miércoles, 25 de agosto de 2010

El juego del Escondite

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jueves, 19 de agosto de 2010

Aquella noche de corrupción II

El turno de noche estaba siendo tranquilo. Los pacientes en la planta descansaban, los monitores reflejaban normalidad y el silencio la rodeaba.

Se estaba acostumbrando. Al principio odió trabajar en la guardia nocturna. Sola la mayor parte del tiempo, luego aburrida, pero antes, a veces, asustada. El hospital era enorme, largos pasillos, infinidad de puertas, ahorro energético y poca iluminación.

Se estaba acostumbrando. Realizaba la rutina y luego quedaba a la espera de algún imprevisto. Pero en su experiencia, la muerte por la noche se llevaba a pocos y se los llevaba en calma.

Su soledad era interrumpida únicamente por el médico que estuviera también de guardia, que pasaba en sus 3 rondas y luego ya descansaba esperando a que se lo necesitase. Esta noche compartía esa guardia con el Dr. Torres, quien no era especialmente una buena compañía. Dejaba claro la diferencia entre sus posiciones. No había acercamientos, ni calidez, simplemente el trato necesario requerido entre ambos para hacer el trabajo. Otros médicos eran mas llanos, mas cercanos. Eran personas antes que puestos de trabajo.

Así como siempre, el Dr. Torres se acercaba con paso decidido por el silencioso, vacío y oscuro pasillo, leyendo los informes de los pacientes. Ella desde su mesa veía los 4 pasillos en cruz que confluían en ese ambiente central donde se sentaba.

-Buenas noches, Dr. saludó.

-Buenas noches. -respondió apoyando el codo en el elevado mostrador sin quitar la vista de los informes- ¿Qué tal va la guardia?

-Bien, sin contratiempos. Ya se han realizado todas las rutinas. El paciente de la 408 solicitó algo para poder dormir...

-Sí lo veo en el informe -interrumpió-, lo demás normal.

-Así es.

-Bien, estaré en la sala de descanso, por si me necesita.

Notó como el Dr. Torres había dejado de mirar sus papeles por un breve momento y desde su posición de pié frente a ella, le miró el gran escote que esta noche llevaba. Luego volvió a los papeles. Esto no vino más que a confirmar una vez más que sus nuevos hábitos estaban dando resultados. Había perdido peso, cambiado su estilo de vestir, su peinado. Se estaba cuidando, y se notaba.

Ella iba a responder que gracias, cuando al móvil del Dr. Torres se lo sintió vibrar en su bolsillo. Lo tomo se alejo del mostrador, respondiendo en apagados susurros. Y así se alejó de nuevo por el pasillo. Sin dar las buenas noches, sin despedirse.

Se quedó recordando la mirada del Dr. Torres, directamente clavada en su escote. Se lo imagino en la sala de descanso, solo como ella, recordando esos pechos suaves que no había notado antes que esta enfermera tenía. Lo imaginó recostado en penumbras en el gran sofá, sin zapatos, ni bata. Con un brazo cruzado sobre sus ojos, con la manga de su costosa camisa recogida, el nudo de la corbata flojo, el primer botón del cuello suelto, y su otra mano sobre su plano vientre trabajado. Bajo su brazo, sus ojos cerrados veían esos pechos enormes. Y la imaginación trabajaba abriendo la bata de esa enfermera. Unas veces despacio, dejándola morderse los labios mientras exponía esos pechos a la desnudez, otras de un brutal tirón haciendo volar los botones por todo el ambiente. Y mientras le desnudaba los pechos en diferentes versiones, su fino pantalón se abultaba en la entrepierna...

...Imaginaba ella.

La mano sobre el vientre bajaba despacio hasta ese abultamiento, para examinarlo como buen médico. Lo palpaba, lo presionaba, diagnosticaba su erección. La mano entonces se metió bajo su ropa a la guarida de ese visitante inesperado, conjurado por unos pechos nunca antes tenidos en cuenta, hasta esa noche. Sintió una dureza incontestable, palpitante. Aplicó suaves masajes terapéuticos a la inflamación, lo que solo la empeoró.

Sus ojos aun cerrados en las penumbras, quedaron descubiertos cuando ambas manos se pusieron a desabotonar el pantalón, soltar el cinturón y bajarlo junto con su bóxer de tela, dejando al descubierto una enorme y limpia erección adherida a un par inflados y redondeados
testículos lampiños.

Una mano masajeaba esos testículos mientras la otra masturbaba su erección. Y el Dr. Torres movía su cadera lentamente acompañando imágenes lascivas de la enfermera dulcemente entregada al placer interprofesional.

En su mente el Dr. Torres se derramaba en ella, y en la sala de descanso lo hacía sobre él...

...Imaginaba ella.

Pero eran todas fantasías inesperadas producidas por un evento fortuito. Por una mirada depositada en el lugar preciso y a la vez descubierta con las manos en la masa.

Sintiéndose un poco excitada, pensó que lo mejor sería volver a trabajar. Y fue entonces que notó que el Dr. Torres había olvidado firmar el informe de su paso por la planta. Le hubiera divertido pensar que su inusual descuido se debía al espectáculo de sus pechos enormes compartidos por su generoso escote, pero sin duda se debía al llamado telefónico que había recibido.

Luego de considerarlo, decidió que lo mejor sería ir a buscarlo ahora, ya que luego estaría dormido, y si esperaba más quizá no pudiese encontrarlo antes de que se retirase. Tomó el buscapersonas al que los monitores avisaban sobre emergencias, el informe y se dirigió a la sala de descanso.

Al llegar golpeó despacio, como para advertir de su presencia, para despertarlo si estaba ya descansando, o por si su imaginación no había estado tan equivocada y lo sorprendía en pleno acto masturbatorio.

Pero no estaba allí. Se molestó, ya que allí debería estar por si ella lo necesitase en planta. No tenía al Dr. Torres por irresponsable. Aunque había rumores de un médico que se había vuelto adicto y estaba robando medicamentos, no se sabía quién era el médico y nadie sospechaba del Dr. Torres.

Pero ¿y si se tratase del Dr.? Mal visto, su comportamiento encajaría. No la miró a los ojos porque estaría colocado, con su mente nublada por las drogas olvidó firmar el informe, el llamado a estas horas no sería nada bueno, quizá un camello. Y la mirada a sus tetas, debida a la pérdida de inhibiciones.

Sin darse mucho crédito como detective, siguió buscándolo para que le firme el maldito informe.

Recorrió salas, pasillos, consultas, depósitos, y cuando estaba por salir de su veloz paso por la morgue, escucho voces, muy apagadas para ser de personal de la morgue, que suelen hablar sin preocuparse por molestar a nadie.

Se acercó despacio para ver al Dr. Torres y a otro enfermero, en el momento en el que el Dr. guardaba un frasco pequeño en su bolsillo y se aplicaba una inyección entre los dedos de sus pies descalzos. El boli resbaló de su mano y cayó sin hacer demasiado ruido, pero que en el silencio de la madrugada en la morgue fue como un cañonazo.

Ambos hombres miraron hacia la fuente del ruido y la vieron asomada por la puerta vaivén de doble hoja. Ella estaba estática a causa de lo que vio, dando la oportunidad al enfermero a levantarse rápidamente y meterla hacia adentro.

El enfermero la sacudió del brazo por el que la aferraba a la vez que le preguntaba que mierda hacía allí espiándolos. Ella asustada no decía palabra. Se dejaba sacudir. Sus ojos estaban muy abiertos y su boca cerrada.

Las sacudidas causaron que el botón que sostenía el escote de esos enormes pechos se soltase. Dejó ver el encaje blanco del sostén. Y más piel de esos pechos, a los que los ojos desencajados del enfermero se clavaron.

Ella los miró uno en uno y los vio ya bajo los efectos de las drogas. El enfermero la arrimó a una camilla vacía, que topó contra sus nalgas, y la hizo reclinarse hacia atrás mientras el empuje siguió un poco mas debido a la inercia de las drogas.

El Dr. pareció reaccionar al notar en ella un atisbo de morbo en su mirada, muy muy debajo del miedo que era evidente... y separó al enfermero de ella, que accedió a soltarla y alejarse unos pasos aunque un poco molesto.

-Ana... ¿qué hace aquí? -preguntó drogado pero aun así correcto.

-Lo estaba buscando para que me firmase el informe, no lo hizo.

El Dr. tomó la cartilla de las manos de la enfermera y la llevo a la camilla. Y por un momento parecía que fuese a firmar el informe. Pero dejó olvidada la cartilla y se le acercó de forma intempestiva recorriendo decidido esa corta distancia, mientras proyectaba una mano que se introdujo entre su piel y su sostén y comenzó a manosearle el pecho izquierdo.

Sorprendida no reaccionó, mientras la fuerza con la que el Dr. la manoseaba la movía hacia adelante y atrás.

-No Dr. -llegó a decir.

Pero esa mano había dado con su pezón y se centraba en estimularlo brutalmente. El enfermero testigo de la licencia que se tomaba el Dr. con la enfermera, tomo parte y se arrodilló frente a ella, tomando su bata desde abajo y tirando para abrírsela hacia arriba.

Ahí tenía botones volando por todo el ambiente.

Le destrozó su fina braga y rodeando sus piernas por las rodillas se las abrió de un tiron, que casi la hace caer por lo que apoyo sus manos en la camilla. Un segundo después tenía la cara del enfermero entre sus piernas, y a lengua dentro.

No podía creer lo que le estaba pasando, el Dr. no era tan suave como había imaginado que él imaginaba ser con ella. Era un drogadicto, que las robaba y consumía en el hospital. Y que ahora le arrancaba la ropa que le quedaba.

La lengua del enfermero la penetraba incesante, sentía la saliva en su entrada y como reciclada con sus propios jugos el enfermero luego bebía.

El Dr. le comía el cuello mientras sus manos daban cuenta de sus enormes pechos, de enormes pezones, y de la erección que tenían y no podía evitar que se produjera. Sentía miedo, la estaban violando dos compañeros de trabajo bajo los efectos de las drogas... y sentía morbo, latente, pero ahí estaba... era el que hacía que sus pezones se endurezcan.

De pronto ella y el Dr. se sorprendieron cuando el enfermero cansado ya de penetrarla con su lengua, se incorporó y la hizo girar, dejándola de cara a la camilla, para luego empujarla por la espalda inclinándola sobre la superficie acolchada. La fuerza de la manipulación le hizo vibrar las tetas y las nalgas.

El Dr. dio la vuelta y se detuvo frente a ella. El cinturón que imaginó que el Dr. aflojaba quedó frente a su cara. Vio como al final sí lo aflojaba, bajándose los pantalones revelando una semiereccion que acomodo en la boca sensual que ofrecía cada vez menos resistencia a esas dos voluntades drogadas.

Comió Dr. por delante y comió enfermero por detrás.

Se sentía sucia, puta, baja, y eso alimentaba el morbo que la drogaba. No necesitaba química externa, embotellada en pequeños frascos, toda la química que necesitaba para drogarse, la tenia dentro desde siempre, solo necesitaba que la inyectasen. Y la estaban inyectando.

Aferrándose con sus frágiles manos al borde de la camilla, era aferrada por la cintura por el enfermero que la penetraba despiadado y por la nuca por el Dr. que le daba su grueso miembro por la boca.

Sintió como a esos hombres se les engrosaban los miembros dentro de ella aun más. Estaban por alcanzar el éxtasis en su interior. Los escuchaba acercarse en sus jadeos animales, perdida toda urbanidad, todo civismo, habían vuelto a las cavernas.

Ella sin poder creerlo los iba a acompañar. Sus músculos empezaron a convulsionarse, sus ojos se cerraron muy fuerte, sus dedos se hundieron en la camilla acolchada, su postura cambio, elevando su cadera y arqueando su espalda para recibir al enfermero aun mas profundo, para sentirlo derramarse mas adentro, su lengua enloqueció alrededor del Dr. y así tuvo su orgasmo empujando a esos dos hombres a tenerlo con ella. Recibiéndolos a la vez.

Un momento después salían de ella despreocupados, sin preguntar como estaba ni si le había gustado. Aunque era evidente que sí, si no lo preguntaron no fue por esto, si no porque realmente no les interesaba.

A una puta no se le pregunta si le gustó.

Porque eso era lo que siempre había sido. Muy adentro, y muy adentro tuvieron que derramarse en ella para sacar esa puta a la luz. El Dr. y el enfermero eran unos drogadictos, sí.

Pero aquella noche cada uno tuvo su causa por la cual se corrompió.

viernes, 13 de agosto de 2010

Tu Precio - Sensuales Eufemismos


Siempre algo nuevo, siempre desafíos diferentes que hacen aún más interesante alcanzar ese premio que ya es mío por derecho, pero que voluntariamente cedo para intentar recuperar, una y otra vez.

Tu imaginación no tiene límites, mujer de amplios recursos, de vacíos tabúes. Soy una víctima gustosa de tu creativa tiranía. Nuestra relación jamás fue calma. Desde el principio dejaste tus condiciones claras, no hubo letra pequeña. Arriesgué y me entregué, y confirmé que quien no arriesga no gana.

Has puesto a prueba mi resistencia, mi tenacidad, mi voluntad de conquistar una y otra vez ese objeto que eres tú. Y el placer que generosa me proporcionas cuando lo consigo, entregándome tu cuerpo a mis mas oscuros deseos.

Tienes siempre un precio y siempre estoy dispuesto a pagarlo.

Aquella noche en la que me hiciste salir vestido de mujer y pasearnos por el centro de la ciudad y al volver en la cama tu tuviste actitud de hombre.

Cuando usaste cera caliente sobre mi cuerpo sin que tuviese yo que emitir sonido mientras lo hacías y luego la quitaste toda, derritiendola con el calor que brotaba de entre tus piernas.

La vez que para tenerte una semana sin desafíos tuve que hacerte el amor 15 veces la misma noche y luego no tuvimos energías ni para tomar una ducha.

Cuando me obligaste a mirar como le hacías el amor a aquella hermosa joven del exclusivo servicio de acompañantes, sin tener una erección para poder participar y luego filmarnos mientras tuvimos aquel trío mezcla de kamasutra y clase de yoga.

Aquel trío con el hombre bisexual, por quien tuve que dejarme dar una felación mientras te penetraba, para luego terminar en vuestras bocas y que luego tuve que hacerte el amor tan duro, tan fuerte, dándote placer y dolor a la vez, para reafirmarme que seguía siendo tu macho.

Cuando tuve que retratar tu cuerpo desnudo y que el retrato fuera de tu agrado y luego pintamos nuestros cuerpos al óleo mientras uno tenía debajo al otro.

La noche en la que me hiciste tener cibersexo con una desconocida mientras nos observabas y luego le regalamos una sesión de sexo en vivo mientras ella se masturbaba y nos ordenaba qué hacernos hasta que no pudo evitar terminar gritando con sus manos reemplazándonos.

Todas estas experiencias merecen un espacio, pero esto que me has impuesto, lo necesita.

Relatarte lo que haré cuando consiga cumplir este mandato, mediante sensuales eufemismos. Y eso haré.

Porque esta nueva condena, dará paso a la libertad de mi lascivia, una vez cumplida. Seré el amo de quién poco antes fue mi jueza y carcelera. Dominaré tu voluntad con hilos de perversión. Serás mi marioneta bailando el ritmo que mis manos te impongan.

Recorreré la cascada de tu pelo, susurrando en mi camino sucios conjuros que te llegan y cautivan, provocando reacciones sísmicas en la geografía de tu cuerpo.

La luz de tus ojos se nublará en cuanto la embriaguez del placer que proporciono haga que me miren entreabiertos.

Tu voluntad, antes férrea, indeclinable para hacerme cumplir condena, ahora es masilla que moldeo a mi antojo.

Tu rostro mira el cielo de tu cuarto, como dedicando una plegaria que escucho y atiendo con mis labios recorriendo el pilar suave de tu cuello.

Nuestras bocas se encuentran y unen en una conversación muda de palabras, moviéndose en una mímica de tenues gemidos ahogados mientras nuestras lenguas se visitan e invitan a recorrer sus aposentos, pero torpemente, topándose una y otra vez consigo mismas.

Mis manos buscan regiones cercanas y estratégicas en esta batalla que libramos y que he ganado desde el principio. Encuentran firmeza de los montes en tu pecho. Coronados por rosados y duros altares de piedra a los que llevo la ofrenda de mis dientes. La tensión superficial provocada por las ofrendas arquean los muelles de tu espalda que proyecta implacables tus montes a mi boca.

El coro de ángeles que escapa de tu boca, dedica armoniosos gemidos celebrando mis ofrendas.

Continúo el recorrido rodeándote entera, guiado por una brújula lasciva que me indica el camino, pero no el mas corto ni el mas rápido. Me lleva despacio, por lugares que no están en linea recta con mi destino y me obligan a tomar desvíos y a volver sobre mis pasos.

La hondonada de tus nalgas esconden en sus profundidades la entrada a otro tipo de placer, más animal, más perverso, más visceral. Desciendo las laderas deslizándome en mi lengua, hasta el valle donde encuentro esa entrada, y la recorro áspera al principio, pero laxa y húmeda tras pocas vueltas. La dejo atrás sabiendo que hoy será donde culmine mi viaje, con promesas de atenciones y placeres.

Alcanzo la infinidad de tus piernas, esculpidas columnas de sensual belleza. Las acaricio como un admirador ensimismado ante la obra de arte de su artista fetiche. Rindiendo pleitesía a esos objetos de culto, que si no fuese una herejía, ya tendrían su propia religión pagana. Las beso considerándome indigno, postrándome ante ellas, rogando a ese dios pagano que obre el milagro de su apertura, de su separación. El milagro de dividir las aguas, de liberar ese caudal de deseo que se contiene dentro tuyo.

Y el milagro se produce, se abren, se separan. Me siento alcanzado por el poder que se escondía tras ellas. Ese calor sobrenatural que me abrasa despiadado. Y que tiene origen en ese deliciosos irresistible capullo arrugado. Lo despierto entre caricias delicadas , susurros cercanos y pequeños besos. No pasa mucho tiempo hasta que lo veo desplegar sus rosados y húmedos pétalos.

No pasa mucho tiempo hasta que envío mi lengua a tus profundidades.

Tu cuerpo cobra vida, como poseído por mi lengua, que te maneja desde tu interior. Eres esa marioneta controlada por hilos de perversión.

Como enamorada de estas palabras, le haces el amor a mis labios. Pero no te permito terminar porque decidido me retiro. Pero un momento, como el cambio de turnos de los obreros. Sale uno y entra otro. El amo.

Entra. Sin pre aviso, sin cuidado, como dueño por su casa. Clavo mi bandera, reclamo tu territorio para mi Corona. Lo reclamo muchas veces. Y muchas veces capitulas.

Conquistador.

Señor de tu cuerpo, recorro mis dominios, a lomos de mi purasangre. Te cabalgo salvaje. Te dejas cabalgar.

Y retorno vencedor al valle de tus nalgas a dejar en esa cueva enterrado mi tesoro. Cavo en ti, con mi taladro percutor, profundizando el hoyo donde depositarlo. Te percuto y percuto. Hasta que la percusión da paso a el espasmódico procedimiento de depositarte mi tesoro. Son siete las partes que lo componen. Siete animales bombeos de lava ardiente.

Más allá de las montañas, escuche el eco de tu orgasmo.