luego, cuando la explosión se disipó, solo quedó ahí su clítoris. Tan grande como la polla planetaria. Fue el único momento en el que compartieron una visión similar.

Su polla no dejaba de crecer en esa visión, no dejaba de acelerarse en su viaje cósmico. Más y más rápido, más y más lejos, más y más profundo.

Su clítoris en cambio ganaba luminosidad. Brillaba cada vez más. Irradiaba placer en forma de luz, y estaba tan brillante en esa oscuridad que podía compararselo al Sol, solo que no lastimaba verlo directamente.

La polla universal alcanzó la velocidad de la luz en ese cosmos interior y explotó en un big bang derramándose en todas direcciones.

El clítoris brillo hasta hacer retroceder la oscuridad por completo y se incendió bajo el combustible que se derramaba sobre ella como un diluvio universal.

Los dos gritaron mudos sus orgasmos en un cálido boca a boca, respirando el aliento del otro.

Sus nuevos ojos se cerraron y volvió la oscuridad.

Sus viejos ojos, cuando salieron ya de su escondite, luego de haber estado casi 2 horas allí dentro recibieron la luz del amanecer recibiendo el testigo y retomando sus funciones habituales.

Grupo de estudios


-Adiós papá.

-Adiós nena, nos vemos mañana y no estudien demasiado.

-No, lo justo nada mas.

Se dieron un beso y sonrieron al despedirse. El auto se alejó silenciosamente en la tranquila y cálida noche de aquel barrio residencial. Su padre giró en la esquina de la ancha calle vacía. El alumbrado ambarino iluminaba los frentes de los chalets alterando los colores reales tiñéndolos, haciendo imposible adivinarlos.

Se dirigió a la puerta del chalet de Verónica, y tocó el timbre, que sonó con el típico "ding-dong". No pasó mucho tiempo hasta que Verónica apareció en la puerta, recibiéndola con una amplia sonrisa.

-Hola Caro, venga pasa. Estamos por comenzar.

Pasó al salón y vio el ambiente ya preparado. La mesa cubierta de libros y apuntes, una botella de agua, un plato con galletas, un termo con café, una pila de tazas preparadas para ayudarlas a mantenerse despiertas hasta muy tarde y a Isabel sentada y acomodando sus papeles.

-Un poco más y comenzaban sin mí.

-Nooo! Bueno, aunque es la primera vez que estudias con nosotras, te esperamos, incluso aunque te hubieses demorado un poco más.

Carolina se ubicó en la silla que tenía la porción de mesa menos ocupada, e hizo un poco de espacio para sus cosas.

-La verdad que el examen parece complicado -dijo.

-Sí, un poco, no será para tanto, ya verás. Me voy a servir agua, ¿alguna quiere?

-Yo sí -dijo Isabel, apenas levantando la vista de sus apuntes.

-¿Caro?

-Vale.

Verónica sirvió los tres vasos, y les alcanzó los suyos a las chicas. Luego comenzó una charla trivial con Isabel, mientras cada pocos segundos miraba a Carolina.

Esta bebió su vaso, sintiendo un leve regusto agrio.

-Mmm -dijo con una mueca -. Tiene gusto raro.

Verónica la miraba a los ojos con una sonrisa, y asintió.

Carolina de pronto se sintió mareada y lo último que vio antes de que todo se quedase a oscuras y en silencio fue a Verónica apoyando el vaso en la mesa y acercarse rápidamente a ella, para sostenerla.

No supo dónde estaba al recobrar el conocimiento, ni que hora era. No sabía lo que había sucedido y en su aturdimiento demoró unos momentos antes de notar la lengua que la penetraba.

-¡¿Qué?! ¡No! -quiso moverse pero estaba desnuda sentada sobre un sillón de oficina estilo ejecutivo, y tenía las muñecas firmemente sujetas a los apoyabrazos y los tobillos a las patas. Sus piernas permanecían abiertas porque estaban sujetas por las rodillas a la estructura haciéndole imposible cerrarlas-. ¿Pero que hacen? ¡Déjenme!

Isabel era la que la penetraba con su lengua. La lamía, le mordía los labios, le acariciaba el clítoris. Al parecer al estar inconsciente y haber recibido ese trato entre sus piernas, su cuerpo había reaccionado sin importar la situación, humedeciéndose.

Unas manos la rodearon por detrás y se aferraron a sus pechos turgentes, presionándole los pezones con un intenso masaje. Verónica le dijo al oido susurrando:

-Si vas a gritar, te ponemos una mordaza...

Carolina asustada giró su rostro y quedo cara a cara con Verónica que le tomo la cabeza con ambas manos y le dio un beso de lengua breve y sorpresivo, para volver a poner sus manos en sus tetas y masajearle los pezones, por cierto ya erectos.

-No, déjenme... déjhenmhe... Isabel... dhéjhamhe...

Se estaba excitando, excitando mucho. Verónica lamía su cuello pero Carolina no se entregaba, lo escondía con su rostro.

Isabel la penetraba con dos dedos mientras frotaba su ano y lamía su clítoris haciéndole imposible concentrarse en pedirles que se detengan. Las manos de Verónica le masajeaban los pezones deliciosamente pero todo aquello no era correcto además de delicioso... pero no estaba bien.

Verónica se inclino sobre Carolina desde atrás y la tomo por debajo de las rodillas, levantándoselas y trayéndolas hacia ellas, provocando que quedase aun más abierta.

-Cómele el culo -dijo.

Isabel se aferró a las nalgas de Carolina y se las separó, revelando un suave y rosado ano, que palpitaba. Se acercó y se lo comenzó a lamer y a penetrar con la punta de su lengua.

Verónica se puse a susurrarle cosas al oído que la excitaban muchísimo. Cosas como:

-Déjate putita. Se que te gusta. No te hagas la difícil si lo estás deseando tanto como nostras. Te gusta ser nuestra hembrita.

Carolina estaba conteniendo sus gemidos y jadeos.

-Follatela ahora -dijo Verónica.

Isabel se puso en pié, mostrando su cuerpo desnudo y bello, y mostrando el adminículo lésbico que consistía en un pene de silicona que se sostenía de un arnés en su cintura, haciéndo parecer que tuviese un pene.

-¿Qué? ¡No! -dijo Carolina.

Abierta por Verónica, se ofrecia a Isabel contra su voluntad.

Isabel se acercó, apoyando una mano en el alto respaldo del sillon al que Carolina estaba sujeta. Acomodó sus rodillas contra el borde del asiento, y se inclinó sobre el cuerpo caliente de Carolina mientras con la mano libre tomó el pene de silicona que colgaba de su pelvis y se lo introdujo, penetrándola.

-Aahhhhh...! -jadeó Carolina sin poder contenerse.

Las manos de Isabel ahora se apoyaron en los apoyabrazos a los que Carolina estaba atada y comenzó a mover su cadera follándosela lentamente. Sus tetas colgaban firmes sobre la cara de Carolina. Verónica mientras manoseaba las tetas de Caro, lamía los pezones de Isabel, que no contenía para nada sus gemidos y jadeos mientras se follaba a Carolina.

-Ahh... Ahh...Ahh.. Dehhhjehhhhnmhhhhe... Ahhh...

-Ahora por el culo... -dijo Verónica.

-Nooo! Nooo! -dijo Carolina, pero de poco le sirvió.

Isabel se incorporó de nuevo retirandole el pene de su coño y se lo reubicó sobre ese ano rosado y empujo hasta que venció la resistencia inicial, luego la penetró fácilmente por la suavidad de la silicona y la lubricación que había adquirido en su coño.

-Isabel... Isabel... no... no... por ahí no... -decía Carolina entre quejidos y jadeos.

Después de un rato en el que Isabel la penetró y masturbó sin dejar que se corra, Verónica dijo:

-Ahora yo...

Isabel se incorporó y se quitó el pene, aunque Verónica tenía el suyo ya colocado. Mientras la penetraba por el coño sin que Carolina se queje ya, le dijo a Isabel:

-Que te lo coma...

Isabel se trepó al sillón y calzó su coño en la boca de Carolina y se frotó contra esta. Verónica se acomodó como Isabel antes, y además de follarse a Carolina, le lamió el ano a Isabel que en su postura tenía todo a disposición de ellas.

Los gemidos no tardaron en escapárseles.

Verónica pasó del coño de Carolina a su culo sin que se escuchasen sus quejidos. La penetró y masturbó, ahora sin detenerse cuando sintió que se venía.

Isabel sintiendo los jadeos orgásmicos de Carolina en el interior de su propio coño la acompaño en la corrida frotándose más rápido contra su boca. Verónica mientras se movía follandole el culo a Carolina se producía placer a sí misma gracias al formato del adminículo lésbico que vestía, que tenía un pequeño pene que la penetraba a ella. Al escucharlas a las dos correrse, se vino también intensificando la fuerza con que le penetraba el culo a Carolina, y con la intensidad con que se lo lamía a Isabel. El circulo virtuoso de placer las llevó a un múltiple orgasmo a las tres.

Carolina lloraba mientras la desataban, mientras se vestía y mientras esperaba al taxi que la llevó a su casa.

Isabel y Verónica se quedaron juntas a pasar la noche. Conversaron sobre la experiencia de violar a su compañera, de la excitacion que ella había sentido y el placer que había experimentado pero que no había sido capaz de superar el tabú y entregarse a una noche de sexo lésbico inolvidable. Se masturbaron mientras hablanban. Verónica se la comió a Isabel una vez, pero no gozaron del todo porque estaban preocupadas, porque esperaban una llamada.

La llamada de los padres de Carolina. Habían pensado que la convertirían, eso había parecido por como creyeron que había respondido a sus flirteos en la universidad. Pero no había sido así.

Estaban las dos echadas en la cama, en silencio sin dormir, cuando sonó el teléfono.

Se miraron atemorizadas. El problema en el que se meterían sería enorme, incluso con repercuciones criminales si decidían los padres de Carolina denunciar el hecho en la policia.

El telefono sonaba rompiendo el silencio de la noche.

Verónica lo levanto temerosa.

-Diga...

Silencio

-¿Si? Diga...

-Verónica.

-¿Caro?

-Sí, Carolina.

-Oye Caro, yo...

-¿A que hora nos reunimos mañana?

Su piel un lienzo


La lluvia formaba una densa cortina que dificultaba ver más allá de unos pocos metros. El viento vulneraba la protección de los paraguas haciendo que las formidables gotas cayeran en un pronunciado ángulo que no había forma de cubrir del todo.

Ese otoño había sido particularmente lluvioso. Y hoy además, hacía mucho frío. Sin duda la profesora apreciaría que con este clima, haya hecho el sacrificio de ir a clase. Al menos sonó sorprendida al atender el telefonillo.

-¿Si?

-Yo, María -dijo parapetada tras el paraguas muy inclinado, apoyándose medio en la puerta medio en la pared.

-Ah! María... sube.

Sonó la apertura de la pesada puerta, a la que empujó y abrió. Entró al edificio cerrando el paraguas, sacudiéndolo para quitarle el agua de encima. Se batió el rizado cabello para devolverle algo de forma. Todo mientras iba hacia el ascensor.

-Hola María, pasa -dijo la profesora abriendo la puerta y haciéndose a un lado. Se dieron un beso en las mejillas-. ¡Cómo llueve eh! Pensé que hoy ya no vendría nadie.

-Ah, ¿no ha venido nadie?

-No, de momento eres la primera.

-Vaya...

-No te preocupes, algo haremos, no vas a irte sin tomar la clase luego de haber venido hasta aquí con este tiempo. Lo que sí, te pediría que no veamos parte del programa, ya que como ves, será necesario repetir la clase la próxima vez.

-Bueno, sí, como tu digas.

-No te preocupes, buscaré algo interesante.

María sonrió mientras pasaba al interior del departamento de Julia, la profesora. Si bien Julia vivía allí, tenía una habitación en la que había montado un estudio de pintura, el que hoy estaría muy vacío, con la ausencia de sus otros 6 compañeros y compañeras.

Se acomodó en su sitio, delante de su atril. Tenía ante sí un lienzo a medio empezar. Había tenido la esperanza de que hoy estuviese el modelo. Pintar a aquel hombre desnudo, la excitaba. En la última clase, había llegado a la parte en la que tenía que representar su miembro. Esto la había obligado a mirarlo en detalle, a apreciar su forma, su color, tu tamaño, la suavidad que aparentaba su piel, su apenas bello púbico, el gran volumen de sus testículos que colgaban sobre su fuerte pero relajado muslo en esa postura semi recostado, aparentando tener un peso interesante. Un peso excitante. Se imaginaba sopesando el conjunto entre sus pequeñas manos, manoseándolo suavemente, acariciándolo sintiendo esa suavidad que adivinaba de solo mirarlo. Sentir como ese adormecido miembro palpitaba entre sus dedos, como se iba engrosando, alargando, calentando. Y se imaginaba sus manos recorriendolo cuan largo era, masajeando esos testículos llenos, provocandole al modelo la agitación, y la entrega a sus caricias. No se atrevía mientras lo apreciaba posando a pensar más allá liberando su imaginación febril, porque temía que la agitación que imaginaba provocándole, se notase en ella.

Pero esto no la detuvo la noche anterior, mientras estaba sola en la cama. En la oscuridad de su habitación, desnuda recién salida de la ducha, bajo su pesada ropa de cama, se permitió cruzar la puerta que había cerrado como límite durante su clase. Tras esa puerta, su imaginación encontró una colección de imágenes que casi enseguida le agitó la respiración como había supuesto que le pasaría.

Tras esa puerta, estaba la clase de pintura y en la clase, estaba el modelo. Desnudo. Posando. Invitándola a acercarse con la mirada. Ella, con el pincel en la mano, se acercó como lo haría un artista, para apreciar los detalles del objeto a retratar. Allí estaba, el hermoso objeto de su deseo.

En la cama, la mano derecha se deslizó y aplicó sensuales caricias a su pezón izquierdo. La mano izquierda se detuvo entre su ombligo y su entrepierna, sintiendo el calor que allí aumentaba.

Su mano libre, la que no sostenía el pincel, se acercó y acarició los muslos alrededor de ese miembro. Le gustaba su tamaño, su color, su forma, su tersura. Incluso así adormecido la excitaba. Las caricias aumentaron cuando soltando el pincel se entregó a su deseo y empezó a acariaciarlo, masajearlo, apreciando la forma en que crecía entre sus dedos. Bajó su rostro a la entrepierna del modelo, y beso la punta de ese miembro semi erecto. La introdujo en su boca, lo que aceleró su crecimiento provocándole la ereccion total en pocos segundos.

Bajo las mantas los pezones estaban duros, ella movía su cuerpo y el peso de las mantas la rozaban y estimulaban, por lo que sus manos podían concentrarse en el calor y la humedad que sus pliegues escondían.

El modelo había alterado la pose, abriendo sus piernas mientras ella ya tenía toda la erección en su boca, moviéndose arriba y abajo, estimulandolo, masajeando tus testículos con una mano y acariciandole el ano con la otra.

En su mente el modelo no tardó en alcanzar su orgasmo detrás de sus labios.

Bajo las mantas, ella juntó sus piernas, aprisionando sus labios ardientes entre la suave presión de sus muslos interiores, introduciendo su dedo preciso... llegó a su orgasmo en silencio, sintiendo la tensión de sus músculos y como luego la alcanzaba un estado de intensa relajación... y no tardó mucho en dormirse.

Y ahora, allí en la casa de Julia, el modelo no había aparecido. Había tenido la esperanza de que nadie mas de sus compañeros asistiría, pero que el modelo sí lo haría. Se había cumplido la mitad de sus espectativas.

Julia apareció en el aula con un grueso y al parecer pesado libro. Sin apartar la vista de sus páginas dijo:

-He encontrado algo que creo interesante para que veamos María, a ver que te parece.

Le acercó el libro. María se movió en su taburete para asomarse al libro sintiendo la humedad que tenía entre sus piernas, de sólo haber recordado su noche anterior.

Vio unas fotos de mucha calidad en las que aparecían mujeres desnudas, pero con todo el cuerpo pintado. Las pinturas eran de lo más diversas. Habían las que parecían que iban vestidas, habiéndoseles pintado un traje, un vestido, un conjunto de fútbol, etc. Otras en las que se habían imitado caras, utilizando sus pechos como ojos, y de ahí el resto de la cara sobre su cuerpo. Había también las que estaban de pie contra una pared en las que aparecía un tapiz y la pintura de su cuerpo imitaba el patrón haciéndolas casi invisibles en algunos casos. En estas últimas se detuvo.

-Vaya, que bello esto así -dijo María, señalando una mujer sobre un tapiz blanco, con enredaderas verdes, con hojas y flores rojas. La mujer mantenía el patrón sobre su cuerpo. La iluminación de su volumen, con algún sombreado sobre la curva de sus pechos y sus ojos era lo único que permitía adivinar que estaba ahí.

-Si muy bello. Te propongo un ejercicio María -dijo Julia, sacando un pedazo de tela de unos treinta centímetros cuadrados. La tela tenía un patrón -. Utiliza mi mano como modelo, la apoyo así sobre la tela -dijo apoyando su mano abierta en el medio de la tela- y tu pintas el patrón imitando los colores y las formas... ¿que te parece?

-Bueno no sé si seré capaz, pero vale.

-Tu tranquila, es un experimento. Eso sí, utilizaremos estas pinturas que son aptas para aplicarse sobre la piel.

Un rato después de haber hecho la mezcla de colores para imitar el tapiz, estaba ya dibujando la mano de Julia. La posición de la modelo y la de la artista, hacía que sus rostros estuviesen bastante cerca.

-Lástima que no vino Marcos -dijo Julia de pronto, sorprendiéndola.

Se miraron un momento y luego rompieron en carcajadas.

-Bueno -dijo María-, si hubiese venido, yo te hubiese arruinado el plan.

-Quizá lo hubieses modificado.

María sonrió tímida. Su dedo acariciaba la mano de Julia, corrigiendo desviaciones del pincel. En su mente recordaba lo que había detras de la puerta aquella noche, pero ahora se abrió otra. Tras esta nueva puerta, no estaba a solas con el modelo, estaba Julia. Julia, mirándola como masajeaba a Marcos, como lo besaba entre la piernas, como metía su gran erección en su boca. Julia desnuda.

La humedad volvió.

-Déjame pintarte el cuerpo -Se escuchó diciéndole.

Julia la miró sonriendo.

-No, no estás aún preparada para una tarea así.

-Píntame a mi, entonces.

Julia la miró a los ojos.

-Desnúdate -le pidió.

Mientras María se desvestía lentamente en ese ambiente cálido y seco, afuera la lluvia y el frío que había sentido no la alcanzaban. Este contraste hacía del aula un lugar aun más acogedor. El sonido de la lluvia sobre algún tejado de chapas aumentaba la sensación de acogimiento. Julia a su vez, mejoraba la mezcla de colores que María había hecho.

-Déjame probar como da el color contra tu piel -dijo. Le pasó un suave y blando pincel sobre la curva de sus deliciosos pechos-. Falta un poco de base -afirmó mientras con un trapo húmedo limpió los trazos.

María estaba evidentemente excitada, y no se molestaba en disimularlo. Julia lo disimulaba mejor.

Luego de encontrar el color adecuado, comenzó a pintar su cuello. María sentía las pinceladas suaves y anchas por su piel. El color era un blanco viejo, y la iba a cubrir del cuello a los tobillos. Las pinceladas se hicieron sensuales al alcanzar sus pezones erectos.

-Te importa si me desnudo yo, María.

-No.

Así Julia desnuda, pintaba el cuerpo desnudo de María. Y cuando ya casi terminaba de cubrirla del blanco, se escuchó la puerta de entrada abrirse.

María se asustó intentando cubrirse pero sin encontrar nada con lo que hacerlo.

-Tranquila María, es Marcos.

Peor. El modelo de sus juegos nocturnos llegaba. Iba a encontrarla así. ¿Qué iba a pensar de ellas? Julia por el contrario no se mostraba preocupada en absoluto. Es más, Marcos tenía la llave de su piso. María lo vio claro... tenían una relación.

Marcos se asomó al aula, y se sorprendío al verlas así.

-Vaya... la clase mas interesante y yo llego tarde.

-Ya ves -dijo Julia-. Aunque más vale tarde que nunca. Desnúdate.

Y eso hizo. María apreció el miembro que tanto la había estimulado. Lo vio acercarse a ella, y lo sintió apoyarse sobre su piel pintada cuando Marcos le dio un beso en la mejilla al saludarla.

A Julia la besó profundamente y con mucha lengua. Ella respondió al beso, que se lo dieron entre ellos, pero en contacto con María, Marcos con una mano en su cintura y Julia con una mano en su hombro. Esto hizo de María soltase un casi imperceptible jadeo al sentirse arrebatada por la excitación.

-Mira lo que has hecho, Marcos -dijo Julia señalando su pene semierecto. Estaba manchado de blanco, por haberselo apoyado a María al saludarla. Tomó el trapo húmedo y procedió a limpiarselo.

Antes de que lo alcanzara, María dijo:

-Yo.

Julia y Marcos se miraron divertidos, y Julia cedió el trapo a María que lo tomó decidida. Se arrodilló frente a Marcos, y tomó su semierecto miembro con la mano izquierda, y notó el peso que había adivinado. Aun semierecto era enorme para su mano. Semierecto como estaba lo que sobraba de su agarre, tenía una no muy pronunciada curva, venciendo a la gravedad con su excitación creciente. Acercó el trapo y lo pasó suavemente sobre ese pene que la hipnotizaba. Al frotarlo con delicadeza, fue limpiando la pintura, y esos frotes produjeron que la piel alrededor de la cabeza se recogiese exponiéndola grande y enrojecida. Vio como una cristalina gota de líquido preseminal asomaba apenas por el agujerito de la punta y tuvo que hacer un esfuerzo sobre humano para no meterse todo ese pene en la boca. Al terminar, se puso de nuevo en pie.

-Vaya -dijo Marcos-. Que bien me lo has dejado.

María sonrió con una timidez desubicada a esas alturas. Julia estaba excitada por lo que había visto y aun más excitada por esa inocencia que tenía María y a la vez ese deseo que era evidente la consumía por dentro. Deseo al que sin duda sucumbiría a lo largo de esa tarde.

-Hoy María es la modelo, así que Marcos hoy tu eres pintor. Toma -y le ofreció un pincel-.

-Ser modelo es divertido, la verdad -dijo este-. Me gusta María cuando me pintas. Tus ojos arden mientras me miras y lo intentas disimular. La verdad debo hacer un esfuerzo para no excitarme viéndote así. Sabiendo que ardes.

-Anoche me masturbé pensando en ti -soltó. Estaba sin duda con problemas para controlarse. Hacía las cosas cediendo al deseo, pero a la vez lo que hacía la conflictuaba. El conflicto no impediría que cediera al deseo, solo hacía que Julia se excitase aun más al percibirlo.

-Que casualidad María, yo hice lo mismo una vez, me masturbé pensando en ti.

-Y yo también -dijo Julia.

María no daba crédito a lo que oía.

-Bueno -dijo Julia-. En realidad nos masturbamos el uno al otro, y mientras lo hacíamos, pensábamos en ti. Es que nos provoca verte pintar a Marcos. Se te ve tan anhelante de tenerlo. De que te tenga. Y a la vez tan contenida, tan inocente. Es una mezcla muy sensual.

Los tres guardaron silencio. Los pinceles empezaron ahora a recorrerla, pero ya no buscaban la perfección de la obra. Ya no. Los pinceles eran ahora juguetes eróticos en un juego aun mas erótico. Marcos pintaba sus pechos. Bordeaba sus pezones a punto de estallar, la marca de la bikini había desaparecido, solo se veían las formas todas pintadas de aquel blanco. Las cerdas del pincel untadas en la pintura tan sedosa, acariciando sus pezones era una sensación estupenda.

Julia en cambio pintaba su cuello, pero ya sin el pincel, untaba sus dedos en la mezcla y la acariciaba. La frotaba con masajes firmes. Dio la vuelta ubicándose detrás de ella. Masajeaba su cuello por detrás. Sus manos embadurnadas se deslizaban sin resistencia sobre la piel. María levantó el rostro, estirando el cuello, entregandoselo a Julia y sus caricias. Llevó sus manos hacia atrás y se aferró a la cintura de Julia, que se adelantó y pegó a su espalda. Los grandes pechos de Julia, esponjosos se apretaron contra su espalda, contrastando con la dureza de los pezones que sentía en los omóplatos.

Las manos de Julia bajaron a sus pechos, y se los aferraron, levantándolos y proyectando sus pezones hacia adelante. Marcos los estimuló más con el pincel. Jugando un rato con ellos, alcanzando estos la inflamación incluso de la areola.

Julia llevó a María al lugar donde Marcos solía recostarse. María se recostó allí, boca abajo para que la pintasen por detrás. Julia la tomó por la parte trasera de sus muslos y separó sus piernas extendidas. María se apoyaba en sus codos y la miraba por encima del hombro. Marcos comenzó a pintar su espalda. Julia sus piernas. Ambos se encontraron en sus nalgas.

Julia se las separó y Marcos la pintó. El pincel pintó el valle entre esas nalgas, llegando al ano rosado de María, acariciándoselo con las cerdas sedosas.

-Ah... sí -dijo María entre suspiros.

-¿Te gusta Mari? -Preguntó Julia sosteniendole las nalgas separadas para que Marcos le acariciase el ano con el pincel untado en pintura.

-Sí... me encanta...

Julia introdujo una mano entre el colchón sobre el que María estaba y su cuerpo ejerciendo una presión leve hacia arriba, indicándole así que levantase el culo, lo que María hizo. Movió su cadera para exponer sus labios inflamados, húmedos, cálidos a sus pintores. Estiró sus brazos hacia adelante y apoyó su mejilla en el colchón. Sus rizos dorados ocultaban parcialmente su rostro, dejando ver únicamente sus labios sensuales, que se mordía y lamía intermitentemente.

Marcos continuó pintandole el ano que ya tenía muy relajado, mientras Julia con sus manos untadas, comenzó a pintarle los labios, introduciendo una mano entre sus piernas, con sus dedos juntos acariciándoselos hacia abajo y luego hacia arriba, sacando esa mano e introduciendo la otra en un movimiento continuo.

María jadeada ya ruidosamente victima cómplice de aquellos estímulos deliciosos. Su cadera se movía ondulante intensificando las sensaciones. Sus manos se aferraban a las telas que cubrían en colchón. Su rostro se ocultaba entre sus brazos extendidos para volver a salir y mirarlos por detrás con ojos entrecerrados y la boca abierta.

Ya toda de blanco habían concluido la obra. Julia entonces tomó el trapo húmedo, y mientras Marcos abría esas nalgas blanquecinas, Julia la limpiaba en medio, desde la espalda hasta encima del clítoris, enrojecido, grande. María seguía gozando con lo que le hacían.

Con esa zona despintada, Julia hundió su rostro entre sus piernas, e inspiró profundamente los olores de María. Luego se puso a jugar con su lengua en esos labios grandes y calientes. Marcos bajó a lamer lo que antes había pintado. En su postura, recostado junto a María, su pene erecto quedaba al alcance de la modelo.

María se acomodó y con una mano tomó ese pene que tanto deseaba. Era muy grande, muy grueso. Su agarre representaba un cuarto de la longitud de ese miembro. Adelantó la cara para comerle la punta. Gozó al tenerla dentro, pero más gozó por como Marcos gimió de placer aun manteniendo su lengua acariciandole el ano. Empezó a masturbarlo con la punta de su pene en la boca. Su mano tenía mucho recorrido libre para estimularlo así. Y evidentemente a Marcos le gustaba. Tanto que por un momento perdió la delicadeza con la que la había tratado hasta el momento y preso de sus bajos instintos la penetró por el ano con un dedo ensalivado. María lanzó un quejido con su boca llena, pero no se lo impidió. Ese dedo entraba y salia rítmicamente. Y a María le dolía un poco pero le gustaba mucho.

Julia estaba acaricandola con su lengua. Con ella, acariciaba sus labios, por fuera, por dentro, se los separaba, se los unía. Sus dedos separaban la carnosa sensualidad de sus muslos internos para abrirse paso y esto a María la enloquecía. Las caricias de Julia pasaron a ser una penetración cuando introdujo su lengua en su interior. Su lengua entraba y salía y María iba a explotar.

Comezó a jadear mas alto, mas rápido, a mover su cadera, elevó el rostro, gimió, se puso tensa, se venía. Gritó y gritó cuando el orgasmo mas intenso que había tenido le vino y la invadió. Gritó y gritó cuando ellos viendo que se corría aumentaron la intensidad de sus respectivas penetraciones.

Marcos le avisó entre jadeos que el también se venía y al escucharlo y al sentir como en su boca ese pene crecía aún más, abrió mas la boca y se metió mas ese pene, para beberse su excitación derramada sobre su lengua...tan caliente, tan densa.

Ambos alcanzaron el orgasmo juntos. Jadearon al unísono por un rato y luego se relajaron.

María estaba en las nubes. Aun sentía las palpitaciones entre las piernas. Podría repetirlo. Varias veces. Pero Marcos evidentemente estaba satisfecho, tanto que se recostó en el colchón y se quedó algo adormecido. A saber cuanto había hecho el amor con Julia la noche anterior.

-¿Me prestas la ducha Juli?

-Claro, tienes tohallas en el armario.

María se alejó del estudio dejándolos a solas. Sin duda Julia le pediría a Marcos que se ocupase de ella ya que no había tenido un orgasmo como ellos. Entó al baño y abrió el agua. Cuando la notó a la temperatura justa, se metió bajo la lluvia cálida. En un momento se había enjuagado la pintura y se estaba lavando el pelo, cuando escucho que Julia entraba al baño, y a la ducha con ella.

-Hola -le dijo.

-Hola Julia.

-¿Vas a ocuparte de mi ahora? Yo me ocupé de ti, antes.

Se sorprendió. Había pensado que Marcos se ocuparía. Pero Julia la había elegido a ella, y esto la excitaba.

-Sí, claro.

-Mmm -ronroneó-. Esta es mi putita. Julia desnuda apoyó su espalda contra la pared de la ducha, con sus piernas separadas y la cadera proyectada hacia adelante-. Cómemela como te la he comido a ti.

María obediente se arrodilló entre las piernas abiertas de Julia, adelantó el rostro y acomodó su boca entera en la unión de las piernas, cubriéndole los labios y el clítoris por completo. Así, succionó, lamió y besó esos labios como se besan los otros.

Julia miraba el techo, y sus manos se hundieron en los rizos insinuados de María, tomando su cabeza y atrayendosela contra su cuerpo. A la vez movía su cadera frotándose contra su boca. Gemia, jadeaba, y le hablaba sucio.

-Así, sí... Uy putita... Ay! como te gusta comérmela... Ahh... Sí cómemela toda... Toda...

Y María se excitaba con esto, tanto que bajo sus manos a su entrepierna, con una abría sus labios y con la otra se metía 3 dedos en su interior, moviéndolos a buen ritmo. Y Julia se excitaba aún mas al sentir los jadeos de María dentro.

-Ahhh sí... Ahhh así... No pares... No pares... Ay! Te lo doy... Te lo doy en tu boquita... Ay! Toma! Ay! Toma! Tomalo! Ahhh! Ahhh! Aaaahhh!

Julia aferraba la cabeza de María y se frotaba en su boca violentamente, follándosela, corriéndose en su boca.

María se corría tambien, en gemidos apagados contra los pliegues de Julia.

Ya relajadas, se escuchaba solo el agua corriendo por sus cuerpos. María mantenía su boca ahí, dándole aun suaves masajes con su lengua. Julia la miraba con una gran sonrisa mientras le acariciaba el pelo mojado y soltando algun suspiro aislado por esos masajes postorgasmicos.

Julia salio de la ducha, dándole un profundo beso de lengua. María terminó de ducharse.

Ya vestidos en el salón, María juntaba sus cosas y se despedía.

-¿Ves porque esta clase debía ser fuera del programa? -bromeó Julia. Marcos no estaba, quizá dormía aun en el colchón-. ¿Te imaginas esta clase con el resto de compañeros?

Ambas rieron mientras se despedían.

Mientras bajaba por el ascensor, María sonreía. Una clase con todos sus compañeros, como esta. Ya tenía material para desnudarse esta noche bajo sus sabanas.

Iniciación


No sabía que aquella calurosa tarde de aquel verano sería para mí un antes y un después en mi vida. Se desarrollaba como cualquier otra, perdiendo el tiempo como todos lo hacemos con 12 años, en la calle, con los amigos del barrio. Hablando tonterías, riendo por cualquier cosa, gastándonos bromas unos a otros. Eran las vacaciones y algunos ya nos habíamos ido con la familia a veranear, otros estaban entonces de veraneo, otros aún no se habían ido y otros no saldrían de veraneo ese año. Era un barrio bastante heterogéneo así como el grupo donde había chicos y chicas de diferentes edades.

Esa tarde el grupo presentaba prácticamente un tercio de la concurrencia habitual, como dije por las vacaciones y el calor. A medida que avanzó la tarde varios de los que estaban fueron retirándose a refugiarse en sus casas del tórrido clima. Otros preferimos quedarnos ya sea porque lo estábamos pasando bien o porque no teníamos aire acondicionado en casa como para refugiarnos.

Cuando quedamos cinco, uno de mis amigos anunció que se iba a la casa a tomar algo fresco y nos invitó a ir. Ya habíamos estado en su casa infinidad de veces aunque esta vez sería muy diferente. Hoy había traído a su novia, una chica a la que había conocido en su instituto. El tenía 15 años, y ella 17. El resto nos sumamos a la invitación ya que algo fresco no vendría mal.

Yo vivía en la casa de junto, así que no me sentía tan fuera de lugar, conocía a sus padres, que estaban fuera, por lo que de pasada anuncié en la mía que estaría allí. Los otros amigos, vivían mas lejos, por lo que un rato después de estar allí se fueron juntos.

Quedamos sentados en el sofá del salón. El ponía unos discos nuevos que se había comprado, yo leía unos teveos que él coleccionaba y ella se aburría.

Concentrado en los teveos, que eran japoneses y eran geniales, no presté atención al jueguecito de manos que ella había iniciado con su novio, a unos pocos metros.

Cuando noté el silencio que me rodeaba debajo de la música, levanté la vista y los vi. Ella estaba sentada a su lado, inclinada sobre él. Su lengua recorría su cuello, y su mano masajeaba su entrepierna por encima de los gastados vaqueros. Me quedé sorprendido e incómodo un momento. Luego cuando ella sin dejar de lamerlo me miró, reaccioné.

-Eheeee me voy - anuncié.

Ella se detuvo.

-Vale nos vemos mañana dijo él.

-No te vayas -dijo ella al mismo tiempo.

Ambos la miramos asombrados, con la misma expresión.

-Quédate -me invitó-. Déjalo quedarse -lo invitó-. Me gustaría probar hacerlo con público.

El tenía sus dudas y yo también. Ella estaba segura. No le fue difícil sacarle él un sí con esos masajes, ni a mi con ese espectáculo. Sentía una excitación que nunca había sentido.

-Vale -dijimos casi al mismo tiempo con voz ausente.

Lo más cercano al sexo que había estado era haberme bañado con una amiga a los 10, en su casa una noche que me quedé a dormir, en donde nos baño su madre. Fue raro, pero no tuve esa reacción que tuve en ese momento, viéndolos acariciarse. Solo dos años de diferencia y tanta diferencia en la reacción.

-Siéntate en el sofá. Ponte cómodo -me ordenó suavemente.

Eso hice. Me senté cómodo. Ella pareció excitarse más por tenerme ahí mirando. En cuanto a él, no lo sé, sólo se dejaba hacer sin parecer ya notar mi presencia. Ella se quitó la camiseta y el sostén revelándome una espalda pequeña y blanca de piel aparentemente muy suave. Su cabello castaño oscuro contrastaba con la blancura de su espalda. Evidentemente aún no había salido de veraneo.

Los ojos de él se clavaron en sus tetas, las que me estaban vedadas. Imaginé que serían pequeñas y blancas. Ella cuidaba que no se las viera por la posición que adoptaba. El la siguió y se quito su camiseta quedando ambos con el torso desnudo. Ella se elevo sobre él para ofrecerle sus pechos y por lo que escuché a continuación evidentemente los aceptó. Un breve ruido de succión seguido de los suspiros de la chica. Su cabeza bajó y su cara se apoyó en la parte superior de la cabeza de él, sus brazos lo abrazaron, pero se mantuvieron pegados a su cuerpo, para seguir vedándome la vista de sus tetas. El le devolvió el abrazo, recorriendo su blanca espalda con sus manos sucias de adolescente que viene de callejear. La espalda se arqueó y ella echó su cabeza hacia atrás. Me miró un rato mientras él le chupaba unas tetas para mi invisibles.

-¿No te pajeas? - me preguntó.

-N.... nunca me pajeé -confesé.

Ella sonrió tiernamente.

-Yo te voy a enseñar -me dijo.

Me puse muy nervioso, hasta que vi lo que hacía. Se arrodilló frente a su novio y comenzó a bajarle los pantalones cortos de fútbol que vestía. Iba a enseñarme, sí, pero pajeándolo a él para que yo lo vea. La verdad que ver su polla un poco me impresionó, claro, acostumbrado a la mía aún en desarrollo, la de él ya desarrollándose, era un pollón. A decir verdad la suya estaba muy erecta gracias a ella, y la mía estaba semierecta, la verdad por la mezcla de nervios y excitación.

-Bájate los pantalones -me ordenó.

Dudé. Las cosas estaban poniéndose serias. Consideré que era el momento de irme.

-Mejor me voy - dije.

-Si te vas tú, también lo haré yo -dijo mirándolo a él más que a mi. Claro, una vez que me hubiese ido, por mí que hiciera lo que se le antojase. Pero él seguro tendría algo que objetar.

-No! No te vayas, no se vayan! -rogó.

Ella me miró mientras él me seguía rogando. Al final me quedé.

-Bájate los pantalones -repitió ella.

Así lo hice.

-Mmm, que rico. Ahora siéntate y tócatela hasta que se te ponga así de dura.

-Así no se me va a poner, él la tiene mas grande.

-¡Que ricura! -rió tiernamente- no te preocupes por eso, tu hazlo.

Y así lo hice. Me la toqué torpemente imitando sus movimientos sobre la polla de mi amigo. Después de un rato, aquello mas o menos iba queriendo ponerse duro. Noté como me excitaba más cuando ella me miraba a mi hacerlo, que cuando dirigía su atención a la cara de placer de mi amigo. De pronto ella se metió su polla en la boca.

-Eso no puedo -dije. Y ella rio casi a carcajadas con la boca llena. Tuvo que detenerse.

-Lo sé -dijo-. Solo continua acariciándotela como te enseñé.

Y así lo hice, mientras ella le comía la polla. Esto me excitó mas, y mucho mas cuando con la polla en su boca, me miraba a mi.

Mi amigo comenzó a acariciarle el pelo mientras ella continuaba comiéndosela, y ella, sorpresivamente, estiro una mano y me la apoyó en la pierna. Algo en mi interior se adueñó de mis movimientos y casi tan espectador como con lo que ellos hacían, fui de cómo me acerqué para dejar mi polla al alcance de su mano. Ella me la agarró al instante y comenzó lentamente a hacerme una paja. Era mucho mas rica que la que había estado haciéndome yo.

Mi amigo no se había enterado de nada, estaba mirando al techo con los ojos cerrados. Ella aumento el ritmo, yo comencé a mover instintivamente mis caderas y en cuanto lo hice ella se detuvo e hizo como si nada hubiera pasado. Se incorporó, se quitó las bragas dejándose la corta falda de vaquero puesta. Se montó sobre él, introdujo una mano entre ellos, encontró su polla y se movieron un momento acomodándose para facilitar la penetración, que produjo en ambos un gemido de placer al producirse.

Ella empezó a moverse sobre él. Noté enseguida cómo ya no tenía esa autoridad que había tenido sobre nosotros. Ahora ella era presa del placer que esa polla en su interior le brindaba, ahora era vulnerable, ya no daba ordenes. En cambio, pedía que no cada vez que las manos de él, después de que ella se las apartase no con demasiada convicción, regresaban a aferrarse a sus perfectas nalgas levantando la falda y permitiéndome ver la penetración.

Me miró desde su montura, su pelo le cubría los ojos y se los descubría al ritmo que cabalgaba en la polla de mi amigo. Su mirada se había suavizado, se mordía los labios, y por primera vez, le vi las tetas. Eran preciosas, pequeñas como me había imaginado, redondas, con unos pezones rosados que apuntaban hacia arriba, y apuntarían también hacia arriba aunque no estuviesen así de inflados, así de erectos.

-Ah, Ah, Ah, Ah -jadeaba al ritmo de sus saltos, soltando aire al hacer tope en su descenso. El tambien jadeaba pero a un ritmo mas lento. Era evidente que las sensaciones que se provocaban uno al otro tenían diferente frecuencia-. PajéAhte... porfAh -me pidió entre sus jadeos.

Eso hice. Y ella siguió follándose a mi amigo mientras miraba como me pajeaba. Seguimos así no mucho mas tiempo, hasta que mi amigo se corrió. Ella le prestó de nuevo atención, acariciándolo y ronroneando mientras sentía el fluido caliente desbordarse en su interior.

-Voy al servicio -Anunció-. No se vayan.

Se levantó con cuidado cubriéndose el coñito con una mano y la tetas cruzando un brazo sobre ellas. Se alejó al trote.

-¿Me pasas la camiseta? -le pidió. Y él se levantó a llevársela.

-Bueeeeno -dijo al regresar mientras se sentaba.

No dije nada, no sabía que decir. Estaba sentado en el sofá, con mi humilde erección notándose bajo los pantaloncillos.

Ella volvió del servicio. Se sentó y en seguida notó mi bulto. Bajó la cabeza rápidamente, pero no lo suficiente como para que no adivinara las sonrisa que quiso disimular. Se acercó a mi amigo y le susurró algo al oído. El chistó y la miró con cara de decirle "¡estás loca!". Ella se puso seria y volvió a susurrarle algo. El ahora sin chistar la miró con cara de decirle "¿estás hablando en serio?" y ella asintió en silencio.

-Ahora vuelvo -dijo él levantándose.

Yo siempre había sido un niño de contextura grande para mi edad, sacando a todos los compañeros de clase como mínimo un palmo. Así que cuando ella se me acercó aunque me llevase 5 años yo era físicamente mas grande.

Al verla aproximarse con esa expresión de travesura, no tardé en comprender. Cuando me empezó a lamer el cuello y a masajearme la erección por encima de la ropa, lo tuve claro.

Para alguien mas experimentado, como yo mismo ahora, hubiera resultado evidente que la chiquilla no lo era demasiado. Estaba repitiendo sobre mí lo que había hecho a mi amigo minutos antes. Su escasa experiencia daba lo justo para aquello.

Sin preámbulos me bajo los pantalones y me comenzó a comerme la polla. Aquella sensación de calidez, humedad y suavidad que me transmitió el interior de su boca, fue detonante para que sintiese una excitación que nunca antes había experimentado. Cuando comenzó con los movimientos ascendentes y descendentes creí que me estallaría el pecho. Mi corazón golpeaba mi caja torácica desde el interior completamente desbocado. Sentía sus latidos en mis oídos. Mi respiración aumentó como cuando corría como loco en los recreos, pero aquí no me había movido.

Ella ronroneaba con mi polla en su boca y yo jadeaba como en una maratón. Muy torpemente quise quitarle su camiseta. Quería sentir esas tetas en mis manos. Obviamente la posición que ella tenía impedía que su camiseta saliese, mas allá de que yo la tironease, como lo estaba haciendo.

-Espera, chiquitín -me dijo, mientras se incorporaba y se la quitaba. No se había vuelto a poner el sostén-. ¿Era esto lo que querías? -preguntó mientras repetía el movimiento de incorporarse sobre mí y acercarme sus tetas a la cara.

-Sí -dije en algo que pareció un resuello. Y me lancé de cabeza a esos pezones ingrávidos.

Se los succioné un rato, lamiéndoselos cada tanto, no sin que me dijera que lo hiciese mas suavemente.

Entonces, se levanto y se puso de pie a mi lado. Su mano derecha se apoyó en mi hombro. La izquierda bajó al su muslo y recogió un poco la falda. Su pierna derecha se mantuvo firme adonde estaba. La izquierda se elevo y retrocedió un poco, pasando por encima de mis piernas. Su mano izquierda se apoyó sobre mi otro hombro. La pierna izquierda aterrizó junto a mi otro lado. Y ella me miraba desde un poco mas arriba sonriendo, otra vez, con expresión traviesa.

Se sentó sobre mí, montándome. Mi polla quedó atrapada entre mi abdomen y su coño. La piel de mi polla, sintió el calor que irradiaba la piel de su coño. Sentí también su humedad. La mano derecha descendió entre nosotros en busca de mi polla. La encontró, la tomó, y la manipuló con cierta práctica lo que no le quitaba cierta torpeza a sus propios movimientos. Sentimos que estábamos en el lugar preciso, en la postura adecuada, ella por su experiencia y yo solo por instinto.

Sentí, ahora en la delicada piel de la cabeza de mi polla, la dulzura de esos pliegues que se abrían a mi paso. El calor, intenso, palpitante, incomparable al de la boca. Esa humedad un tanto pegajosa que tenía, y que facilitaba el avance.

Esa sensación no fue nada, comparada con la sensación de haberla penetrado por completo. Sentía toda mi polla rodeada de una agradable calidez, de una fresca humedad, de un delicado y suave interior.

Esa sensación también quedó opacada, cuando ella comenzó a mover lentamente su cadera sobre mi, generando frote entre mi polla y su clítoris. Su respiración, su expresión de entrega, como ahora parecía que era mía en cuerpo y alma, como esa mujer hasta hoy desconocida, la que me había dado órdenes ahora se entregaba. Ahora era yo quien le brindaba un placer que la hacía vulnerable.

-Muévete -ordené.

-Ahhh, Ahhh, Ahhh, sí... Ahhh -le gustó que le diera una orden.

Entonces el placer me alcanzó cuando comenzó a moverse de forma adecuada. Ya no estaba en condiciones de dar ordenes. Estaba inundado de nuevas sensaciones, que colapsaron mi capacidad de asimilarlos, causándome una sobrecarga sensitiva. Y todo nacía en mi polla.

Me aferré a sus nalgas, y ahora no pedía que la soltase. Hundí mi rostro entre sus tetas. Ella hundió el suyo en mi pelo, desde arriba. Yo sentía sus jadeos tibios en mi cabeza, y ella los míos en sus pezones.

En mi mente sentía que de mi polla nacía una corriente de placer que me la invadía y que desde allí salía amplificada a cada rincón de mi cuerpo.

Ella se movía cada vez mas aprisa, yo movía mis caderas debajo de ella. Jadeábamos al unísono. Cada vez mas rápido, mas alto.

De pronto sentí como mi cuerpo realizaba movimientos para mi hasta entonces desconocidos y como esa corriente de placer que me inundaba los sentidos ahora daba la vuelta y se desbordaba hacia afuera, dentro de ella, en violentos bombeos.

Gritamos juntos, cuando nos corrimos uno en el otro.

Me relajé dentro de ella y ella sobre mi. Respirando aun agitados. Un momento después ella se retiraba, volviéndose a cubrir el coño y las tetas como antes en su camino apresurado al servicio, ahora recogiendo rápidamente su ropa con la mano con la que tapaba precariamente sus pezones.

Yo también me vestí. Pasaron unos minutos y ninguno de los dos aparecía por allí. Así que silenciosamente me fuí a mi casa.

A mi amigo lo vi al día siguiente, y la relación ya no era tan natural, como antes de que su novia nos follase. El lo dejó con ella al poco tiempo. Y nunca volvi a verla.

Bueno, salvo en mi imaginación cuando la recordaba y me pajeaba como ella me había enseñado.

Aquella noche de corrupción


"No fue algo que hubiese buscado que sucediese, no conscientemente al menos", pensó. Tampoco había hecho nada por evitarlo, por salir de ahí cuando supo donde estaba, a qué habían ido allí. Al contrario, esa parte inconsciente pareció tomar el control de la situación. Como si hubiese estado en segundo plano siempre cómoda en su interior, un inconsciente en toda regla, pero en cuanto había visto esa oportunidad, rompió cadenas y salio a la superficie arrasando con todos los mecanismos inhibitorios, haciéndose con el mando. "Quizá hayan tenido algo que ver las drogas", pensó.

Ella había estado viendo a ese hombre hacía unos meses. Era mayor, unos 15 años. Ella contaba 19 y el con 34. Físicamente él no era nada del otro mundo, era normal. Pero tenía algo que no se encontraba fácilmente. Algo en su interior. Al poco tiempo de conocerlo, supo empezar a ver el aura, la atmósfera de sensualidad masculina, animal, que lo rodeaba, que lo acompañaba allí donde fuese. Y como a ella, fue testigo de cómo a otras mujeres esto perturbaba. Sobre todo a mujeres nocturnas, como las camareras de los bares a donde habían ido. No tardó mucho desde que empezó a salir con él en descubrir los placeres del sexo de a 3.

Pero aún así, habiéndola iniciado en los "menage a trois", como él lo llamaba, no fue algo de lo que él hiciera abuso. Se mantenía en su justa medida de forma que le siguiera resultando interesante.

Ninguna de sus amigas había experimentado el sexo de a 3, ni con otra mujer, ni con otro hombre. Ella sí. Y por ello se creía gran liberal, una persona que había alcanzado la apertura mental en relación a su sexualidad que ninguna de sus amigas alcanzaría nunca. Pero eso no era nada comparado con aquella noche de corrupción. Las drogas habían colaborado, sin dudas.

Con sólo dos pequeños sorbos de su trago, sintió los efectos. Dulces, suaves. Dedujo mucho después que como todo, él había puesto la medida justa, sin abusar tampoco del uso de los alucinógenos.

La fiesta privada estaba en el apogeo cuando llegaron. La casa donde se llevaba a cabo era más una pequeña mansión. Enormes jardines la rodeaban, adecuados para que en cualquier rincón se pudiera estar cómodo. Blancos gazebos salpicaban los jardines, iluminados tenuemente con grandes sofás a tono. La gente se movía de aquí hacia allá, todos vestidos de blanco o negro, descalzos, a juego con la noche y con la agradable temperatura. Con esos sorbos a su frío trago, ya todo tenía una textura onírica, los bordes suavizados, los movimientos parecían mas lentos de lo normal, todo y todos resultaban sensuales.

El la rodeaba suavemente con su fuerte brazo por la cintura. Ella no se sentía mareada ni necesitaba que la sostuviesen. Solo sentía cómo en aquel momento su inconsciente estaba tomando consciencia. Pronto estaría al mando.

Ellos eran otros más de los que iban de aquí hacia allí, recorriendo el lugar. El la guiaba lentamente, pero no para mostrarle la casa ni los jardines. El quería que viese a la gente, la gente ya no iba de aquí hacia allí, sino la que ya había encontrado un lugar donde quedarse, al menos de momento.

Vio una pareja de bellos jóvenes besándose de pié, ella se apoyaba contra una de las finas columnas de una de los gazebos. Su cuerpo esbelto y semidesnudo, cubierto solo con un fino vestido blanco acompañaba a la columna a la que sus manos se aferraban muy por encima de su cabeza con sus brazos estirados. La posición arqueaba su espalda entregándole sus pequeñísimos pechos a su compañero, quién la besaba lentamente aunque de forma apasionada, mientras en una mano sostenía un vaso y con la otra cubría uno de esos pequeños y deliciosos pechos. Verlos la puso de humor, la hizo sentir bien, cómoda. Empezó a sintonizarse en el estado de ánimo en el que él la quería.

Sin detenerse demasiado, solo lo necesario para apreciar detalles como aquellos, continuaron su recorrido por aquel lugar. Llevada suavemente por la cintura, y dejándose llevar.

Luego se detuvieron frente a un sofá en el que dos mujeres, una negra, vestida de blanco y una blanca vestida de negro, conversaban. Notó que se miraban como se mirarían dos amigas en una conversación casual, pero que las miradas escondían algo más. Detrás de esa postura correcta, se escondía el deseo que una sentía por la otra. Desde la prudencial distancia en la que las observaba, notó que así como si tal cosa, una mano se apoyaba en un antebrazo para retirarse rápidamente, que otra mano acariciaba un muslo de piernas cruzadas para también retirarse. No tardarían mucho en darse un beso corto, tocando sus labios carnosos y húmedos que levantaban reflejos de la tenue iluminación. Cuando esperaba ansiosa ver ese beso y lo que viniese a continuación, él se la llevó de ahí para seguir su viaje, no sin que ella intentase alargar esa partida al máximo, mirándolas por encima del hombro mientras se alejaban, pero aún así no llego a presenciar ese suceso. Una lástima.

En su camino se cruzó con más gente realizando esos juegos iniciáticos, llamando a puertas a las que apuntaba el deseo, esperando encontrarlas abiertas. Parejas como la primera, que habían pasado de la etapa de besos y caricias y estaban ya saboreándose la piel y no solo aquella que estaba a la vista, había botones desprendidos, breteles caídos, escotes excedidos.

Dejando atrás los jardines entraron en la casa. El ambiente era distinto. La iluminación era un tanto más alta, menos tenue, la música más fuerte, mas rápida, el espacio más reducido, lo que hacía parecer que hubiese más gente, más cerca.

Avanzaron por el pasillo de entrada y ahí ya tuvo que avanzar detrás de él, caminando de lado al avance. En ese avance él pareció desentenderse de ella. Lo que había sido un camino guiado amablemente hasta allí, una vez alcanzada la entrada, cambió, como había cambiado el ambiente dentro. Atravesando el atestado pasillo de entrada, debía casi frotarse con los hombres y mujeres que allí estaban, por delante y por detrás para poder avanzar. Con sus brazos a los lados de su cuerpo, con las manos elevadas a la altura de sus hombros, con una pequeña sonrisa en sus labios sin mirar a los ojos a aquellas personas con las que se frotaba en su avance. Pero sintió a medida que avanzaba, como los hombres, sin importar si estaban delante o detrás, apoyaban sus erecciones poco contenidas por aquellos finos pantalones, y como mujeres apoyaban sus pechos contra los suyos o contra su espalda. Tampoco fueron pocas las manos que impunes acariciaron sus nalgas, sus piernas, incluso algunas muy hábiles aprovecharon los momentos en los que daba un paso abriendo sus piernas para meterse entre ellas y acariciarla. Salió de ese campo de contacto muy divertida, tanto que sus pezones eran dos pequeños bultos bajo la fina tela de su vestido. El la esperaba a la salida, con una sonrisa.

Pasaban por un gran salón abarrotado, en el que un amplio sofá quedó desocupado cuando sus demasiados ocupantes se levantaron casi al unísono para dirigirse todos juntos a otro sitio. El la dirigió al sofá y tomaron asiento. Un momento después una sexy camarera se acercó con una bandeja y dos tragos, los que él tomó pasándole uno a ella y acariciando luego el muslo interior de la camarera de pié junto a ellos, con la mano húmeda y fría de haber sostenido el vaso. Estiró las piernas y las separó levemente, sonriendo y dejándose. Ella se recostó contra el respaldo del cómodo sofá, bebiendo un poco de su trago y disfrutando con lo que veía. La camarera tomó la mano de él, que era del doble de tamaño y la llevo a su entrepierna desnuda bajo la fina falda, dónde él acarició pliegues tibios. Luego la camarera llevo esos dedos invasores a su boca y los lamió para irse a seguir sirviendo tragos.

Una mujer se acercó al sofá y se sentó en medio de ellos, estaba algo alcoholizada y se reía sola. Estiró su cabeza hacia atrás, separó sus piernas y dejó sus brazos a los lados de su cuerpo, apoyándolos en las piernas de ellos. Se miraron por encima de la mujer y se acercaron a su cuello uno de cada lado. Lamieron el cuello de la mujer, mordisquearon sus delicadas orejas, besaron sus hombros, él subió a su boca, y ella bajó a sus enormes pechos. El metió su lengua en la boca de la mujer saboreando la última bebida que había tomado. Ella acarició con su lengua el pezón extremadamente erecto de la mujer, y al contacto ambos sintieron las manos de la mujer sobre sus muslos apretándolos. Un momento después cambiaron roles, ella besando a la mujer, y él mordisqueándole un pezón por encima de la fina tela de su vestido. La mujer llevó sus manos a las entrepiernas de ellos, que se entregaron a su contacto. Una mano buscaba las profundidades, otra las alturas. Ellos llevaron sus manos a la entrepierna de la mujer y demostraron la coordinación que da la experiencia en tríos sexuales, cuando él separó los labios inflamados de la mujer y ella la penetró con dos delicados dedos. Un momento después la mujer alcanzó el orgasmo y pareció olvidarse de ellos por completo, levantándose y desapareciendo entre la multitud que allí se movía.

Divertidos procedieron a acomodarse un poco la ropa, ella a estirar su falda y cubrirse los pechos, y él a volver a meter su erección bajo los pantalones, pero no tuvieron tiempo de hacerlo. Un hombre de rasgos femeninos, sin ser amanerado y muy seguro de sus movimientos ocupó el lugar de la mujer. La miró a ella intensamente y sin apartar la vista de sus ojos, llevo una mano bajo la tela para tomar uno de sus pechos, y comenzó a manosearlo. Era un movimiento sucio, primitivo, despojado de las pocas normas sociales que allí quedaban. Y esto la excitó. El pezón volvió a endurecerse bajo los ásperos movimientos que no llegaban a ser bruscos pero que la movían hacia atrás y adelante al ritmo del manoseo de su pecho. El hombre con su otra mano hizo aparecer su erección con maestría y se la ofreció sin palabras. Ella descendió y comenzó a besársela. Una vez con ella allí, el hombre giró su rostro hacia él. Mirándolo ahora con expresión anhelante, había cambiado rotundamente su actitud. Ahora se entregaba. El lo aceptó comenzando a besarlo en la boca profundamente. Ya con sus manos libres, porque ella se ocupaba muy bien de esa erección que parecía no dejar de crecer, el hombre la imitó, descendiendo sobre él. Esta vez, después de un rato de que ambos hombres recibiesen placer, el invitado se incorporó y abandonó el sofá. No llegó al orgasmo como lo había hecho la mujer. Sin duda quería atesorarlos al máximo para prolongar la fiesta.

Ellos de pronto, una vez ido el hombre, se encontraron en postura de felación, como si lo estuviesen haciendo solos, pero separados por el espacio que había ocupado el ahora desaparecido invitado. Ella se acercó recorriendo esa distancia y continuó su tarea interrumpida, ahora en una erección distinta a la anterior.

La excitación ya la había invadido, su inconsciente había tomado el control, sus inhibiciones habían desaparecido, estaba en caída libre sin poder detenerse, sin querer detenerse. Mientras lo felaba a él, la personas que pasaban a su alrededor, se detenían un momento apreciando sus dotes, como lo había hecho ella en el jardín, mirando a los demás. Y si aquello la había puesto de humor, esto, la excitaba enormemente. Ser observaba en ese acto de sumisión, en el que da placer sin obtenerlo directamente, por personas extrañas, muchas personas, que van y vienen, la dejaba próxima a un estado de embriaguez sexual.

Estando así, él recostado un poco sobre el respaldo y otro poco sobre un lateral del sofá, y ella en postura de perrito volcada sobre la prominente erección que asomaba de sus pantalones abiertos, sintió una mano que se apoyó delicadamente sobre su nalga. Aferró la erección de él al sacarla de su boca, como para que no se escapase y giró su rostro hacia el dueño de esa mano. Resulto una dueña. Una mujer mayor que ella, mucho mayor, de unos muy bien conservados 50. La miró a los ojos, con indiferencia y volvió a introducir la erección de él en su boca. La mujer mayor, mientras en una mano sostenía un vaso, con la otra, sin prisa fue recogiendo la falda de ella, levantándosela hasta que no fue más que tela arrugada sobre su espalda. Había dejado expuesto su suave piel, allí donde también se arrugaba, en deliciosos pliegues rosados. La mujer llevó esa mano libre a esos pliegues y los acarició con la delicadeza propia de una mujer acariciando a otra. Ella se arqueó exponiendo aun más sus pliegues. Y comenzó a ronronear con la boca llena. La mujer se puso en cuclillas por fuera del lado del sofá, utilizando dos dedos para abrir los labios de ella e introducirle la lengua hasta el fondo. Una lengua suave, larga, tibia. El acarició su pelo, y sostuvo la cabeza de ella en posición mientras comenzó a mover su cadera. Ella se dejó sostener en todo el proceso, recibiendo el orgasmo de él en su boca, saboreándolo y al final tragándolo. La mujer mayor había dejado el vaso en el suelo, se había arrodillado, y se empleaba en su cunilingus a fondo. Ella gozaba tanto que casi ni se dio cuenta cuando él abandonó el sofá.

Cuando notó su ausencia en las proximidades, ya había gente incorporándose al sofá. La mujer mayor había invitado a un grupo de hombres que pasaban por ahí y se habían quedado a mirarla como daba placer a esa niña de 19. Ellos se ubicaron en el sofá, en principio a seguir mirando. Luego la excitación fue tanta que pasaron a la acción tomando el control de esas dos mujeres. Uno de ellos se sentó en el sofá y tomándola a ella de un brazo, la guió a que se montase sobre su erección. Ella se dejó guiar un tanto torpe por la mezcla sensaciones y estimulantes. El hombre un poco impaciente la fue acomodando hasta que ella comprendió que quería que se sentase sobre él dándole la espalda, pero para ser penetrada por el ano. La penetración fue dolorosa, sus quejas así lo reflejaron, pero el placer de la humillación, de la sensación de ser una mujer fácil, poseída por quien lo quisiera, la excitaban más de lo que le dolía. Otro hombre del grupo llevó a la mujer mayor a arrodillarse a los pies de ella y a continuar con su actividad previa ahora en esa nueva postura, para luego penetrarla por detrás. Ella se excitó mas al sentir los jadeos de la mujer sobre sus labios, alternándose con su lengua. El tercer hombre se puso de pié en el sofá y tomándole la cabeza a ella, le introdujo la erección en su boca y comenzó a moverse rápidamente. Los cinco jadearon un buen rato hasta que los hombres alcanzaron sus orgasmos allí donde estaban. Se fueron sin decir palabra. Lo mismo hizo la mujer.

Ella quedó sola en el sofá. Había perdido la cuenta de sus orgasmos ya. Propios o provocados. Debían ser 5 o 6. Un tanto extenuada, aun excitada, un tanto confusa, sin estar desorientada, se relajó en el sofá, preguntándose donde estaría él. Se levantó para ir a buscarlo.

Recorriendo la casa se encontró con escenas similares a todas las que ella misma había protagonizado antes, por gente a la que veía por primera vez. Dejó atrás miradas, palabras, y manos que la invitaban ya que deseaba reencontrarse con él.

Subió las escaleras hacia la tranquilidad de las habitaciones, debajo se veía el caos sexual del que ella había sido parte. En el apenas iluminado pasillo se adivinaban formas aquí y allí. Avanzando se asomaba a en las habitaciones que tenían su puerta abierta, pero no siempre era capaz de ver quienes eran sus ocupantes, ya sea porque la luz estaba apagada, o porque la acción transcurría bajo las negras sabanas o porque los ocupantes en sus posturas le daban la espalda. En esos casos no se atrevió a entrar y constatar que él no estuviese allí ya que temía caer en la tentación y abandonar la búsqueda. Tenía claro que fuese quienes fuesen los ocupantes, y fuese lo que fuese que estuvieran haciendo, la invitarían a participar. Las puertas cerradas permanecieron así, no se atrevió a llamar, por la misma razón.

Una forma de mujer, una mujer muy alta, le habló en voz muy baja, preguntándole que buscaba. Al decirle ella a quién buscaba, la mujer la guió a una habitación de puertas cerradas. Entraron y la puerta se cerró tras ellas. La oscuridad la envolvió y a continuación 3 pares de manos la desnudaron. Una mano la guió y depositó en una cama. Ella había intentado no caer en la tentación pero ahora cedería a mas placer.

Caricias en la oscuridad, besos, lenguas, formas duras, formas blandas, suaves, ásperas, calientes, frías la recorrieron por completo. Parecía haber hombres y mujeres. No hablaban pero los escuchaba respirar, lamer, besar, succionar, gemir, jadear.

La confusión que experimentaba aumentó, producto seguramente de los alucinógenos, el alcohol, el placer, la excitación y la oscuridad. Estaba con otras 3 personas pero cuando sus manos las tocaban devolviendo parte de lo que recibía, parecía que fuesen más. No era capaz de contar, envuelta en su confusión y ahora desorientación pero había erecciones, y pezones de mujer como para sumar mas de 3 personas. Se estarían turnando para participar en la cama.

Repitió las actividades anteriores, erecciones en su boca, en sus manos, en su sexo, en su ano, lenguas sobre ella, manos sobre ella, bocas sobre ella. Directrices para que adopte diferentes posturas mediante indicaciones mudas.

La puerta se abrió dejando entrar algo de claridad. Era él que la había encontrado a ella. Encendió la luz de la habitación desde la entrada. Ella entonces vio a sus amantes. Se encontró montada sobre uno de ellos, que estaba acostado en la cama. Lo que vio fue a una bella mujer, pero a la vez estaba siendo penetrada. No era un juguete lesbio. La penetración era cálida, palpitante, viva. Miro a otro de sus amantes, el que tenía su erección en su boca. Vio que tenía unos pechos hermosos, ademas de una erección enorme. Y al ver al tercero con su propia erección en la boca de la mujer que estaba debajo de ella, a la vez que se acariciaba sus propios pechos prominentes supo que estaba teniendo sexo grupal con 3 transexuales. Hermosos transexuales. Ella entonces tuvo el último orgasmo de la noche al tiempo que lo tenían también sus 3 acompañantes. La intensidad del suyo hizo que gritase, que se aferrase a las negras sábanas arrugándolas bajo la presión que hacía que sus nudillos se pusieran blancos, su cuerpo se tensó como la cuerda de un violín, y tuvo violentos espasmos que se sucedieron como un terremoto que nacía desde su entrepierna. Su rostro, con sus ojos fuertemente cerrados, su boca muy abierta. Los espasmos cesaron y se dejó caer sobre los pechos de su amante, mientras sentía su erección remitir en un interior tras el orgasmo grupal. Cuando pudo recuperarse, en la puerta ya no había nadie.

-Esa fue la última vez que lo vi. De eso hace ya 7 meses. Su número está desconectado. Es como si nunca hubiese existido. -dijo ella, recostada en la cálida consulta de su sicóloga, mientras se medio incorporó para observar su impresión.

Al hacerlo notó el rápido movimiento de la mano de la bella mujer abandonando su posición anterior, debajo del bloc de notas, al parecer también debajo del tajo de su falda ejecutiva.

La mujer se ruborizó al instante. Había sido descubierta mientras se aplicaba dulces masajes entre las piernas, sobre sus húmedos labios mientras escuchaba el relato de su paciente.

Ella no se ofendió, mucho menos se escandalizó. Era habitual ese efecto. El mismo aura que ella descubrió que él tenía cuando lo conoció, ahora estaba en ella. Aquella última noche que pasaron juntos, su alma recibió la corrupción que el tenía para seguir sola, deslumbrando a aquellas personas susceptibles a sus efectos.

Acercándose a su sicologa, a puertas cerradas, en la privacidad de su consulta, percibió la entrega de la mujer que hacía ya rato sucumbió bajo los efectos de su atmósfera.