Se estaba acostumbrando. Al principio odió trabajar en la guardia nocturna. Sola la mayor parte del tiempo, luego aburrida, pero antes, a veces, asustada. El hospital era enorme, largos pasillos, infinidad de puertas, ahorro energético y poca iluminación.
Se estaba acostumbrando. Realizaba la rutina y luego quedaba a la espera de algún imprevisto. Pero en su experiencia, la muerte por la noche se llevaba a pocos y se los llevaba en calma.
Su soledad era interrumpida únicamente por el médico que estuviera también de guardia, que pasaba en sus 3 rondas y luego ya descansaba esperando a que se lo necesitase. Esta noche compartía esa guardia con el Dr. Torres, quien no era especialmente una buena compañía. Dejaba claro la diferencia entre sus posiciones. No había acercamientos, ni calidez, simplemente el trato necesario requerido entre ambos para hacer el trabajo. Otros médicos eran mas llanos, mas cercanos. Eran personas antes que puestos de trabajo.
Así como siempre, el Dr. Torres se acercaba con paso decidido por el silencioso, vacío y oscuro pasillo, leyendo los informes de los pacientes. Ella desde su mesa veía los 4 pasillos en cruz que confluían en ese ambiente central donde se sentaba.
-Buenas noches, Dr. saludó.
-Buenas noches. -respondió apoyando el codo en el elevado mostrador sin quitar la vista de los informes- ¿Qué tal va la guardia?
-Bien, sin contratiempos. Ya se han realizado todas las rutinas. El paciente de la 408 solicitó algo para poder dormir...
-Sí lo veo en el informe -interrumpió-, lo demás normal.
-Así es.
-Bien, estaré en la sala de descanso, por si me necesita.
Notó como el Dr. Torres había dejado de mirar sus papeles por un breve momento y desde su posición de pié frente a ella, le miró el gran escote que esta noche llevaba. Luego volvió a los papeles. Esto no vino más que a confirmar una vez más que sus nuevos hábitos estaban dando resultados. Había perdido peso, cambiado su estilo de vestir, su peinado. Se estaba cuidando, y se notaba.
Ella iba a responder que gracias, cuando al móvil del Dr. Torres se lo sintió vibrar en su bolsillo. Lo tomo se alejo del mostrador, respondiendo en apagados susurros. Y así se alejó de nuevo por el pasillo. Sin dar las buenas noches, sin despedirse.
Se quedó recordando la mirada del Dr. Torres, directamente clavada en su escote. Se lo imagino en la sala de descanso, solo como ella, recordando esos pechos suaves que no había notado antes que esta enfermera tenía. Lo imaginó recostado en penumbras en el gran sofá, sin zapatos, ni bata. Con un brazo cruzado sobre sus ojos, con la manga de su costosa camisa recogida, el nudo de la corbata flojo, el primer botón del cuello suelto, y su otra mano sobre su plano vientre trabajado. Bajo su brazo, sus ojos cerrados veían esos pechos enormes. Y la imaginación trabajaba abriendo la bata de esa enfermera. Unas veces despacio, dejándola morderse los labios mientras exponía esos pechos a la desnudez, otras de un brutal tirón haciendo volar los botones por todo el ambiente. Y mientras le desnudaba los pechos en diferentes versiones, su fino pantalón se abultaba en la entrepierna...
...Imaginaba ella.
La mano sobre el vientre bajaba despacio hasta ese abultamiento, para examinarlo como buen médico. Lo palpaba, lo presionaba, diagnosticaba su erección. La mano entonces se metió bajo su ropa a la guarida de ese visitante inesperado, conjurado por unos pechos nunca antes tenidos en cuenta, hasta esa noche. Sintió una dureza incontestable, palpitante. Aplicó suaves masajes terapéuticos a la inflamación, lo que solo la empeoró.
Sus ojos aun cerrados en las penumbras, quedaron descubiertos cuando ambas manos se pusieron a desabotonar el pantalón, soltar el cinturón y bajarlo junto con su bóxer de tela, dejando al descubierto una enorme y limpia erección adherida a un par inflados y redondeados
testículos lampiños.
Una mano masajeaba esos testículos mientras la otra masturbaba su erección. Y el Dr. Torres movía su cadera lentamente acompañando imágenes lascivas de la enfermera dulcemente entregada al placer interprofesional.
En su mente el Dr. Torres se derramaba en ella, y en la sala de descanso lo hacía sobre él...
...Imaginaba ella.
Pero eran todas fantasías inesperadas producidas por un evento fortuito. Por una mirada depositada en el lugar preciso y a la vez descubierta con las manos en la masa.
Sintiéndose un poco excitada, pensó que lo mejor sería volver a trabajar. Y fue entonces que notó que el Dr. Torres había olvidado firmar el informe de su paso por la planta. Le hubiera divertido pensar que su inusual descuido se debía al espectáculo de sus pechos enormes compartidos por su generoso escote, pero sin duda se debía al llamado telefónico que había recibido.
Luego de considerarlo, decidió que lo mejor sería ir a buscarlo ahora, ya que luego estaría dormido, y si esperaba más quizá no pudiese encontrarlo antes de que se retirase. Tomó el buscapersonas al que los monitores avisaban sobre emergencias, el informe y se dirigió a la sala de descanso.
Al llegar golpeó despacio, como para advertir de su presencia, para despertarlo si estaba ya descansando, o por si su imaginación no había estado tan equivocada y lo sorprendía en pleno acto masturbatorio.
Pero no estaba allí. Se molestó, ya que allí debería estar por si ella lo necesitase en planta. No tenía al Dr. Torres por irresponsable. Aunque había rumores de un médico que se había vuelto adicto y estaba robando medicamentos, no se sabía quién era el médico y nadie sospechaba del Dr. Torres.
Pero ¿y si se tratase del Dr.? Mal visto, su comportamiento encajaría. No la miró a los ojos porque estaría colocado, con su mente nublada por las drogas olvidó firmar el informe, el llamado a estas horas no sería nada bueno, quizá un camello. Y la mirada a sus tetas, debida a la pérdida de inhibiciones.
Sin darse mucho crédito como detective, siguió buscándolo para que le firme el maldito informe.
Recorrió salas, pasillos, consultas, depósitos, y cuando estaba por salir de su veloz paso por la morgue, escucho voces, muy apagadas para ser de personal de la morgue, que suelen hablar sin preocuparse por molestar a nadie.
Se acercó despacio para ver al Dr. Torres y a otro enfermero, en el momento en el que el Dr. guardaba un frasco pequeño en su bolsillo y se aplicaba una inyección entre los dedos de sus pies descalzos. El boli resbaló de su mano y cayó sin hacer demasiado ruido, pero que en el silencio de la madrugada en la morgue fue como un cañonazo.
Ambos hombres miraron hacia la fuente del ruido y la vieron asomada por la puerta vaivén de doble hoja. Ella estaba estática a causa de lo que vio, dando la oportunidad al enfermero a levantarse rápidamente y meterla hacia adentro.
El enfermero la sacudió del brazo por el que la aferraba a la vez que le preguntaba que mierda hacía allí espiándolos. Ella asustada no decía palabra. Se dejaba sacudir. Sus ojos estaban muy abiertos y su boca cerrada.
Las sacudidas causaron que el botón que sostenía el escote de esos enormes pechos se soltase. Dejó ver el encaje blanco del sostén. Y más piel de esos pechos, a los que los ojos desencajados del enfermero se clavaron.
Ella los miró uno en uno y los vio ya bajo los efectos de las drogas. El enfermero la arrimó a una camilla vacía, que topó contra sus nalgas, y la hizo reclinarse hacia atrás mientras el empuje siguió un poco mas debido a la inercia de las drogas.
El Dr. pareció reaccionar al notar en ella un atisbo de morbo en su mirada, muy muy debajo del miedo que era evidente... y separó al enfermero de ella, que accedió a soltarla y alejarse unos pasos aunque un poco molesto.
-Ana... ¿qué hace aquí? -preguntó drogado pero aun así correcto.
-Lo estaba buscando para que me firmase el informe, no lo hizo.
El Dr. tomó la cartilla de las manos de la enfermera y la llevo a la camilla. Y por un momento parecía que fuese a firmar el informe. Pero dejó olvidada la cartilla y se le acercó de forma intempestiva recorriendo decidido esa corta distancia, mientras proyectaba una mano que se introdujo entre su piel y su sostén y comenzó a manosearle el pecho izquierdo.
Sorprendida no reaccionó, mientras la fuerza con la que el Dr. la manoseaba la movía hacia adelante y atrás.
-No Dr. -llegó a decir.
Pero esa mano había dado con su pezón y se centraba en estimularlo brutalmente. El enfermero testigo de la licencia que se tomaba el Dr. con la enfermera, tomo parte y se arrodilló frente a ella, tomando su bata desde abajo y tirando para abrírsela hacia arriba.
Ahí tenía botones volando por todo el ambiente.
Le destrozó su fina braga y rodeando sus piernas por las rodillas se las abrió de un tiron, que casi la hace caer por lo que apoyo sus manos en la camilla. Un segundo después tenía la cara del enfermero entre sus piernas, y a lengua dentro.
No podía creer lo que le estaba pasando, el Dr. no era tan suave como había imaginado que él imaginaba ser con ella. Era un drogadicto, que las robaba y consumía en el hospital. Y que ahora le arrancaba la ropa que le quedaba.
La lengua del enfermero la penetraba incesante, sentía la saliva en su entrada y como reciclada con sus propios jugos el enfermero luego bebía.
El Dr. le comía el cuello mientras sus manos daban cuenta de sus enormes pechos, de enormes pezones, y de la erección que tenían y no podía evitar que se produjera. Sentía miedo, la estaban violando dos compañeros de trabajo bajo los efectos de las drogas... y sentía morbo, latente, pero ahí estaba... era el que hacía que sus pezones se endurezcan.
De pronto ella y el Dr. se sorprendieron cuando el enfermero cansado ya de penetrarla con su lengua, se incorporó y la hizo girar, dejándola de cara a la camilla, para luego empujarla por la espalda inclinándola sobre la superficie acolchada. La fuerza de la manipulación le hizo vibrar las tetas y las nalgas.
El Dr. dio la vuelta y se detuvo frente a ella. El cinturón que imaginó que el Dr. aflojaba quedó frente a su cara. Vio como al final sí lo aflojaba, bajándose los pantalones revelando una semiereccion que acomodo en la boca sensual que ofrecía cada vez menos resistencia a esas dos voluntades drogadas.
Comió Dr. por delante y comió enfermero por detrás.
Se sentía sucia, puta, baja, y eso alimentaba el morbo que la drogaba. No necesitaba química externa, embotellada en pequeños frascos, toda la química que necesitaba para drogarse, la tenia dentro desde siempre, solo necesitaba que la inyectasen. Y la estaban inyectando.
Aferrándose con sus frágiles manos al borde de la camilla, era aferrada por la cintura por el enfermero que la penetraba despiadado y por la nuca por el Dr. que le daba su grueso miembro por la boca.
Sintió como a esos hombres se les engrosaban los miembros dentro de ella aun más. Estaban por alcanzar el éxtasis en su interior. Los escuchaba acercarse en sus jadeos animales, perdida toda urbanidad, todo civismo, habían vuelto a las cavernas.
Ella sin poder creerlo los iba a acompañar. Sus músculos empezaron a convulsionarse, sus ojos se cerraron muy fuerte, sus dedos se hundieron en la camilla acolchada, su postura cambio, elevando su cadera y arqueando su espalda para recibir al enfermero aun mas profundo, para sentirlo derramarse mas adentro, su lengua enloqueció alrededor del Dr. y así tuvo su orgasmo empujando a esos dos hombres a tenerlo con ella. Recibiéndolos a la vez.
Un momento después salían de ella despreocupados, sin preguntar como estaba ni si le había gustado. Aunque era evidente que sí, si no lo preguntaron no fue por esto, si no porque realmente no les interesaba.
A una puta no se le pregunta si le gustó.
Porque eso era lo que siempre había sido. Muy adentro, y muy adentro tuvieron que derramarse en ella para sacar esa puta a la luz. El Dr. y el enfermero eran unos drogadictos, sí.
Pero aquella noche cada uno tuvo su causa por la cual se corrompió.
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