domingo, 3 de enero de 2010

Sumergido


Si me hubieran dicho al principio de aquel verano que no pisaría la playa en toda la temporada, me hubiese resultado muy gracioso. La playa, la verdad, es que me gusta mucho. Pero hubo algo en la piscina de la urbanización que me gustó muchísimo más.

La socorrista.

La vi por primera vez desde mi terraza, a tal distancia, sin que se pudiesen apreciar detalles, me impactó el conjunto.

Se la veía tan sensual... y un tanto aburrida. La piscina aún en temporada no era un lugar muy concurrido. La gente que vivíamos en la urbanización todo el año eramos pocos, y los que venían en verano, a un piso alquilado o a su piso de veraneo, buscaban la playa.

El contraste de su piel rosada contra su bañador entero negro, con su cabello rubio, era hipnótico. Sentí la necesidad de bajar a la piscina, necesidad que no desaparecería en todo el verano.

Me preparé como si me fuese de marcha un sabado por la noche. Pero era domingo por la mañana y me iba a la piscina del edificio, llevando bañador.

Me vi caminando apresurado, por el pasillo hasta el ascensor. Llamarlo impaciente. Subirme antes de que las puertas se abriesen del todo. Practicamente correr hasta la puerta de la pisicina. Y a partir de ahí, donde ya la socorrista podía verme, continuar con paso casual, como si tal cosa.

Al ir acercándome y al ir descubriendo los detalles que antes habían quedado ocultos tras la distancia llegué a la conclución de que era sencillamente hermosa. Más, cuando me miró al acercarme por encima de sus gafas de sol algo caídas y me saludó.

Desde ese "hola", me esmeré en resultarle tan atractivo como ella me lo resultaba a mí. Quizá haya sido por la promesa de monotonía rota con mi continua presencia, que se mostraba entusiasmada con verme cada día. Quizá era que le gustaba y era yo que no me lo quería creer. Por lo que fuera, seguí por demasiado tiempo con el juego de seducción sin dar el siguiente paso.

Hasta el día en que casi me ahogo.

Cualquiera que lo hubiese visto todo desde el principio, hubiese pensado que fue un pretexto muy pobre, muy torpe para acercarme a ella. Y que era algo muy serio como para bromear con eso. Que ella estaba allí trabajando y muchas otras apreciaciones que hubieran sido igual de acertadas. Pero casi me ahogo de verdad.

El calambre me recorrió la pierna izquierda como un latigazo y me la dejó entumecida, inmóvil y con un dolor terrible a medida que los musculos se retorcían y acortaban. Estando en la parte profunda, no hacía pie, quedando, si me paraba sobre el suelo de la piscina, unos 40 centímetros de agua sobre mi cabeza. Tal era el dolor, que cualquier intento de braceo hacia arriba y hacia el borde, me doblaba restando efectividad a las maniobras.

En la piscina ya no había nadie y se acercaba la hora del cierre. Ella pensó, como era de esperar, que estaba bromeando. Una broma de mal gusto, pero broma al fin. Se veía en su rostro. Hasta que debió parecerle que la broma se prolongaba demasiado y en su rostro allí donde había desaprobación apareció la duda. Debía de preguntarse si podía ser tan tonto... o si me estaría ahogando realmente.

Así que tras un momento de incertidumbre se arrojó a por mí.

Bajo el agua la vi acercarse y así, sumergido, me pareció aún más hermosa que antes.

Me recorrió el pecho por detrás y me sostuvo mientras subiamos esos mortales 40 centímetros de agua por sobre nosotros. Me acercó al borde y ahí pude aferrarme y valerme por mi mismo.

-¿Te ahogabas en serio? -me preguntó tranquila y muy cerca de mi.

-Sí, claro. No iba a bromear con algo así -respondí a la defensiva.

-Para que te abrazara no hacía falta fingir que te ahogabas -dijo en una voz suave.

Casi le insisto que no era broma lo del ahogamiento, cuando una bofetada mental me hizo rectificar antes de hablar, para besarla.

Increiblemente me devolvió el beso, con un leve sabor a piscina. Su cabello estaba peinado hacia atrás efecto de haber sacado la cabeza del agua mirando hacia arriba. Su cuerpo se apoyaba contra el mío, prisionero contra el lado de la piscina. El agua fría y la excitación, hicieron que en mi pecho sintiese la pequeña dureza de los suyos. Sus manos me recorrían bajo el agua. Y su cuerpo se movía levemente arriba y abajo contra el mío.

Como socorrista profesional, era evidente que tenía experiencia en el agua. Y mi aturdimiento al demorar en disiparse, hizo que parte de la iniciativa fuera suya. Así, de pronto, me mordía el cuello, y me acariciaba el pecho. Apoyaba su pelvis contra la mía, apresando mi erección entre nosotros. Para entonces mi aturdimiento, junto con el calambre, habían desaparecido.

La tomé por la cintura y la puse en mi lugar, contra el borde de la piscina. La besé profundamente, saboreando su boca, y el sabor a piscina que compartíamos. Mis manos se infiltraron por los laterales de su bañador entero y fueron en busca de esas durezas pequeñitas que escondía. Allí estaban. El frío del agua hacía maravillas. Parecían dos piedrecillas blandas. Y al acariciarlos, apretarlos, retorcerlos, ella lanzaba pequeños gemidos apagados.

Aún infiltradas tras las líneas del bañador, mis manos bajaron a su pancita plana y la acariciaron, sabiendo que nada se interponía en el camino a su entrepierna. A la vez, echó su cabeza hacia atrás y su cadera hacia adelante, con los brazos abiertos a los lados sosteniendose en el borde.

No había mucho tiempo, estabamos expuestos, y en cualquier momento aparecería alguien y nos interrumpiría.

Por lo que me sumergí respirando profundamente. Puse sus piernas sobre mis hombros y mi cara frente a su cadera. Mis manos subieron a sus nalgas y las acariciaron bajo el agua. Luego movieron el bañador descubriendo la fuente de calor que tenía justo delante de mi boca.

Acerqué mi boca casi sin preliminares, ya que el entorno impedía determinar la humedad que hubiese allí acumulada.

Y coordinando mis manos que separaban sus pliegues desde abajo y mi lengua que los estimulaban, me centré en el placer que ella sentía y que yo percibía por los movimientos de su cadera sobre mi boca.

El agua hacía que su cuerpo sobre mis hombros resultase ingrávido. Mis pulmones mantenían aún reservas de aire, pero no por mucho tiempo. Sabía dos cosas,una, que no podía subir a tomar aire, porque eso acabaría con la situación y otra, que no podía quedarme abajo para siempre.

Sin importarme demasiado todavía, seguí acariciando sus pliegues con mi lengua, entrando y saliendo, y alimentando mi placer de lo que ella expresaba con sus movimientos de cadera.

No tardé mucho en sentir la necesidad de aire. Fue a la vez en la que ella comenzaba a experimentar su orgasmo sobre mi boca. No estaba dispuesto a quitarselo, a arrebatarle ese momento tan intenso. Si me había salvado la vida, arrojándose a por mí, se lo debía. Quizá mi destino era darle este placer que estaba ella experimentando y que me lo transmitía con sus movimientos, y luego debía ahogarme despues de todo. No, mejor aguantaba lo máximo que pudiese, y en cuanto ella llegara a su climax, yo saldría del agua... un plan perfecto, pero hubo algo que lo echó a perder.

Aunque hubiese querido salir a tomar aire no hubiese podido. De pronto, cuando ella tuvo su orgasmo, sus músculos se tensaron y sus piernas se anclaron a mi alrededor. No había forma de salir del abrazo de esas hermosas piernas. Toda la potencia de esos músculos entrenados impedían que pudiera liberarme. Y su orgasmo se prolongaba más allá de mi capacidad pulmonar... hacía rato excedida.

Me deje estar, relajado bajo su placer mortal.

De pronto su cuerpo se relajó y vi su cara junto a la mía, besándome bajo el agua.

Su beso estuvo cargado de un enorme placer sexual y de aire que llenó mis pulmones.

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