domingo, 3 de enero de 2010
Maldita la sangre II
El mundo había vuelto a cambiar. Tras mucho tiempo de aparente estabilidad, lo cual la había acostumbrado, se habían presentado nuevos cambios en la sociedad. Y es que ella quedaba fuera esa protección natural que es la mortalidad, lo que hace que la sociedad pueda avanzar. Si el mundo estuviese poblado de inmortales como ella, poco se avanzaría, ya que la masa tiende a ser conservadora.
La tecnología era la nueva religión. Las nuevas generaciones fueron apartándose cada vez más de la rigidez de los dogmas, deslumbradas por esos avances que tenían un impacto cada vez mayor en la calidad de vida. Y no solo en cuanto a la calidad de vida, los avances alcanzaban todos ámbitos. Sobre todo la salud. Y la seguridad. Le costaba ya conseguir su alimento sin exponerse demasiado. Se había perdido hacía tiempo el pudor a la vigilancia, al concepto introducido por la novela "1984" del Gran Hermano, y la la gente se sentía cómoda bajo la atenta mirada de las cámaras de vídeo vigilancia y los sistemas de información que procesaban las imágenes en busca de actividades delictivas. Estos sistemas habían probado su eficacia, y la tasa de criminalidad había descendido lo suficiente convertirlos en una necesidad.
Esa madurez social que en su momento la liberó pudiendo decir abiertamente que era una vampiresa sin que la tomasen lo suficientemente en serio como para temerle o matarla y que a la vez provocaba la fascinación de sus víctimas, ahora la condenaba a pasar hambre por la dificultad de ocultar sus hábitos. Lo que la impulsaba a un circulo vicioso de ansiedad que la llevaba peligrosamente a sus límites, haciendo que el cuidado que debía tener para conseguir su alimento y no exponerse, hiciera que por desesperación cometiese una imprudencia que la dejase expuesta.
Buscaba hacía tiempo y sin suerte un igual. Había recorrido el mundo tras los indicios de actividad vampírica que podía descifrar de informes médicos, forenses o policiales. Se había vuelto una trashumante, alimentándose en donde estaba hoy, para ya no estar allí mañana, en su búsqueda de un igual.
Se encontraba tras una huella firme. Informes forenses dejaban un rastro de muertes que podrían asociarse a los hábitos alimenticios del vampiro. Osetia de Sur seguía siendo un país mayormente rural, con amplias extensiones de terreno, inmensidad de granjas diseminadas a lo largo del país con algunas pocas ciudades, pequeñas y separadas unas de otras. Geográfica y demográficamente correcto. Los avances tecnológicos que tan contenida la tenían aquí no habían llegado del todo, salvo, en aquellas ciudades más importantes, lo que presentaba curiosos contrastes, de ciudades avanzadas flotando como islas en un mar del siglo XIV.
Ello hizo que diera rienda suelta a su instinto, aprovechando esa situación y siguiendo ese rastro que la había llevado hasta allí. Rondaba las apartadas granjas, estableciéndose en rincones húmedos y oscuros, oculta y a salvo durante el día, acechando durante la noche, acabando así con los integrantes de una familia al cabo de pocas semanas, verificando que dichas muertes se asociaban con una misteriosa enfermedad infecciosa de la que no se encontraban rastros.
Los pobres diablos que sucumbían a ella, al menos experimentaban el mayor placer de sus desdichadas existencias antes de sentir la vida apagarse dentro de ellos, devorada por su exótica amante. Y es que su sensualidad sobrenatural, sobrepasaba cualquier costumbre, o pauta de comportamiento por más arraigada que se encontrase en el subconsciente de su víctima. No sólo deslumbraba a los hombres, lo cual hubiese sido hasta algo natural, ya que estos se rinden a los instintos tarde o temprano, mas allá de sus creencias. Pero del mismo modo seducía a sus mujeres y a sus hijas. Y es que dentro del ser humano existe un lugar donde las buenas costumbres, las creencias, lo civilizado e incluso la mas férrea fe, no llegan, pero su capacidad de seducción, su libido, su atractivo sensual y sexual tenían libre acceso.
Y el ámbito en el que se encontraba, presentaba una deliciosa remembranza de sus comienzos. Cuando se encontraba con toscos hombres sin formación, sin educación, que se habían criado bajo la dureza de los elementos, trabajando con animales de carga, arando la tierra áspera, con sus manos, sus cuerpos y su sexualidad curtidas por esa realidad que vivían. Esos hombres la poseían de una manera visceral, animal, sin preliminares, sin delicadezas, sin atenciones, solo preocupados por lo que ellos sentían y por llegar a volcar su simiente en su interior. Ser prácticamente violada con su consentimiento la excitaba, sentir esos empujones que buscaban lastimarla, sentir esas convulsiones y espasmos del cuerpo de su amante sobre ella al venirse en su interior, eran sensaciones casi olvidadas, ya que hacía muchísimo tiempo que sus amantes se habían civilizado y vuelto artistas del sexo. Y esto era redescubrir un sexo perdido.
Las mujeres en cambio, se dejaban hacer. Se sentían confusas, y resultaban inocentes y torpes cuando intentaban tomar la iniciativa. Y más, cuanto más jóvenes eran. Resultaba mas trabajoso vencer sus inhibiciones, pero lo conseguía. Y cuando eso sucedía la mujer se entregaba. Era habitual que acostumbrada e ese trato rudo de los hombres al que se veía sometida, estar con ella fuese una experiencia de placer desbordante, cosa que se evidenciaba cuando no podían contener sus sordos gemidos de placer al culminar. Los que se encadenaban con los silenciosos alaridos del horror, al descubrir la naturaleza de la mujer que tenían entre sus piernas.
Pero aún mejor eran los vírgenes, y mucho más aun, las vírgenes. Adoraba ser su primer y último orgasmo.
No fue consciente, quizá por verse embriagada de excitación, que al haber dado rienda suelta a su instinto había empezado a dejar su propio rastro.
El médico del poblado más cercano a su área de actividad ya estaba preocupado especialmente por lo que había estado sucediendo antes de su llegada. Por esas muertes que la habían atraído como a un sabueso, tras lo que ella entendía como los restos dejados por otro vampiro. Y ahora que a esto se había sumado ella, y que ella estaba un tanto descontrolada, el médico creía estar frente a un inicio de epidemia.
Por su parte, un investigador de la policía local, al no poderse explicar las muertes por medio de la medicina, ya que no aceptaba la "enfermedad infecciosa desconocida" como causa, y dado el aumento en la tasa de mortalidad que se había dado en las últimas semanas, creía estar frente a un asesino serial.
Ninguno estaba en lo cierto, pero en parte ambos lo estaban.
Una noche como tantas otras se dispuso a alimentarse de sus anfitriones. Las luces de la granja se apagaron, procediendo sus habitantes a descansar. Uno de ellos, eternamente. Salió de su húmedo agujero, hojas muertas y tierra se adherían a su ropa, haraposa ya hacía tiempo y a su piel allí donde la ropa ya no la cubría. Durante el día acostumbraba dormir profundamente ya que su cuerpo estaba atiborrado de alimento. Por ello, no supo que en la casa había otro inquilino de la familia.
Entró sigilosamente, sin hacer ruido, sin hacer sombra. Se dirigió a la habitación de la hija adolescente. La había visto bañarse en el lago una tarde casi anocheciendo y se había excitado pensando en poseerla y alimentarse de ella. Inocente, se había convertido en su primera obsesión en mucho tiempo. Y como había sucedido con su última obsesión, aquella que había confundido con un profundo sentimiento de amor, ella ahora no tendría un trato diferente.
La habitación olía a la adolescente que la ocupaba. La vampiresa que se acercaba como flotando a la cama, comenzaba a exudar las feromonas que comenzaban a inundar los sentidos dormidos de la adolescentes. Sus sueños antes plácidos e inocentes cambiaron súbitamente su cariz. Perdieron su inocencia, y se llenaron de erotismo. La adolescente se movió bajo las mantas, lanzando un gemido adormecido.
El placer la envolvió mientras se acercaba a su presa. El mismo placer que arrancaba suavemente a la adolescente de su sueno inquieto, sintiéndose húmeda, agitada con el corazón desbocado. Desorientada al principio, presa de la descarga de sensualidad de la vampiresa fue incapaz de reaccionar al verla acercarse a su lado a medida que se desnudaba. Quieta como un conejillo deslumbrado por los focos del auto que se aproxima, la adolescente no despegó sus ojos de ese cuerpo sensual y excitante que se posaba a su lado con la gracilidad de una pluma que cae libre sobre el suelo. La vampiresa una de las manos tensas de la joven, que no presentó resistencia alguna, y la llevo a posarse sobre su terso pecho, de pezón erecto. Se lo apretó torpemente, mientras su mirada no se apartaba la mano sobre el pecho de la mujer. La otra mano se dirigió al otro pecho desnudo sin que fuese necesario guiarla. La joven miraba extasiada como sus manos masajeaban esos pechos suaves y tersos, de consistencia esponjosa mientras sentía la dureza de los pezones contra las palmas.
La vampiresa acercó su boca a la de la joven. La invadió con su lengua, con su saliva. La joven la abrió entregándola, mientras continuaba mirando a su amante con los ojos muy abiertos y tiernamente bizcos por la proximidad.
Mientras duraba el beso de lenguas, las manos de la vampiresa desabotonó con maestría el camisón de la joven, abriéndolo y dejándolo caer, descubriendo unos pechos pequeños, de pezones grandes y duros que casi desencajaban en el conjunto. Dirigió su boca hacia ellos. La joven los adelantó arqueando la espalda presa de su propio instinto sexual, a la vez que bajaba la cara, presa de la vergüenza por lo que se dejaba hacer. Por primera vez sus ojos se cerraron, y gimió fuera de su sueño.
La vampiresa la sacó lentamente de la cama. De pie junto a esta, el camisón terminó a sus pies, dejando al descubierto un oscuro triangulo de vello púbico contrastando con una piel extremadamente blanca. Pensó que al no tener sangre en sus venas, no tendría una palidez mayor de la que ahora tenía. Y que la mata de pelo en su sexo serviría para continuar ocultando su rastro.
Arrodillándola frente a sí, la vampiresa separó sus piernas y adelantó su sexo, acomodándolo en la boca anhelante de la adolescente. Sus manos se enredaron en el cabello revuelto de la joven y la empujaron suavemente contra su calidez. La joven, confusa, comenzó a comerla. Torpemente, pero aún así resultaba placentero. La cadera se movía sobre esos labios carnosos intensificando el movimiento de la lengua inexperta. Y un momento después, la vampiresa se corría en la boca de su amante.
La tomó de una mano y volvió a ponerla en pié guiándola hacia la cama. La recostó boca abajo, separó sus piernas y levantó sus nalgas de forma de tener acceso a los pliegues empapados de la joven, que ya anticipándose a lo que sentiría, se aferraba a las sabanas de su deshecha cama, arrugándolas entre sus dedos.
Las manos expertas de la vampiresa separó las nalgas, al tiempo que con dos dedos estimulaba los contornos suaves y rosados del ano de la adolescente, que al instante respondió con silenciosos gemidos. La lengua, ya bífida, salió entre los colmillos perlados y lamió los pliegues mojados, labio a labio. La penetró repetidas veces, y estimuló el clítoris inflamado que parecía latir y estar a punto de estallar. La joven tenía el sabor de la virginidad en su sexo. Y el sabor que adoraba de las vírgenes era ese, mezclado con la sangre que perdían al ser penetradas por su lengua. Ese sabor la perdía.
La hizo girar bruscamente, sobresaltándola, haciéndola enfrentarse cara a cara con el horror. Quieta, inmóvil, su expresión de profundo placer dio paso al mas puro terror. A la vez que se preparó para devorarla, la puerta detrás de ella se abrió. Ella giró con la velocidad de un relámpago y se enfrentó a un desconcertado hombre, que sin duda no esperaba encontrarse con eso. Desnuda como estaba saltó a una pared y caminó sobre ella a 4 patas con la velocidad de un pequeño roedor hacia la ventana que atravesó sin importar que estuviese cerrada. El hombre reaccionó venciendo el estupor y la siguió asomándose justo para ver que sólo caían vidrios al césped, dos pisos por debajo. Al instante comprendió su situación. Giró su cabeza hacia arriba para descubrir allí a la desnuda vampiresa, que se arrojó sobre su cuello arrastrándolo consigo a una caída terrible, pero a la que el hombre llegó ya muerto por las heridas de la vampiresa.
En la habitación dos pisos por encima sonaban los gritos histéricos de la joven.
-PADRE!!! PADRE!!! UN VAMPIRO MATO AL DOCTOR!!!
Cuando las luces de la granja se encendieron alertadas, ella ya se había alejado como para no seguir escuchando las voces en su interior.
Su rastro había puesto en movimiento al doctor del poblado. Este, analizando el patrón de decesos había seguido a la supuesta enfermedad hasta la granja de esa familia. Había acertado con el patrón. Puso en observación a sus integrantes y permaneció allí durante la noche. Recorría las habitaciones controlando el sueño de los que allí dormían, y llegó a la habitación de la joven en el momento justo.
Ahora, su sutil rastro, ese que había levantado las tibias sospechas de un médico de pueblo seguramente demasiado aburrido como para poder pasarlo por alto, se había convertido en un cartel luminoso en medio de una noche oscura.
Durante el día siguiente se oculto en un nuevo escondite sin poder dormir, escuchando el paso de helicópteros y vehículos por la zona. Había un operativo de las fuerzas de seguridad que intentaban dar con la asesina.
La policía había llegado a la granja unos minutos después de que el padre de la joven hiciera la llamada. Una hora mas tarde habían montado un enorme control alrededor de la escena del crimen. Habiendo tomado declaración a la histérica joven, la que aun así dio gran cantidad de precisos detalles acerca de lo ocurrido, las autoridades y su familia asumieron que sufría de estrés postraumático.
La autopsia del médico, luego indicaría que las heridas, por su ubicación, morfología, profundidad, daños causados, etc. se asociarían con las de un enorme animal salvaje. Un gran lobo, de los que abundaban en la región. La declaración de la joven fue descartada. Y ella fue obligada por la familia a no seguir hablando de lo sucedido con nadie mas, por temor a que la tomasen por desequilibrada y terminasen obligando a su internación en un instituto de salud mental.
Así, como sucediese al comienzo de su historia como ser inmortal, su existencia fue olvidada. Y la experiencia la convenció de que era mejor abandonar aquella región. Dar por concluida su insensata búsqueda, la que al fin de cuentas casi pone en riesgo su vida.
Al anochecer, cuando ya era noche cerrada y la brillante luna se ocultaba tras unas densas nubes, abandonó su escondite. Su corazón dio un vuelco al ver a una figura frente a ella, allí esperando su salida. ¿Habían creído a la joven después de todo? ¿La había cazado como a un animal? ¿La habían rastreado hasta su agujero?
Poniendose trabajosamente en pie, cubierta de hojas secas y tierra, con la ropa hecha jirones (no había podido llevarse ropa de la joven la noche anterior), escuchó al extraño oculto en sombras frente a ella.
-Mira lo que estás hecha... -observó con desprecio una voz de mujer- Si pareces una maldita bastarda, dando pena de ti misma. ¿Te parece que ésta es la manera?
No entendía lo que sucedía. Esa persona le hablaba como si la conociera. Como si conociera su realidad.
-Estás completamente fuera de control. Tu instinto está desbocado, te has dejado llevar por tu animal interior. Te pones en riesgo, en evidencia ante estos incautos, y no solo eso. Lo peor es que me pones en riesgo a mi también. He llegado a estas tierras hace muchos años y me he instalado. Me he procurado un sustento entre estas gentes ignorantes y sumisas. He intentado mantenerme en las sombras, no levantar sospechas, no dejar rastros. Al menos no para el ojo de los mortales. Creo que estás aquí no por casualidad.
-No - dijo ella casi sin aliento. Había encontrado a su igual. Bueno, a decir verdad su igual la había encontrado a ella- No estoy aquí por casualidad.
-Lo suponía. No somos tantos como para cruzarnos por el mundo. Aunque hay algunos irresponsables que no tienen autocontrol, que no han aprendido a ser vampiros, y que van dejando por ahí vestigios, comidas sin terminar.
-¿Has encontrado más de los nuestros? -preguntó asombrada.
-No, ni lo pretendo. No podemos juntarnos, tener una vida en grupo, en fraternidad. No somos gregarios. Si lo fuésemos seríamos fácilmente detectables. Nuestro instinto de conservación, de supervivencia nos los impide. Así como nos impide que nuestra voracidad nos exponga.
Ella supo que en resumen, todo lo que este vampiro decía que iba en contra de sí mismos, era exactamente lo que ella hacía habitualmente. Había perdido el control, quizá nunca lo había tenido.
-No te aflijas -le dijo la figura de mujer frente a ella- no es tu culpa después de todo. Eres producto de un irresponsable, y como tal, heredas sus carencias. Conozco tu historia. Supe hace tiempo de tu llegada a estas regiones. Detecté tu presencia, tu rastro, e hice mis investigaciones. Siguiendo las víctimas, las fechas y el movimiento de pasajeros en los viajes, terminé dando contigo. Eres hija de Christoph el No Quieto.
-Christoph -susurró. El nombre del extraño que la había bendecido.
-Uno de los peores vampiros del que se tiene registro -sentenció la vampiresa frente a ella-. Vagó por el mundo sin cuidado, sin preocuparse por ocultar sus hábitos, dejando infinidad de veces su alimento inacabado. Tú misma eres uno de sus últimos vástagos. Poco después le dieron caza y lo quemaron en América. Antes, se ocupó de convertirte y dejarte a su suerte. No estuvo a tu lado para guiarte en tu transformación, en desarrollar tu instinto de conservación antes que el instinto de predador, en corregir tu comportamiento, en ser tu mentor y hacerse responsable de sus actos al haberte creado. Por ello no te culpo. No te culpo por convertirte en un animal salvaje guiado por el hambre, por descuidar tu sigilo y mostrarte a un humano que no haya muerto luego de verte tal cual eres, por poner en riesgo tu existencia y también la mía al poner el alerta a los habitantes de estas regiones y privarme de mi sustento. No te culpo por nada de eso, aunque no por ello puedo permitirte continuar así.
La vampiresa dio un paso hacia ella. Se vio amenazada por primera vez en su extensa vida. Siempre fue la predadora, pero ahora, luego de haber anhelado dar con un igual, tras haberlo hecho, era ese igual, alguien de su misma condición, tan solitario como ella misma, quien la sumía en el papel de víctima.
Se preparó para defenderse, para luchar. Sus ojos se tornaron negros como la noche, sus uñas crecieron afiladas, sus manos se convirtieron en garras, sus dientes en las fauces de un vampiro. Estaba lista. Si su igual, esa vampiresa milenaria que la conocía, deseaba acabar con ella, daría pelea.
Pero para lo que no estaba lista era para lo que aquella vampiresa hizo. Ya que no luchó, no la atacó. Siguió avanzando hacia ella, lentamente, de forma casi seductora. Su sensualidad le llegó inundando sus propios sentidos. No estaba lista para ese tipo de enfrentamiento. Intentó continuar en guardia, preparada para lo que sea, pero de nuevo, volvió a no estar preparada para lo que sucedió a continuación.
La luna mostró su cara, asi como lo hizo la vampiresa bajo la mortecina luz grisácea.
-¿Natalia? -dijo sin aliento.
Era ella. Su único amor. Aquel amor que quiso confundir con obsesión. Aquella joven a la que había devorado aún amándola, y que la sumió en un profundo dolor casi eterno. Dolor que volvía, junto con el desconcierto, el amor y la alegría.
-Me dejaste medio muerta. No concluiste tu alimento. Por torpeza, por piedad, por amor, por lo que sea que haya sido, me dejaste ahí, inconclusa. Casi muerta te deshiciste de mis despojos, arrojándolos en un descampado alejado de todo. Y me abandonaste sin mirar atrás. Pasé por lo mismo que has pasado tú, pero yo al contrario, asumí mi realidad, me hice responsable de mi situación y aprendí a vivir con ello. Tu, en cambio, nunca superaste tu maldición. Mira que enamorarte de la que fui estando viva.
-Natalia, lo siento, lo siento mucho... -dijo entre lagrimas de pena, de amor y alegría-. Cometí muchos errores... no te permití ser mi alumna, pero te ruego seas mi maestra. Natalia, te amo.
-Amas a alguien que ya no existe -dijo llegando a ella-. Yo no soy Natalia, aunque siga respondiendo a ese nombre. Y que en tu interior sientas amor, indica que tu transformación nunca concluyó. Y eso dio lugar a que te conviertas en un híbrido. Un vampiro con los sentimientos y la fuerza de voluntad de un mortal. Lo que en definitiva nos trajo hasta aquí.
Natalia la rodeó con sus brazos, y ella se dejo rodear. Sus sentimientos hacia Natalia hacían que su voluntad flaquease y se dejase hacer. Natalia acercó su boca hacia la de ella.
-Pobrecilla... -susurró rozando sus labios-. Tan pura e inocente, tan sola y perdida.
Se besaron profunda y largamente. Sus lenguas se entrelazaron.
Al separarse sus rostros de nuevo, ella sintió el terror que sintió al momento de su creación. Natalia ya no estaba, nunca había estado. Tenía enfrente el rostro descarnado y sin mascaras del monstruo que ella misma había creado.
El dolor de comprender que nunca había estado bendita, que nunca habría podido estar con Natalia, ni entonces ni ahora, el dolor de sentir fresca esa pérdida de nuevo hizo que de pronto se sintiese tan cansada. Cansada como nunca se había sentido. Se sintió vieja y mustia, como si de pronto todos los años que había vivido en condición de inmortal la alcanzaran a la vez, mellando su cuerpo, su mente y su espíritu, si es que tenía uno.
Mirando esos ojos negros como la noche, con los suyos llenos de lágrimas, levantó la vista al cielo negro como esos ojos, y entregó su cuello, su vida.
Aquello que se llamaba Natalia pero que nada tenía que ver que la inocente Natalia que se había entregado a ella y había sido víctima del instinto de la vampireza, ahora cumpliendo con el dictado de su propio instinto, un instinto muchísimo mas desarrollado de lo que ella nunca lo tendría, puso fin a su existencia en un abrazo de amante que en lugar de tiernos besos, da mortales dentelladas.
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