Caminaba visiblemente alterada. Pasos rápidos, enérgicos, secos. Los brazos cruzados casi como abrazándose a sí misma. Inclinada levemente hacia adelante en su avance. Ensimismada en sus tribulaciones, absorta y ajena al entorno en el que se adentraba. Pensaba.
-Pero quien se habrá creído. Tratarme así. A pesar de haberle sido sincera al punto de quedar expuesto el error. No me dio oportunidad de disculparme. Iba a hacerlo, quería hacerlo, casi necesitaba hacerlo. Se enfureció. Traicionado. Si lo hice fue porque me sentía como para hacerlo. No es algo que haga por gusto, por deseo. Nunca he engañado a mis parejas. No soy así, te lo juro. Es muy dependiente, muy entregado, me adora como se adora a una imagen en el altar. Yo también quiero depender, entregarme. Ponerme en ese pedestal de perfección y autoridad, estar allí me cansa. Estoy agotada. La relación no iba bien. Me quiere, lo quiero, pero no estábamos en un buen momento cuando apareció él, con sus palabras precisas, sus miradas justas, sus caricias exactas. Coincidencias. Antes y después, no hubieran tenido el efecto que tuvieron. Lo siento tanto. Tenemos que hablar mas tranquilos, dejarme darte mis disculpas, permitirme...
-¡Eh! Para.
Esa voz enérgica y baja, rasposa la trajo de sus pensamiento, de su discusión consigo misma. Se detuvo en seco. Miró alrededor. Notó entonces que la calle por la que caminaba estaba muy oscura, vacía. Los departamentos tenían las persianas bajas, sin luz detrás de ellas que se adivinase por las rendijas.
Se giró y vio a un hombre que se le acercaba nervioso. La habría estado siguiendo quizá hacía un rato, quizá le había dicho que se detuviese un par de veces antes de que lo escuchase. Parecía que fuese a robarla. Se asustó. Tenía su cartera llena de sus cosas, la mayoría sin valor, salvo el móvil, unos pocos billetes, tarjetas.
-¡Ven aquí!
La tomó del brazo y la llevó consigo, mirando alrededor en todas direcciones. La llevaría a recorrer los cajeros automáticos y a sacar dinero de la cuenta, en la que tampoco había demasiado. Sería un paseo corto.
La llevó a un callejón más oscuro. La empujó contra la pared, tiró de su bolso, manipulándolo para abrirlo y ver su contenido. Vio entonces el cuchillo en la mano que había permanecido a un lado de su cuerpo mientras la arrastraba sujetándola con la otra. Se asustó más.
El atracador miró el móvil y se lo guardó en el bolsillo con violencia. Sacó el billetero comprobando que no quedaba nada de valor en el bolso, tirándolo al suelo, cayendo sobre una pequeña charca de agua negra, le molestó. Su bolso de cuero. Le había salido bastante caro. Era relativamente nuevo. Sin robárselo también la había desposeído del bolso. Iba a arruinarse allí sobre el agua. Mientras el hombre abría el billetero y comprobaba el escaso contenido cabreándose por su mala suerte, ella inconscientemente se adelantó a recoger su bolso de la charca de agua negra en la que se estaba arruinando.
El hombre se asustó por el inesperado movimiento de su víctima y sobresaltado quiso detenerla, pensando que intentaba huir. Su torpeza e inexperiencia como atracador hizo que se encontrase con ella doblada ante él, el brazo de ella estirándose hacia el bolso, congelada en su incómoda posición, atravesada en su abdomen por el cuchillo. Asustado se retiró unos pasos, quitándote el cuchillo de su interior y privándola del apoyo que tenia, viendo como ella se desplomaba entre quejas, moviéndose en el suelo, parcialmente sobre la charca de agua, encima de su bolso. Huyó del lugar solo con el móvil, corriendo como un loco, mirando hacia todos lados.
La calle quedó vacía, oscura, silenciosa, salvo por los sonidos que ella hacia en el suelo.
...
-Eh... despierta.
Abrió los ojos traída desde la oscuridad. Allí estaba él, su amor traicionado. Sentado en la cama junto a ella sosteniéndole la mano.
-Hola.
La saludó. Su voz sonaba tan suave, amigable, agradable y calma en contraste con la aspereza, sequedad y urgencia de la voz de su atacante.
Se miraron a los ojos una eternidad. Comprendiéndose y perdonándose.
-Ya ha pasado. Ya estas segura, en casa.
Incorporándose sobre su cama, se sintió así, segura a su lado. Ahora junto a él se sentía por primera vez dependiente, segura, adorándolo por cuidar de ella. Sentía una bendición por el amor rescatado.
-Ámame. -Le pidió.
El sonrió con una sonrisa luminosa, amplia, cómplice. Su mano se posó en su hombro y la condujo nuevamente a recostarse en la cama, apoyando su cabeza sobre esa tan blanca y mullida almohada. Luego esa mano se llevó con ella las livianas cobijas blancas que la cubrían, dejándola desnuda. Se puso en pié y ella desde la cama, recostada, desnuda, lo observaba con lentos y ondulantes movimientos de su cuerpo. El rodeo la cama hasta quedar a los delicados pies femeninos que danzaban con una sensualidad perfecta. Dejó caer la blanca bata que ocultaba su cuerpo y se detuvo un momento desnudo frente a ella, para que lo mirase. Su cuerpo bien formado, sin bello corporal, con su miembro semierecto de forma que se mantenía en su posición de flaccidez pero iba creciendo, ensanchándose, descubriéndose al retirarse la piel que ocultaba glande.
Ella sentía crecer su excitación de forma gradual, y ese aumento se traducía en la separación de sus piernas ante él. Se abrían despacio, manteniendo ese sensual movimiento ondulante. Ella ronroneaba, parpadeaba lentamente, sonreía, recorría las blancas y suaves sabanas bajo ella, acariciaba la almohada bajo su cabeza, y volvía a mirarlo.
Sin subirse aun a la cama, él tomó uno de sus pies, y lo acarició entre sus manos. Su tacto era cálido y suave, muy estimulante, transmitiendo su amor en cada roce, en todas las caricias. Lo besó, y aun sosteniéndolo tomó el otro al que también acarició y besó con ternura.
Con sus piernas elevadas y juntas, sentía la deliciosa inflamación de sus labios atrapados entre sus muslos interiores, sentía el calor que irradiaban y la humedad que se contagiaba a la piel de su entrepierna.
Las caricias descendieron desde sus pies, a sus piernas, relajando de placer cada músculo por el que pasaban esas manos. Sus piernas se separaron levemente para permitir que esas caricias se internaran entre ellas y alcanzaran la fuente.
Sus manos recorrieron sus piernas por fuera y las recorrieron por dentro. El recorrido pasó muy cerca de sus delicados pliegues, y aun sin acariciarlos obtuvo sensaciones intensas, profundas y agradables.
El ya estaba sobre la cama arrodillado entre sus piernas abiertas. Sus caricias cruzaron el ecuador de su cuerpo, recorriendo su torso, alcanzando la base de sus pechos suaves, provocando la erección instantánea de sus pezones rosados a los que sus caricias ignoraron como antes a sus labios húmedos.
Al posar sus caricias en el nacimiento de sus pechos, allí donde empezaban a separarse de su torso, sus movimientos ondulantes se combinaron con el arqueo de su espalda. Sus brazos se separaron del cuerpo y sus manos abiertas sintieron la suavidad de las sabanas. Así se mantuvo mientras él se retiraba de nuevo a sus piernas abiertas y descendía en la unión de la sensual Y que formaban. Sus besos sorprendieron a esos labios hasta entonces ignorados.
Ella se arqueó más, y su rostro al girar su cabeza, se ocultó entre su pelo azabache revuelto y la mullida almohada, apagando sus jadeos sensuales.
Labio contra labio, la besó entre las piernas como si la besara en la boca. Jugando con su clítoris como si fuese la punta de su lengua esquiva en un beso travieso. Ella se movía al ritmo del beso.
El se detuvo en el momento justo, cuando había llegado al punto en el que el placer es el preciso, sin sentir que ha empezado a caer en los brazos del orgasmo y quedándose inconclusa para empezar a construir el orgasmo de nuevo, desde sus cimientos. El orgasmo estaba en construcción.
Se estiró por encima de ella y besó sus pezones rosados que estaban más erectos que nunca. Los tenía inflados, con una erección que incluía su areola, que se elevaba desde la curva de sus pechos, resaltando esos pezones grandes y duros. Vio que se los rodeaba con sus suaves labios mojados, formando una pequeña "o" que calzaba perfectamente y los sostenía así mientras sentía como la punta de su lengua, dentro de su boca los estimulaba con suaves y aleatorios roces.
Sus jadeos y gemidos suaves eran una música de fondo angelical que acompañaba cada acción que el realizaba sobre su cuerpo aún ondulante.
Se detuvo encima de ella, sin peso sosteniéndose en sus brazos, mirándose a los ojos por una eternidad, sintiéndose unidos como nunca. Mirándose así, ella se sintió penetrada con dulzura, con cuidado, con delicadeza. Casi sin percibir el movimiento de su cuerpo sobre suyo, la estaba penetrando. Sintió el calor de ese miembro erecto, de tamaño justo, que separaba sus labios húmedos y que estimulaba su clítoris en su avance. Aún mirándose a los ojos, jadeo despacio, gimió en susurros aferró las nalgas que se movían hacia adelante mientras la seguía penetrando. El gemido se convirtió en expresión.
-Mi amor...
El sonrió cómplice, con los ojos iluminados. Al terminar de introducirse, comenzó a retirarse despacio, para introducirse de nuevo. Lentamente, haciéndole sentir intensamente cada penetración, por estimular de forma exacta y precisa su clítoris en el avance y en el retroceso.
Ella lo acariciaba, en las nalgas tensas, en la cintura fina, en la espalda ancha, en los brazos firmes, en el cuello suave sin indicios de barba, enredándose en su pelo. Y gemía en susurros mientras la penetraba y lo acariciaba.
Sentía que la construcción de su orgasmo estaba casi lista. Lo sentía nacer desde su interior. Desde un lugar en el que nunca había sentido nacer un orgasmo antes.
Así lo tuvo, intenso, profundo, eterno. Y él la acompañó con el suyo. También intenso, profundo, denso, cálido. Lo sintió derramarse con fuerza, como nunca lo había sentido antes.
Tras ese acto intimo tan perfecto sentía placer en cada rincón de su alma.
Abrazados, con su cuerpo relajado sobre el suyo, sintió ese agradable peso estando aun penetrada, sintiendo como él se relajaba por completo incluso en su interior.
Quedaron acostados en la cama uno junto al otro, sintiendo, sintiéndose, pensando, sin hablar.
Una realidad se presentó ante ella como explicación a tanto placer, a tanta sensibilidad, a tanta perfección. Y una pregunta se formó en su mente. Una pregunta que quería y temía formular. Una pregunta que crecía en su interior, que se hacía imposible retener allí.
Se incorporó lentamente, con suavidad, inclinándose sobre él. Su cabello azabache caía como una cascada sensual contrastando contra su piel desnuda. Ocultando en su caída su pecho izquierdo sin mucho éxito. Se miraron una eternidad sin hablar, necesitando formular la pregunta y temerosa de hacerlo.
-Dilo.
-Temo conocer la respuesta.
-No hay nada que temer, estás segura, estás en casa.
Posó suavemente su mano delicada, femenina sobre el pecho de él y lo acarició con amor.
-Quiero quedarme aquí contigo. Quiero que te quedes aquí conmigo. Quiero sentirme así y nunca volver a sentir miedo ni odio. Quiero ser tuya de esta forma equilibrada y armoniosa. Quiero que este momento perfecto sea para siempre.
-Así lo será mientras tu quieras que así lo sea... pero aun no lo has dicho todo.
Temía hacerlo, casi lo había hecho, pero lo que se escuchó diciendo fue aquella expresión de su deseo, en lugar de la pregunta que temía preguntar. Toda esta experiencia luminosa, casi onírica, que resultaba tan intensa, tan intima, para perfecta la empujaba a considerar una realidad que antes, hacía un momento, la había asustado al presentarse de improviso, pero que ahora, volviendo a considerarla, la tranquilizaba y le traía calma.
-¿Así es morir?
El la miró sonriendo con esa sonrisa luminosa, cálida, cómplice. Sonreía con sus ojos. Se incorporó alcanzándola allí arriba y la beso en los labios llenándola de amor. La abrazó hundiendo sus rostros en sus cuellos y le susurró la respuesta al oído.
-Así lo es para ti.
viernes, 12 de octubre de 2012
lunes, 13 de agosto de 2012
Sacrificio
Esto era serio. Tras tantos años de casos y sin importancia, había llegado a sus manos uno de verdad. Hasta entonces había realizado casi únicamente seguimientos sobre cónyuges infieles, empleados estafadores y casos por el estilo tomando fotografías a la distancia.
Ahora, tenía en sus manos un caso de secuestro. La familia de la joven desaparecida lo había contactado además de haber dado parte a la policía.
Trabajando por su cuenta llevaba un par de meses tras una pista firme. Había podido relacionar esta desaparición con otras similares, de otras jóvenes que reunían características muy parecidas a la joven que buscaba. Estas desapariciones geográficamente se habían ido acercando a la zona en la que se habían llevado a Verónica.
Además dio con un caso similar en el que la joven había aparecido muerta, en la zona en la que había desaparecido. De los casos que había estado revisando, fue la única en aparecer tras haber desaparecido. En todos los casos se había tratado de jóvenes vírgenes, y a la joven aparecida, tras la autopsia, se le constató que no había sido agredida sexualmente, aún conservaba la virginidad.
Esto lo había empujado a formular su hipótesis. Todos estos casos están relacionados con su caso. Se trata de crímenes cometidos por los mismos responsables. Una secta satánica.
Su teoría se vio reforzada cuando comprobó que las desapariciones se producían en todos los casos alrededor de la misma época del año, época que no pudo asociar a ningún hecho relevante. Al parecer la fecha sería tan arbitraria como las creencias de la secta. Y cuando al buscar secuestros en esas fechas, aparecieron más, de jóvenes muy probablemente vírgenes, completando el patrón geográfico.
Aún estando seguro de su teoría no la compartió con los padres en su última reunión. Simplemente los puso al tanto de lo que había hecho y cuánto había gastado ese mes. Al terminar, la madre le había pedido "Haga todo lo que sea necesario para encontrarla y traerla de vuelta" entre lagrimas y con un fuerte apretón en el brazo. Conmovido accedió.
Para ubicar el lugar donde Verónica pudiese estar retenida, aplicó su extensa experiencia en seguimientos a personas, intentando identificar movimientos de grupo, que sugieran una alta actividad, como preparación del ritual satánico. El ciclo al parecer era de 3 años, por lo que los integrantes de la secta deberían tener un nivel de ansiedad por encima de lo normal que iría en aumento a medida que la fecha de acercase.
Consultó a diferentes santerías de la zona, y dio con una en la que un grupo de cinco personas habían realizado una compra importante de velas, aceites, inciensos, manteles, túnicas, cruces y demás parafernalia. Tenía sentido, ya que tras el crimen se desharían del cuerpo de la virgen y de todo el material utilizado. El encargado de la tienda, por lo poco habitual de una venta así, se había fijado en sus clientes, y en su vehículo dándole la descripción y parte de la matrícula.
No fue difícil ubicarlos. Si hubiesen realizado varias compras pequeñas en diferentes santerías, en lugar de una única gran compra en una única santería, no habría dado con la casa en la que probablemente Verónica estuviese retenida. Y con sus años de experiencia y trabajo junto a la policía, sabía de sobra que todo lo que tenía como evidencias resultaría circunstancial para un juez, que no emitiría una orden de registro. Debía ir solo, con su cámara fotográfica y conseguir evidencias incontestables de que Verónica estaba allí.
Esa misma noche, de madrugada, entrando subrepticiamente a la casa por una ventana del piso de arriba, comprobó que todo indicaba que esa sería la noche en la que se realizaría el rito. La casa estaba desierta, tenuemente iluminada por lámparas de aceite, las paredes pintadas por símbolos en sangre, esperaba que fuese de animales, y el suelo con infinidad de velas. Tomando una lámpara de aceite bajó silenciosamente al piso inferior, para comprobar que estaba igualmente desierto. Debería haber un sótano. Los monótonos cánticos lo guiaron.
Allí estaba la secta. En el sótano. La decoración se mantenía como en el resto de la casa, pero aún más cargada. Más símbolos, más velas, más lamparas, cruces invertidas, un altar, una calavera de carnero, los más de 20 integrantes de la secta y Verónica.
Allí estaba, desnuda sobre el altar amarrada de pies y manos, pero no luchaba por liberarse, ni gritaba pidiendo ayuda. Consideró que estaría desvanecida, o bajo los efectos de algún tranquilizante. Tampoco se veía un sacerdote que estuviese liderando esa ceremonia, ese ritual. Todos parecían estar rezándole al altar, a Verónica, a la calavera de carnero.
Nadie reaccionó al golpear una columna con su lámpara salvo él mismo, que sintió atenazada su garganta, contuvo su respiración y se quedó inmovilizado por el miedo. El ruido del vidrio contra la piedra no los alteró. Supuso que estarían en trance, o bajo los efectos de alguna droga. Cuando recuperó la compostura se acercó silencioso, deslizándose contra la pared, hasta donde estaba el altar.
Los sectarios cubiertos con sus túnicas gruesas, de rodillas, con las cabezas gachas, y sus ojos cerrados murmuraban ese cántico monótono que él no comprendía por ser, lo que creía, latín.
Estando en la última posición que lo mantendría a cubierto, tomó su móvil y marcó 112. Susurrando dio la dirección, dijo que iban a matar a una joven y sin esperar cortó. Estaba a escasos metros de Verónica, pero también a escasos metros de los sectarios... y a demasiados metros de la salida. Tenía que retrasar el sacrificio hasta que llegase la policía, de alguna forma. Aterrorizado notó que el cántico empezaba a apagarse. Estaban terminando de rezar. No sabía que vendría a continuación pero no podía esperar más.
¿Qué hacer? Si estos hombres solían matar jóvenes vírgenes, no les resultaría moralmente inapropiado matarlo a él, un intruso, un infiel, un perpetrador, o como sea que lo considerasen por estar allí con la intensión de detener e impedir el ritual. Estaba en peligro como lo estaba Verónica. Su única arma era su cámara de fotos. Tan poco habituado estaba a este tipo de situaciones a vida o muerte, que ni siquiera pasó por la cocina a buscar la cuchilla más grande que hubiese.
La adrenalina corría ya por su cuerpo desde que golpeó la lámpara. Aumentó su estado de alerta, su capacidad de reacción, sus reflejos, su instinto de supervivencia.
Vio al que sería el líder, rezando entre los demás, diferenciándose únicamente porque tenía el cuchillo ritual en su mano. Vio que la carga de parafernalia mística en el sótano hacía que hubiesen muchas lámparas de aceite. Vio que el resto de sectarios no estaban armados. Consideró sus opciones. Tomó varias lámparas de aceite, encendidas, y sin mediar palabra se las arrojó al líder, que se vio de pronto envuelto en llamas al actuar las lámparas como cócteles molotov sobre su combustible túnica. El desconcierto y la alarma invadió a los sectarios que no supieron lo que estaba pasando arrancados de su trance por los gritos de su líder incendiado.
Hacía todo lo que fuese necesario.
Mientras todos socorrían al líder sin, de momento, preguntarse cómo es que estaba en llamas, aprovechó la confusión creada para acercarse al altar. Nadie se había percatado aún. Junto a altar pensó en tomar a Verónica y salir de allí cuando su presencia fue notada.
-¡Allí!, ¡en el altar!, ¡¿quién es ese?! - Gritó alguien. Algunos miraron y los pocos que no asistían al líder, se dirigieron hacia él.
Tomó las lámparas de aceite que aun tenia en las manos y las arrojo al suelo delante del altar. Tomó las que rodeaban el altar y también las arrojó, arrinconándose tras una gruesa pared de fuego. Retuvo algunas lamparas, arrojando una al primero que intentó pasar por el fuego, envolviéndolo en llamas, haciéndolo retroceder y quitándole al resto la seguridad en sí mismos.
Los gritos se duplicaron y la confusión también. Algunos sectarios abandonaron el sótano. Huían. Otros permanecían allí, con odio en sus miradas. Esos no dejarían que saliera de ahí vivo. Para hacer huir al resto gritó.
-¡He llamado a la policía, no tardarán en estar aquí!
Sólo hizo huir a uno pocos, aún quedaron suficientes como para no poder hacerles frente el solo a todos. Uno de los que se quedó le devolvió el grito.
-¡La virgen es nuestra!, ¡Es del carnero!, ¡Requiere su sacrificio hoy, esta noche! Danos la virgen y podrás salir.
Querían a su virgen a toda costa. La necesitaban.
La pared de fuego se consumiría. Y sus bombas incendiarias no serían efectivas. Arrojó otra para mantener la distancia de los sectarios que se envalentonaban y para alimentar la pared de fuego. Los hizo retroceder unos pasos.
De pronto comprendió. No tenía opción. Debía hacer todo lo necesario.
Arrojó tres de las cuatro lámparas que aún le quedaban. Las llamas aumentaron considerablemente e hicieron retroceder más a los sectarios que gritaron maldiciones. Apagó la última. Volcó aceite en sus manos, como si se las lavase bajo el grifo. Arrojó la ultima lámpara a las llamas ya descontroladas. Pensó brevemente que debió haber llamado también a los bomberos. Algunos de los sectarios que habían huido volvían con cubos de agua. No tenia mucho tiempo.
Se giró hacia Verónica. Seguía allí desnuda, inconsciente, ajena a todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor, a todo lo que ocurría por ella. Su joven cuerpo era perfecto, su piel bajo la intensa luz amarillenta y viva de las llamas resultaba hipnótica lo mismo que las sombras inquietas que realzaban el volumen de su sexualidad. Sus pechos grandes e ingrávidos resaltaban en contraste con su sensual delgadez adolescente. Su cuello vulnerable, sus labios gruesos y húmedos, sus dientes perlados, su pelo negro azabache ondulado.
Todo había sucedido demasiado rápido, desde que había entrado en la casa hasta encontrarse detrás de la pared de fuego. Pero al fijarse en Verónica el tiempo pareció detenerse.
Absorto en la inocente sensualidad de Verónica, ante su instacta sexualidad allí ante sus ojos, bajó sus pantalones como en trance hipnótico, con sus manos aceitosas manoseó su pene fláccido lubricándolo por completo. Abrió las piernas de Verónica y manoseó su vagina seca, virgen, lubricándola por fuera, entre los pliegues de sus labios, alrededor de su clítoris.
Ella no reaccionaba a los estímulos y él tampoco. Necesitaba una erección urgentemente. Sacudió a Verónica y la trajo de vuelta, o casi. Sostuvo sus pechos, se los acaricio, apretó y mordió sus pezones indefensos, lamió su boca, le dio a beber su saliva. Verónica volvía y no le gustaba lo que le estaba haciendo. Gemía, pero de asco, de repulsión. Era una virgen.
El primer cubo de agua hizo vibrar las llamas pero el combustible las recuperó.
Tomó su pene y se lo pasó por la boca, por sus labios. Ella se resistía gimiendo adormecida. No podía perder mas tiempo y no conseguía su erección.
Comprendió entonces que debía violarla. Ella no consentiría que la penetrase. No entregaría su condición de virgen y por ende resultar inservible a los objetivos de la secta. Así los sectarios enfurecidos no tendrían motivos para quedarse, para conseguir su sacrificio. El carnero quería vírgenes, puras, una impura no valdría. Y la venganza hacia él no sería motivo suficiente para quedarse allí arriesgándose a ser detenidos por la policía. Pero claro, todo esto no podía explicárselo a ella, estaba aún bajo los efectos de las drogas, muy confusa. Por lo que a ella respecta, esto que él quería hacerle era lo que le estaban haciendo los secuestradores. No distinguía entre ellos.
Puso su pene y sus testículos en la cara de Verónica, manoseó su vagina aceitosa, aferró sus pechos turgentes. Su resistencia y sus gemidos empezaron a excitarlo. Su pene alcanzó la semierección. Metió un dedo lubricado en el ano de Verónica, que gritó de rechazo, no de dolor. Su pene se ensanchaba sobre los labios de Verónica, que bufaba y luchaba por librarse de sus ataduras para poder defenderse de su violador, que quería salvarla de la muerte. Frotó mas rápido su cabeza contra sus labios, intensificando el estímulo. Alcanzando su erección casi completa.
Otro cubo de agua hizo disminuir considerablemente las llamas que los separaban de los sectarios. Otro más y sería el final. Lejos creyó escuchar el sonido de las sirenas policiales. Muy lejos, no llegarían a tiempo.
Se subió al altar ya desprovisto de ropas. Se acomodó entre las piernas de la joven virgen, su erección retrocedía. Volvió a frotarla contra esa vagina tan aceitosa como su pene, deslizándose sin resistencia. Aferro los pechos turgentes, los pezones rozados y erectos contra la voluntad de Verónica, lamió su cuello, su boca. Estaba muy excitado, ella se resistía, luchaba, movía su cuerpo atado debajo del suyo, enérgica, jadeante. Retorcía sus muñecas amarradas, sus piernas abiertas que lo abrazaban. Sus pechos danzaban incontrolados. El movió su cuerpo para contenerla debajo, apoyándo sus manos sobre los brazo de Verónica, que ahora se arqueaba debajo, haciendo que sus pechos enormes se elevasen aun más, siempre fuera del alcance de la gravedad, siempre manteniendo esa perfecta curva, forma y volumen. Su erección acariciaba sus labios aceitosos, y los abría, recorriendo por los movimientos de ambos en esa lucha, la longitud de su entrepierna, desde el clítoris inflamado hasta la dulce aspereza de ese ano aún mas virgen que había penetrado ya con un dedo lubricado. Estaba listo. Verónica nunca lo estaría, aunque su cuerpo reaccionase a toda esa cascada de estímulos.
Un nuevo cubo de agua apagó las llamas. Su pene grueso penetró de una vez la totalidad de la vagina de Verónica, cambiándola para siempre, quitándole su condición de virgen. Ella gritó de dolor. Los sectarios al presenciar la violación gritaron de odio. Las sirenas policiales gritaban avisando de su llegada. Él gritó al eyacular en varios bombeos intensos, densos y calientes acompañados de movimientos espasmódicos de cadera, empujando su pene bien adentro de Verónica ante cada eyaculación.
Ya sin resistencia se dejaba penetrar y eyacular, mirando la pared a un lado inservible para el sacrificio de la secta.
Cuando entró la policía el sótano estaba vacío. Todos habían huido llevándose a los heridos. Quedaban los cubos en el suelo, restos de las túnicas quemadas, pedazos de vidrio ennegrecido. Al fondo, los agentes vieron un altar, con una joven desnuda, inmovilizada de pies y manos, y sobre ella un hombre también desnudo.
El hombre siguió penetrándola duramente, eyaculándola por segunda vez a pesar de los gritos de aviso de los policías.
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